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Velocidad de crucero
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Si el relato de lo sucedido en los últimos tiempos en Cataluña lo contase el paisaje de las calles de Barcelona, la historia a narrar sería la de que nada demasiado importante ha pasado a pesar de todo. Las terracitas de Ciutat Vella siguen hoy rodeadas por los mismos grafitis de lucha social rotulada en catalán y las bicis encajadas en los balcones indican que los metros cuadrados de los pisos no crecieron por la declaración de independencia, ni su precio bajó por la aplicación del 155. El flujo de turismo, diga lo que diga el telediario, sigue haciendo imposible pasear por la Boquería como se debe pasear por un mercado y los locales de las grandes marcas multinacionales siguen comiéndose cada esquina de la ciudad, a pesar de los tertulianos que celebran la fuga de empresas de Cataluña. Los manteros africanos siguen corriendo delante de la Guardia Urbana y los Mossos como corría medio Partido Popular delante de los grises –eso he entendido estos meses por sus odas a la democracia– por vender el último de Vetusta Morla sin pasar por el sello ni por Montoro. Y la Fiscalía sigue sin meterle mano a quienes ponen precio a la cerveza en las cercanías de Plaça Catalunya. Eso sí que debería llevar penas de 30 años de cárcel. Se cumple un mes desde el mayor terremoto de la democracia, desde el peor golpe de Estado conocido hasta la fecha, desde la mayor crisis que ha vivido Europa en los últimos tiempos sin contar la de los Balcanes y, la verdad, es que la huella no es la prevista tras el terremoto.
España no se rompió pero se quebró un poco más, como de costumbre. Cataluña no se hizo república pero una buena parte de ella se alejó un paso más, como ya es habitual. Como empieza a ser parte del paisaje en la avanzada Europa, cada retroceso es saludado con total normalidad. Con eso no contaba el Procés. Si algo se ha llevado por delante este mes de 155 no ha sido otra cosa que la capacidad de sorpresa. Cada vez nos queda menos. Desgaste por exceso de uso, se llama. Cada día, cada noticia, sustituimos uno de esos muelles que nos hacen saltar del sofá por las estacas que nos dejan clavados en la normalización. Los Jordis, aquellos tipos encarcelados sobre los que pesan gravísimas acusaciones de decenas de años de prisión, siguen en la trena un día más. Hoy se ha conocido que a uno lo han trincado camuflando cartas sin pasar el filtro de Soto del Real: será expedientado el reo. Un día más en la oficina. Lo de los Jordis nos sorprendió tanto hace mes y pico, que pensábamos que cuando medio Govern de Cataluña entrase en prisión el suelo de Europa temblaría. Hoy sabemos que no ha sido así. Tras la aplicación del 155, Europa contempla las encarcelaciones de políticos, de líderes sociales o que el ministro de Interior señale a bromistas en Twitter con la misma resignación con la que nos miran al saber que nos gastamos una pasta en aeropuertos o diputaciones provinciales. Es la spanish democracia, se encogen de hombros ante Puigdemont por Bruselas. Si Europa se encoge de hombros, aquí seguimos entusiasmados bailando al ritmo que nos marquen. Quienes se partían la camisa y justificaban décadas de prisión para quienes habían cometido delitos gravísimos, hoy estarían de acuerdo en que dejaran atrás las rejas a cambio de besar la bandera del 155 y tatuarse la cara de Manolo Escobar en el hombro. Y nos siguen asegurando que esto sólo va de cumplir la ley, no de política. El último en hacerlo, Zapatero en Salvados ante Artur Mas: “Me ofende, me afecta a mi sensibilidad, a mis convicciones democráticas, oír que este país es un régimen autoritario”. Normalizar lo que era impensable hace poco define mejor los días que vivimos que las banderas en los balcones. Perder la capacidad de sorpresa es el gran mérito del 155.
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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