Norma brutal
Cristiano Ronaldo en la Gran Vía, donde fuimos tan horteras y felices
Ángeles Caballero 7/02/2018
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Cristiano Ronaldo ocupando el hueco que otrora (siempre quise escribir esto) ocupó Ortega y Gasset. Los brillos faciales del portugués y el cerebro del genio. La destreza con un balón, los hijos biológicos y los que no frente a la pluma. Herejía. Cualquier tiempo pasado fue mejor.
La Casa del Libro en peligro (¿hace cuánto tiempo que no vamos?) y encima sigue habiendo cola en Primark. Porque casi no quedan cines en Gran Vía, porque hay musicales pero no es lo mismo. Como tampoco lo es un tipo que hace magia y otro que hace monólogos. Ah, los tiempos en los que íbamos con monóculo y chaleco con varios libros en la mano. Ah, que no éramos nosotros.
Es fácil abrazarse de vez en cuando a la nostalgia. En mi caso es incluso inevitable, pero me estoy quitando. Mis hijos no han conocido el cine que hoy ocupa un H&M, tampoco han pisado Madrid Rock y dudo que les preocupe que un madridista vaya a hacerse un hotel, una casa o una piscina con olas en la Gran Vía.
Cerca de esa avenida madrileña, en la Plaza de Canalejas, está el Four Seasons de este marqués venido a menos apellidado Villar Mir. Yo preferiría que hubiera una biblioteca o un espacio multidisciplinar que dicen los cursis. Claro. También quiero que haya paz en el mundo y que los niños no pasen hambre y que los viejos no mueran solos. Y eso que no quiero aspirar a Miss. Encima eso, con lo que cosifica.
Yo trabajé en esa plaza cuando era un banco. Hacía los resúmenes de prensa a las siete de la mañana y tenía un jefe que olía a Allure de Chanel y una jefa con la mejor melena que he visto jamás. Una vez le llevé un sobre a Emilio Botín y me sentí listísima e imprescindible. Cuando me tocó trabajar de tarde me encantaba pararme en la Puerta del Sol antes de coger el metro y ver las luces. Era mi Times Square particular antes de bajarme a dormir a la periferia sur mucho menos iluminada. ¿Ven lo fácil que es volver al pasado?
Mis padres iban a la Gran Vía a tomarse un café y unas gambas a Nebraska. Eran tiempos en los que las cosas iban mejor y subir a la capital era un rasgo de éxito inequívoco. Mi madre llevaba unas gafas de sol y tenía cintura de avispa. ¿Ven? Volví otra vez a saltar en el tiempo.
Esta mañana un amable vecino (es un decir) nos despertó a eso de las cuatro de la mañana. Su televisión sonaba en mi oreja como si fuéramos nosotros también protagonistas de las película que estaba viendo, llanto de niño incluido. Me fui al salón sin grandes esperanzas de volverme a dormir y con aún menos expectativas de lo que estaría emitiendo la televisión a esas horas. Tras unos minutos viendo el final de Crímenes imperfectos (otro de mis vicios del pasado) acabé viendo un documental sobre la movida madrileña.
Ágatha Ruiz de la Prada hablaba de los desfiles de entonces, de cuando Manuel Piña era Manuel Piña y Adolfo Domínguez vestía a los de Corrupción en Miami, de cuando la moda española era más que Inditex y Mango, de cuando éramos más libres y más audaces. De cuando nadie llevaba mechas sutiles, de cuando la raya del ojo ocupaba al menos un centímetro de grosor en el párpado, de cuando Ouka Lele no tenía patas de gallo, de cuando en Arco se hablaba de arte y no de dinero. De cuando éramos más cultos y más modernos.
“¿No crees que lo están idealizando un poco?”, escuché en el salón. Entonces la voz en off empezó a hablar de las drogas y de una generación diezmada, empezó a hablar de una enfermedad llamada Sida que convirtió a muchos en apestados. De la campaña publicitaria del Sí da, No da. Y entonces esa misma voz le dio paso al cantante Jaime Urrutia. Urrutia habló de lo bien que se vivía vendiendo discos a montones y con montones de conciertos a finales de los ochenta. Hasta que llegó la crisis posterior a la orgía olímpica y los que pagaban esos conciertos, que no eran sino los ayuntamientos, cortaron presupuestos y la cosa cambió. “Claro, hasta entonces la gente no concebía tener que pagar por ir a un concierto”, dijo.
Es bueno aferrarse al pasado, pero sólo un rato. A mí la nostalgia me duró hasta los títulos de crédito del documental. Entonces me acordé de mis fotos con hombreras de nadadora en esos ochenta, de lo mucho mejor que estoy ahora. Y eso que no tengo un ático en Gran Vía. Pero me volví a dormir.
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Ángeles Caballero
Es periodista, especializada en economía. Ha trabajado en Actualidad Económica, Qué y El Economista. Pertenece al Consejo Editorial de CTXT. Madre conciliadora de dos criaturas, en sus ratos libres, se suelta el pelo y se convierte en Norma Brutal.
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