Kiki Morente / Cantaor
“Aprender de Vallejo es como aprender de Mozart o de Michael Jackson”
Esteban Ordóñez Madrid , 5/12/2017
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
CTXT está produciendo el documental 'La izquierda en la era Trump'. Haz tu donación y conviértete en coproductor. Tendrás acceso gratuito a El Saloncito durante un mes. Puedes ver el tráiler en este enlace y donar aquí.
A José Enrique Kiki Morente (Granada, 1989), como a todos los Morente –y a cuarto y mitad de los granaínos–, le acompaña fondo de música. Es ese tipo de telón musical que se percibe cuando hay fiestas en algún barrio cercano: el sonido llega muy leve, rebotando en los edificios, y uno no sabe exactamente si procede de una fuente real o si lo tiene metido en la cabeza. Lo único cierto es que lo envuelve todo. Así sucedía en una plaza de la Latina mientras Kiki Morente seguía las instrucciones del fotógrafo, mientras hablaba: la voz ronca del maestro Enrique Morente, que mana y corre, parecía condicionar sus gestos, sus palabras. Morente, el hijo, saluda a los vecinos con amor.
Saca su primer disco, Albayzín, que se plantea como la fijación de unas coordenadas. Con él, declara su voluntad de presencia en el flamenco. Se ve, por ejemplo, en la elección del título de cada tema: Polo, Bulería, Fandangos de Huelva, Taranto con Juan Habichuela… Titula sin aditivos. Usa los nombres de los palos. “Fue una decisión de llamar a cada cosa por su nombre. Ya habrá momento de buscarle título y romanticismo a los cantes, pero ahora son lo que son. Es intentar darle un punto más ortodoxo”, explica el cantaor. La presencia del padre planea en las letras, en la intencionalidad del cante y en la horma primigenia del disco: “Él hizo unas pautas y un guión conmigo de cómo tenía que hacer este trabajo y hemos seguido sus pasos y sus ideas. Me hizo el favor de hablar con su amigo Juan Habichuela y con Juan Carmona y me dijo: hazlo con esta familia que va a salir un disco bonito”, recuerda. Albayzín es un disco morentiano y habichuelero. Lo producen Estrella Morente y Juan Carmona El Camborio. Son dos familias hermanas: “Hemos creado como una cofradía”, bromea Kiki. Cada rama ha aportado aire: “Estrella ha supervisado todo lo que hay en el disco, todas las letras, me ha ayudado a elegir los cantes. Y Camborio ha construido también los cimientos y las vigas del disco, y ha aportado su color para intentar ir más allá en la rumba y en los tangos”.
Reconoce en su hermana Estrella a una maestra. Es la “nueva patriarca”, la que ha “cogido los remos”, la suma sacerdotisa del legado. “Me pasa un poco como me pasaba con mi padre, llega un punto en que separas lo que es tu hermana de Estrella. Me ha enseñado desde chiquitito y me sigue enseñando y ayudando”.
En Albayzín reúne guitarristas de diferentes generaciones: Pepe Habichuela, Rafael Riqueni, Diego el Morao o Juan Habichuela Nieto. Confiesa que ha querido acordarse de los guitarristas que han acompañado a la casa Morente. Habichuela Nieto es su amigo desde la niñez y eso, asegura, se nota en el escenario: “Hay una cierta confianza, da seguridad y te puedes preocupar del público. Con otros guitarristas tienes que estar pendiente, con él no”.
—¿Qué te inspira más en un tocaor?
—Que afine muy bien la guitarra, que le guste el cante y que sepas que te está escuchando y te está acompañando…
— ¿Hay guitarristas a los que no les gusta el cante?
—Sí, alguno que otro hay por ahí, alguno…
—¿Cómo? ¿Que quiere sonar él solo?
—…que hace como que te está acompañando y está a su bola —le sale una sonrisa mordaz.
El Albaicín (o Albayzín) es el mapa de infancia de Kiki Morente. La infancia de todo niño es la mezcla de las vivencias propias y del eco del relato que los padres hacen de su propia niñez. El cantaor paseaba a hombros de su padre y escuchaba historias: “Recuerdo que me contaba cómo jugaba por allí, cómo trabajaba. Me hablaba de la calle San Gregorio en que nació, de la taberna del tabanco donde cantaba de chiquitito. Tantas cosas, tantos recuerdos, me cedió una infancia y el amor hacia su barrio”.
En el disco se unen dos intenciones: la reivindicación de un espacio propio y el homenaje. La voz de Kiki refleja la de su padre, los giros, los melismas; persigue a la del maestro, pero se modula con un temperamento más actual, de su propio tiempo. De las aristas disponibles en el cante del Ronco, José Enrique se prodiga más en el cante susurrado. El susurro morentiano, para explicarnos, era una forma de levantar un poco la telita que cubría algún misterio, una forma de cantar como secreteando que luego se resolvía en un quejido grueso y corpóreo que servía para enfrentarse a ese mismo misterio, para revelarse. Todo esto no tenía por qué suceder dentro de la letra: hablamos de algo que ocurría en la gramática de la voz. Kiki se queda con esa primera parte y no entra en rebelión. Quizás esa distensión sea producto del espíritu de esta época. Hay muchos motivos detrás de esas variaciones vocales que llevan a una mayor suavidad en el estilo. Influye el cambio del contexto y de experiencias vitales. Como dice Arcángel, no se puede seguir cantando a las fatiguitas del hambre. Morente lo ve así: “Creo que hay que intentar no pensar en esas fatigas, intentar basarnos en nuestras cosas y tener en cuenta los problemas de nuestro mundo, y cantarle a la alegría también, si ahora tenemos más alegría, pues cantarle a los empaches que nos comemos. Ahora habrá que cantar a la alegría”, ríe.
Morente se postula como cantaor, pero su primera entrada en el flamenco fue guitarra en ristre. “Mi padre siempre me puso la guitarra en las manos y me enseñó lo que era la música, pero nunca nos obligó, nos dio la posibilidad de hacer otras cosas. De manera natural me metí en el embrollo hasta dentro. Granada es una ciudad de muchos guitarristas, y cantar me daba más vergüenza”. Reconoce que la guitarra pide mucho más esfuerzo: “El cante lo lleva uno más en la garganta, aunque luego el pánico escénico es más gordo porque se da más la cara ante el público”. Enrique Morente se apuntó con él al conservatorio “para que fuera con ganas y viera que no es una cosa para niños, que había que aprenderlo”. Después de su primer concierto, como segunda guitarra en el auditorio Alfredo Kraus de Canarias, su padre le dijo: “Ahora que has cobrado tus primeras perras, verás cómo vas a estudiar”.
Pero Kiki luego viró hacia el cante. Comenzó atrás, haciendo palmas y coros. “Y cuando te quieres dar cuenta uno sale cantando y quiere dar la cara y buscar su sitio”. Emplea una metáfora para explicar qué significa ese cantar atrás: “Es como un gimnasio para ponerse delante. Se aprende a respetar el escenario, a saber cómo es el público”.
El homenaje de Albayzín va más allá de la fuente familiar. Se reconocen las raíces más próximas (Camarón, Paco de Lucía) y las más lejanas: hay una bulería dedicada a Manuel Vallejo. “Como en todo, siempre hay un principio, un camino y un desarrollo. Con el homenaje a la figura de Vallejo intentamos acordarnos de lo que nos han dejado. Intentamos aprender de esos genios del flamenco. Es como aprender de Mozart, o de Michael Jackson el día de mañana. Son genios que han creado y hay que trincarlos, merece la pena”.
—¿Un flamenco del siglo XXI debe seguir acudiendo a los discos de pizarra?
—Hay que compaginar, disfrutar, hacer lo que cada uno sienta, por supuesto. Pero si quieres ser cantaor flamenco, tendrás que aprenderlo y escucharlo, si no, no vas a poder hacerlo nunca.
Aprender de lo viejo y de lo nuevo/escondido. Se suelen contar historias de cantaores que viajaban a pequeños pueblos porque habían escuchado que una viejita de esa tierra cantaba deliciosamente. Ahora, esa arena de búsqueda se ha trasladado a internet. “Todavía hay aficionados que van a escuchar a gente a otros sitios. Pero ahora está Youtube. Todos los días hasta las tantas con Youtube en la cama con el móvil. Te metes en Instagram, en el Facebook y te vas encontrando de todo. El otro día escuché una niña cantar y dije: madre mía, cómo canta, quién es, vamos a buscarla”. El instinto exploratorio del flamenco no desaparece, se traslada.
Los primeros recuerdos sólidos de José Enrique se remontan a los tiempos del Omega. Para un niño, la tentación del rock debe ser cautivadora: “Me he criado con la guitarra eléctrica en mi casa, con los Lagartija. Yo tengo un bajo y una guitarra eléctrica que me regaló mi padre por Reyes y siempre me gusta aprender”. Pero el viaje de exploración hacia otras músicas siempre regresa al punto de partida. Uno puede, incluso, cantar mejor flamenco después de haber escuchado a Deep Purple. “Esto es un lenguaje universal, son músicas y cuantas más adquieras y más información tengas en tu mente y sepas llevarla a cabo y compaginarlo con lo tuyo, respetando a cada una… Creo que es muy positivo”. No obstante, Albayzín es el punto de partida y prefiere empezar mirando atrás, llamando a cada cosa por su nombre.
CTXT está produciendo el documental 'La izquierda en la era Trump'. Haz tu donación y conviértete en coproductor. Tendrás acceso gratuito a El Saloncito durante un mes.
Autor >
Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí