Análisis
Las raíces neoliberales del nuevo gobierno de derechas austríaco
En el programa del nuevo ejecutivo, la desregulación del mercado va acompañada de un programa en materia de orden público, nacionalismo y reafirmación de la identidad propia frente al extranjero
Andreas Rahmatian (Social Europe) 24/01/2018
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El canciller austríaco, Sebastian Kurz, en el Consejo Ministerial de la OSCE. Diciembre de 2017.
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Poco después de que se formara el recientemente elegido gobierno austríaco de coalición entre los conservadores y la extrema derecha en diciembre de 2017, en Le Monde, en Francia, se publicó un llamamiento para boicotear a los ministros austríacos de extrema derecha, mientras el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, recibía muy cordialmente al nuevo canciller austríaco Sebastian Kurz. Este hecho difiere mucho de la poca amistosa reacción de la UE hacia el primer gobierno conservador de extrema derecha austríaco elegido en 2000. Resulta demasiado simplista decir que, desde entonces, Europa se ha desplazado mucho hacia la derecha. Más bien, la omnipresente ideología neoliberal –mejor dicho, de defensa acérrima del mercado– ha engullido a todos los partidos políticos, desde la izquierda socialdemócrata hasta la derecha demócrata cristiana, y acaba de encontrar su verdadero destino político.
El programa del nuevo gobierno austríaco ilustra bien esta evolución política, y los socialdemócratas austríacos que actualmente están en la oposición podrían haber suscrito tres cuartas partes de ese programa –de hecho, algunos de ellos llegaron a debatir la posibilidad de formar una coalición izquierda/extrema derecha. La doctrina de la defensa acérrima del mercado rechaza cualquier intervención de la política en los poderes del mercado, que al parecer operan independientemente de la intervención humana y según unas supuestas leyes naturales que los economistas intentan describir en términos matemáticos. De este modo, el deber fundamental de cualquier gobierno –aplicar la política económica de acuerdo con sus convicciones ideológicas– desaparece. Actualmente, los gobiernos se consideran a sí mismos gerentes que administran y protegen la evolución libre y sin restricciones de los mercados, y analizan sus cambios y movimientos como los cuidadores de un zoológico que comentan cómo crecen sus animales. Se espera que los gobiernos faciliten, no que gobiernen y, de este modo, cada vez importa menos si el partido político que gobierna se llame socialista, liberal, conservador o de extrema derecha.
Para mantener este sistema de desigualdad económica, y a la larga política, un gobierno debe enfrentar a los pobres contra los pobres para mantenerlos ocupados luchando entre ellos en Internet
Una política económica neoliberal necesariamente conduce a la redistribución de la riqueza de los más pobres a los más ricos, y en un aislamiento y empobrecimiento generalizados como consecuencia del funcionamiento de las reglas libres de trabas (supuestamente inmutables) del mercado y del sistema monetario y financiero. Para mantener este sistema de desigualdad económica, y a la larga política, un gobierno debe enfrentar a los pobres contra los pobres para mantenerlos ocupados luchando entre ellos en Internet o en las calles –por ejemplo, los ciudadanos pobres contra los extranjeros y refugiados. Al mismo tiempo, ese gobierno debe erradicar cualquier vestigio de solidaridad social y redistribución financiera mediante una mayor desregulación de los mercados y la introducción de recortes fiscales. El programa del nuevo gobierno austríaco hace exactamente eso (p. ej., págs. 23-24, 29-35, 41-42, 47-48, 76-77, 118, 127-146): la desregulación del mercado (reducción de la intervención estatal) va acompañada de un programa en materia de orden público, nacionalismo y reafirmación de la identidad propia frente al extranjero (aumento de la intervención estatal).
Si un ordenamiento económico neoliberal quiere permanecer bien arraigado, en última instancia debe basarse en una forma de gobierno autoritaria con indicios de formas modernas de fascismo. Los críticos tienen que ser silenciados, ya sea declarándolos expertos irrelevantes y sesgados, o mediante el empleo de la violencia como en la Sudamérica de la década de 1970, de modo que la ideología de defensa acérrima del mercado no sea cuestionada: a largo plazo esto no se puede lograr en una democracia liberal. Además, hay que mantener a la gente ocupada con relatos de miedo y lucha, de “ellos y nosotros”, “ciudadano-extranjero”, “amigo-rival”, “blanco-negro”, como en la clásica retórica nacionalista, racista y xenófoba y, de este modo, la población deja de prestarle atención a la pobreza y desigualdad crecientes. Esta retórica encaja muy bien con la defensa acérrima del mercado, puesto que ¿qué puede suponer una “competencia sana” entre todos en todos los ámbitos de la sociedad sino una lucha brutal por la supervivencia contra el competidor-enemigo? Y todo el mundo tiene que ser competidor y enemigo: la solidaridad y la compasión se convierten en actos hostiles contra la nación o el “pueblo”, es decir, consumidores atomizados disfrutando de un individualismo mercantilizado. Irónicamente, esta glorificación totalitaria de las relaciones económicas es algo que la defensa acérrima del mercado comparte con el marxismo-leninismo del siglo XX. El llamamiento francés para boicotear a los ministros austríacos de extrema derecha parece fuera de lugar: el presidente francés Emmanuel Macron es el tipo de político ejemplar que allana el terreno para la implantación de un sistema neoliberal de extrema derecha, al igual que Merkel en Alemania. Austria solo va unos años por delante. Tal y como ya observara el escritor satírico y crítico austríaco Karl Kraus (1874-1936): Austria es la estación experimental del fin del mundo.
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Este texto está publicado en Social Europe
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Andreas Rahmatian (Social Europe)
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