En pleno centro de Mostar se alza el Banco de Cristal, un edificio gigantesco cuya construcción quedó abortada por la guerra. Sobre la avenida que delimita las dos partes de la ciudad, este montón de plantas de hormigón cuenta con un abigarrado colectivo de visitantes: drogadictos que acuden a consumir, personas sin hogar que se cobijan de la intemperie y adolescentes que se juntan con la cuadrilla o bien se inician en los escarceos amorosos. El espacio desolado, con periódicos viejos, cajetillas de preservativos y mechas de fibra de vidrio por los rincones, ofrece una atalaya desde la que otear el desgarro de Mostar.

A un lado se extiende la parte oriental, con mezquitas de piedra caliza y el emblemático Puente Viejo, reconstruido tras su derrumbamiento a causa de los bombardeos croatas. En los cerros se divisa el mensaje “Bosnia, te queremos” y, sobre el perfil, la bandera del país enarbolada. En Mostar Oeste, situada al otro lado, predominan los bloques macizos de la época socialista y dos símbolos con los que el nacionalismo croata marca territorio: una catedral católica con un campanario de un centenar de metros y, en el monte desde el que la artillería cañoneaba la ciudad, una cruz enorme que se impone sobre el panorama, en un ejercicio obsceno de violencia simbólica. En un muro de las últimas plantas del Banco de Cristal, algún mostarcense sarcástico, armado de un espray rojo, dejó pintada la vieja máxima inmortalizada por Julio César: “Divide y vencerás”.

En la atormentada Mostar conviven dos estructuras paralelas –dos universidades, dos hospitales, dos oficinas de correos, dos compañías eléctricas, dos estaciones de autobuses, dos teatros– y, por la falta de acuerdo respecto a la organización local, no se celebran elecciones municipales desde hace una década. Sin embargo, se trata apenas de la sutura más burda de la entidad de Bosnia denominada “Federación”, el lugar donde se hace patente incluso en lo físico la espinosa convivencia entre bosniacos y croatas.

Después de que ambas comunidades colaborasen para defender la independencia de Bosnia frente al bando serbio, las ansias territoriales de la vecina Croacia y el auge militar del ejército bosnio provocaron una “guerra dentro de la guerra”. De repente, milicianos que habían compartido un mismo lado del frente se encontraban guerreando en trincheras opuestas, mientras las tropas serbias se relamían ante esta discordia inopinada. 

Este conflicto sangriento se alargó durante más de un año hasta que, bajo los auspicios de los Estados Unidos, bosniacos y croatas firmaron los denominados Acuerdos de Washington por los que se constituía la Federación. Aunque la alianza restañada arrinconó a las fuerzas proserbias, algunos resquemores permanecen aún vivos: hay desgarrones que ni el tiempo ni los esfuerzos políticos han conseguido zurcir.

Durante su guerra contra los bosniacos, los líderes croatas proclamaron la independencia del paraestado de Herzeg-Bosnia, en cuyo territorio se produjeron crímenes y expulsiones calcados a los cometidos por el bando serbio. Por las callejuelas de la parte Este de Mostar, convertida en una ratonera, la artillería y los francotiradores sembraban la muerte entre los civiles, mientras buena parte de los varones bosniacos en edad de combatir eran recluidos en campos de concentración.

El Tribunal de La Haya consideró que Herzeg-Bosnia había sido una “asociación ilícita para delinquir” y condenó a sus cabecillas por crímenes de guerra. No obstante, la sentencia, retransmitida por televisión, quedó relegada a un segundo término por el suicidio en directo del general Slobodan Praljak. Antiguo director de teatro, Praljak había proyectado su muerte como una apoteosis de tragedia shakespeariana pero, por su torpeza en la escenificación, el clímax quedó en un fogoso lingotazo de taberna, si bien, en esta ocasión, el frasco contenía veneno en lugar del tradicional aguardiente.

Con el fracaso del proyecto de Herzeg-Bosnia, la mayoría nacionalista de la comunidad croata quedó encuadrada en la Federación, aunque en minoría respecto a los bosniacos, que los triplican en número. Como solución de compromiso en los Acuerdos de Paz, se estableció una presidencia tripartita para que cada comunidad pudiera elegir a su representante. Sin embargo, en dos ocasiones seguidas, el candidato de orientación probosnia Zeljko Komsic se encaramó a la presidencia como miembro croata, pero con una mayoría de votos bosniacos. Desde entonces, los nacionalistas croatas denuncian su postergación y su perpetua condena a ser minoría en la toma de decisiones clave. Para evitar que los bosniacos elijan a “su” miembro de la presidencia, reclaman gozar de una entidad propia como los serbios de la República Srpska, donde constituyan la mayoría que pueda hacer valer sus intereses.

Aprovechando que Croacia es miembro de la Unión Europea, los croatas de Bosnia se aplican en tareas de lobby en Bruselas, presentándose como los adalides de la “mentalidad europea” en el país frente al “primitivismo balcánico” de bosniacos y serbios. No obstante, los supuestos valores europeos de su líder, Dragan Covic, parecen sostenerse sobre fundamentos endebles. Tras la salida de la cárcel del paramilitar Dario Kordic –condenado por la masacre de un centenar de civiles bosniacos en el pueblo de Ahmici, en una operación con nombre en clave “48 horas de humo y cenizas”–, Covic acudió a un acto para homenajearle, con personalidades del nacionalismo croata y misa católica en su honor. Además, ya en los tiempos de la guerra, Covic, director de la mayor fábrica de Mostar, había utilizado a decenas de bosniacos presos en los campos de concentración para llevar a cabo trabajos forzados.

¿Y en qué tesitura quedan, frente a los nacionalismos serbio y croata, los antiguos musulmanes bosnios, ahora denominados "bosniacos"? En esta comunidad, la más partidaria de preservar la integridad territorial de Bosnia, la formación dominante sigue siendo el Partido de Acción Democrática o SDA, asentado en el poder desde la década de los 90. Después de presentarse a las primeras elecciones democráticas en coalición con los nacionalistas serbios y croatas, durante la guerra el SDA empuñó el estandarte de la defensa de Bosnia. Con todo, se hace difícil dilucidar hasta qué punto el compromiso de sus líderes era solo patriótico, cuando purgaron las instituciones de no bosniacos y aprovecharon el floreciente mercado negro para enriquecerse trapicheando con bienes de primera necesidad. Esta nueva élite voraz y farisaica procura extender la presencia del islam en los diversos ámbitos de la vida pública y se deshace en zalamerías serviles ante el presidente turco Recep Tayip Erdogan.

Las redes clientelares del SDA le garantizan una nutrida cantidad de votos, pero el desgaste motivado por sus corruptelas y su larga estancia en el poder ha ido menguando su antigua omnipotencia. De todas maneras, es poco probable que su relativa debilidad sea aprovechado por la llamada "opción ciudadana", formaciones progresistas integradas por miembros de todas las comunidades que abogan por una Bosnia multiétnica. Pese a que, por las transformaciones demográficas causadas por la guerra, las grandes ciudades como Sarajevo y Tuzla han quedado como mayoritariamente bosniacas, parte de su población urbana conserva la antigua mentalidad abierta, con una yugonostalgia manifestada en los retratos del mariscal Tito que abundan por bares y comercios y el culto a la convivencia propia de Bosnia-Herzegovina. Sin embargo, aquejados del sempiterno vicio progresista, los partidos que deberían reflejar este espectro ideológico se encuentran fraccionados y su actividad política oscila entre la impotencia y la inanidad. 

Aunque, en general, la población bosnia de todas las comunidades adopta una actitud conformista, resumida en la expresión "Mientras no haya tiros...", la falta de perspectivas económicas está provocando una emigración en masa. La mayoría de bosnios cuenta con mayores facilidades en la Europa próspera y existe una mayor facilidad para acceder a visados, de forma que cada vez más personas abandonan el país. En las zonas con población croata –ciudadana al mismo tiempo de Bosnia y de Croacia y, por tanto, con libertad para circular por la UE– abundan las estampas mustias de casas cerradas a cal y canto. Mientras, frente a las embajadas y consulados de Sarajevo, los futuros emigrantes se arman de paciencia en interminables colas, deseosos de completar sus trámites y marcharse.

Resulta difícil profetizar si Bosnia se va a romper en los próximos tiempos, como consecuencia de las divisiones nacionales y los vuelcos geopolíticos. Sin embargo, lo que parece seguro es que, si la tendencia socioeconómica no se invierte, aunque el país sobreviva le aguarda un porvenir lúgubre: convertirse en un territorio cuasidesierto con una población envejecida que o bien se integra en las redes clientelares o bien queda atrapada en la amargura y la resignación. Después de sobrevivir a una guerra devastadora, que se llevó a sus seres queridos y les dejó heridas tanto físicas como psicológicas, los bosnios no merecen su actual penar en una sociedad estancada, sino la posibilidad de quedarse en su tierra para construir una existencia digna.