Internet: universal en el acceso, discriminatorio en el uso
La desigualdad digital se concentra más en la capacidad para gestionar la información que en la posibilidad de acceder a ella, según un informe de la Fundación Alternativas
ctxt 30/11/-1
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La generalización del uso de internet a finales de los años noventa, y la posterior digitalización de la sociedad, puso en evidencia el riesgo de que la desigualdad material se trasladase también a las nuevas tecnologías. Sin embargo, dos décadas después, y con el acceso a internet cada vez más universalizado en España, donde más se concentra la brecha digital es en el propio uso que se hace de los recursos digitales, según advierte el Tercer informe sobre la desigualdad en España, publicado recientemente por la Fundación Alternativas. Es decir, cómo y con qué fines se accede, se consume y se gestionan la información y los recursos.
El estudio, firmado por 17 investigadores y divido en capítulos temáticos, dedica un apartado a la evolución y el futuro de este fenómeno en España. Según advierte Mariano Fernández Enguita, autor del capítulo, la desigualdad en el uso que se hace de la tecnología –que denomina de segundo orden–, es más difícil de compensar y eliminar que la relativa a los recursos materiales. Esta última, sin embargo, sigue persistiendo en “bolsas de exclusión”, especialmente en aquellos grupos sociales que no participan en escenarios como el mercado laboral o el sistema educativo. Estos son: personas mayores, parados o trabajadoras del hogar.
De esta forma, el uso y la gestión que se hace de la información se ha convertido en la principal barrera de equidad cuando se habla de desigualdad digital. Según Fernández Enguita, la predisposición y necesidad de acceso a diferentes dispositivos y aplicaciones ya determina un primer punto de inflexión a la hora de examinar este tipo de inequidad, debido a que la propia configuración de los recursos materiales facilita o complica determinados usos –por ejemplo, más complejos en el caso del ordenador; y enfocados al ocio o las comunicaciones simples en el caso del teléfono móvil–.
Según datos del CIS de 2015 adaptados por el investigador, la educación es el principal factor discriminatorio cuando se habla de predisposición o necesidad de uso digital, especialmente en sus extremos: hasta 28 puntos separan la necesidad cotidiana de conectarse al teléfono móvil entre aquellos que tienen educación primaria y los que tienen estudios universitarios. En el caso del ordenador, la diferencia es de 60 puntos, y en el de la conexión a internet de 65.
A la hora de evaluar las propias actividades que se realizan en el entorno digital, de nuevo las diferencias más sustanciales en ocupaciones como el envío de mensajes, la búsqueda de información, la compra o la descarga archivos surgen por nivel educativo. Por ejemplo, apenas el 5% de las personas con estudios iguales o inferiores a la primaria ha realizado compras a través de la red, frente al 62,5% de aquellos que tienen estudios universitarios. Y mientras la búsqueda de información digital en este último grupo se acerca al 100%, en el caso de las personas con estudios iniciales apenas alcanza a uno de cada cuatro. Este tipo de desigualdad en las propias actividades digitales también genera grandes brechas en términos de edad, situación laboral u origen geográfico.
Por otro lado, la desigualdad menguante en términos de acceso digital que señala el estudio ha venido motivada por la generalización de la penetración de la tecnología e internet en los hogares del país durante la última década. Hasta el punto de que, según datos del INE, en 2016 el 77,1% de las viviendas en el país disponía de un ordenador y casi el 82% tenía acceso a internet. Son 21 y 44 puntos porcentuales más, respectivamente, que diez años antes. Si bien existen diferencias entre el tipo de hogar –por número de personas que viven en él– y por tipo de población, los datos muestran que la desigualdad de acceso, sin haber desaparecido de todo, ha ido acotándose sustancialmente en este periodo.
Tampoco existe en la actualidad, tal y señala el autor, una diferencia sustancial con Europa en términos de acceso digital. En 2016, el 84% de los ciudadanos de la UE estaban conectados a la red. Para España, el ratio fue algo inferior, del 81%. Algo similar a lo que ocurre con las diferencias de género y de origen geográfico, muy poco destacables. Por otro lado, una de las mayores brechas de acceso que sigue apareciendo es por motivos de edad, aunque de nuevo de forma decreciente.
Según datos de la Audiencia General de Internet (AIMC), la población de 16 a 24 años ha alcanzado una conectividad plena, con casi el 95% de la los jóvenes en contacto con ordenadores y con el 98,6% conectados a internet. Por su parte, entre los mayores de 65 años la penetración de internet alcanzó casi al 40% de este grupo durante el último. Si bien existe una diferencia grande con los más jóvenes, esta no para de menguar. En 2012, apenas 19,2% de los mayores estaba conectado, 20 puntos menos que en la actualidad.
Tal y como señala el estudio, y más allá de la edad –“un rasgo inevitable”–, la mayores diferencias a la hora de acceder al mundo digital se dan, al igual que en el uso, por nivel de estudios y por la situación de inactividad laboral. En 2017, casi el 98% de los que tenían estudios superiores usaron un ordenador y accedieron a internet, 67 y 47 puntos más, respectivamente, que los que solo terminaron la primaria.
Fernández Enguita señala que, para eliminar la creciente desigualdad de segundo orden –la relativa al uso y gestión de los recursos– que se está produciendo en el ámbito digital, se ha de adoptar un enfoque de inclusión e inmersión desde la escuela, la principal herramienta de universalización e igualación de estas capacidades tecnológicas.