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Como lobos hambrientos, como buitres carroñeros, la derecha tradicional, empuercada hasta el corvejón, con avidez paranoica, esperaba la ocasión para lanzarse a la yugular de Pablo Iglesias y no soltarla hasta la extinción. La derecha de Rodrigo Rato, de Cifuentes, de Ignacio González, de Bárcenas, de Pablo Casado, de Zaplana, de Fernández de la Tolla, de Granados, de Jaume Matas, de Ana Mato, de Pedro Antonio Sánchez, etc., que tiene tanto de qué callar, se indigna porque Pablo Iglesias, después de criticar duramente la ostentación social de la “casta”, genérico de esa derecha, haya caído en el mismo pecado, a lo que tiene el mismo derecho que cualquier ciudadano.
Puede haber aspectos criticables en este hecho, como el mal gusto estético o la utilización de algunas ventajas financieras para la financiación de la compra, pero lo que les parece indignante a los privilegiados de siempre es que un hombre de la nueva izquierda se compre un chalet, contradiciendo sus palabras, después de dirigir ellos, contraviniendo sus declaraciones, toda su política económica a favorecer a la gran empresa y a los grandes bancos, a costa de la gente de la calle.
El error de Pablo Iglesias no es el que le echan en cara sus enemigos del alma, sino en usar la pasión, los sentimientos, la emotividad en sus críticas, en lugar de la razón, en el lenguaje y no en las ideas y los hechos, en el insulto y no en las cifras.
Cuando yo era joven, se decía “eres más tonto que un obrero de derechas”, reuniendo condición social y economía. Eran los tiempos del hambre y del levantamiento franquista contra los intentos de la Reforma Agraria y contra cualquier otro intento de reformar algo. Ya entonces se defendía la “estabilidad” de Rajoy, como el gran logro político. Pero las cosas no irán bien hasta que todo el mundo pueda tener un chalet y la conciencia tranquila.
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Luciano G. Egido
Es escritor y periodista. Autor de numerosas novelas y ensayos por los que ha obtenido diversos premios.
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