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Mayo del 68

Francia y la obsesión por la seguridad

La fijación por el ‘enemigo interior’ es una de las herencias más perversas de la revuelta francesa

Enric Bonet París , 23/05/2018

<p>Exterior de la facultad de derecho en la Universidad de Lyon donde se lee <em>Larga vida a DeGaulle</em> en una pintada. Junio de 1968</p>

Exterior de la facultad de derecho en la Universidad de Lyon donde se lee Larga vida a DeGaulle en una pintada. Junio de 1968

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La justicia francesa confirmó el pasado 12 de abril el último gran fiasco de la lucha antiterrorista francesa. El tribunal correccional de París declaró ese día inocentes a los militantes anarquistas Julien Coupat y Yildune Lévy, los principales acusados del caso Tarnac. Tras haber hecho correr ríos de tinta durante los diez últimos años en la prensa francesa, este dossier judicial certificó el naufragio de las obsesiones securitarias del expresidente conservador Nicolas Sarkozy.

Los miembros del supuesto grupo de Tarnac fueron detenidos el 12 de noviembre de 2008 en una espectacular operación policial, acusados de haber saboteado las catenarias de las vías de ferrocarril en varios departamentos a principios de ese mes. El Gobierno de Sarkozy se felicitó por la captura de “estos peligrosos terroristas” pertenecientes al “movimiento anarco-autónomo”. Diez años después de que Coupat, Lévy y sus otros trece compañeros fueran encarcelados (durante un máximo de seis meses) e imputados por terrorismo, la justicia francesa ha declarado que “el grupo de Tarnac era una ficción”. Su inculpación se debió a una investigación policial y a una instrucción judicial chapuceras, movidas por los excesos político-mediáticos. Sin que lo supiera, el juez Pablo Llarena ya tenía un club de imitadores en Francia.

Por curiosidades de la historia, la sentencia del caso Tarnac se dio a conocer al mismo tiempo que se conmemora el cincuenta aniversario de la revolución del Mayo del 68. De hecho, este caso judicial está relacionado con una de las herencias más perversas de esa revuelta francesa: la obsesión por el “enemigo interior”.

“La reacción de las clases dominantes a las revueltas de mayo resultó decisiva en la elaboración de las nuevas modalidades de control del orden”, asegura Mathieu Rigouste en su obra L’ennemi intérieur. Según explica este sociólogo, “entonces se produjo una redefinición de las clases populares y de los movimientos revolucionarios como enemigos interiores y revolucionarios a los que hay que hacer la guerra”. Tras los hechos de mayo, la seguridad se convirtió en una obsesión para las autoridades francesas. Una mejora en el armamento, medios de transporte más rápido, un incremento significativo en el número de policías… Entre 1968 y 1974, el presupuesto del Ministerio del Interior francés aumentó en un 117%.

El miedo a la revolución

Recordada a menudo como un movimiento que sólo favoreció la liberación sexual y de las costumbres, el Mayo del 68 también resultó la mayor movilización social del siglo XX en Francia. La revuelta estalló el 3 de mayo después de que los estudiantes que ocupaban la Universidad de Nanterre fueron evacuados con una gran dureza policial. Desde entonces, se sucedieron las manifestaciones de universitarios, las confrontaciones con las fuerzas del orden o la construcción de las primeras barricadas, que rememoraban la Comuna de 1871. La movilización de los estudiantes acabó convergiendo con la de obreros y campesinos y terminó desembocando en la mayor huelga general en la historia de Francia, en la que participaron hasta siete millones de personas.

“El Mayo del 68 generó un gran miedo en los sectores más conservadores”, explica el politólogo Boris Gobille, especialista de los movimientos revolucionarios de finales de los sesenta y que ha publicado recientemente la obra Mai 68 par celles et ceux qui l’ont vécu (Mayo del 68 para aquellas y aquellos que lo vivieron) que recoge más de 300 testimonios de soixante-huitards anónimos. Movidos por el temor a la revuelta, los partidarios del general De Gaulle también salieron a la calle de forma masiva. Unas 500.000 personas desfilaron el 30 de mayo de ese año en los Campos Elíseos, en una demostración de fuerza del gaullismo.

El miedo es uno de los principales motores de la historia. El demonizado “Terror revolucionario” de la Revolución francesa de 1789 a 1794 no hace sólo referencia al uso excesivo de la guillotina al que recurrieron tanto jacobinos como termidorianos (partidarios de la contrarrevolución) en una Francia inmersa en una guerra civil e internacional, sino también al miedo psicológico que sufrían tanto las nuevas élites de la Revolución –por la amenaza contrarrevolucionaria–, como la nobleza, atemorizada por la pérdida de privilegios. Así lo ha descrito el historiador norteamericano Timothy Tackett en El Terror en la Revolución Francesa, uno de los libros de referencia sobre esta cuestión.

De alguna manera, el Mayo del 68 también provocó un cierto “terror”. Según apunta la historiadora Ludivine Bantigny en 1968. Des grands soirs en petits mains (1968. Grandes noches en pequeñas manos) –una de las obras más destacadas publicadas en Francia durante este cincuenta aniversario–: “Como sucedió con la Revolución (de 1789), (…) aquellos que rechazaron la insurrección (de 1968), veían en ella miedo y caos”.

Las confrontaciones en las barricadas y los lanzamientos de piedras y cócteles molotovs dejaron unos 1.138 policías heridos, la mayoría de ellos con heridas leves. No obstante, los revolucionarios diezmados resultaron bastante más numerosos

“Es la primera vez que la policía se encuentra en una situación tan excepcional”, reconocía en la primavera de 1968 el director de la Policía Municipal de París. Entonces, las fuerzas del orden, según Bantigny, tenían el sentimiento de estar desbordadas y mal equipadas: “Creían que les faltaban viseras y escudos; para protegerse, algunos utilizaban tapas de las basuras”. Las confrontaciones en las barricadas y los lanzamientos de piedras y cócteles molotovs dejaron unos 1.138 policías heridos, la mayoría de ellos con heridas leves. No obstante, los revolucionarios diezmados resultaron bastante más numerosos. De los cinco muertos, había un estudiante maoísta, un militante comunista y dos obreros de Renault reprimidos con brutalidad en una huelga en Sochaux.

“En todos los sitios y lo antes posible, tenemos que organizar la acción cívica. Esta tiene que hacerse para ayudar al gobierno (…) e impedir la subversión”, proclamó el general De Gaulle en su discurso del 30 mayo con el que inició la ofensiva contrarrevolucionaria. Para hacer frente a la revuelta, el gaullismo no sólo recurrió a los servicios de acción cívica (SAC) –los grupos de policía paralela creados durante la Guerra de Argelia–, sino que también impulsó los Comités de defensa de la República (CDR), compuestos tanto por devotos del general De Gaulle como por militantes de una renovada extrema derecha dominada por el grupo Occident.

Militarización progresiva de la policía

Con la holgada mayoría absoluta conseguida en las elecciones legislativas de finales de junio de 1968, el gaullismo certificó la derrota política de los revolucionarios de mayo, que menospreciaron en exceso la conquista del poder. El declive de las huelgas y las ocupaciones de las fábricas y universidades se vio acompañado por una represión notable. Por un lado, once organizaciones de la izquierda revolucionaria fueron disueltas. Por el otro, expulsaron a centenares de extranjeros de Francia; entre ellos, Daniel Cohn Bendit, uno de los portavoces más emblemáticos de la revuelta, al que prohibieron volver a pisar el territorio francés hasta 1978.

Durante la segunda mitad de 1968, los gendarmes llevaron a cabo una ofensiva para controlar los movimientos izquierdistas. Más de 12.000 militantes resultaron fichados antes de 1970. En junio de ese mismo año, bajo la presidencia de Georges Pompidou, el Gobierno francés impulsó la Ley Pleven, conocida como “anti-alborotadores”. Destinada a reprimir los “movimientos subversivos de extrema izquierda”, restringía el derecho a manifestarse al hacer responsables de los incidentes que tuvieran lugar en una concentración a sus organizadores o a los manifestantes que siguieran participando en ella a partir del momento en que se produjeran altercados.

“Después del Mayo del 68, se produjo en Francia una reorientación de las políticas de defensa. Dejaron de focalizarse en una amenaza externa, sobre todo procedente de la Unión Soviética; y pasaron a concentrarse en la lucha contra el enemigo interior”, explica el politólogo Robi Morder, experto en movimientos estudiantiles de finales de los sesenta y presidente del Groupe d'études et de recherche sur les mouvements étudiants (GERME).

Según recuerda este profesor de la Universidad de Versalles, “se intensificaron entonces las infiltraciones de policías y las tareas de espionaje en el seno de grupos de la izquierda radical”. “Las autoridades pensaban que las revueltas de  mayo del 68 se habían producido porque no se había dedicado el suficiente interés a los movimientos de  extrema izquierda”, añade Morder. Toda esta serie de medidas represivas “estaban inspiradas en el aparato de contra-insurrección impulsado en las antiguas colonias francesas”, asegura Rigouste.

Elegido como ministro del Interior en pleno mayo del 68, Raymond Marcellin capitaneó la obsesión francesa por la seguridad durante los setenta, que, posteriormente, según Rigouste, ha influido en que la policía gala sea ahora una de las más armadas de Europa. Las fuerzas del orden se beneficiaron entonces de un incremento significativo de su equipamiento. De los agentes antidisturbios con camisa y corbata de finales de los sesenta, se pasó a unas unidades mucho mejor equipadas, dotadas con casco, visera, escudo, botas militares… “Apareció un conjunto de ropa que recubría todo el cuerpo, una cobertura casi total que deshumanizaba y reforzaba su aspecto intimidatorio”, explica el sociólogo Patrick Bruneteaux en el libro Maintenir l’ordre.

“La seguridad es la primera de las libertades”

Según explica el sociólogo Mathieu Rigouste en L’ennemi intérieur, a lo largo de la década de los setenta se consolidó en Francia un discurso que “hacía de la seguridad la primera de las libertades”. De esta forma, se justificaba una restricción progresiva de las libertades públicas a cambio de una mayor seguridad. Esta deriva securitaria no dejaba de resultar sorprendente teniendo en cuenta la debilidad en Francia de grupos violentos de extrema izquierda como los anarquistas de Action Directe, frente a las Brigadas Rojas en Italia o la Fracción del Ejército Rojo en Alemania.

Con la creación en 1971 de las Brigadas de vigilancia de noche, las autoridades francesas pusieron su punto de mira en las “banlieues”, donde vivía un porcentaje creciente de población extranjera

Además de una militarización progresiva de la Policía, esta preocupación por la seguridad quedó reflejada en una batería de medidas para frenar la inmigración. Con la creación en 1971 de las Brigadas de vigilancia de noche –unidades de policía local destinadas a los barrios más humildes–, las autoridades francesas pusieron su punto de mira en las “banlieues”, donde vivía un porcentaje creciente de población extranjera. “Estas agresivas unidades de policía local fueron diseñadas por especialistas de la contra-insurrección en las colonias, que veían los barrios populares como un espacio de proliferación de una subversión extranjera. Estas representaron el nacimiento del actual imaginario identitario de la extrema derecha”, explica Rigouste.

“El poder político intentó redefinir el enemigo interior a través de las figuras del terrorista, del delincuente y del inmigrante”, defiende este experto en políticas de seguridad. Durante los años setenta, la figura del terrorista todavía no estaba vinculada directamente con el terrorista musulmán, sino con “el profesional de la revolución”, cuyo ejemplo paradigmático sería el venezolano Carlos, “El Chacal”. La demonización de la violencia de la izquierda radical sirvió, asimismo, para separar los sectores populares que se movilizaron a finales de los sesenta de los grupos más radicales de la vanguardia revolucionaria.

Diez años después de la revuelta de mayo, el gobierno francés impulsó en 1978 el primer “plan Vigipirate”. Concebido como “un plan de alerta y prevención”, esta medida antiterrorista, todavía vigente en la actualidad, reguló el uso del ejército para garantizar la seguridad interna. Representó, de hecho, el inicio de la deriva securitaria de la Francia actual, inmersa en un Estado de emergencia permanente tras la entrada en vigor, en noviembre del año pasado, de una restrictiva ley antiterrorista. Quizás no sea una consecuencia directa, pero la obsesión por la seguridad y el enemigo interior es una de las herencias más perversas del mayo del 68.

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