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“Tengo una familia mu bonica”. Fueron las primeras palabras de Rozalén el pasado lunes 16 de abril en el Teatro del Barrio, en el último Fuera de Contexto. La cantante manchega se soltó, el pelo y la lengua, y contestó a todo. Dijo que la economía le parecía una cosa muy difícil, que había suspendido en el colegio, pero tiene en su cabeza de melena pelirroja los números que le importan: lo que cuesta un teatro, las familias que comen gracias a su trabajo, los derechos de autor...
En su mundo, el de la música, asegura, las mujeres siguen siendo minoría. Y aunque en los festivales mucha gente está pendiente de la presencia de mujeres en los carteles, son pocas, muy pocas. “He sufrido machismo porque sí, porque eso es ser mujer. Cualquiera puede y tiene que opinar sobre tu físico porque tenemos tetas y culo. Pero a la vez, en muchos contextos ese hecho se resalta, porque a veces soy la única mujer entre los hombres, y me siento valorada”, dice.
Los machismos más salvajes, que cuenta en algunas de sus canciones, los ha vivido en sus relaciones, especialmente en una, porque vivió la humillación en casa “de una manera muy bestia”. “Y fíjate que me licencié en psicología y me especialicé en psicología de género. Me sabía muy bien la teoría pero hasta que no lo viví en mis carnes no lo aprehendí”, aclara. Afortunadamente hay una generación de mujeres respetadas aunque quede mucho trabajo por hacer. “Cantando hay que hacer callar a algunas boquitas”, señala con un acento manchego del que no solo no se desprenderá, sino que acabará contagiando al respetable.
Rozalén habla del 8M. De si hubo hubo un antes y un después y de cómo se continúa con el movimiento que paralizó parte de un país un día frío de marzo. Cree que no es más que la evidencia de que algo está pasando, porque se habla del tema y le parece maravilloso. Tampoco teme que el feminismo sea una moda. Porque dice que no tiene nada de malo que se pongan de moda “las cosas buenas”.
Lo que ocurrió ese día, opina, hizo a la gente reflexionar y darse cuenta de que el feminismo es algo de cajón, algo inherente a cualquier ser humano con dos dedos de frente. “Hoy sería impensable decir que los blancos somos mejores que los negros, como decir que los hombres son mejores que las mujeres. Pero tenemos que seguir reeducándonos. Porque vengo de una cultura machista y de vez en cuando se me escapan comentarios, por ejemplo del aspecto de alguien.
Que se ponga lo que quiera, ¿no? Todos tenemos que mirarnos adentro. En mi casa mi abuela decía, ‘venga que las chiquillas quiten la mesa’, y mi hermano se quedaba quieto. Eso hoy no no pasa, pero tenemos que reeducar a nuestros mayores”, cuenta. Y a pesar de todo valora que los mayores, nuestros mayores, se hayan lanzado a las calles a reivindicar su dignidad. “Ellos ya saben mucho de luchar porque ya lo hicieron. Las pensiones de los mayores son nuestras pensiones de dentro de nada, tenemos que salir a la calle con ellos”, comenta.
La memoria histórica
Toca echar la vista atrás para que cuente el episodio de su abuela con Miguel, un joven vasco que llegó a su pueblo, Letur, en Albacete, en los años sesenta. Coge el micrófono, cruza las piernas y se toca el pelo, porque lo que va a decir es, para ella, un relato con un valor incalculable para los suyos. “Es una historia que tengo que contar muy bien porque me he dado cuenta de que es un tema muy delicado”, comenta. Viajamos a 1968, antes de que la banda terrorista ETA empezara a matar, cuando un montón de jóvenes vascos les ficharon, dice, por pensar diferente, por repartir panfletos. “Los metieron en la cárcel, los torturaron y los desterraron. Miguel llegó a Letur, el pueblo donde yo me he criado, en la sierra del Segura en Albacete. Nadie sabía lo que era ETA, lo pasearon por todo el pueblo y nadie lo acogió, y quiero dejar claro que yo no sé si acogería a un detenido”, cuenta. Su abuela lo hizo, pensando si ese joven, Miguel, fuera uno de sus seis hijos. Por supuesto fue muy criticada en el pueblo, “se te ha ido la cabeza”, le decían. Pero a los tres meses Miguel se había metido en el bolsillo a Letur. “Hace unos meses en mi concierto en Donosti se me acercó un señor muy vasco y me dijo que era el hijo de mi abuela y me contó la historia. Le escribió hace poco una carta a mi abuela, una carta muy bonica. Esa abuela que cree en la generosidad, en la no venganza, en la empatía”, dice.
Toca hablar de la canción Justo, en homenaje a su tío-abuelo, en la que escribe cosas como “calla, no remuevas la herida, llora siempre en silencio, no levantes rencores”… Porque un hermano de su madre fue al frente en 1938 y no volvió, pertenecía a la Quinta del Biberón. “Lo que me ha pasado con esta historia es como de cuento, yo he vuelto a creer en cosas”, dice. Se obsesionó hasta el punto de soñar con él y sentir que es un fantasma que la acompaña.
Escribió una canción antes de plantearse su búsqueda, y eso que su padre le aconsejó que no removiera la herida: “Pero ponte en el lugar de mi abuela, o de su madre que gritó “me lo habéis matao”. Te pones en la piel de alguien que no le puede llevar flores a un ser querido
y encima me encuentro a Emilio Silva (presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica) me pidió los datos y encontramos la fosa en Arganda del Rey. Mi abuela, que no sale del pueblo, nos pidió que la lleváramos a Arganda”. Siempre hay flores allí, dice, y le llevará cada 14 de abril.
Libertad de expresión
Aunque dice que no sabe muy bien ni lo que opinar, al hablar de libertad de expresión lo tiene tan claro que dice que “está la cosa fea, se nos está yendo de las manos”. Porque asegura que siente miedo de cosas que ha escrito y que, revisadas hoy, alguno creería que son merecedoras de cárcel. “Ahora, cuando escribo, le doy 50.000 vueltas a las cosas para que no moleste a nadie. Están consiguiendo que no seamos libres al escribir. Yo no me siento libre, y desde hace tiempo”, aclara. Por eso teme que en el arte se pierda la libertad, porque estaríamos perdidos. “Antes nos podíamos reír de nosotros mismos, que es una cosa sanísima, y ahora hay una susceptibilidad... Mira, es que soy de Albacete, y allí el humor lo llevamos por bandera. Y es tan bueno… porque el humor nos salva”, añade.
El fin de fiesta fue memorable: cantaron La Mare y María Ruiz, colegas de Rozalén en el colectivo Arte Muhé, y cerró la artista manchega con La puerta violeta y los coros de sus amigas. Mucho arte, mucha mujer.
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Autor >
Ángeles Caballero / Willy Veleta
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