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David Sánchez Usanos
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"La filosofía y la literatura se encuentran en una situación terminal", sentencia David Sánchez Usanos (Madrid, 1978) en su flamante libro A tres versos del final (Siglo XXI, 2017). Aunque, como advierte el profesor del departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid sobre las disciplinas de las que es fanático, hemos de ser "cautos antes de deshacernos por completo de algo que otras épocas consideraron admirable". Predicando con el ejemplo, y entrando en la faena con una pluma delicada, se sirve de ambas disciplinas –literatura y filosofía– para avanzar por las enrevesadas dinámicas que componen el momento histórico presente, esas que aparentemente limitan nuestra capacidad para imaginar alternativas.
A lo largo del libro, Nietzsche, Kafka y Hemingway aparecen como tres figuras importantes que, según el autor, ensayan distintas reacciones para recobrar esa capacidad de actuar y luchar que parecen neutralizadas en la actualidad. "Confianza en un nuevo tipo de hombre y de lenguaje capaz de soportar esta circunstancia, una especie distinta que puede adaptarse a este nuevo medio ambiente (Nietzsche), la aceptación fatal y comedida de lo que hay entregándose a una transcripción lo más exacta posible (Kafka) y la negación adolescente, la refutación clarividente y melancólica (Hemingway)".
Sánchez Usanos hace uso de algunas de las lecciones de estos tres autores para pensar sobre la encrucijada en la que nos encontramos ante las sucesivas respuestas que aquí simplemente se despliegan. Existen, sin embargo, algunas cuestiones sobre la realidad digital más inmediata que en ocasiones son pasada por alto en detrimento de un sentimentalismo que sobrevalora el poder del ideal y que roza el nihilismo.
Usted habla de una cierta tendencia hacia "el agotamiento en la literatura y en la filosofía" para justificar la elección de estos tres autores...
Lo del agotamiento, más que una tendencia, diría que es algo parecido a una atmósfera, a un estado de ánimo propio de nuestra época que detecto también en esos autores que selecciono. Este cansancio generalizado tiene que ver con la tan mentada "muerte de Dios", con la sospecha de que no hay otro mundo ni otra vida y con la sensación de que no hay nada que hacer. La desaparición de cualquier ámbito trascendente convive con un individualismo extremo y con la experiencia de que estamos inmersos en procesos que no controlamos, atrapados por dinámicas artificiales en las que no nos reconocemos y a las que no terminamos de ver el sentido. No creemos en nada, solemos estar a la defensiva y desconfiamos de cualquier propuesta colectiva. Con este libro interpreto a Nietzsche a Kafka y a Hemingway como síntomas de esa sensación de final, pero ello no significa, por mi parte, que los reduzca a meros síntomas, pues creo que se trata de autores capitales que tienen valor en sí mismos y que pueden ser leídos desde múltiples perspectivas sin que ninguna los agote. Creo que ellos experimentan esa conciencia de fin de época respecto a su propio tiempo y también respecto al género en el que se inscriben (filosofía, literatura), y por eso pienso que, además de importantes, son representativos. Con esto quiero decir que el desfondamiento contemporáneo, el carácter espectral que a veces parece tener la realidad contemporánea, también se podría haber analizado a partir de otros autores u obras. Pero, además de excelentes representantes de ese "mal de ánimo" –por decirlo como Camus–, de esa cosmovisión tan mortecina y tan actual, Nietzsche, Kafka y Hemingway han sido muy importantes en mi vida, y quería que este libro fuese genuino, fiel respecto a lo que he vivido y a lo que he sentido.
Además, en el caso de Hemingway sentía una especie de deuda que va más allá de lo personal, pues tengo la sensación de que es un autor poco leído –o mal leído– y poco trabajado por los estudios literarios, especialmente en lengua castellana. Me gustaría pensar que A tres versos del final puede contribuir mínimamente a valorar un poco más a Hemingway por sus méritos literarios.
creo que asistimos al ocaso del intelectual público y que, en su lugar, nos encontramos con otras figuras que a menudo se mueven en un territorio dominado por la mercadotecnia y el oportunismo
¿Podría resumir brevemente cuál es el temperamento del intelectual de nuestra época?
Lo cierto es que es una cuestión que me resulta extraña, pues, como indico en la parte final del libro, creo que asistimos al ocaso del intelectual público (algo, por lo demás, en lo que han insistido otros autores) y que, en su lugar, nos encontramos con otras figuras que a menudo se mueven en un territorio dominado por la mercadotecnia y el oportunismo; desde el punto de vista emocional, ahora que la cuestión parece estar tan de moda, diría que oscilamos entre la melancolía y el cinismo. Me acuerdo de unos versos de una canción de Lagartija Nick, Satélite, que vienen muy al caso: "Oigo cantar a Buda / filosofía y corrupción / en los ojos la locura / por lo que Warhol prometió".
A propósito de ese ocaso del intelectual público, usted analiza el caso de Slavoj Žižek. Decía Walter Benjamin que "la última fase de una figura histórica es su comedia". ¿Cabe eso para la práctica filosófica vinculada a la disidencia o a un cierto carácter verdaderamente antisistema?
Me gustaría comenzar diciendo que he tenido la suerte de tratar personalmente a Slavoj Žižek y he de decir que es una persona educadísima, de trato muy fácil y tremendamente inteligente y gracioso (características estas últimas que no es raro encontrar juntas). En el libro me ocupo de su dimensión pública y hablo de él como 'caso': quizá sea lo más parecido que tenemos hoy a un intelectual público de alcance global relacionado con la filosofía, de modo que analizando el "fenómeno Žižek" quizá entendamos un poco más cuál es la posición de la filosofía en la actualidad. No me quiero extender aquí demasiado al respecto, sólo recordaré algo que digo en el libro: su éxito resulta incomprensible sin la academia y sin el mercado. Me parece que ha aportado cosas interesantísimas a propósito de la cuestión de la ideología y, como decía, me parece un tipo muy agudo y nada banal, pero me distancian de él varias cosas (por ejemplo, políticamente me siento más próximo al pensamiento libertario y, respecto a su estilo, me parece que abusa de la jerga universitaria).
En cuanto a la práctica de la filosofía como tal, creo que desde un punto de vista estrictamente disciplinar no atraviesa sus mejores días, que se ha vuelto demasiado escolástica y bizantina, pero eso no quiere decir nada respecto al futuro. Es verdad que el panorama actual parece una mala comedia de situación (a veces sólo faltan las risas enlatadas), pero eso no afecta sólo a la filosofía: todo lo relacionado con la política de partidos parece una astracanada.
Creo que la filosofía siempre tiene que ver con una toma de distancia, con un cuestionamiento general y con un análisis de lo que sucede en cada momento histórico; como todo ejercicio de resistencia quizá ahora parezca algo más difícil, pues uno no sabe bien cómo salir de esta malla que todo lo cubre, pero no queda otra que seguir intentándolo.
Señala en relación con Nietzsche que la inteligencia y el análisis ya no son herramientas para salir de la trampa en la que se ha convertido la época actual. Por otro lado, reflexionando sobre Hemingway, habla usted de una "escritura de escaparate" y de la pose del escritor. ¿Cuál cree que es la conexión entre ambas ideas y cómo cree que ha influido en las generaciones intelectuales venideras?
Lo de la inteligencia y el análisis tiene que ver con lo que decíamos antes a propósito de la supervivencia: no parece que confieran una especial ventaja en nuestro mundo, no al menos en lo que respecta a la salud, la felicidad o la integración social. Lo de la pose y Hemingway es más complejo de lo que podríamos tratar aquí, pues el propio Hemingway "ejercía" de escritor constantemente.
En cuanto al 'escaparatismo' actual, pues me parece una evidencia en la que no sé si tiene mucho sentido insistir demasiado: nuestra época parece dominada por la imagen y por la autopromoción constante, por el envoltorio y el impacto más que por el contenido, pero tampoco hay que desesperar: de cuando en cuando siempre pasan cosas que merecen la pena y que suponen algo parecido a una revolución. No sé si podemos hablar de "generaciones intelectuales", pero en lo que respecta al narcisismo y a la pesadez de las redes sociales he de decir que no creo que se trate de una cuestión generacional: hay catedráticos cincuentones obsesionados con ser influyentes a toda costa y jóvenes con mucho talento que son de lo más discreto. No me parece que el dichoso 'postureo' sea algo imputable exclusivamente a los jóvenes (tampoco querría sacralizar la juventud ni la adolescencia: algunas de las personas más libres y desprejuiciadas que he conocido en mi vida tenían más de setenta años).
En otro orden de cosas, señala usted que "la oficina en cierto modo determina nuestra cosmovisión con independencia de que hayamos trabajado en una o no". ¿Cómo contempla entonces que, fruto del poder de la industria tecnológica, nuestro móvil se haya convertido en una oficina, alterando totalmente las relaciones productivas?
Bueno, creo que no hace sino reforzar esa tesis. En La ética protestante y el espíritu del capitalismo de Weber se habla de que el protestantismo, con las reformas que impulsó, en cierto modo derribó los muros del convento… a costa de convertirnos a todos en monjes. Creo que la analogía funciona respecto a la oficina: asistimos a una mercantilización general de la experiencia, algo que afecta desde luego a las relaciones laborales pero que va mucho más allá de ellas; todo el mundo está comprando o vendiendo algo, buscando rentabilidad, rendimiento, midiendo, calculando. Es algo que se filtra en el lenguaje cotidiano y a lo que contribuyen las presuntas tecnologías de la comunicación y que personalmente encuentro tan cargante como agotador. Ahora todas las relaciones parece que tengan que ser relaciones productivas: la oficina no cierra jamás.
no creo que la cultura nos subordine a nada; la cultura expresa necesidades y también contribuye a satisfacerlas y a generarlas; lo mismo que la tecnología
Si esta cultura nos subordina a "dinámicas artificiales", donde parecemos meros autómatas, ¿cree en la posibilidad de que alguna máquina inteligente alcance una eficiencia absoluta que culmine ese "mundo administrado" del que hablaba Kafka?
Me gustaría insistir en el carácter impersonal de esas dinámicas, pero, en cualquier caso, no creo que la cultura nos subordine a nada; la cultura expresa necesidades y también contribuye a satisfacerlas y a generarlas; lo mismo que la tecnología, por cierto. No creo en la neutralidad de la tecnología, pero tampoco veo al hombre como una entidad pasiva que se deje moldear, es todo más complejo. Sin duda podemos avanzar aún más en la cosificación de la experiencia y la tecnología puede contribuir a ello, pero no vale la pena entregarse al fatalismo: siempre tendremos una carta que jugar, dependemos de nosotros mismos, lo cual puede ser terriblemente descorazonador si pensamos que este mundo es exactamente el que queremos que sea.
Me pareció muy sugerente la idea de que "los oráculos han cambiado de lugar". ¿No podríamos apropiarnos de ellos para ver más allá y salir de las dinámicas actuales?
La frase es de un autor por el que siento devoción, Ricardo Piglia, y tiene que ver con la novela moderna y su relación con la tragedia; está en su Teoría del complot. Se refiere, en principio, a un debate literario del que podemos extraer consecuencias que van más allá. La cuestión del destino y su relación con lo literario y la experiencia humana es tan fascinante como inabordable aquí. A propósito de la tecnología y su aspecto amenazante, no se me ocurre mejor referencia que esa escena de Terminator 2 en la que Sarah Connor (interpretada por Linda Hamilton), acuciada por las pesadillas del futuro, graba con un cuchillo en aquella mesa de madera lo de "No fate" ("No hay destino").
Por último, si parece que no nos estamos alejando alegremente del pasado, ¿de qué forma podemos, al menos, reapropiarnos del presente, ser soberanos del instante vivido?
No tengo recetas concretas para esa soberanía de la que hablas, salvo el autoconocimiento y el ejercicio de la libertad. Creo que nadie nos va a salvar de nada: estamos solos y el mundo será en buena medida lo que nosotros hagamos de él; de modo que hay que actuar en los ámbitos que podamos, hacerlo sin esperar nada a cambio, por amor, si quieres. Siento si esto suena cursi, pero lo creo firmemente: los actos que escapan al cálculo y a la rentabilidad siempre son los más revolucionarios, nada ni nadie puede controlar eso. Creo en la educación, en la amistad y en los actos desinteresados; hay crueldad y cinismo en el mundo, qué duda cabe, pero, afortunadamente, no sólo hay eso y está en nuestras manos cambiar las cosas, aunque sea una pequeña parte.
Por volver a lo de los oráculos, cada vez encuentro más sentido a aquellas dos inscripciones que figuraban en el oráculo de Delfos: "Conoce tus propios límites", y "Nada en exceso". Creo que forman una unidad y las interpreto como una tarea, como un precepto existencial que también puede tomarse en clave sociopolítica. Me gusta combinarlas con una tercera sentencia, esta vez de Tucídides; es una frase maravillosa que conocí gracias a otro autor que me encanta, Cornelius Castoriadis; la frase en cuestión dice lo siguiente: "Hay que escoger: descansar o ser libres".
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Ekaitz Cancela
Escribo sobre política europea desde Bruselas. Especial interés en la influencia de los 'lobbies' corporativos en la toma de decisiones, los Derechos Humanos, la desigualdad y el TTIP.
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