Abatidos
¿Qué ha cambiado en España para que nadie ponga en duda si el pasado 17 de agosto los agentes del orden actuaron correctamente o no?
Ignacio Echevarría 29/09/2017
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“… En días pasados, la violencia global ha irrumpido en Barcelona. Durante estas fiestas de la Mercè todos llevaremos en nosotros una ausencia igualmente dolorosa: la de las personas que nunca volverán a Barcelona ni a sus fiestas no porque no quieran, sino porque el 17 de agosto perdieron la vida en las Ramblas, en la Diagonal, en el paseo de Cambrils. Y, junto con ellas, también la de unos jóvenes de Ripoll que tampoco estarán aquí y sobre los que tendremos siempre la duda de si realmente querían morir matando, como hicieron...”
Son palabras del pregón con que la filósofa Marina Garcès saludó el comienzo de las fiestas de la Mercè en Barcelona. Palabras que provocaron una avalancha de críticas y de agrios reproches, encabezados por los de la Asociación Catalana de Víctimas de Organizaciones Terroristas (ACVOT), que calificó el pregón de “delirante”, denunciando su “absoluta falta de dignidad” y su “ausencia de sensibilidad hacia las víctimas del terrorismo”.
El reto planteado por el processisme catalán al Estado español y los fervores que moviliza han contribuido a disolver los pocos escrúpulos y aprensiones que, por parte de muy contados sectores tanto de la sociedad catalana como de la española en su conjunto, despertó la “eficaz” y aplaudidísima actuación de los Mossos d’Esquadra durante las horas que siguieron a los atentados ocurridos en Barcelona y en Cambrils el pasado 17 de agosto.
La CUP fue la única formación política del Ayuntamiento de Barcelona que el pasado 9 de septiembre votó en contra de otorgar la Medalla de Oro al Mérito Cívico a la Guardia Urbana y los Mossos d’Esquadra en reconocimiento a su labor aquellos días. La concejal Maria Rovira declaró en nombre de su grupo: “Nos negamos a reconocer ningún mérito a unos Mossos que han ejecutado extrajudicialmente a seis personas”, y criticó abiertamente las manifestaciones ciudadanas en respaldo de esa actuación: “Mossos encausados por torturas desfilaron delante de nosotros siendo aclamados por la gente”. De paso, Rovira criticó a la Guardia Urbana por ser “el brazo ejecutivo del racismo institucional de nuestras calles”. Según ella, el origen de los atentados radicaría en las políticas imperialistas y en discursos que “alimentan el racismo”: “Hay que dirigir la rabia hacia quienes tienen las manos manchadas de sangre”, concluyó.
Como era de esperar, las objeciones de la CUP cayeron en saco roto. Tampoco tuvieron resonancia las escasas voces que previamente se habían alzado para cuestionar que se otorgara categoría de “héroes” a los Mossos que en pocas horas “abatieron” sin contemplaciones a varios de los jóvenes autores de los atentados, en lo que la concejal Rovira califica, conforme se ha visto, como una serie de “ejecuciones extrajudiciales” que en otras circunstancias hubieran merecido una investigación y levantado toda clase de alarmas.
La unánime insistencia con que los medios de comunicación emplearon el verbo abatir para aludir a esas “ejecuciones” no pasó desapercibida. Al poco de haber escrito yo mismo una columna titulada “Morir, matar, abatir”, leí en esta revista la tribuna de Javier de Lucas titulada “¿Abatir?”, que a su vez remitía a sendos artículos de Gonzalo Velasco (“Eran 12 de los nuestros”), Martín Caparrós (“Otro triunfo del terrorismo”) y Carlos Yarnoz (“Tirar a matar”). Especialmente contundente me pareció el de Caparrós, con su modo de abundar en cómo el peso que toma un atentado como el de Barcelona “termina, entre otras cosas, por legitimar el control social, la represión, la violencia del Estado”. Por su parte, Carlos Yárnoz se hacía algunas preguntas de las que apenas nadie parece haber tomado nota y que permanecen sin respuesta: “¿Qué ha cambiado en España en pocos años para que nadie ponga en duda si los agentes actuaron correctamente o no? […] ¿Por qué ahora partidos, líderes o todólogos eluden un hecho que solo hace unos años levantaba una polvareda de dudas, sospechas, exigencias de investigación o airadas intervenciones parlamentarias?”.
Que estas preguntas, como otras muchas, hayan sido silenciadas por la oleada procesista y su estrepitoso choque contra el inmovilismo constitucionalista constituye un indicio claro de que, desde los dos bandos, unos y otros prefieren eludir las cuestiones de fondo que obviarían las presuntas gravedad y trascendencia que atribuyen a sus propios argumentos, envueltos, tanto de una parte como de la otra, por una superficial, hueca e irritante fraseología.
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Ignacio Echevarría
Es editor, crítico literario y articulista.
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