En el Estado español existen más de 1.200 embalses. Para dimensionar bien lo que significa esa cifra solo se necesita compararla con lo que ocurre en otros lugares del mundo: somos el quinto país del mundo en número de embalses y el primero de la Unión Europea. Y el territorio español no está especialmente más poblado ni es más extenso que el resto. ¿Qué nos ha llevado a esta situación? En principio, el clima mediterráneo, que se caracteriza por la escasez de precipitaciones en los momentos de mayores temperaturas. En la península Ibérica la irregularidad del agua disponible siempre ha sido notable y cada vez es mayor por los efectos del cambio climático. Así que, para mantener una elevada disponibilidad de agua de forma continua, en el siglo pasado se produjo el “boom de los pantanos”. Fue entonces cuando comenzaron a construirse en gran número, especialmente para satisfacer la demanda del regadío que ahora representa más del 80% del consumo de agua en el país.

Está en peligro un ecosistema de gran valor ecológico

La proliferación de embalses se ha cobrado un precio muy alto: son infraestructuras que generan graves daños ambientales, sociales y culturales. En el medio fluvial interrumpen la circulación natural del río, así como de la flora, la fauna y los sedimentos. Los efectos son notorios tanto aguas arriba como aguas abajo del dique, llegando incluso a la costa en algunos casos. Un buen ejemplo de ello es el retroceso del delta del Ebro. Los sedimentos que deberían mantener el delta no llegan a la desembocadura porque son retenidos por las decenas de presas construidas en este río y en sus afluentes. El resultado es que el mar está avanzando sobre el delta y, en consecuencia, está en peligro un ecosistema de gran valor ecológico.

Pero los efectos de un embalse no se limitan al medio natural, sino que también afectan a las personas, a nosotras. Es habitual que en los terrenos inundados se encuentren núcleos urbanos cuya población tiene que emigrar, perder su lugar de origen y de residencia. También se pueden ver afectados suelos dedicados a agricultura o ganadería, con la consiguiente pérdida del sustento para las personas que lo trabajan. Otro gran perjudicado es el patrimonio cultural. En el último otoño, con un bajo nivel de agua en los embalses, afloraron pueblos, iglesias románicas y puentes medievales que habían quedado bajo las aguas en el pasado.

Si el número de embalses es enorme y cada uno de ellos causan grandes impactos, sería lógico que su construcción estuviera muy bien justificada, que no hubiera otra vía para que la población dispusiera de agua potable. ¿Es así? ¿Todos ellos cumplen su función y los objetivos por los que fueron construidos? En Ecologistas en Acción hemos comprobado que no. Hemos realizado un estudio que ha localizado y caracterizado quince ejemplos de lo que hemos denominado “Fracasos hidráulicos”: pantanos que no acumulan agua, o mucha menos de la prevista, por diversos motivos. En algunos casos, fueron planificados sobre terreno permeable o en ríos con caudal insuficiente. En otros tienen defectos de construcción graves. Independientemente de las causas, sale a la luz la falta de planificación a la hora de construirlos. Y este problema se da en toda la península. Los casos incluidos en el informe de Ecologistas en Acción como fracasos hidráulicos se encuentran en Aragón, Andalucía, Cataluña, Castilla-La Mancha, Castilla y León, la Comunidad Valencia y Madrid.

La solución que encuentra la organización ecologista a esta situación es la demolición del dique y que se desarrolle un plan de restauración del medio que se encuentra ahora inundado. Los embalses son infraestructuras muy costosas económica, ambiental y socialmente. Si una de ellas no está cumpliendo con su función, revertir la situación, devolver el ecosistema a su estado original, es lo mínimo que se puede hacer.

En el contexto de cambio climático que vivimos, tener miles de embalses no nos asegurará que dispongamos del agua que necesitamos para unas demandas que no paran de crecer. Una mejor planificación de la gestión del agua, en la que no prime el regadío independientemente de la cuenca y el clima, podría hacer que no pensáramos en los pantanos como solución a la escasez.

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Natalia Funes Casalvázquez es Coordinadora del área de Agua de Ecologistas en Acción.