1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

CTXT necesita 15.000 socias/os para seguir creciendo. Suscríbete a CTXT

TRIBUNA

Ilustración, cuidados y vulnerabilidad

La práctica feminista es lo mejor que le ha pasado a la Ilustración desde hace décadas. Ya hemos visto otras grandes conquistas ilustradas que, por contarse a sí mismas que lo que estaban haciendo era dejar atrás la Ilustración, han acabado retrocediendo

Carlos Fernández Liria 3/10/2018

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

CTXT es un medio financiado, en gran parte, por sus lectores. Puedes colaborar con tu aportación aquí.

Los errores de la Ilustración hay que combatirlos con más Ilustración. Los fallos del derecho, se combaten con más derecho. Si en la realización histórica del proyecto de la ciudadanía se ha operado siempre una especie de golpe de estado machista y esclavista, algo que en los pensadores mismos de la Ilustración es tan patente que daña la vista, sería, de este modo, porque tales pensadores asumieron en sus obras una especie de “esquizofrenia”. Se puede decir que, lo que se traían entre manos, les venía grande. Tuvieron que convencerse a sí mismos de que la esclavitud de la población negra y el sometimiento de las mujeres, también compatible con la esclavitud, no dañaba ni resultaba incompatible con el ideal de la ciudadanía. Ni los negros, ni las mujeres, ni (para la Ilustración defensora del sufragio censitario) los “no propietarios” podían acceder a la condición ciudadana, pero eso se debía, precisamente, a que eran negros, mujeres y no propietarios. Kant ni siquiera vacila un poco al considerar que sería una barbaridad otorgar a las mujeres el derecho al voto, pues eso sería como permitir votar dos veces a los casados, mientras que los solteros votarían una sola vez. Pero el motivo de ello es que la mujer depende “naturalmente” de su marido (lo mismo que los niños dependen de sus padres, puesto que son, precisamente, menores de edad). A Kant, que ha sabido muy bien bucear en las complejidades trascendentales más profundas, sin embargo, ni se le pasa por la cabeza la posibilidad de que extender la condición de la ciudadanía al sexo femenino pudiera ir de la mano de la construcción institucional de unas condiciones materiales y jurídicas que permitieran a la mujer dejar de ser dependiente de sus padres, sus maridos o sus confesores. Locke, en su Segundo Tratado sobre el gobierno civil, comienza definiendo el derecho de propiedad como el derecho a apropiarse de los productos del propio trabajo y sudor, algo que podría perfectamente asumir Marx. Pero, cinco o seis páginas más allá, encontramos una frase inquietante: “así pues, siendo de este modo propietario de los productos del propio trabajo o del trabajo de su esclavo”... Esta especie de cortocircuito, cae así de sopetón, sin que dé la impresión de generar demasiado problema. En otro sitio, habrá, por tanto, que defender por qué, pese a que son los esclavos los que sudan y trabajan, no son, sin embargo, propietarios de sus productos, sino que lo es su amo. La cosa tiene que ver, como en los tiempos de Aristóteles, con el derecho de guerra, con la posibilidad de perdonar la vida al vencido (que siempre podría suicidarse y no aceptar ese peculiar “contrato social”) a cambio de que acepte su esclavitud. Así pues, a los esclavos no se les aplica la definición ilustrada de propiedad, porque ellos mismo son una propiedad, es decir, porque son, sencillamente, eso, esclavos. “Hay esclavos”, lo mismo que “hay mujeres” y lo mismo que “hay niños menores de edad” (¿qué remedio tiene eso?). Ahora bien, la esclavitud no comenzó a ser un crimen cuando Abraham Lincoln ganó la guerra de secesión. La esclavitud siempre fue un crimen y siempre clamó al cielo, desde los tiempos de Espartaco y desde mucho antes aún.  Y siempre hubo, al mismo tiempo que esclavos, antiesclavistas, fueran muchos o pocos. Estos no tenían que esperar a la Declaración de los derechos humanos para tener razón, la tuvieron siempre, desde el principio. Y es más, la habrían tenido exactamente igual, aunque la causa del antiesclavismo hubiera sido siempre derrotada históricamente. La historia no es ninguna autoridad para el tribunal de la razón. La obra de la razón en la historia puede fracasar o ser derrotada, y puede ser traicionada incluso por los Ilustrados más inteligentes y comprometidos. Pero eso no añade ni quita nada a sus exigencias. Si los filósofos de la Ilustración no pudieron evitar razonar como varones machistas o como esclavistas vergonzantes, eso no indica que los principios de la Ilustración sean compatibles con el patriarcado o el esclavismo. Indica tan solo que ni siquiera Kant o Locke lograron pensar suficientemente como verdaderos ilustrados. Robespierre sí pretendía abolir la esclavitud. Y sobre todo, pretendieron abolirla (lo que desembocó en un genocidio) los jacobinos negros que se rebelaron en las colonias, alentados por la revolución francesa. Ellos eran los verdaderos ilustrados, no, a este respecto, Kant o Locke. Robespierre no pensó demasiado en extender los derechos civiles al sexo femenino. Pero sí lo pensó Olympe de Gouges, que acabó en la guillotina (en verdad, no tanto por feminista como por monárquica). Ella era la verdadera representante de la Ilustración. Creo que esta era, guardando las distancias (pues ella sabía mucho mejor de lo que hablaba), la postura con la que Celia Amorós, educó desde hace ya décadas, nuestras convicciones feministas… e ilustradas. 

Eran otros tiempos. Luego empezaron a difundirse algunas enmiendas feministas al proyecto mismo de la Ilustración que han logrado cobrar una cierta hegemonía (no creo que sea mayoritaria, pero sí que es muy influyente). No he leído ni mucho menos suficientemente a las grandes autoras que sin duda están en el origen de esta nueva ola. Pero sí he visto lo que sus discípulas y discípulos, en muchos casos, han entendido de todo ello  (me ocurre aquí un poco como con el asunto de Foucault y los focaultianos, respecto a muchos de los cuales tengo la esperanza de que no sean demasiado fieles al maestro, porque eso no hablaría muy bien de él, al que, en cambio, sí que he leído un poco bastante). Cada vez circula más la idea de que el problema del machismo y del colonialismo (porque en este campo se razona del mismo modo), no puede resolverse con una extensión de los derechos civiles y las exigencias de la Ilustración, porque, lisa y llanamente, el problema del machismo y el colonialismo es la Ilustración misma. Es la propia concepción ilustrada de la razón la que es machista, colonialista, eurocéntrica y patriarcal. Es ante todo la idea misma de “ciudadanía”, en tanto que conlleva eso a lo que llamamos “independencia civil” la que está pensada con un patrón patriarcal y eurocentrista, y la que está consiguientemente en el origen del patriarcado y el colonialismo.  

En resumen, según entiendo, el pensamiento de la Ilustración habría construido un modelo de razón y un modelo de ciudadanía cortado a la medida de un sujeto varón, blanco, heterosexual y colonialista (europeo). Se trata, además, nos dicen, de una verdadera ficción: “la fantasía de la individualidad”. Ese sujeto que pretende la Ilustración no existe ni puede existir. Pues es obvio que, cada vez que ha parecido existir, se estaba escamoteando que tanta independencia, tanta libertad, tanta individualidad (con tanto, en fin, liberalismo), no era posible más que porque había detrás mucha escoria humana (femenina e indígena o esclava), ocupándose de todo aquello que en el ser humano es vulnerable, dependiente, relacional, colectivo, y sobre todo, necesitado de cuidados. Y el problema radica ya en la mismísima idea de “razón” que se ha puesto en juego. Una razón que no tendría necesidad de sentir. El problema, al parecer, es que la razón ilustrada, al construirse sobre una fantasía de independencia individual que sólo se sostiene por las raíces invisibles de los cuidados femeninos, se habría amputado a sí misma todo lo que tiene que ver con las emociones, los sentimientos, los cuidados y la vulnerabilidad. Así pues, habría que contraponer a todo ello otro tipo de “razón”, una razón “estética”, una razón “femenina” o “sintiente”, capaz de reconocer desde el primer momento que el ser humano es un ser dependiente y necesitado de cuidados (algo que, en algunas ocasiones también se dice, los indígenas latinoamericanos, por lo visto, tendrían de lo más claro). El hecho de que, por ejemplo, Kant, ya respecto al uso teórico de la razón, haya necesitado comenzar por una Estética trascendental, y que haya tenido que “culminar” su edificio crítico más bien tirando “hacia abajo”, en la Crítica del Juicio, elaborando una crítica del gusto y atendiendo, sobre todo, a ciertos sentimientos sin los cuales no sólo no podríamos conocer sino que ni siquiera podríamos, sencillamente, hablar…, todo esto, al parecer, no cuenta demasiado (probablemente, porque, para empezar, no se entiende una palabra). En cambio, eso sí, los indígenas latinoamericanos y, en general, la “feminidad”, tendrían mucho que enseñarnos sobre cómo la razón está cosida con sentimientos y emociones. Y consiguientemente, respecto a los pueblos indígenas, la urgencia política ya no será extender los derechos civiles hasta que se les reconozca su derecho a ser indígenas (y por supuesto, seres humanos con verdaderos derechos ciudadanos amparados legislativamente), sino, más bien, al revés, aprender de ellos para construir una “Nueva Ilustración”, una nueva forma de entender “estéticamente” la razón. Y lo mismo respecto al sexo femenino. Ya no se trataría tanto de conquistar derechos civiles (ya muy sospechosos de falocéntricos), como de inventar algo mejor que el derecho, algo mejor que la razón y, en fin, otra forma más afectiva y emocional de Ilustración. A mí personalmente, aparte de que todo esto me suena de lo más machista y condescendiente con los estereotipos femeninos más recalcitrantes, me da mucho miedo. Algo de trabajos de campo en antropología sí conozco, y, diciéndolo rápido, las comunidades indígenas que he conocido y aquellas sobre las que más he leído, me han parecido la realización misma del patriarcado en sus versiones más criminales, que se levantan sobre un derecho consuetudinario obsesionado con pelar penes, amputar clítoris, separar sexos, perseguir homosexuales y rezar a divinidades monstruosas.  Esto empezando por los chamulas de Chiapas, pasando por los dowayos de Camerún y todo el continente africano y terminando por el islam y el catolicismo (que aún no se ha civilizado siempre del todo). Lo que los pueblos indígenas del planeta sí que tienen de admirable es lo mucho que han protagonizado las luchas anticoloniales precisamente para defender sus derechos y sus libertades civiles. Los jacobinos negros que se rebelaron en Haití contra la esclavitud son en este sentido un eterno ejemplo para todas generaciones venideras. 

También en este sentido las luchas feministas fueron, son y serán una empresa heróica para conquistar lo que para todo ser humano es una meta irrenunciable: la libertad, la igualdad y la fraternidad, en suma, la dignidad de la condición ciudadana. Y creo (lo repito a menudo) que doscientos años de Ilustración han hecho más por la liberación de la mujer que diez mil años de tradiciones y costumbres. Mientras tanto, todos los proyectos -que Luis Alegre y yo no hemos parado de denunciar en el marxismo- para inventar algo mejor que el derecho o algo mejor que la Ilustración (supuestamente burguesa) han desembocado siempre en una nueva religión, una religión, además, ortopédica y artificial. Así ocurrió con la revolución cultural maoísta o con todos los intentos “proletarios u obreros” de superación del derecho “burgués”, que desembocaron indefectiblemente, en el culto a la personalidad y en toda suerte de voluntarismos ideológicos bastante criminales. Esto no tiene nada de extraño: el derecho se inventó para escalar por encima  del marasmo religioso. Si das un paso más arriba, vuelves a caer al suelo. 

Ahora bien, creo que este tipo de nuevo feminismo sí que ha puesto sobre la mesa una hipótesis importante que tiene que ser tomada en consideración. Existe otra posibilidad de plantear una objeción radical y de principio al proyecto político de la ciudadanía en la Ilustración. Se trata de la idea de que la ciudadanía sería siempre, de forma esencial, un privilegio, pues no se puede extender la ciudadanía más que aumentando, en la otra cara de la moneda, alguna suerte de esclavitud. La ciudadanía, ligada desde Grecia y Roma, al tiempo libre republicano, necesitó desde el principio de una masa de esclavos que se ocuparan de resolver la indisimulable contingencia de que el ser humano es un ser vulnerable e inevitablemente dependiente. Había ciudadanos porque había esclavos. Había ciudadanos varones porque había mujeres esclavizadas (bajo distintas fórmulas matrimoniales, tradicionales y jurídicas) detrás de ellos. El ser humano es vulnerable y dependiente y punto. El ser humano es un ser que, de forma primordial y no accidental, mucho más que razones, necesita cuidados. El sueño ilustrado de una “independencia civil”, definida por un vano “no tener que depender de otro para existir” es, así, una pura fantasía que encubre el hecho patente de que siempre ha habido ciudadanía en la misma medida en que había esclavitud. Se trata, como ya hemos dicho, de la mil veces denunciada “fantasía de la individualidad”, una fantasía que, en las sociedades modernas no se sostiene más que a costa de invisibilizar el trabajo femenino, el de las esposas, las madres, las asistentas, etc. 

Esta objeción es más de principio, porque lo que se pone sobre la mesa es una imposibilidad fáctica irremontable: no se puede aspirar a la independencia civil, porque eso supondría inevitablemente que una parte de la población tendría que ocuparse de todo aquello que en el ser humano tiene que ver con la vulnerabilidad y la dependencia. Si alguna vez ha habido ciudadanos es porque ha habido esclavos y esclavas. Y no se puede querer una cosa sin querer la otra. Cada nueva conquista de la ciudadanía ha inventado siempre una nueva versión de la esclavitud. Y, desde luego, las mujeres siempre han llevado ahí la peor parte. Y sería por eso por lo que haría falta recurrir a un modelo de convivencia distinto a la ciudadanía tal y como la planteó la Ilustración. 

De todos modos, como lector de Marx, me parece que con este planteamiento se está descubriendo la pólvora y haciendo una petición de principio. Naturalmente que un reino de la libertad no puede articularse más que tomando como base el reino de la necesidad. La Ilustración no está reñida con el punto de vista materialista (sólo faltaría eso). La libertad republicana tiene mucho que ver con el ocio y el tiempo libre, con el estar libre, ante todo, del tiempo. Si la lucha por la supervivencia ocupa todo el tiempo social, supervivir nos impide vivir. Y mucho más emprender en serio la tarea de una vida buena, de una vida digna de ser vivida. Mientras  los esclavos se ocuparon del reino de la necesidad, los ciudadanos pudieron ocuparse del reino de la libertad. Lo que en el planteamiento citado se defiende ahora es que el ser humano es tan vulnerable y dependiente, tiene tal necesidad de cuidados, que la humanidad nunca podrá librarse de una dosis importante de esclavitud si se trata de construir un reino de libertades ciudadanas basadas en la independencia civil. Pero esto es una evidencia materialista de lo más elemental. No somos ángeles. Tenemos un cuerpo y un cuerpo bastante frágil. Pero lo que no está dicho es cómo vamos a distribuir las dosis de libertad y de esclavitud que son inevitables. Porque, ahí está el asunto, en lugar de repartir por clases sociales o por diferencia sexual todo ese peso material de la vulnerabilidad, podríamos repartirlo con criterios republicanos. Podemos repartir republicanamente toda las dosis de esclavitud (todo el ámbito del “trabajo” sea productivo o reproductivo) que sean necesarias para permitir la libertad de la ciudadanía, de una ciudadanía consiguientemente universal, sin distinciones de clase, de raza o de sexo. Con bien señalaba Paul Lafargue, el yerno de Marx, actualmente las lanzaderas ya tejen solas (como quería Aristóteles) gracias a la maquinaria. Sin la coerción del capitalismo, la jornada laboral podría reducirse a un mínimo. Eso no eliminaría, desde luego, la necesidad de los cuidados, pues seguiríamos siendo igualmente vulnerables y dependientes y alguien tendrá siempre que limpiar el culo a los ancianos incapacitados. Pero también tendríamos más tiempo, más recursos y más alegría para ello. De todos modos, con capitalismo o sin él, en ningún sitio está escrito que el patriarcado tenga derecho alguno a repartir la esclavitud a su manera. Lo que parece obvio desde el punto de vista ilustrado es que todas las dosis de esclavitud que sigan haciendo falta para hacer posible una república de ciudadanos libres, iguales e independientes civilmente, tienen que repartirse con criterios racionales e igualitarios, y que son los hombres y las mujeres (obviamente mediante la discusión en el espacio público) los que tienen que decidir el marco legal que garantice que no haya discriminación de clase, de raza o de sexo. 

Creo que esto es lo que plantea siempre, con una sensatez incontestable Yayo Herrero, cuando se queja de que “son mayoritariamente las mujeres las que están asumiendo con trabajo una buena parte de lo que antes se cubría con servicios públicos” y cuando plantea, por ejemplo, discutir las leyes de Dependencia que proponen la posibilidad de pagar a las mujeres que cuidan en casa, planteando que la clave estaría más bien en “que las mujeres que no quieran cuidar en casa dispongan de servicios públicos para no verse obligadas a ello”. Quizás haya que pagar en muchos casos, pero dotándose al mismo tiempo de unos “buenos servicios públicos”. En definitiva: se trata, ante todo, de “no abandonar el tema del reparto del trabajo y de los cuidados a la lógica familiar (donde las relaciones de poder son absolutamente desiguales)”. Este problema se soluciona con legislación y con instituciones, ahondando en los derechos civiles, no sospechando de ellos. 

En suma, no se puede acusar a la Ilustración (por mucho que históricamente los ilustrados hayan sido mucho menos ilustrados de lo que pretendían) de pretender invisibilizar el mundo de los cuidados y las dependencias materiales del ser humano, inventándose un utópico ser independiente que no puede existir más que como un privilegio (blanco y varón). Si ese mundo se ha invisibilizado ha sido porque había poca Ilustración, no demasiada. La Ilustración (y mucho más después de Marx, ese tozudo ilustrado) está interesada más bien en lo contrario, en sacar a la luz pública el asunto y repartir con criterios republicanos acordes con la Declaración de los derechos humanos, el cuidado de todas las franjas de vulnerabilidad del ser humano. Lo que es republicano es, por ejemplo, decidir si vamos a cuidarnos los dientes unos a otros o si eso lo vamos a dejar al arbitrio privado de cada cual. Si decidimos legislar para que los gastos de dentista sean acogidos por la seguridad social, estaremos tomando una decisión muy sensata con la vulnerabilidad de la dentadura humana, que es bastante mediocre. Todas las ignominias del reparto sexual del trabajo en el ámbito doméstico, respecto de la enfermedad, los niños o los ancianos, necesitan de una reeducación ilustrada de primer orden, que venga, además, lo más blindada institucionalmente que sea posible. 

¿Requiere todo ello de una reformulación de lo que hay que entender por razón, hasta lograr que se haga sensible, estética, humana o femenina? A mí me parece que no. En absoluto es verdad que la razon ilustrada se desentendiera de lo estético y emocional (otra cosa muy distinta es que algunos protagonistas históricos de la ilustración se repartieran el pastel estético a su manera, quedándose con la mejor parte). Tampoco es verdad, como se supone a veces, que la Ilustración emprendiera una cruzada abstracta contra la diversidad y lo concreto. La Ilustración no anunció la monótona uniformidad de los campos de concentración, sino la insólita diversidad de los seres libres. La universalidad de la Ilustración no es para nada enemiga de la diversidad. Más bien al contrario, es en el interior de esos pueblos indígenas tan diversos y particulares, en donde encontramos una uniformidad asfixiante, puesto, que, al fin y al cabo, el mundo de la costumbre se caracteriza por la repetición uniforme de lo mismo, obedeciendo órdenes ancestrales casi siempre, por demás, patriarcales y, a veces, brutales. Casi toda la diversidad de este mundo ha surgido de un impulso ilustrado. Si la sociedad moderna ha traído también mucha uniformidad no ha sido por lo que tiene de ilustrada, sino por lo que tiene de capitalista. La ciudadanía no tiene nada que ver con la proletarización, es más bien su contrario directo. La independencia civil del ciudadano no tiene nada que ver con la supuesta autonomía del emprendedor neoliberal, que no es otra cosa que un proletario sin sindicatos que ya no está protegido por los convenios colectivos, un proletario que ha perdido, precisamente, su derecho laboral.  

Pienso aquí también en Yayo Herrero, quien creo que consideraría un sarcasmo la confusión entre el ciudadano postulado por la Ilustración y el emprendedor neoliberal. Es este último el que se levanta sobre la “fantasía de la individualidad”, en absoluto el primero. Es la figura del emprendedor la que ha dejado en el aire (aterrizando al final sobre el sexo femenino) todo el universo de cuidados que requiere la vulnerabilidad material del ser humano. La lógica de la ciudadanía, por el contrario, lo que exigiría sería un reparto republicano de esos cuidados, amparado por servicios públicos cada vez más eficaces y potentes, es decir, un fortalecimiento de cosas tales como la escuela y la sanidad públicas, servicios estatales de guarderías,  legislaciones blindadas sobre la dependencia, instituciones para los ancianos, amparo institucional para las mujeres maltratadas que les garantice una separación real, alternativas institucionales contra la esclavitud sexual, etc. Si existe una diferencia entre liberalismo y republicanismo es que el primero cree proteger la libertad suprimiendo imperativos legales, mientras que el segundo está convencido de que la libertad sólo se protege con las leyes. Pues, como decía un abate de no sé qué siglo, “entre el fuerte y el débil, la libertad esclaviza y la ley libera”. 

Cuando se habla de este asunto de la diversidad y la uniformidad en referencia a la Ilustración, hay una cosa que se entiende a menudo muy mal. A mis alumnos, suelo planteárselo con el siguiente examen. Hay una frase de Condorcet que dice que “una buena ley debe ser buena para todos los seres humanos, lo mismo que un teorema es verdadero para todos ellos”. Eso parece anunciar mucha uniformidad. Hay otra frase de Kant que dice que “nadie tiene derecho a obligarme a ser feliz a su manera”. Eso parece anunciar mucha diversidad. Les pregunto si esas dos frases son compatibles o incompatibles. Es digno de verse las piruetas que hacen para argumentar al respecto en un sentido u otro. Sin embargo, algunos (en realidad, bastantes), dan con la respuesta correcta. ¿No podría ocurrir que la única ley que sería “buena para todos los seres humanos” fuera, precisamente, “que nadie tiene derecho a obligarme a ser feliz a su modo”? Por supuesto que es así, porque, en verdad, la frase de Kant es nada más ni nada menos que el principio trascendental del derecho. ¿Qué significa esto? Pues que la Ilustración, lejos de ser una enemiga de la diversidad y de la concreción, consiste en legitimarlas, protegerlas y potenciarlas. La Ilustración es una cruzada a favor de lo concreto, lo diverso y lo sensible. Es una cruzada contra la abstracción (no sé cómo se puede entender lo contrario, la culpa seguramente es de la escuela de Frankfurt). Todo el mundo puede decidir ser feliz de la manera que mejor le parezca, individual o colectivamente, puede montar una tribu, abrazar un credo, o convertirse en el llanero solitario si eso le parece más adecuado. Lo único que la ley de la Ilustración tiene que decir al respecto es que cada uno intente ser feliz a su manera con tal, eso sí, de que no obligue a los demás a ser felices de esa manera (o de otra que se considere, desde no sé qué atalaya religiosa o dogmática, conveniente a la naturaleza de las mujeres, los negros, los pobres o los colonizados). Los hombres pueden intentar ser felices como les parezca, con tal de que por el camino no obliguen a las mujeres, con su manera de ser feliz, a lavar los platos o cuidar de los niños y los ancianos, recluidas en el espacio doméstico. Por lo demás, ninguna objeción: pueden fundar un club de idiotas, una casa del pueblo, una comuna hippie o dedicarse a jugar al mus o ir a misa de ocho. Es curioso que siempre se acusa a la Ilustración de pretender levantar una atalaya desde la que aleccionar a la población sobre lo que debe o no debe hacerse. Y, efectivamente, la Ilustración levanta una atalaya, sí, pero para vigilar que no haya ninguna atalaya. Que no haya nadie obligando a los demás a vivir según sus dogmas, sus creencias o su ideología particular. Esto suena muy liberal, y, en efecto, es lo que tiene de bueno el liberalismo político (que no tiene nada que ver con el económico). Pero el liberalismo no obliga a nadie a ser liberal. Quienes deseen vivir gregariamente, en un universo lleno de cuidados y emociones, con o sin MDMA, con o sin misas, con o sin líderes carismáticos, tienen vía libre para hacer lo que les salga de las narices… con tal -eso sí, eso por supuesto- de que por el camino no tengan la ocurrencia de obligar a nadie a vivir de una determinada manera que a ellos les convenga. La Ilustración no anunció (como a veces parecen creer los entusiastas de La dialéctica de la Ilustraciónde Adorno y Horkheimer, un libro muy malo pero muy influyente) un mundo en el que la humanidad desfilaría al unísono al paso de la oca cantando himnos militares en esperanto. Hizo todo lo contrario: se enfrentó al dogmatismo religioso y al sectarismo porque no dejaban a la gente en paz. Claro, sí, eso generó una suerte de uniformidad, pero una uniformidad de lo más extraña. Todo el mundo se parece muchísimo en una cosa: en que es libre de hacer lo que le salga en gana. Un desfile de la Ilustración sería una fiesta delirante, pues la gente iría a su aire y muchos se tumbarían a descansar para cuidarse muchísimo con muchas emociones y seguramente con mucha alegría. 

La razón y el derecho es lo que tienen de bueno. Son tan independientes de quienes primero acierten a pronunciarlos históricamente, que, por más que los franceses intenten que el derecho sea una cosa francesa, acaban imponiéndose los derechos humanos. Por más que defiendan el sufragio censitario, acaba imponiéndose el universal. Por más que defiendan el sufragio masculino, acaba conquistándose el femenino (o sea, ni masculino ni femenino). Que este indudable progreso tarde en llegar, que pueda incluso no llegar nunca, es desde luego una gran contrariedad. Pero el asunto es que si llega, nunca ya jamás podrá retroceder conforme a derecho, porque cuando un machista elitista o esclavista libera un argumento, una ley republicana, en realidad está liberando una flecha unidireccional con la que encauzar las cosas, que tarde o temprano, acabará por atropellarle también a él. En este sentido, la práctica feminista de los últimos tiempos, es lo mejor que le ha pasado a la Ilustración posiblemente desde hace décadas, pero precisamente porque es una conquista ilustrada innegable. Y esto es lo que conviene poner firmemente sobre la mesa, y la historia de los últimos tiempos debería habernos escarmentado al respecto. Porque ya hemos visto otras grandes conquistas ilustradas que, por contarse a sí mismas que lo que estaban haciendo era dejar atrás la Ilustración y sus sospechosas instituciones “burguesas”, al final han acabado retrocediendo. El ejemplo de la revolución bolivariana en América Latina es bastante locuaz: fueron los mejores representantes del republicanismo, a principios de los dos mil, pero un puñado de gurús del pensamiento postcolonial, postmodernos y antieurocéntricos, les convenció de que en vez de republicanizar y levantar instituciones irreversibles, lo que tenían que hacer era atrincherar comunitariamente chiringuitos voluntaristas y de base, no fuera que la universalidad de la Ilustración acabara con la diversidad. En Venezuela tuvieron en sus manos incluso el poder legislativo, pero en lugar de ponerse a legislar y edificar instituciones estatales decidieron inventar en las calles algo mejor que el parlamento y el Estado, olvidando que en las calles, quienes realmente mandaban eran las mafias y la corrupción, de modo que cuando todo se lo llevó el viento, se quedaron ahí, por supuesto, las mafias y la corrupción.  

Decía Concepción Arenal, a finales del siglo XIX: “No hay más que una razón, una lógica, una verdad. El que quiera introducir la pluralidad donde la unidad es necesaria, introduce la injusticia y con ella la desventura”. Desde luego, la tarea de distinguir en todo momento y en cada caso concreto lo que hay de universalidad y lo que hay de colonialismo, no es cosa fácil. Pero en este terreno es donde existe la posibilidad (por difícil que sea) de distinguir las derrotas de las victorias. Y eso es políticamente lo más decisivo de todo.

Las luchas feministas son, sin duda, las que más dosis de Ilustración han logrado conquistar para la humanidad. Representan la mejor prueba de que la Ilustración es posible y de que el vector del progreso moral del ser humano es un hecho incontestable. Hay que decir, además, que lo que nos estamos jugando aquí (nada menos que una opresión del cincuenta por ciento de la humanidad que arrastramos desde el neolítico), es tan descomunal, tan inabarcable y tan antiguo, que no debe resultarnos extraño que, provisionalmente, el feminismo adopte en ocasiones algunas lógicas de guerra, de excepción y de revolución, en las que tener o no razón no siempre es lo más decisivo.  El otro día, en un espacio de nueve horas, murieron asesinadas cuatro mujeres en España. Si se hubiera tratado de una banda terrorista extranjera, se habría declarado (con criterios de lo más republicanos) el estado de excepción. Y esto pasa cada semana. Los principios de la Ilustración no son incompatibles con la excepción, la urgencia y la estrategia. Lo único que es preciso recordar en todo momento es que la excepción es una excepción y no una norma. Está en marcha una gran revolución feminista y, como en todas las revoluciones, hay muchos vaivenes discutibles. Pero los que confiamos en la fuerza de la razón y en la coherencia de sus principios, no podemos renunciar a la esperanza de que, con todo ello, se está trabajando en el progreso moral de la humanidad. 

CTXT es un medio financiado, en gran parte, por sus lectores. Puedes colaborar con tu aportación aquí.

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí

Autor >

Carlos Fernández Liria

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

5 comentario(s)

¿Quieres decir algo? + Déjanos un comentario

  1. Marcus

    "El liberalismo político no tiene nada que ver con el económico", "El liberalismo no obliga a nadie a ser liberal"... Para esto hemos quedado, Carlos... VIVA KANT!!!

    Hace 5 años 6 meses

  2. cayetano

    Tras la lectura del artículo se retienen varias ideas generales o mensajes a discrepar: Una, que la Historia es de las ideas, pues aun mencionando al materialismo, al reino de libertad y necesidad. Toda la secuencia expositiva nos mueve entre ideas que provocan nuevas relaciones sociales, dejando como idea general en la retina racional que son las Ideas el motor de la Historia. Y ello por ser descontextualizar estas ideas de sus realidades históricas, social y materialmente hablando. Descontextualización que al invisibilizarse hace aparecer a las Ideas como único hilo conductor de la evolución social. Dos, que el Derecho y sus instituciones hijos de la Razón son el dueto instrumental de dicho progreso, siendo este necesario y suficiente, además de progresivamente unidireccional. Tres, que durante estos últimos doscientos años, gracias a la Ilustración=Derecho&Razón, se ha conseguido con luchas, el paulatino desarrollo de los Derechos Humanos, el sufragio universal masculino primero y finalmente universal... Se dicen también muchas más cosas, algunas compartidas, como todas de las que se hace participe a Yayo Herrero. Pero existiendo la Historia de la Ideas, no pocos manuales hay sobre las generales, filosóficas, religiosas, políticas, económicas…, sin embargo todas esas ideas no son más que representaciones nacidas de las concretas relaciones sociales (con sus acervos culturales) y sus condiciones materiales. El protagonismo del idealismo que vemos en Platón responde al patrón general del idealismo: no existe idealismo que no tenga carga religiosa, deica, transmigración del cuerpo mortal y material al alma inmortal e ideal, deificación inmortal de nuestra naturaleza pasajera. Deificación de la Idea convertida en Verbo, dice Juan 1:14 hablando de Cristo, que el Verbo divino "se hizo carne y habitó entre nosotros", Verbo coincidente con Logos. Todo idealismo pretende que la idea es el Verbo o Logos transformador del Mundo. Y que las relaciones sociales, convenciones institucionales formales o no, son producto del Verbo por encima de sus condiciones y sustancialidad material. Así siguiendo ese guión idealista, de darme a elegir entre Condorcet y Kant, usaría del derecho republicano del ciudadano para preferir a San Agustín “Ama et fac quod vis” o “Dilige et quod vis fac” “Dilige, et non potes nisi bene facere”. Efectivamente las Ideas intervienen en la construcción de nuestras relaciones humanas, pero somos eso, human@s, y nuestras construcciones sean materiales o ideaciones, no son el Verbo Divino, ni expresan la Razón Universal. Por ejemplo, reconocerse materialista, al tiempo que se responsabiliza a estos últimos doscientos años de Ilustración del estadio actual de la lucha de género, es idealismo puro. No hablar de que en estos 200 años el capitalismo ha requerido del trabajo de la mujer. No sólo del trabajo de la mujer obrera, sino también de la capacitación profesional de las mujeres, dando acceso masivo a su formación. Cuya combinación resultante ha sido la incorporación masiva al trabajo, a puestos de dirección y a la formación de las mujeres. Es decir, posición de independencia material que reclama igualdad. Si la Idea de la Ilustración fuera la responsable de las relaciones sociales y sus productos. También tendríamos que responsabilizar a la Ilustración del Fascismo pasado y el que está llegando, de la elevación demográfica exponencial habida durante esos 200 años, y del desastre ecológico que también conoce Yayo Herrero. Esto último, demuestra hasta qué punto no estamos libres de nuestra naturaleza humana, de nuestro antropocentrismo deico y narcisista; y cómo somos presos también de nuestro tiempo, al igual que los Ilustrados esclavistas o machistas, al menos de antropocentrismo ciegado (ciego por embriagado) al fijarnos en los avances de nuestras tribus desarrolladas, no las que sufren su exclusión de los circuitos internacionales de valorización del Capital. Ciegados por nuestro antropocentrismo, sobre todo al dar la espalda a miríadas de científicos que afirman el desastre en que ya estamos inmersos, mientras gobiernos y corporaciones son incapaces de responder al reto de mantener las condiciones ecológicas para la vida, y los pueblos también negamos dicha realidad. Y sin embargo, desde ese antropocentrismo parece deslizarse satisfacción ante avances parciales cuasi exclusivos en países desarrollados o en vías, en nuestras relaciones sociales. Se está tergiversando bastante el papel asignado al Derecho (aquí Derecho-Razón) por el marxismo. El Derecho parte de la superestructura, y en su caso con un rasgo más legitimador del Estado y su capacidad coercitivo-represiva, representa la avanzadilla de institucionalización del sentido común o la mentalidad hegemónica. Pero, lo cortés no quita lo valiente, para el marxismo Derecho y Estado no son fines en sí mismo, sino instrumentos de las diferentes correlaciones de fuerzas en una sociedad y Estado dados. Por tanto, el marxismo nunca ha renegado del Derecho y el Estado, sino que se han limitado a caracterizarlos como instrumentos. Y la posición normal de los marxistas ha sido la de implementar la acción del Derecho y el Estado para regular e intervenir en la vida social y económica, al objeto de proteger a los más débiles. Son las derechas quienes se han empecinado, y últimamente exacerbadamente en diluir el papel del Derecho y el Estado, para desproteger a los débiles frente a la acción de los Mercados, muchos de ellos oligopolios que con capaces de manipular oferta y demanda al objeto de lucrarse con el perjuicio de las clases populares. Sobre el ciudadano republicano del que habla, recuerdo no sé qué pasaje del viejo Marx, donde se venía a decir que una vez extinta la lucha de clases (desaparecidas), el trabajo no debiera ser el mismo, sino diferentes y motivados por el deseo de creatividad generosa. Desgraciadamente ahora algunos caemos en la cuenta de que si hay human@s a Futuro, probablemente el trabajo como maldición bíblica acabe, pero no necesariamente terminará la dominación basada en la propiedad de los medios de provisión. Pero de momento, aunque en proceso de marginalización respecto al producto, el trabajo sigue manteniéndose como el valor de relación o intercambio y organización social. Y saber que queremos ese hombre libre socialmente sin adscripción a clase por inexistentes, socialmente sin definición distintiva de género, sólo biológica, dada la igualdad,…, nos sitúa en el terreno del sueño perseguido. Pero afirmar el dueto Derecho-Razón no nos alumbra más que un instrumento, pero no bajo qué forma articular o desarrollar la correlación de fuerzas que permita hacerlos avanzar en dicha dirección. En definitiva, que el ciudadano republicano perseguido se conseguirá probablemente con la instrumentalización del Derecho y Estado, pero que su devenir no dependerá de la Razón, que incluida no será determinante, pues desgraciadamente la fuerza de la Razón ha de ir acompañada de mayorías sociales (articulación de mayorías sociales) en correlación a la Fuerza del Poder con más o menos razón y/o verdad. Respecto a los cuidados y el patriarcado, así como a los cuidados como servicio público, decir que en ocasiones los cuidados son incompatibles con la vida laboral. En cuyo caso debiera darse la opción a los familiares de remunerarles los mismos, cosa que se hacía antes, o de que sean ofrecidos por tercer@s; al respecto l@s mayorxs que tienen derecho a decidir, también debieran tener la capacidad de optar entre unos u otros cuidados. Dicho lo cual, y dado que se habla de una sociedad en que el trabajo ocuparía poca espacio, entiendo que el compartir l@s cuidad@s de hij@s, dependientes mayores o no, es vivir emocionalmente vinculad@s a la tribu más íntima, la familia. En esa sociedad existiría materpaternidad y los roles de género probablemente no existirían más que residualmente, como recuerdo de un gen inactivo. La emoción y afectividad son parte importante del bienestar en tod@s nosotr@s, que los dependientes, bebes, mayores o no, se sientan amad@s y atendid@s (material y anímicamente) por sus seres querid@s, es tan importante como para plantearnos una sociedad en que no exista socialmente el rol de género, y seamos iguales no al desatender, sino al atender a nuestr@s seres querid@s, pues al fin y al cabo tod@s lo deseamos. Un cordial saludo.

    Hace 5 años 6 meses

  3. LAURA

    BRILLANTE.

    Hace 5 años 6 meses

  4. gracianito

    Por cierto: una idea, muy mala y muy influyente, que además hace sospechar que liberalismo político y liberalismo económico igual no están tan lejos como el sr. Liria quiere que estén: porque a ver cómo nos vendíamos y cómo nos comprábamos todo lo que hace para que la máquina funcione si no cumpliéramos todos y cada uno con el deber de ser libremente idiotas dentro del orden y la ley.

    Hace 5 años 6 meses

  5. gracianito

    Espere, espere, a ver si lo he entendido: si cada cual ha de poder ser idiota, pero dentro de un orden... la cosa consiste... ¡ah, sí! ¡ya lo tengo!: en que mi libertad termine donde... etcétera... etcétera... ¡Albricias, sr. Liria! ¡Esa sí que es una idea mala, pero muy influyente!

    Hace 5 años 6 meses

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí