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Igual que en series de televisión como The Wire o en novelas como Cien años de Soledad, en el atasco de la AP-6 de este fin de semana encontramos una muestra de la humanidad entera. Dentro y alrededor de la caravana de coches rodeados de nieve e historias, se da una foto panorámica del ser humano que ya les hubiera gustado tomar a David Simon o a García Márquez, a pesar de que el relato de un atasco en autopista de peaje en la provincia de Segovia pueda sonar menos atractivo que los de Macondo o Baltimore.

Como en toda gran historia, en la del atasco de la AP-6 encontramos un contexto social, gente que toma decisiones y gente que las sufre como puede. El contexto en nuestra historia es el de las privatizaciones y los recortes de servicios públicos. La carretera en la que pasaron la noche atrapados por el frío miles de conductores es una de tantas en España que, pagadas con dinero público, son gestionadas con el beneficio de empresas privadas como destino fijo programado en el GPS. Siga usted recto, cueste lo que cueste, pase lo que pase. Los protagonistas que toman decisiones en nuestra historia son quienes firman esas privatizaciones de autopistas y aplican los recortes que tanto se notan cuando llegan situaciones de emergencia como esta con gente atrapada durante horas en la nieve. Los que toman decisiones tienen una estrategia para marcar el hilo narrativo cuando, para su desgracia, hay una historia que contar: repartir más culpas que sal. Truco de guion para que el espectador o el lector no sepa ya si nieva, nos mean encima con una frialdad bajo cero, o un poquito de ambas. Abertis (IBEX35), la empresa concesionaria de la Autopista del Noroeste, lugar donde se sitúa esta historia, lo seguirá siendo durante décadas, con otro nombre eso sí, cuando a finales de este mes y después de años acabe la concesión. Lo seguirá siendo a pesar de que el Gobierno, otro de los protagonistas que toman grandes decisiones que afectan a conductores pequeñitos, públicamente reparta culpas entre la empresa concesionaria y los conductores por falta de previsión. Tras armarse el follón y con los vídeos de hemeroteca –en los que los actuales dirigentes pedían las cabezas de los anteriores por una situación idéntica– golpeando más fuerte que el temporal, no esperábamos otra cosa que una buena actuación.

Como pasara en Macondo o en las esquinas de Baltimore, lo mejor en las carreteras cortadas de Segovia vuelve a ser la gente pequeña que sufre el contexto que provocan los que toman grandes decisiones. Durante las más de 10 horas que muchos permanecieron atrapados en la nieve, el ser humano emergió, como siempre pasa en las grandes historias, por encima de las multimillonarias concesiones a dedo, las empresas del IBEX que no sufren fríos recortes sino cálidos rescates y los ministros que sitúan el gabinete de crisis en el palco de un estadio de fútbol. Hubo quienes, encerrados en el atasco, ofrecieron comida, agua y calefacción a los vecinos de coche que se habían quedado sin gasolina para calentarse, sin algo que comer o que beber. Lo hicieron gratis, sin cobrar peaje por pasar al asiento de atrás. Hubo quienes, desde los pueblos cercanos, se acercaron andando a llevar comida y agua. Hasta donde sabemos, y llevándole la contraria a las leyes del mercado, ninguno de los vecinos pidió a los conductores que el bocadillo partido por la mitad o la botella de agua les fueran devueltos con intereses de empresa concesionaria. La UME también funcionó. Una unidad del ejército calificada en su fundación por el Gobierno de hoy como frivolidad –estaba diseñada para ayudar sin pegar tiros– fue la que, movilizada demasiado tarde, les sacó las castañas del frío a algunos responsables que, desde arriba, seguirán proponiendo historias en las que siempre perdamos. Al menos, sigamos jugando el papel que nos toca con una humanidad digna de Macondo.