Angela Merkel
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Han pasado ya más de dos meses desde las elecciones federales de Alemania. Los comicios de septiembre, lejos de traer claridad al panorama político, han sumido al país en la inestabilidad. El análisis de los resultados no deja lugar a dudas: el bipartidismo se resquebraja (siguiendo la estela europea) y resurge la ultraderecha.
Angela Merkel, líder de la coalición democristiana CDU junto con sus socios bávaros (CSU), obtuvo un 32,9 % de los votos. Fue el peor resultado de su formación política desde la creación de la República Federal de Alemania en 1949. Por aquel entonces, un carismático Konrad Adenauer lideraba el partido. Consiguió llegar a ser el primer canciller de la República Federal y estuvo catorce años al frente del país. Sólo fue superado en años en la Cancillería por Helmut Kohl, mentor de Merkel, quien estuvo 16 años al frente de Alemania. Y dieciséis son también los que debería estar Merkel en principio, si consigue formar gobierno.
Lo que inicialmente parecía una “coalición Jamaica” clarísima ha finalizado con la ruptura en las negociaciones por parte de los liberales. En Alemania las coaliciones de gobierno se suelen nombrar con elementos que recuerden a los colores de los partidos. Jamaica (por el color de la bandera) sería la unión de los Democristianos de Merkel, los Verdes y los Liberales (FdP).
Nadie duda de que con nuevas elecciones o sin ellas, Merkel repetirá en el cargo, pero la siempre alabada capacidad de los líderes germanos para llegar a pactos diversos, queda ahora en entredicho
El fracaso en las conversaciones para formar gobierno deja varios escenarios posibles: o la repetición electoral, una nueva Gran Coalición (en su defecto también sería posible sumar a los Verdes, la llamada coalición Kenia) o el gobierno en minoría de Angela Merkel, algo que no parece muy factible.
El mismo día de las elecciones, al hacer públicos los resultados, Merkel ya lo dijo claro: “No voy a negar que esperábamos mejor resultado”. Pero posteriormente añadió que no se podría formar ningún gobierno sin la coalición democristiana que ella lideraba y tenía razón.
El descrédito de los ciudadanos con la Unión Europea, alimentado por hechos como el Brexit, hacen que la hasta ahora canciller lo tenga muy difícil para hacer que la gente vuelva a confiar en el proyecto europeo. Nadie duda de que con nuevas elecciones o sin ellas, Merkel repetirá en el cargo (no hay otra opción factible a corto o medio plazo), pero la siempre alabada capacidad de los líderes germanos para llegar a pactos diversos, queda ahora en entredicho.
Este jueves 30 de noviembre comenzarán las conversaciones con los socialdemócratas (SPD) de Martin Schulz, que también obtuvieron los peores resultados de su historia, con un 20,5 % de los votos. La socialdemocracia ya camina, herida de muerte, por la mayoría de los países de la UE y en la memoria colectiva está todavía fresco el recuerdo del malogrado Pasok griego. Este año en el SPD pensaron que, a pesar de haber perdido prácticamente todas las elecciones regionales que precedieron a las federales, podrían remontar. El mayor hachazo vino tras la pérdida de su tradicional feudo: Renania del Norte-Westfalia, el land de Martin Schulz y el más poblado de Alemania.
A principios de 2017 la remontada de los socialdemócratas no se veía tan lejana en el horizonte. Eligieron como candidato a Martin Schulz, un experimentado burócrata europeo que, sin embargo, era bastante desconocido para el alemán medio. Y las encuestas comenzaron a sonreirles. Hasta que llegó de nuevo la baza de Merkel y, como el ave Fénix, se recuperó de sus “cenizas” (la acogida de los refugiados en 2015 le pasó factura ante su partido y la ciudadanía).
En la CDU creyeron entonces que lo mejor era personalizar toda su campaña electoral en Angela Merkel, cuya marca personal es tremendamente poderosa. Su imagen en Alemania, donde se la considera una figura de conciliación, contrasta con la que tienen el resto de europeos, que la juzgan dura e inflexible.
En la búsqueda de un acuerdo de gobierno, la excanciller se ha visto obligada a hacer algún sacrificio. El más visible ha sido el de quitar la cartera de Finanzas a Wolfgang Schäuble
Tras un debate televisivo a dos bastante insulso si se compara con los careos españoles de los principales líderes (salvo Mariano Rajoy), hubo pequeños debates temáticos con figuras menos destacables de cada partido. Pero el debate (mejor dicho, diálogo) entre Merkel y Schulz aburrió hasta a sus propios votantes, según las encuestas, y parecía más bien una enumeración de medidas en las que estaban de acuerdo. Aunque Schulz trataba de atacar a Merkel -- su estrategia durante toda la campaña--, ella le desmontó la jugada siendo comprensiva y escuchando con benevolencia todas sus propuestas. No es casual que sus programas se centren en aspectos diversos, a pesar de que muchos de ellos son perfectamente asimilables.
La Gran Coalición llegó a saturar a la ciudadanía alemana, que ni en las encuestas ni en los votos quería que se repitiese un gobierno similar. El SPD puso a Merkel dos condiciones para pactar antes de iniciar la legislatura: el establecimiento del salario mínimo interprofesional (8,84 euros por hora tras la revalorización de 2016) y la posibilidad de la doble nacionalidad. Su entrada en el gobierno fue sometida a votación de sus militantes, al contrario de lo que ocurrió en España con la abstención del PSOE que facilitó el gobierno de Rajoy.
Son esos mismos militantes los que no quieren otra Gran Coalición y así lo expresan en cada ocasión que tienen. Martin Schulz dijo después de las elecciones que pasarían a la oposición y que no intentarían formar gobierno, que no era su momento. Pero ahora se desdicen y hablarán con Merkel, tras la insistencia del presidente alemán, el también socialdemócrata Frank-Walter Steinmeier. La prensa alemana ya baraja ve como posible sucesor de Schulz al anterior líder socialdemócrata, Sigmar Gabriel, hasta ahora ministro de exteriores y vicecanciller.
Gabriel no parece una buena idea para el nuevo SPD que, lejos de renovarse, aparecería con la antigua cara que le llevó al abismo. Una de las últimas polémicas como líder fue la fractura que provocó dentro de su partido al asumir el CETA (Tratado de libre comercio de la UE con Canadá).
Los ‘sacrificios’ de Merkel
En la búsqueda de acuerdo de gobierno, Merkel se ha visto obligada a hacer algún sacrificio. El más visible ha sido el de quitar la cartera de Finanzas a Wolfgang Schäuble, que será recordado siempres por los rescates a países del sur de Europa al inicio de la crisis. Inflexible, Schäuble recibía al presidente griego Tsipras mientras, en rueda de prensa, espetaba cosas como que en Grecia “no podían cambiar las condiciones de la deuda diecinueve veces”. Defensor a ultranza de las reformas económicas (el eterno eufemismo para decir ‘recortes’), declaraba que en Grecia los pensionistas “podrían luchar por unas pensiones dignas”, pero que los recortes llegarían tarde o temprano. A los diez minutos, anunciaba la mayor subida en las pensiones de Alemania desde la Reunificación.
Schäuble es el diputado más veterano (ejerce cargo público desde los 30 años y tiene 75), y desde el 24 de octubre preside el Bundestag (Parlamento alemán).
Este movimiento de fichas debería garantizar que Christian Lindner, el joven líder del Partido Liberal FDP, se haga con la cartera de Finanzas. Sus propuestas electorales causan recelo en sectores de la izquierda. Está en contra de la acogida de refugiados (principal disputa con los Verdes) y cree que la protección del clima ha costado mucho dinero a Alemania, otra de sus discrepancias con los ecologistas y con la propia Merkel. Siempre se ha dicho que si llegara a ministro de finanzas, hasta la ciudadanía europea, aunque cueste creerlo, iba a echar de menos a Schäuble.
Pero bajo toda esta maraña de posibles pactos y alianzas hay algo que provoca más pánico entre los líderes políticos: el repunte de la extrema derecha, materializada en el partido AfD (Alternativa para Alemania). Han entrado por primera vez en el Bundestag con 92 diputados. La mayoría de las veces, las encuestas les han infravalorado; por eso es muy significativo un tweet de Beatrix Von Storch, una de sus líderes. En él decía: “¿Nuevas elecciones? Con mucho gusto. 14%”. Esa era la cifra que les daban en una encuesta inicial tras la ruptura de las negociaciones del pacto Jamaica. Von Storch es nieta del ministro de finanzas de Adolf Hitler y descendiente de la Casa Real de Oldemburgo, dinastía de la que proceden Carlos de Gales, Harald de Noruega o Margarita de Dinamarca.
Detrás de los posibles pactos de gobierno se esconde algo de lo que nadie quiere hablar. Si hay Gran Coalición o Coalición Kenia, la extrema derecha sería el principal partido de la oposición. Con escisiones internas, polémicas variadas y declaraciones fuera de lugar, AfD ha conseguido un nicho electoral estable que no parece que vaya a resentirse por el momento. La ultraderecha ha vuelto a Alemania para quedarse.
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Autora >
Laura Cruz
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