Julien Rochedy / Tertuliano, exmilitante del Frente Nacional
“El principal problema de la derecha en Francia es la familia Le Pen”
Guillermo Fernández / Miguel Alcázar París , 24/01/2018
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Julien Rochedy militó en el Frente Nacional francés entre los años 2006 y 2014, durante los que se ocupó principalmente de la formación de los jóvenes y, desde 2012, ocupó el cargo de presidente de las juventudes del partido. Su aspecto físico, su estilo y su forma de hablar sorprendieron a la opinión pública y le convirtieron en un personaje reconocible en el mundo mediático francés, cambiando la imagen del partido. Una de sus principales preocupaciones es lograr comunicar mejor las ideas de lo que él denomina la “derecha popular”. Ejemplo de ello es la organización de partidas de póker populares frente a los bancos franceses cuando presidía las juventudes del Frente Nacional y Francia vivía el momento más álgido del rescate bancario.
Actualmente, además de tertuliano regular en muchos medios franceses, es presentador de un programa de debate político (Le Club en TVL) que aspira a renovar tanto las ideas de la derecha más radical como el modo de comunicarlas. Esta especie de El Gato al Agua en versión francesa ha convertido a Rochedy en uno de los más importantes animadores del debate político de la derecha dura en Francia. No le faltan reproches a la familia Le Pen.
Usted militó en el Frente Nacional entre los años 2006 y 2014. Con su experiencia y conocimiento del partido: ¿cómo evalúa la campaña y los resultados de la candidata Marine Le Pen en las elecciones presidenciales de 2017?
Para evaluar los resultados lo primero que hay que entender es que en Francia hay una aspiración patriótica, identitaria y conservadora muy fuerte. Y, al mismo tiempo, que la oferta política no está a la altura de esta verdadera aspiración popular. Esto se ve bien cuando uno mira los sondeos anteriores a la campaña y los compara con los resultados electorales. Antes de la campaña las encuestas daban al Frente Nacional entre el 30 y el 35% de los votos, pero comunicando muy mal y haciendo malas elecciones estratégicas durante la campaña, el FN perdió entre 10 y 15 puntos. Lo pudimos ver durante la primera vuelta: en el mes de septiembre de 2016 Marine Le Pen llegaba al 32% en las encuestas y luego se quedó en un 21%. Y para la segunda vuelta, los sondeos le daban un 43% de los votos y al final se quedó en un 33%. Así que la conclusión natural que podemos sacar es que la oferta política que debería responder a esta aspiración patriótica e identitaria no está a la altura. Y que se revela siempre deficiente en términos de comunicación política.
¿Qué le faltó a Marine Le Pen como candidata y al Frente Nacional como movimiento?
Creo que Marine Le Pen tiene dos grandes problemas. El primero es de orden ideológico y tiene que ver con que se ha agarrado a un “soberanismo integral”, es decir, quiso hacer campaña exclusivamente sobre temas soberanistas. El origen de esto se remonta al año 2005, cuando tuvo lugar el referéndum sobre la Constitución Europea, y fue rechazado por el 55% de los ciudadanos franceses. A partir de ese momento, muchos intelectuales y políticos franceses pensaron que mayoritariamente los franceses estaban contra Europa, que la UE tenía demasiado poder sobre las legislaciones nacionales y que, por tanto, la única manera de ser mayoritarios y cambiar realmente las cosas era tener un discurso anti-europeo.
Por eso Marine Le Pen, que nunca fue muy brillante en los temas identitarios, junto a Florian Philippot (que ha sido su maestro durante muchos años) se adhirió a este discurso soberanista. Y el pensamiento soberanista tiene la particularidad de que para funcionar tiene que hablar al “soberanismo de izquierda” y al “soberanismo de derecha”. Porque hay dos tipos de soberanismo: uno que viene de la izquierda y otro que viene de la derecha. Así que el objetivo de Marine Le Pen y Florian Philippot ha sido crear un “soberanismo integral” que no se reclama ni de derechas ni de izquierdas con capacidad para atraer al conjunto de las clases populares que aspiran a tener más soberanía, más seguridad y más protección para sus intereses. El problema es que esta apuesta se ha demostrado falsa. Y era falsa desde el principio. Los soberanistas de izquierdas y los soberanistas de derechas se pusieron de acuerdo en un referéndum. Pero cuando se trata de elegir a un partido político, la gente sigue siendo de izquierdas o de derechas. Por eso era imposible que todos esos soberanistas se unieran en un solo partido.
Y si ya era difícil unirlos a todos en un sólo partido, era más difícil aún unirlos en torno a un partido como el Frente Nacional, que tiene la imagen de un partido de extrema derecha desde los tiempos de Jean-Marie Le Pen. Así que fue una mala decisión estratégica.
Yo añadiría además que los franceses critican a la Unión Europea pero no están preparados para salir de ella. Es decir, los franceses son euroescépticos pero no eurofóbicos. Critican a la UE, pero de ahí a salir bruscamente de Europa hay un paso muy grande. Sin embargo, la estrategia de Marine Le Pen estaba centrada en una salida rápida y brutal de la UE.
el objetivo de Marine Le Pen y Florian Philippot ha sido crear un “soberanismo integral” que no se reclama ni de derechas ni de izquierdas con capacidad para atraer al conjunto de las clases populares
Y, por último, la segunda razón que impide a Marine Le Pen hacer una gran campaña y ser elegida es que lleva el apellido “Le Pen” y en Francia aún quedan algunos resortes de “diabolización” que pueden ser movilizados contra ella. Y, para colmo, aunque pueda decirse que en parte Marine Le Pen logró desdemonizar a su partido, no logró darle credibilidad suficiente. Al francés de a pie cuando le preguntas no te dirá que Marine Le Pen es una “nazi” (eso ya se acabó), pero sí te dirán que no está preparada para gobernar.
Usted dice que no hay posibilidades de unir al soberanismo de izquierda con el soberanismo de derecha, pero: ¿no es precisamente esa alianza la que ha llevado a Marine Le Pen a ser muy popular entre partes del electorado muy heterogéneas?
Es verdad que esta alianza ha permitido al Frente Nacional mejorar considerablemente su implantación en el norte y el noreste del país. Pero los electorados son cambiantes. Normalmente cuando un obrero vota a Marine Le Pen se pasa a la derecha, a una derecha popular. Solemos olvidarlo, pero la derecha popular ha tenido siempre muchos votos entre los obreros. La mayoría de los obreros votaban al general De Gaulle, y no por el Partido Comunista. Cuando la derecha no es liberal sino popular, siempre tiene un anclaje obrero fuerte.
Lo que ha hecho Marine Le Pen en estos años es posicionarse en la tradición de la derecha popular. Y, por otro lado, hay que darse cuenta de que en estos momentos hay dos sentimientos dominantes entre los obreros franceses: el sentimiento de estar abandonado (por el Estado y por la globalización) y de estar perdido en este mundo, y luego también un sentimiento identitario potente. Esto se ve muy claramente en el giro hacia la derecha de los obreros franceses entre finales de los años ochenta y mediados de los años noventa. Las clases populares comenzaron a votar por el FN ya en tiempos de Jean-Marie Le Pen. Y sin embargo Jean-Marie Le Pen no tenía un programa económico de izquierdas en absoluto.
Si las clases populares comenzaron entonces a girar hacia la derecha fue porque tuvieron una reacción identitaria. Una protesta ante la idea angustiante de no vivir ya en su propio país, de no reconocer su propia casa.
Últimamente se escuchan críticas a Marine Le Pen desde todas partes, incluso entre los propios militantes del Frente Nacional. Usted que conoce bien tanto al partido como a su presidenta: ¿a qué cree que se debe todo ese ruido?
Se debe en primer lugar al desastre de campaña que hizo, y, sobre todo, a que el debate con Macron puso de manifiesto lo que Marine Le Pen es. Por eso mucha gente la rechaza ahora y piensa que no se puede ya contar con ella. No tenía demasiada credibilidad y con el debate ya la perdió toda. Y eso hace que ya no haga soñar a nadie.
En política hace falta hacer soñar. Y Macron ha sabido hacer soñar a los franceses. Marine Le Pen logró encarnar este deseo de cambio y de renovación hace cuatro o cinco años: porque era una mujer, porque ponía voz a la miseria del país y porque proponía un proyecto de país. Pero eso ya se terminó.
¿Es Marion-Maréchal Le Pen el futuro del Frente Nacional?
Estoy seguro de que podría ser una alternativa porque una mujer como ella sería capaz de representar una esperanza. Pero Marion nunca se enfrentará con su tía [Marine Le Pen]. En el fondo, lo que es trágico en Francia es que la familia Le Pen ha realizado una OPA sobre el espacio político de la derecha popular. Y aunque tenga sus virtudes, es una familia que es bastante poco querida entre ciertos sectores de la sociedad francesa. Y eso evidentemente lastra las posibilidades de una derecha popular potente en Francia.
¿Qué futuro le ve entonces a este espacio político?
Hoy en día las principales aspiraciones de la gente son la seguridad, la libertad y la protección. Hay una demanda general de un proyecto popular y conservador. Este conservadurismo latente en la sociedad francesa enlaza bien con la idea de querer salvaguardar las identidades colectivas. Así que la derecha podría crecer mezclando un discurso de libertad creíble desde el punto de vista económico y un discurso de protección de la gente de abajo, especialmente en lo que concierne a su identidad: a quiénes son y a dónde pertenecen.
Hasta que no se haga algún tipo de pacto o alianza entre la derecha política de Los Republicanos y la derecha identitaria del FN, ninguna de ellas tendrá posibilidades de victoria
El gran problema del principal partido de la derecha popular es que no logró unir las reivindicaciones de las clases medias con las demandas de las clases populares. La única vía que tenía el FN para ganar las elecciones era hablarle también a las clases medias, no estoy hablando de las élites globalizadas, sino de las clases burguesas, industriales y propietarias. Pero no se dirigió a esta gente. Le habló sólo a las clases populares.
No se dió cuenta de que las clases populares están divididas en cuatro partes: hay un sector de las clases populares que es inmigrante, y esa gente no vota por Marine Le Pen. Otro sector, ya muy pequeñito, que vota a la izquierda o a la extrema izquierda. Un tercer sector, bastante importante, que se abstiene. Y un cuarto sector que sí que podría apoyarla. El problema es que ella quería convencer a todos esos sectores de las clases populares, mientras que sólo podía aspirar a uno o, como máximo, a dos. Y dirigiéndose sólo a las clases populares y no a las clases medias y burguesas se pegó un tiro en el pie.
Hasta que no se haga algún tipo de pacto o alianza entre la derecha política de Los Republicanos y la derecha identitaria del FN, ninguna de ellas tendrá posibilidades de victoria, especialmente si enfrente tienen a un adversario como Emmanuel Macron.
¿Qué es para usted Emmanuel Macron?
Un progresista perfectamente anclado en la tradición de la izquierda liberal. Y un buen comunicador. Una de las dificultades de la oposición política en Francia es que veníamos de una presidencia tan mala con François Hollande que por comparación ahora cualquiera puede parecer Napoleón. Macron se asemeja a un espejismo: de lejos puede parecer atractivo pero cuando nos acercamos no hay nada. No hay nada verdaderamente revolucionario en su política. En términos de política fiscal, seguridad o política internacional no hay ningún cambio respecto de los gobiernos anteriores.
¿Y la izquierda de su país?
La izquierda lleva sabiendo desde hace décadas ser más atractiva que la derecha. No tienen razón, pero saben venderlo mejor. Piensa por ejemplo en cómo Jean-Luc Mélenchon está sabiendo liderar la oposición a Macron. Parece como si la derecha no existiera. En cualquier caso, sí reprocharía a la izquierda de Mélenchon una cierta falta de imaginación. Su discurso consiste en idealizar las conquistas sociales de los años 70 y 80 y sacralizarlas. Es un proyecto demasiado ramplón como para ganar.
La victoria de Laurent Wauquiez en las primarias de Los Republicanos: ¿puede abrir algún tipo de colaboración entre la derecha y la extrema derecha?
El principal problema en Francia es la familia Le Pen. Si el Frente Nacional fuera un partido normal, como lo es por ejemplo el FPÖ en Austria, este tipo de alianzas ya se habrían hecho. El escollo principal es que el apellido “Le Pen” está maldito para los medios de comunicación, para los políticos e incluso para una parte importante de la población. De modo que Laurent Wauquiez no podrá jamás hacer una alianza con Marine Le Pen, a riesgo de ser él también diabolizado.
Si el espacio de la derecha popular estuviera liderado por otra persona que no arrastrara toda la historia negra de la familia “Le Pen” entonces sí habría posibilidades. Pero de momento eso queda lejos.
¿No están precisamente Nicolas Dupont-Aignan y Florian Philippot tratando de reconfigurar ese espacio político sin la familia Le Pen?
Florian Philippot no quiere saber nada de la derecha. No le habla más que a la izquierda. Tenga en cuenta que incluso le hace homenajes a François Mitterrand o al Frente Popular. Respecto a Dupont-Aignan, él sí que es un tipo interesante, pero su partido es aún muy pequeño.
Desde un punto de vista ideológico: ¿cuál debería ser la evolución del pensamiento político de la derecha radical francesa?
La derecha debe cambiar de caras y su manera de afrontar los problemas. Porque una derecha que no habla más que del pasado, que no hace más que repetir que todo era mejor antes y que no tiene imaginación, no puede sino perder. La derecha tiene que aprender a sonreir, a pensar en positivo y a tomar las mejores enseñanzas del márketing político. Y debe dirigirse hacia los temas que le son propios. Por ejemplo, en Francia es la derecha quien inventó la ecología. Todo el mundo lo olvida, pero es así. La ecología es el bienestar de una sociedad. El buen vivir. Y es un valor fundamental de la derecha. Sin embargo la derecha no habla nunca de ecología.
Otro valor fundamental que la derecha debe recuperar es la libertad. Pero una libertad renovada que sea compatible con la protección de los humildes
Otro valor fundamental que la derecha debe recuperar es la libertad. Pero una libertad renovada que sea compatible con la protección de los humildes. Hablar de la necesidad de la autonomía individual, del coraje y de la solidaridad mutua y libre.
Sobre la inmigración, la derecha no puede ser simplemente nostálgica, sino que tiene que recuperar un pensamiento de la fuerza, de la conquista y del orgullo. Y respecto de la identidad, la derecha debe volverse más europea en el sentido de la civilización europea. Es decir, no puede limitarse a querer retornar a la Francia del siglo XIX, a una Francia sola, sino que debe ampliar su proyecto hacia la defensa de la gran civilización europea. Porque culturalmente los pueblos europeos somos hermanos.
La derecha tiene que operar una revolución en su mentalidad. No la ha hecho todavía. Pero tiene que hacerla.
En otras entrevistas usted ha hablado de que la derecha debe recuperar una idea de trascendencia…
Vivimos desprovistos de cualquier tipo de sueño hoy en día. La extrema izquierda continúa intentando hacer soñar a la gente con una sociedad socialista, igualitaria y teóricamente justa, pero eso ya no funciona porque sabemos cómo han terminado ese tipo de experimentos.
El único sueño que existe es individualista. Continúa siendo potente porque Macron ganó movilizando esta parte del imaginario moderno, pero es un sueño pequeño, alicorto y a través del cual la sociedad no irá muy lejos.
Gente encerrada en sí misma que sueña con triunfar. No puede ser. Hay que lograr recrear algún tipo de sueño colectivo. Por eso le hablaba antes de la necesidad de pensar en Europa, en el bienestar humano y en la necesidad de imaginar una sociedad que viva en armonía con su entorno, con la naturaleza y que sea capaz de respetar a su vecino, a su compañero. Una sociedad que recree algún tipo de lazo no sólo entre las personas, sino también entre ellas y su identidad: su manera de estar en el mundo, de pensar y de relacionarse con la tierra y el paisaje.
Hay un intento por parte de la derecha de reapropiarse del término “humanismo”...
La derecha, al menos la derecha popular, debe absolutamente reapropiarse del término humanismo. Y contar con los intelectuales.
Una parte de la sociedad estadounidense sintió como una amenaza la “feminización” de la sociedad y le pareció ver en Trump a un hombre con valores enfáticamente masculinos
De hecho, en una entrevista reciente valoraba usted la derechización de algunos intelectuales franceses como Michel Onfray o Jacques Sapir: ¿por qué cree que se está produciendo este giro hacia la derecha de una parte de los intelectuales más mediáticos del país?
Desde hace cuarenta años vivimos en un sueño liberal, multicultural, cosmopolita, internacionalista e igualitario. En resumen, ese sueño que nos dice que somos todos iguales: los hombres, las mujeres, las razas, las culturas. Y que todo aquello que es tradicional (la Iglesia, las comunidades, las identidades) es malo. Todo proyecto colectivo (incluso el comunista) es malo, nos dice el sueño liberal.
Lo que pasa es que este sueño está muriendo. Porque no funciona. La gente necesita raíces, necesita sentir que pertenece a una comunidad, a algo que sea más viejo que nosotros mismos. Y necesita también proyectarse en el futuro.
Los intelectuales que vienen de la izquierda está empezando a constatar esto. Por eso están cambiando. Y reconociendo que quizás no está mal tener una escuela pública en la que haya disciplina, fronteras que protejan a los países o proyectos que valoricen quiénes somos y quiénes hemos sido.
Pero, insisto, lo importante es crear un nuevo sueño, una nueva ambición.
¿Y piensa usted que hay algún movimiento internacional, ya sea Nigel Farage, Putin o Donald Trump, que esté representando esa aspiración?
No, realmente no. El FPÖ austríaco no está mal, particularmente el nuevo canciller. Es una persona joven que ha asumido los valores de la derecha y el conservadurismo popular. Sin complejos. Y con ganas de encarnar algo nuevo.
El último mandato de Putin está siendo interesante por su intento de reconciliar a Rusia con una cierta idea de trascendencia, de proyecto colectivo fuertemente enraizado.
Pero Francia tiene que encontrar su propio camino.
¿Y Donald Trump? ¿Le ha decepcionado?
Donald Trump es sintomático de algo: de una reacción popular, identitaria y particularmente masculina. Una parte de la sociedad estadounidense sintió como una amenaza la “feminización” de la sociedad y le pareció ver en Trump a un hombre con valores enfáticamente masculinos.
Trump es el producto de un hartazgo, pero no tiene doctrina propia, no tiene fondo.
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Autor >
Guillermo Fernández
Investigador en la facultad de Ciencias Políticas de la UCM. Especialista en política francesa, derecha identitaria, relato y comunicación.
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Miguel Alcázar
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