El Mentidero
Vacaciones en Sant Esteve de les Roures
Jonathan Martínez 28/04/2018
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Todo comenzó en la florida imaginación de un guardia civil o tal vez en un error de copia de los escribanos del diario El Mundo. Es cierto que los informes policiales forman un género literario poco apreciado, pero en ocasiones, es justo reconocerlo, nos deparan algunos hallazgos memorables. En un atestado de la Benemérita, informa El Mundo, un votante enfurecido del municipio catalán de Sant Esteve de les Roures la emprendió contra la policía durante el referéndum del pasado 1 de octubre. Esta localidad protagonizó "algunos de los episodios más agresivos" de la jornada, entre ellos la conducción temeraria de un motorista que, por lo visto, intentó arrebatar el material antidisturbios a los tripulantes del barco de Piolín. El relato resultaría convincente si no existiera al menos una tímida objeción: Sant Esteve de les Roures no existe.
Algunos internautas, decididos a paliar esta clamorosa carencia geográfica, han reconstruido en las redes sociales toda una infraestructura institucional, mediática, empresarial y asociativa. Ahora Sant Esteve de les Roures cuenta con un ayuntamiento capitaneado por el muy ilustre y sedicioso Josep Orni, que en una entrevista a Catalunya Ràdio confesaba unas disparatadas cifras de afluencia turística en el pueblo. Sant Esteve de les Roures tiene cuerpos policiales, cadenas de televisión, casino, club de esgrima, festival de cine y orquesta sinfónica. Por sus calles patrulla un sereno mientras el equipo de curling entrena a pocos metros del club de ganchillo. La comuna hippie vegana se enzarza en una disputa dialéctica con el grupo anarcosindicalista bajo la mirada inquisidora de la Asociación de Talibanes Ortográficos. En Sant Esteve de les Roures hay incluso una réplica exacta de mí mismo, un tipo igual que yo que repite mis frases pero habla catalán y calza barretina. El muy cabrón.
Sant Esteve de les Roures tiene cuerpos policiales, cadenas de televisión, casino, club de esgrima, festival de cine y orquesta sinfónica
No todo el mundo lo recuerda, pero hace ahora nueve años el juez Baltasar Garzón ordenó a la policía que vigilara un acto político imaginario en el no menos imaginario municipio vasco de Arralde. La asociación Dignidad y Justicia, entretenida ahora en la quema de brujas tuiteras, devoró entonces el anzuelo de un cartel satírico basado en la serie de televisión Goenkale. No me cuesta trabajo adivinar la expresión de desconcierto de la policía al inspeccionar su mapa vascongado en busca de un delictivo escenario de telenovela. Todavía se me cae una sonrisa cada vez que recupero la noticia del ABC, que jura que se celebró "una comida y una manifestación de apoyo a los presos de ETA en la localidad guipuzcoana de Arralde". Por eso reclamo el hermanamiento de Arralde y Sant Esteve de les Roures, pero también llamo a la fraternidad con todos los demás lugares imaginarios que nos ha regalado el ingenio humano.
Siempre quise compartir un café con Gabriel García Márquez en una calle de Macondo, cabalgar junto a Juan Rulfo entre los zombis de Comala, merodear por la Santa María de Juan Carlos Onetti o por la Santa Teresa de Roberto Bolaño. En mi memoria, el condado de Yoknapatawpha no es el territorio improbable de las novelas de William Faulkner, sino un retazo verídico de la historia de la Guerra de Secesión y de los esclavos negros en las plantaciones del Mississippi. Busco una agencia de viajes que venda paquetes turísticos con vuelo low cost a Liliput, alojamiento en el Hotel Lemuel Gulliver y visita guiada junto a un minúsculo intérprete nativo. En algún momento frecuenté Narnia y Mordor y el País de las Maravillas pero creo que elegiría el territorio mágico de Oz como segunda residencia. Me pregunto qué sistema de gobierno regirá hoy en la ínsula Barataria que Alonso Quijano prometió a Sancho Panza. Me pregunto qué clase de universo encantado esconde la cueva de Montesinos.
hace ahora nueve años el juez Baltasar Garzón ordenó a la policía que vigilara un acto político imaginario en el no menos imaginario municipio vasco de Arralde
La cartografía hospitalaria de los mundos ficticios nos ofrece un espacio para descubrir quiénes somos, un laboratorio para la sátira y la fantasía, un espejo deformante en el que proyectar nuestros temores y nuestros deseos. Hace casi cincuenta años, Italo Calvino concibió un repertorio de ciudades imposibles, cada una con un nombre de mujer, dotadas todas ellas de arquitecturas psicotrópicas y nebulosos habitantes en los que es imposible no reconocernos. Las ciudades invisibles recoge el delirante relato de viajes con que Marco Polo entretuvo al emperador Kublai Kan. En la ciudad de Cloe, los transeúntes se cruzan en la calle sin saludarse pero imaginan cómo serían sus encuentros. Unos largos zancos sostienen en el aire la ciudad de Baucis y sus habitantes prefieren no bajar a la tierra. Los amantes clandestinos de Esmeraldina no conocen la rutina porque la ciudad se enmaraña en un intrincado laberinto de galerías, escaleras y canales. La ciudad de Tecla vive en construcción permanente, sostenida por andamios, apuntalada por vigas que apuntalan otras vigas. Ersilia es una telaraña de hilos que delatan las relaciones entre las personas. Leonia es cada mañana una ciudad recién lavada y recién planchada pero vive acorralada por su propia basura.
Entretanto, en ciudades que sí existen, la realidad nos noquea con noticias tan extravagantes que parecen inciertas. La presidenta defenestrada que mangó dos cremas en un hipermercado de Puente Vallecas. El sargento de Altsasu que fue apaleado por una turba terrorista pero se pavonea impoluto en los vídeos de la defensa. Las violaciones por turnos que en la cabeza de algún magistrado se convierten en inofensivas efusiones de lujuria. Y dan ganas de exiliarse a Sant Esteve de les Roures o a Arralde o a Hogwarts o al país de Nunca Jamás. Dan ganas de pedir asilo político en cualquier rincón imaginario de cualquier mundo imaginario donde la justicia sea justa, la libertad sea libre y la democracia democrática. Si no es mucho pedir. Si no es mucho imaginar.
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