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Sigue Merkel. Vuelve la política

La estabilidad alemana está garantizada, como la continuación de sus políticas económicas, sociales y europeas. El Parlamento será más plural y más animado, con una auténtica oposición –el SPD– que intentará construir una mayoría alternativa

26/09/2017

<p>Angela Merkel</p>

Angela Merkel

Luis Grañena

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En las elecciones del 24 de septiembre en Alemania, bajan sensiblemente los democristianos y los socialdemócratas, suben un poco los partidos pequeños (La Izquierda y Los Verdes), regresan los liberales al Bundestag, que se hace más plural y recuperará una vitalidad política que le ha faltado en la legislatura anterior. Pero entra, como tercer partido, la Alternativa por Alemania (AfD).

Uno de cada ocho electores ha elegido a un partido radicalmente fuera del consenso democrático que caracterizaba a la República Federal, que con este nuevo actor se adentra en una fase de tensiones y riesgos

Es casi seguro que seguirá gobernando Angela Merkel, en una coalición centrada. Más complicada porque el Partido Socialdemócrata (SPD) ha decidido que pasa a la oposición, y tendrán que integrar esa coalición cuatro partidos con diferencias apreciables, entre la más derechista Unión Socialcristiana bávara (CSU) y Los Verdes, que siguen definiéndose de izquierdas y tienen la justicia social como uno de sus fines programáticos; y entre estos y los liberales, que desconfían de sus políticas públicas y quieren que el mercado se ocupe hasta de la lucha contra el cambio climático. Pero los cuatro partidos saben que tienen que ponerse de acuerdo, porque el sistema político alemán requiere coaliciones estables, con mayoría parlamentaria, y les castigaría electoralmente si no lo logran y hubiera que repetir las elecciones. Y están deseando llegar a ese acuerdo.

La entrada de la AfD como tercera fuerza en votos y diputados es una pésima noticia, aunque no una sorpresa: ya estaba en los parlamentos de 13 de los 16 Länder. En la cultura democrática alemana no cabían hasta ahora sus actitudes de desprecio a la dignidad de categorías de personas, vulnerables y definidas por su religión o su condición de extranjeros, ni el uso de políticas xenófobas o directamente racistas para atizar el rencor o el enfrentamiento social, ni conceptos nacionalistas cada vez más cercanos a los del nacionalsocialismo: el pueblo, el riesgo de disolución de Alemania, recuperar nuestro país frente a los de fuera de la comunidad nacional; los inmigrantes y los musulmanes como no integrados en la comunidad del pueblo alemán. Se ha roto un tabú en una cultura política que desde el inicio de la república había logrado mantener unos límites muy estrictos en los contenidos y formas admisibles en la democracia alemana, basados, por oposición al nazismo, en el respeto a la dignidad humana y en moderar los términos de la confrontación política.

Uno de cada ocho electores ha elegido a un partido radicalmente fuera del consenso democrático que caracterizaba a la República Federal, que con este nuevo actor se adentra en una fase de tensiones y riesgos. No todos los dirigentes o partidarios de la AfD son tan extremistas que quepa identificarlos con nazis: una parte de ellos proviene de la derecha democristiana, que ha dado el paso desconcertada por la deriva centrista de Merkel.

Por ahora, no hay riesgo de que accedan a ningún gobierno, ni tienen la fuerza de partidos semejantes que están conquistando terreno en otras democracias europeas. Solo en un Land del este, Sajonia, son la primera fuerza política. Ha habido antes otros partidos de protesta de extrema derecha en los parlamentos alemanes y no han tenido un recorrido largo. Pero se trata de un cambio cualitativo en un marco global de crecimiento de fuerzas semejantes en democracias cada vez menos admirables. No será fácil evitar a los sectores más derechistas de la Democracia Cristiana (CDU) –muy críticos con la deriva centrista de Merkel, y de la CSU, su hermana bávara, que ha sufrido las peores pérdidas por su derecha– la tentación de acudir a su agenda o sus recetas. Y preocupa pensar cómo puede evolucionar esa tendencia cuando termine la larga fase de prosperidad política y económica actual.

La victoria de Merkel es amarga porque ha perdido muchos votos. La causa principal es la reacción a su política de inmigración y la entrada masiva de refugiados en 2015, aunque pesa también el desconcierto de una derecha que no ha acabado de aceptar políticas con las que Merkel ha arrebatado espacio y votos a los socialdemócratas y Los Verdes. Sin embargo, esa apertura a la izquierda le ha abierto la posibilidad de pactar también con estos y le asegura su continuidad como canciller, porque no cabe una coalición alternativa. Tanto Merkel como el candidato del SPD, Martin Schulz, sobreactuaban en la noche electoral: Schulz, en su enfado con Merkel por haber eliminado el debate político durante la legislatura anterior, para dejar claro que la decisión de los socialdemócratas de pasar a la oposición es definitiva. Merkel, en su tranquilidad búdica, porque va a seguir gobernando dedicada a pensar en el futuro y los problemas esencialmente económicos a los que se enfrenta Alemania. En lo esencial, tiene razón y puede esperar a que pase la tormenta. Pero quizá veamos a lo largo de la legislatura movimientos para reemplazarla y evitar una derrota en 2021. La perspectiva de una Merkel en la política europea se hace más real.

Un Parlamento más vivo

La estabilidad alemana está garantizada, como la continuación de sus políticas económicas, sociales y europeas. El Parlamento será más plural y más animado, con una auténtica oposición –el SPD– que intentará construir una mayoría alternativa. Lo tiene difícil, pero sabe que es su última oportunidad para no quedar reducido a un cuarto o quinto partido pequeño orbitando en torno a los democristianos en coaliciones cada vez más complejas.

El SPD ha pasado ya rotundamente a la oposición: es esencial, dice, para la estabilidad de la república y para parar a la AfD. “Imagínense a su dirigente, Jörg Meuthen, como jefe de la oposición”, ha dicho Schulz. La Izquierda y Los Verdes, que formaban la oposición en la legislatura anterior y han mejorado contra pronóstico sus resultados, mantienen una tensión política semejante. Liberales y democristianos la evitan, con algunas razones buenas; no dejar que la AfD fije la agenda política, ni reaccionar a cada declaración ruidosa, que es, ha dicho el dirigente liberal, Christian Lindner, “su modelo de negocio”. Pero también porque no saben aún cómo recuperar esos votos.

Los 8,7 puntos perdidos por la CDU y, sobre todo, la CSU, han ido en parte a la AfD, pero también a resucitar a los liberales. Hay analistas que ven una de las causas de las pérdidas democristianas en la falta de movilización de un electorado seguro de la victoria de Merkel y en el deseo de que la nueva coalición fuera con los liberales. Los cinco puntos que pierde el SPD han reforzado algo a La Izquierda y a Los Verdes y más, posiblemente, a la AfD. La Izquierda pierde votos en el este, pero los gana en el conjunto del país y se establece más sólidamente como partido nacional y posible futuro socio de coalición del SPD (y Los Verdes).

Que Los Verdes entrarían en coalición con democristianos se veía venir: son cada vez menos de izquierda, no tienen grandes diferencias con la canciller en materias sociales y esta ha asumido en buena parte su agenda social y medioambiental

Merkel no tiene ninguna duda de que el electorado ha encargado el gobierno a su partido –y a ella–; de que habrá gobierno antes de Navidades; y de que no será un gobierno minoritario. Lo asegura la cultura alemana de estabilidad política –otra lección aprendida de Weimar– que, frente a otros países europeos que (se) permiten gobiernos minoritarios, requiere unos gobiernos con mayorías, casi siempre basados en un “contrato de coalición” debatido línea a línea y partida a partida, que luego se cumple.

Liberales y Verdes llegarán a un acuerdo: lo están deseando. Los liberales son los socios naturales de los democristianos y Merkel es indudablemente liberal en lo económico. Que Los Verdes entrarían en coalición con democristianos se veía venir hace tiempo: son cada vez menos de izquierda, no tienen grandes diferencias con la canciller en materias sociales y esta ha asumido en buena parte su agenda social y medioambiental.

Cabe esperar una sustancial continuidad en lo económico, seguramente controlado ahora por el FDP, que no quiere transferencias europeas “para que consuman los ciudadanos italianos o franceses”. Solo Merkel ha mencionado en la noche electoral la política internacional y de seguridad. Alemania seguirá la política de protección del clima. Los cuatro partidos coinciden en la educación como una prioridad.

Habrá tensiones porque los liberales querrán reducir los impuestos (“para reducir la carga de la clase media” y aumentar de paso su cosecha de votos), y Los Verdes gastar más en políticas sociales y en la integración de los inmigrantes. También por la propuesta liberal de una política migratoria “a la canadiense”, limitando la entrada a los inmigrantes cualificados. Si los coaligados son leales e inteligentes, solo dentro de la coalición. Si no, servirán la agenda en bandeja a la AfD.

Merkel sabe que tiene que prestar más atención a la situación social del Este (que lleva siendo peliaguda desde la unificación), a los miedos existenciales y las consecuencias sociales y económicas de la globalización

El mayor riesgo es que en su afán de recuperar los votos perdidos, la CSU y la CDU hagan suya la agenda de la AfD. “Sin provocación no hay Parlamento”, ha dicho su candidato. A lo largo de la campaña, sus dirigentes se han burlado de la cultura de la memoria y del holocausto, criticado en términos descalificatorios insólitos a los demás partidos, hablado de su querido pueblo alemán, del que forman parte los inmigrantes bien integrados con trabajo –y no los que consideran mal integrados o en situación de necesidad social–. Tampoco, da la impresión, la mayoría de los musulmanes que viven en Alemania. La política antiinmigración (y antiislámica) ha sido su asunto principal. Ante cada problema social, atizan el resentimiento contra los inmigrantes y la sensación de que los ciudadanos de renta más baja compiten con ellos por los recursos sociales.

Pero cuando el SPD llama a estabilizar la democracia y enfrentarse a los enemigos de la república, seguramente exagera. Todavía. Es importante que la AfD no sea el principal partido de la oposición. Es verdad que su constante culpabilización xenófoba o racista y sus escamantes referencias al pueblo alemán y el orgullo patriótico están haciendo revivir a fantasma inquietantes no solo para Alemania. Pero junto al SPD, también va a estar en la oposición La Izquierda, que pierde la condición de tercer partido en la cámara y de segundo en el Este, pero sale reforzada de las elecciones. Merkel sabe que tiene que prestar más atención a la situación social del Este (que lleva siendo peliaguda desde la unificación), a los miedos existenciales y las consecuencias sociales y económicas de la globalización.

No es la primera vez que la democracia alemana ha digerido partidos así. Pero para lograrlo esta vez no bastará con la denuncia política y la confrontación cultural desde los valores ejemplares de la democracia alemana. El nuevo gobierno va a tener que ser eficaz contra las causas sociales y económicas del descontento de una parte de los que protestan, haciendo política social, de integración, de apertura de nuevos campos en los que la industria y la tecnología alemanas pueda encontrar nuevas fuentes de trabajo.

¿En la calma reside la fuerza?

En su primera comparecencia, Merkel ha hablado de política industrial (acero, automóvil), sobre los problemas del mercado de trabajo en la economía digital, sobre la necesidad de mejorar la política migratoria (mediante la integración, pero también el control de las fronteras exteriores y la lucha contra la inmigración ilegal), de la necesidad de mantener la fortaleza financiera y política de la Unión Europea como factor de estabilidad internacional.

No habrá grandes diferencias en la política europea: Merkel quiere reforzar el euro con la entrada de nuevos países. Schengen seguirá existiendo, con un uso táctico político de los controles nacionales y declaraciones sobre la necesidad de reforzar las fronteras exteriores. Seguirá la presión sobe Hungría o Polonia, pero ninguna se arriesga a ser expulsada. Crecerá el gasto militar y los intentos de avanzar hacia una defensa europea, pero Europa seguirá dependiendo de la defensa estadounidense, Alemania es muy consciente de la amenaza rusa y Merkel tendrá que contemporizar con Donald Trump en espera de que unas elecciones o un impeachment acaben con su estresante inestabilidad. Puede haber nuevas formas de coordinación económica europea, quizá incluso una figura a la que identificar como ministro y hasta un presupuesto, pero no habrá la tan temida en Alemania “comunidad de transferencias” o comunitarización de las deudas nacionales. Los socialdemócratas serán más duros en su oposición frente a una atenuación de las consecuencias del Brexit, pero democristianos y liberales quieren mantener la máxima relación económica posible y facilitarán que Reino Unido siga vinculado al mercado interior.

El consenso de la república de Bonn ya no es unánime; la AfD ha liberado a un genio malévolo que costará devolver a la botella. Los grandes partidos han cedido otros 13 puntos: tuvieron más del 80% de los votos y ahora apenas superan el 50%. Pero Alemania sigue teniendo una política, un Parlamento, un gobierno y una oposición principal en los valores de la República Federal. Por eso, una Merkel serena, relajada y sonriente, puede decir que “hubiéramos preferido más votos, pero no cabe un gobierno contra nosotros (…) Vivimos en tiempos tormentosos (…) Y en la calma reside la fuerza”.

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Este artículo se publicó en la revista Política Exterior.

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