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Es tradición en algunos pueblos que el Domingo de Resurrección, en la plaza del pueblo, se revolee una bandera gigante de cada cofradía para celebrar que Jesucristo –en ese momento ya Dios o paloma, no lo sé, me pierdo– ha resucitado. Cada revoleador se pone en el centro de la plaza, agarra el pesado mástil y el pueblo mira y aplaude sus habilidades. Conozco a uno de izquierdas, aficionado al tema, más por lo local que por lo divino, que decidió probar suerte un año y a los dos revoleos –creo que es el nombre técnico– se hizo una contractura que sonó en las aldeas cercanas.
Qué mal le sienta a la izquierda una bandera. Da igual la que sea. La última vez que en España la izquierda levantó una bandera y no le hizo daño, ni siquiera era bandera, sino camiseta: “educación pública, de todos, para todos”. Con un diseño tan feo y tan poco excitante como necesaria la camiseta. Y tampoco era la izquierda en sí, sino profesores vestidos de verde. La última prueba de esta incompatibilidad política de la izquierda con las banderas es que antes de romperse España se ha partido en dos la marca Podemos en Catalunya, intervenida por Pablo Iglesias. Un 155 morado tras el coqueteo del líder catalán de Podem, Albano Dante Fachin, con la estelada. Si alguien escribiera un libro de autoayuda titulado Ser de izquierdas sin cagarla en el intento, el primer capítulo debería estar dedicado exclusivamente a enseñar cómo escapar de la tentación de los símbolos, algo que no siempre es fácil. Esos trapitos de tela –inventos de señores para que los campesinos no sólo entregasen la cosecha, sino que lo hiciesen encantados de la vida– se convierten a veces para la izquierda en eso que los ingleses llaman guilty pleasure. En castellano un placer culpable, como que se te vayan más los pies con Manolo Escobar que con The Cure. Está mal pero pasa.
Eso de bailar por Manolo Escobar o agitar banderas, deportes naturales de la derecha, se convierte a veces en tentación zurda por lo romántico del asunto. Quién se resiste a agitar colores de un pueblo que reclama su espacio. ¿Quién, con alma combativa, no se apuntaría a una fiesta así? Los símbolos de tela son tan románticos y adictivos que en pleno I+D del 15M tuvo que pedirse contención: que nadie traiga la republicana, que nos conocemos y aquí estamos investigando una vía que por una puñetera vez funcione. A algunos casi les da un patatús. No, como el fumar, no es sencillo quitarse ese vicio que le hace a uno sentirse como El Che en Sierra Maestra de vez en cuando agitando una patria. La bandera tiene un no sé qué, que qué sé yo, eso es indiscutible. Esa sensación de unión, de pueblo, de colectividad, de lucha, un caramelito tan dulce como inapropiado para la dieta de izquierdas. Que le pregunten a Francisco Frutos, secretario general del PCE durante una década, poniendo en su sitio al nacionalismo en la manifestación por la unidad de España. Su discurso fue de pelos de punta. Cuando acabó de darle caña al nacionalismo catalán, las banderas nacionalistas españolas se agitaron tanto que incluso hubo nazis a los que les faltaban manos para agitar, hacer el saludo y aplaudir al mismo tiempo. Un problema logístico como otro cualquiera.
“Mantenerse a una distancia prudente de los trapitos y nunca usar en caso de emergencia”, debería explicar el capítulo uno de ese libro sobre cómo ser de izquierdas y desarrollar el por qué: los símbolos y conceptos sexis, como las banderas, los escudos, Manolo Escobar, la unidad de España o la independencia de Cataluña, son –o deberían ser– propiedad exclusiva de la derecha. Es su fiesta, no la de una izquierda empeñada en hacer el ridículo jugando a un juego tan divertido como vacío de realidad. La fiesta de la izquierda, cuando un buen día madure, debería ser siempre una fiesta un poco aburrida, nada sexi. El juego de la izquierda no debe ser nunca agitar trapos excitantes, sino seducir con temas aburridísimos, sin colores reconocibles. El entretenimiento de la izquierda debe ser, incluso en los momentos en los que no estén de moda o no quepan estos temas en el telediario, la educación, la sanidad, los derechos civiles, los laborales, la transparencia, la igualdad, el reparto de riqueza, el desfavorecido de dentro, el de fuera y el de al lado. La bandera de la izquierda debe ser siempre aburrida, aburridísima, un trapo que no entren ganas de agitar en la vida, pero que entendamos que no hay más remedio que defender con uñas y dientes. Mientras nos decidimos y no a ser aburridos, sigamos revoleando.
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Autor >
Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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