José Manuel Naredo / economista y estadístico
“No hace falta una revolución para cambiar un modelo económico tan cutre como el español”
Gorka Castillo Madrid , 16/01/2018
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José Manuel Naredo, después de la entrevista.
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El economista y estadístico José Manuel Naredo (Madrid, 1942) se ha convertido en uno de los más acerados críticos de los gobiernos que gestionaron la expansión y explosión de la burbuja inmobiliaria en España. Su intervención en la comisión parlamentaria sobre la crisis el pasado mes de septiembre abrió ampollas en el Congreso de los Diputados, no sólo por la ferocidad de sus críticas hacia “un modelo agotado y corrupto como el español” sino porque utilizó cifras y manejó pruebas que los aludidos no pudieron rebatir. Algunos expertos le han llegado a calificar de radical, por los dardos directos que lanza al corazón “del peor ejemplo económico que ha tenido Europa en las últimas décadas”. Y lo hace sin componendas ni banderas de por medio. Autor de una veintena de libros –como Luces en el laberinto. Autobiografía intelectual. Alternativas a la crisis (Ed. Los libros de la Catarata, 2009)– y de más de 500 artículos publicados en revistas especializadas, Naredo ha sido reconocido con prestigiosos galardones como el Premio Nacional de Economía en 2000 y el Premio internacional Geocrítica en 2008. Exresponsable del servicio de análisis del Instituto Nacional de Estadística y de varios departamentos de estudio en el Ministerio de Economía y Hacienda, trabajó en la OCDE y fue vocal del Comité español del Programa MAB de la UNESCO. De ahí le viene, probablemente, su preocupación por el funcionamiento correcto de la administración pública, en la que focaliza la capacidad reguladora del libre mercado, y también su independencia para opinar, la que hoy le permite retratar al modelo económico español con tan poca piedad que provoca alguna que otra risa hueca. Acompañado de sus dos perras pastoras, Curra y Katia, cuida del hermoso jardín que rodea su casa en el centro de Madrid mientras discute que, en contra del anunciado fin de “la cultura del pelotazo”, los elementos que lo provocaron no se han desmantelado. “Siguen ahí”, recalca con un hilo de voz muy fino.
Ha participado en la comisión parlamentaria que investiga la crisis financiera, el rescate bancario y la quiebra de las cajas de ahorros. ¿Cuál era su objetivo?
Fui citado para explicar la ingeniería de la crisis e identificar las peculiaridades que tuvo porque una cosa fue la recesión internacional, con las hipotecas subprime y todos sus derivados tóxicos, y otra muy distinta lo que sucedió en España. A nuestro sistema financiero no le atrapó la tormenta como, por ejemplo, a Alemania, porque nuestros bancos no compraban productos de alto riesgo en el mercado internacional sino que pedían dinero para seguir financiando la burbuja inmobiliaria existente y para emitir sus propias hipotecas subprime. Así que en el momento en el que las entidades de crédito centroeuropeas entraron en barrera dejaron de prestar dinero a los bancos españoles y empezaron a exigirles que se lo devolvieran. A partir de entonces dejamos de ser un país atractorde capital, y rico, para convertirnos en un país pobre. La peculiaridad española es que vivimos la crisis de un sistema inmobiliario-financiero construido con el andamiaje de la corrupción, el caciquismo y la administración desleal.
Después de su comparecencia, dos ministros de Economía desfilaron ante la comisión del Congreso: Rodrigo Rato culpó a otros de la crisis financiera y Pedro Solbes apeló a su responsabilidad de Estado para evitar hablar de los riesgos que corría España.
Es que los intereses principales de este país siguen siendo las grandes inmobiliarias y la banca. Ese es nuestro modelo financiero vigente, algo muy sui generis y simple por cierto, pero que se antepone a las leyes del suelo y a las iniciativas autonómicas. Y así han conformado una oligarquía económica surgida del llamado “pelotazo inmobiliario”, un término sin traducción a otras lenguas de nuestro entorno, que se ha enriquecido gracias a las plusvalías obtenidas de las recalificaciones de suelos y de volúmenes de construcción inmensos. ¡Fíjese en las Torres de la ciudad deportiva del Real Madrid! Eso es el paradigma del modelo español, incomparable con el existente en otros países europeos donde todo es mucho equilibrado, con oferta de vivienda amplia y variada y fondos de inversiones flexibles. Aquí no. En España se pastoreóa miles de personas con indolencia para que invirtieran sus ahorros en un valor aparentemente seguro como era el ladrillo. Y no había otra perspectiva.
Parece un país gobernado por el despotismo económico, ¿no?
La especulación fue un virus que se extendió por todo el cuerpo social de este país. A los ahorradores no les quedaban muchas más opciones. Bueno sí, también podían invertir en Fórum Filatélico o en las preferentes, verdaderas estafas. Ese era el oscuro panorama.
¿Qué reformas paliativas se han acometido para que no vuelva a ocurrir?
La verdad es que no se puede hacer mucho. El Banco Internacional de Pagos de Basilea trata ahora de templar gaitas generando una serie de normativas pero la ingeniería financiera empresarial ya ha ideado cómo sortearlas. Y en esas seguimos. El problema está en el propio diseño del sistema monetario internacional que es el que fomenta estos excesos. La estructura que provocó la crisis en España prácticamente no ha cambiado nada. Aún peor, se está sobrealimentado con la liquidez creada para salir rápido del agujero que lo único que ha logrado es volver a engordar el sistema de activos financieros e inmobiliarios.
A menudo se refiere al caciquismo como uno de los grandes males nacionales. ¿Es España un país de caciques?
Es la peculiaridad de este país. Tal y como lo describió el escritor Macías Picavea hace más de un siglo, nuestro caciquismo tiene dos aspiraciones particulares: Una es dominar, no gobernar; la otra es expoliar, no gestionar. Todos los casos que están apareciendo en los tribunales, los saqueos a las cajas de ahorro y a otras entidades como el Banco Popular, cuyo presidente lidera el ránking de jubilaciones a pesar de dejar en quiebra a la institución, se ajusta al patrón de comportamiento que dibujó Picavea para referirse a la situación que se vivía en el campo a finales del siglo XIX. Un ejemplo es el caso del Banco de Florida comprado por Caja Madrid por 1.300 millones de euros cuando, en realidad, valía 600 millones. O el del canal Isabel II que adquirió una compañía por 24 millones y luego se descubrió que sólo costaba 4. Vivimos en un juego especulativo de suma cero que ha hundido a familias y a empresas de primera fila.
¿Observa alguna alternativa política capacitada para modificar esta situación?
De momento no veo que la cosa pinte muy bien porque todo el enfoque encubridor que han fabricado sigue funcionando a pleno rendimiento. Parece elemental que para que se produzca un cambio en ese paradigma, casi sociocultural, dominante en España se debería empezar por transformar la ideología económica y política del “pelotazo”, que es la que se encarga de justificar el statu quo. La democracia española no intenta igualar y homogeneizar las diferencias económicas. Y es la desigualdad quien preside las decisiones políticas que, previamente, han pasado por el aro de unas empresas donde la democracia brilla por su ausencia. Por eso decía que el caciquismo español no ha desaparecido pero es que tampoco se le combate. El ejemplo está en la justificación de las puertas giratorias que realizó Solbes ante el Congreso. Ni siquiera existe transparencia empresarial. Existen infinidad de casos que lo demuestra. Rato, por ejemplo, que quebró una entidad bancaria, acaba de fichar como asesor del Banco Santander. Y, ¿qué opina la junta de accionistas de este fichaje? En fin. Quizá, si este modelo se convirtiera en el hazmerreir público, las cosas empezarían a moverse un poco.
¿Tiene esperanza de que pueda suceder?
Pienso que desaprovechamos una buena oportunidad durante el proceso constituyente que dio paso a la Transición. Entonces se otorgó todo el poder a los partidos políticos y la consecuencia fue el nacimiento de la comisión de valores, el Tribunal de Cuentas o la organización del poder judicial. Los reguladores del sistema han sido un cero a la izquierda. En mi opinión, uno de los últimos grandes milagros que se han producido en este país es el descubrimiento de los casos de corrupción y que acaben en los tribunales. Por suerte, hemos empezado a notar el cambio generacional y ya quedan menos que procedan del franquismo.
Hoy, quien dicta las normas es el mercado libre.
Los neoliberales, dicen. Como Esperanza Aguirre que va de neoliberal por la vida y de neoliberal no tiene nada. La utopía liberal no contempla la administración desleal ni el trapicheo ni la desigualdad social ni tampoco los recortes de derechos, entre ellos, el de huelga. Es decir, todo lo que ha sucedido en España durante los últimos años. Si no fuera porque es un problema gravísimo y real, diría que el mercado libre en este país es de risa.
¿Qué le falta a España para admitir sus problemas con la corrupción?
Pues una cultura más democrática, especialmente en el ámbito local y municipal. No puede ser que un alcalde de luz verde a un megaproyecto sin encomendarse a dios ni al diablo. Y, desde luego, deberíamos cambiar el modelo inmobiliario y financiero para que el desastre vivido no se vuelva a repetir. El problema es que nadie habla de cambiarlo, pese a que todos saben que es el nudo de la corrupción. El tema es tan grave que para modificarlo tendría que hacerse un pacto de Estado.
Al menos, los políticos se han puesto de acuerdo para crear una comisión parlamentaria que analice las causas que provocaron la crisis
Sí, pero mi impresión es que todos los grupos utilizan esta comisión para tirarse los trastos a la cabeza. ¿De qué sirve que un partido culpe a otro de fomentar la burbuja inmobiliaria y ese otro se la eche al de más allá por aprovecharse de esa coyuntura para trapichear? Jamás llegarán a un acuerdo. En mi modesta opinión, sería más importante que buscaran puntos de consenso para mejorar las cosas. Para empezar, aceptando que la culpa ha sido colectiva y, sobre todo, sistémica. El modelo español no puede volver a reproducirse. En Francia, Alemania o Suiza sería imposible que sucediera algo parecido porque tienen otros modelos inmobiliarios mucho más equilibrados. En su vocabulario no existe la palabra “pelotazo urbanístico”. Tampoco hace falta hacer una revolución para cambiar un modelo tan cutre como el nuestro. Sólo haría falta mirar qué hacen al otro lado de los Pirineos.
¿No cree en la capacidad transformadora de los partidos políticos?
El mayor problema que veo es el teatro político que se ha creado y que actúa como digestor de los movimientos sociales a los que han desactivado la capacidad de organización para evitar que funcionen al margen del sistema de partidos. En otros países de Europa están más vertebrados que en España, al menos los cuerpos intermedios como el asociacionismo vecinal o el municipalismo. Estas áreas están casi sin explorar y deberían adquirir más protagonismo en los próximos años. Los riesgos también son muchos, qué duda cabe. Y entre los más peligrosos vuelve a estar ese caciquismo local sui generis que maneja tan bien el clientelismo y el miedo.
¿Quién es José Manuel Naredo?
Profesionalmente soy un economista y estadístico. Por vocación me considero un libre pensador. Disfruto con los análisis que aporten conciencia de nuestros males y no puedo contenerme a la hora de proponer alternativas que, aunque no tengan el efecto deseado, tampoco me desmoraliza.
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Gorka Castillo
Es reportero todoterreno.
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