Tribuna
Melilla, ciudad sin ley
Los derechos fundamentales están suspendidos en la población, donde florece la corrupción, la pobreza, la violencia y la xenofobia institucionales
Eva García Sempere Víctor Alonso Rocafort 24/01/2018
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¿Qué se imaginan que sucedería si dejaran al Partido Popular gobernar con amplias competencias durante cerca de 20 años seguidos una pequeña ciudad en el norte de África, apenas vinculada con la Península? ¿Qué ocurriría en una de las ciudades fronterizas más significativas de Europa que acoge asimismo diversos regimientos militares? ¿Cuál sería la situación de sus barrios más pobres? ¿Qué posición socioeconómica tendrían los musulmanes españoles de lengua y cultura amazigh que sobrepasan el 40% de los habitantes de la ciudad? ¿Cómo viviría el 15% de población extranjera de la ciudad? ¿Confiarían a este gobierno la tutela de los menores no acompañados que cada día cruzan la frontera con el sueño de atravesar el Estrecho? ¿Qué haría el PP con un presupuesto de 267 millones de euros, similar al de ciudades como Alicante, pese a tener solo 12,3 km2 y poco más de 80.000 habitantes?
Exacto. Melilla es el gran exponente de lo que significa el PP, el partido más corrupto de Europa al que Ciudadanos sustenta todavía hoy en el gobierno. Corrupción, pobreza, violencia y xenofobia institucionales, un coctel al que la lejanía ofrece aún más impunidad.
En Melilla los derechos fundamentales están suspendidos. En primer lugar para la población más vulnerable, los niños de entre 9 y 18 años que debido a la pobreza de sus hogares en Marruecos, atraídos por las historias de éxito de los migrantes que regresan, también por el endurecimiento de las políticas migratorias europeas a los adultos, huérfanos quizá, huyendo de un presente de trabajo infantil o maltrato, escapando de una sociedad de mayoría joven pero sin recursos ni libertad en la dictadura de Mohamed VI, cruzan la frontera.
No tenemos cifras oficiales de cuántos de estos chicos hay en Melilla. Tampoco las tenemos para el conjunto de España. Sí sabemos que la mayoría se juega la vida en camiones o barcos para pasar a la península. Y que a los traumas que tan duramente golpean su infancia, se suman humillaciones administrativas y un sinfín de barbaridades, violencias para las que apenas cuentan con protección de los poderes públicos. Es más, en Melilla las propias autoridades suelen ser el origen de los ataques.
¿O cómo calificarían el hacinamiento de un centro de menores como el de La Purísima, que cuenta con un presupuesto de 5 millones de euros y que da pena verlo?
El centro, que tiene capacidad para 180 menores, estos días cuenta con 465 niños registrados. El nuevo pliego de este mismo mes de enero incrementa la capacidad a 350 niños sin hacer una sola obra
Un centro con capacidad para 180 menores que estos días cuenta con 465 niños registrados. El nuevo pliego de este mismo mes de enero incrementa la capacidad a 350 niños sin hacer una sola obra. Duchas mohosas, baños con las puertas arrancadas sin las mínimas condiciones de higiene. Un personal para el que hasta inicios de año no se exigía más que el Graduado Escolar y para el que ahora piden Bachillerato o FP técnica. Apenas unos pocos menores están escolarizados, el resto permanecen en el centro. Pero, como hemos podido comprobar, no se los atiende adecuadamente. Habitaciones repletas de literas y colchones en los suelos, con comedores y aulas educativas habilitadas como dormitorios. Las paredes desnudas, frías, desconchadas. Con un cuartel militar como módulo de primera acogida que nos recibía con un rojigualdo “Todo por la patria” y, tras esa primera puerta, el escudo franquista. Bien visible. Dominante. Aquí todo va a las claras.
“Cada dos meses un Comandante del Ejército viene para comprobar que el patrimonio del cuartel permanece inalterable en su fachada. Toma fotos y se marcha”, nos dice el director. Hemos de recordar que Melilla incumple de manera flagrante la Ley de Memoria Histórica en su propio centro urbano, en cuyo puerto se conserva una campechana estatua de Franco así como una Cruz de los Caídos en medio de una de sus principales avenidas.
¿Dónde van esos 5 millones de euros para la Purísima?
Alrededor de 100 menores pernoctan al aire libre en Melilla, sin protección social de ningún tipo. Abandonados, criminalizados, no les dejan entrar ya en los centros. El propio presidente de la Ciudad Autónoma, Juan José Imbroda, los señalaba estos días como origen, junto a las ONG, de los problemas de la ciudad. Y anunciaba por Twitter que “grupos de controladores” saldrían estos días por Melilla para vigilarlos. En realidad ya son perseguidos habitualmente por bandas racistas, como nos cuentan dos de estos chicos, sin que nadie los proteja; es más, a veces –según su testimonio– lo son por policías en estado de embriaguez.
No hablan castellano y nos traducen, pero aún sin comprender se te encoge el corazón con sus gestos, tonos y miradas de niños. ¿Cómo puede estar pasando esto en nuestro país? La Asociación Unificada de Guardias Civiles (AUGC) en diversas ocasiones ha denunciado la situación de desamparo de estos menores y cómo algunos de ellos mueren al resbalar en las escolleras al intentar entrar en el puerto.
En el último mes han fallecido dos chicos tutelados por la Ciudad Autónoma en centros de su competencia. Ambos de 17 años, uno de Guinea Conakry, tras una paliza aún no aclarada en el Centro de Reforma de Baluarte, y otro de Marruecos en el Centro Asistencial la Gota de Leche, donde se encontraba tras salir del hospital por haber perdido un pie cuando trataba de colarse en un camión para cruzar la frontera. Este último menor es al que el Consejero de Bienestar Social, Daniel Ventura, insultó, señaló, denigró y etiquetó con el respaldo explícito del presidente Imbroda y su gobierno.
El Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) no queda lejos de la Purísima. También muy por encima de su capacidad, este acoge en su mayor parte familias de refugiados sirios. Como ha declarado ACNUR, el centro no reúne las condiciones para ser un centro de asilo y, cómo pudimos comprobar, gran parte de sus funciones y personal dependen de fundaciones y ONG que llevan a cabo labores que debían estar garantizadas por el Estado.
En esta ciudad sin ley que es Melilla las hogueras de migrantes en la calle forman parte de su paisaje. Una frontera con forma de media luna de la que se cuenta que fue conformada en 1859 a cañonazos, pues fue el disparo desde sus murallas la manera de resolver el perímetro de la ciudad según el convenio entre el sultán marroquí y la misma reina española que inauguró nuestro Congreso. Una ciudad a la que ahora quieren blindar el puerto, ya enrejada, asfixiada por las verjas, recorrida por las porteadoras que cargan con grandes bultos de mercancías que llevan a Marruecos. El pasado 15 de enero morían dos de ellas en Ceuta. Días más tarde, el 22, perdía la vida un hombre, también porteador, en una nueva avalancha. Más muertes en la frontera. Siempre gente pobre, siempre con responsabilidades políticas. ¿O no había aprobado el Congreso este mismo verano que el Gobierno había de tomar diversas medidas en las fronteras para evitar precisamente las muertes de porteadoras en avalanchas perfectamente evitables?
Hay también una suspensión de derechos socioeconómicos sobre la población melillense. De manera acentuada sobre la ciudadanía amazigh. Ésta, al igual que en Marruecos y Argelia tuvo que resistir la fuerte arabización impuesta, en Melilla ha de resistir el nacionalismo español más recalcitrante. Es así que su lengua, el tamazight, no se imparte en las escuelas a pesar de ser la lengua materna de tantos. No se utiliza en la Administración, no se refleja en los carteles del espacio público y no se reconoce siquiera como española. Alrededor de la mitad de la población melillense utiliza esta lengua milenaria.
La riqueza identitaria de quienes son españoles, de lengua y cultura amazigh, así como muchos de ellos también de religión musulmana, provoca no pocos cortocircuitos en las mentalidades nacionalistas más cerradas
Este nacionalismo lingüístico procede de una idea de España centralista e imperial, incapaz de aceptar que durante siglos en la península dominó el árabe y que entonces se supo convivir con otras lenguas. Desde el PP, las reivindicaciones del tamazight en Melilla se han calificado de insensatas y extravagantes. Tras la reivindicación del español como lengua común está la idea de imponerla como única. La riqueza identitaria de quienes son españoles, de lengua y cultura amazigh, así como muchos de ellos también de religión musulmana, provoca no pocos cortocircuitos en las mentalidades nacionalistas más cerradas.
Finalmente, solo en este aislado y lejano laboratorio del PP puedes encontrarte un barrio con una incineradora pegada a las casas, con los muros de una cárcel en medio de todo, frente a un parque infantil, junto a una antena de telefonía y un helipuerto. Todo a la vez, entre olores terribles y el ruido continuo de los camiones al pasar. Así es el humilde barrio del Monte de María Cristina, donde los cuadros depresivos, la ansiedad y otras enfermedades nerviosas, vasculares, gastrointestinales, están a la orden del día. Habría que preguntarse la relación entre este hecho y el que Melilla cuente con la tasa de muerte estandarizada más alta de España. Y más allá: las principales causas de muerte están relacionadas con sistema circulatorio, respiratorio, tumoral y padecimientos del sistema nervioso. También cabria preguntarse por qué la mortalidad infantil en Melilla sigue superando ampliamente la media nacional y, en 2015, llegó a triplicar esta cifra y situarse al nivel de países como Turquía o Túnez.
Y no pasa nada. En esta instalación que rompe el paisaje urbano, en pleno núcleo urbano a menos de 1 km del centro de la ciudad, se acumulan sacos de residuos de incineración en sus instalaciones, cuando no directamente los propios residuos en los momentos de parada técnica de la planta. Las cenizas y las escorias procedentes del proceso contienen sustancias peligrosas como metales pesados o sustancias organocloradas que podrían estar lixiviándose al mar, además de emitiéndose a la atmósfera. El pasado verano Ecologistas en Acción denunciaba que Melilla es la única Autonomía sin una red de medición de la calidad del aire.
Frente a esta ciudad sin ley hay sin embargo una resistencia cotidiana que construye democracia sobreviviendo en las calles desde esas amistades únicas que dan los 15 años, atendiendo a los niños que abandonó el Estado, impartiendo clase en las plazas a las decenas de menores que no escolarizan –las autoridades de la Ciudad Autónoma incumplen nuestras propias leyes, la Ley del Menor y la Convención de los Derechos del Niño, que recoge expresamente el derecho a la educación–, sacando adelante familias a pesar del paro y el abandono gubernamental. Gentes que arreglan su barrio y sus parques al margen de las autoridades, que enseñan el tamazight, colectivos que denuncian las corrupciones e injusticias de los centros, capaces de exponer otro modelo de frontera, sin vallas y sin odio. Porque hay personas que luchan para que entre una embarazada al CETI, para que en la Purísima permitan la entrada de aquel niño aterido por el frío, con su mordedura de perro visible en la pierna, al que castigaron por sobrepasar en unos minutos la hora de cierre de un centro público de pesadilla.
Hay así otra Melilla que lucha día a día por su ciudad y por quienes viven en ella, sin preguntar de dónde vienen, qué religión profesan o qué lengua hablan. Una comunidad que trabaja para acabar con la suspensión de derechos y de la legalidad que les azota, por poner en el objetivo prioritario los derechos humanos y la democracia. Gentes valientes que luchan, solo con sus manos y su dignidad, contra la Administración que los abandona y las mafias que los extorsionan. Gentes que merecen todo nuestro apoyo y calor para que su ciudad sea un espacio de encuentro que permita, desde el respeto a la diversidad, el desarrollo integral de las personas que la habitan.
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Eva García Sempere es Diputada por Izquierda Unida
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Autora >
Eva García Sempere
Autor >
Víctor Alonso Rocafort
Profesor de Teoría Política en la Universidad Complutense de Madrid. Entre sus publicaciones destaca el libro Retórica, democracia y crisis. Un estudio de teoría política (CEPC, Madrid, 2010).
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