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La proporción áurea corresponde al número 1'618. Es la proporción del Partenón. Puede parecer, por tanto, un número arbitrario. Pero también es la proporción de un brazo, de un rostro, de un cuerpo, de la concha de un caracol, de la Galaxia. Contemplar cualquier realización en esa proporción es algo trascendente. Da placer, un hecho tan trascendente como su contrario, el dolor. Es el placer de descubrir que todo encaja, y que es bueno. Pienso en ello cuando la veo deambular por la habitación, curioseando su nueva casa. Sólo lleva sus medias. Son del color de una nube y aún huelen a arco iris, el símbolo de la alianza más frágil y, a la vez, más estable y antigua. No hay nada, en fin, más sólido que un arco iris, ese breve espejismo que, por lo tanto, no existe. La miro y parece que flote sobre el mármol y las nubes de sus piernas. Fue lo primero que vi cuando se sentó en mi mesa, hace unas horas. Una mujer extraña y divertida, sobre nubes y mármol, con el número 1'618 tatuado con tinta invisible en cada segmento de su cuerpo. Ahora toquetea pequeños objetos, de espaldas a mí, mientras me da más de su intimidad, en la forma de una historia que le ocurrió hace años.
Me explica que hace años un hombre, en una mesa, se aproximó hasta el lóbulo de su oreja. Le dijo, en otra ciudad y en otra lengua, que sus senos debían de ser, en verdad, minúsculos y bellos, como la fruta roja, que sus piernas como las nubes y el mármol, y que, si accedía a ir con él, la haría absolutamente feliz, prometió, como nunca lo habían sido ninguno de ambos. Ella, dice, rechazó aquel encuentro, y cada una de las palabras escuchadas que ahora repite. Prosigue así pronunciando lo pronunciado por ese hombre. Pero no atiendo a su voz. Sé todo lo dijo aquel hombre sin rostro, más joven y valiente que yo, pues comprendo, en ese preciso instante, que ese hombre era yo, en otro tiempo y en otro sitio.
La proporción áurea lo arrasa y ordena todo, todo. Una concha, un arco iris, pero también un seno, unas piernas, la estructura del mármol o de una nube, una galaxia, el lóbulo de una oreja y, tal vez, las palabras que se deposita en él. Es posible que haya acciones de proporción áurea, y que por ello de más placer la paz que la furia, murmurar que gritar, acariciar que golpear, entregar que negar. Quizás también la proporción áurea impone su lógica sobre la brutalidad y, periódicamente, organiza y limpia las biografías con golpes precisos de destino. Cuando eso se produce, se produce la alegría del chasquido, ese sonido alegre que nace cuando un objeto encaja con otro. La alegría, a su vez, se parece a la tristeza en que también es profunda. Quizás más aún que la tristeza. Es áurea.
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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