Que la vida es aleatoria y casual, y la suerte es una habilidad de aprovechar las ocasiones favorables lo sabe usted, cualquier ganador del Premio Planeta, el Tren Valencia y el hincha del Atlético de Madrid, que entiende también que la suerte es una flecha lanzada que hace blanco. Lo sabe Juanfran, lo sabe Griezmann y lo saben las décimas de segundo antes de morir, unas nacen con estrella y otras nacen estrelladas. Al aficionado del Atleti le sobreexcita la Champions League. Lo sabía Luis Aragonés y lo sabían las décimas de segundo del 74 y un tipo con nombre de salivazo, flema alemana, Schwarzenbeck (imagínense pronunciando ese deleznable nombre que no puede traer nada bueno, qué se puede esperar de un tipo que se pasó quince años jugando en el Bayern de Múnich, ya hay que ser malaje).  Schwarzenbeck es nuestro Lucifer, nuestra Copa de Europa de los campeonatos satánicos y perversos. En el fondo son nuestros títulos de mayor esplendor y dignidad, y también tenemos la Copa de Sergio Ramos y alguna de Ronaldo. Pero el mundo está muy cambiado con los selfies,  las campañas publicitarias e Instagram, y ahora a la gente le excita el éxito y quiere una Copa de Europa de verdad, de ésas de CR7. Qué ordinariez, por Dios. Yo no sé qué va a pasar ese día, de verdad. Quizá entonces esta columna no tenga sentido y venga Neymar a hacer fútbol-samba (qué horror) en el Atleti por 500 millones del chino Wang y una producción de Cerezo en Estados Unidos. Esperemos que jamás. 

Y con estas referencias trágicas y pasionales, más Milán y Lisboa, se palpaba en el ambiente que Simeone está más nervioso que Hitler en un campo de concentración ruso porque quiere una Champions League de las de verdad (de las de Instagram y los selfies), y también es cierto que la gloria deportiva no se puede reintegrar con la sangre de Lotina en los noventa ni tomando cafés y hablando de libros con el Ratón Pardeza, y que tendremos que probar alguna vez qué se siente ganando una Copa de Europa. Probemos esa grosería, esa ordinariez, esa cosa zafia de la Orejona. Una o dos como máximo. Trece me parecerían una vulgaridad excepcional, y supondrían la muerte del Atlético de Madrid tal como lo hemos entendido hasta ahora, pero eso no va a pasar jamás, porque aparte de inverosímil es una entelequia, y además la columna vertebral básica del equipo, Oblak, Godín, Koke y Griezmann, son hombres sin apenas tatuajes y sin peinados demasiado estrafalarios, y con ese bagaje estético tampoco puedes llegar a ser crack del fútbol mundial, ni da para muchas copas de Europa. La excepción que confirma la regla se llama Saúl. Saúl es una estrella del fútbol mundial.

El Atleti ahora parece lejos de la Semana Santa y la tragedia (la griega, la recordábamos el otro día, era Seitaridis), y haría bien en no angustiarse con que no ha hecho una entrada triunfal en Jerusalén en su puñetera vida. El equipo es competitivo y está diseñado para la proeza. Ha pasado tiempo y son muchos años de crecimiento y asimilación de conceptos, entre otros la realidad de las gestas. No pasar de octavos de final en Champions también sería una absoluta mediocridad. El partido se inició con esa premisa trazada en la cara de los futbolistas durante todos los preliminares fastuosos (himno, luces, niños, ruido) de este tipo de choques. Y nunca dejes de creer, eso está muy bien, por eso se cargaron en Europa al Bayern de Múnich y al Barcelona. Por convicción, trabajo y azar. El Pupas, ni por asomo, qué es eso.

El magnífico partido del Borussia en Dortmund, muy superior al Atleti, manifestó su potencial, y de paso las anomalías de los colchoneros, que ahora mismo son un prisma futbolístico, desconocemos qué reflexión, qué refracción nos van a mostrar. Por lo pronto, un reflejo con cinco bajas sustanciales: Godín, Koke, Lemar, Costa y Savic. Y un equipo enfrente que está arrasando en la Bundesliga. Sale muy bien el Atleti, como un disco de los Rolling, una novela de Pynchon, atacando y tocando con toda la celeridad necesaria para llegar lejos en la competición, y le pega Correa con tan poca fuerza que Burki atrapa sin problemas, reservando la fuerza para hacer una dura entrada que le cuesta una amarilla, y por ahora el partido parece del argentino Correa, recibe otra vez muy escorado en el área, tira y Burki de nuevo ataja con una cómoda intervención. Y no se lo pierdan, tercera para el de Rosario, tira raso, sin pensar en la combinación, y atrapa otra vez el portero suizo del Borussia. Correa quiere protagonismo y está descomponiendo la defensa alemana, pero en goles vitales ya sabemos de la importancia de Saúl. Jugada que arranca él con potencia insólita, abre a la banda a Filipe Luis, se la devuelve. Gol. Bota el Metropolitano, el Atleti no da respiro. La rompe, la raja, la revienta Thomas Partey, rozando el travesaño. Chanel, Simeone y Don Perignon. Es pura euforia el Cholo, un escudo taquicárdico con piernas y el Borussia no sabe qué es correr en su zona de ataque de la cancha. Fin del primer tiempo, el mejor del Dortmund es Burki y el sobresaliente del Atleti un excelso Saúl dominando táctica y anímicamente el centro del campo. 

El canterano Montero entra por Giménez. Lesión muscular. Saúl empieza la segunda parte jugando de patio de colegio (de los buenos, de niño pillo, bribón). Engaña al quiebro y centra de manera venenosa y mordaz. Toprak manda a córner. Disparo de Rodrigo fuera y cambio de lógicas incertidumbres, entra Gelson Martins y se marcha Kalinic, el eterno remedio del tercer delantero. Intenta reaccionar el Borussia pero no da señales de poderío ni autoridad. Ahora es el niño enfadado sin ideas y sin su patio de cole. Tenía que llegar. Griezmann, gol. Cómo no, el crack del partido, Saúl, roba en su área, trabajador incansable de la escuela Simeone, e inicia un contraataque acompañado por Gelson, le llega a Thomas y el último pasa a Grizzie. Su clásico disparo cruzado. Vitolo por Correa. La afición coreando pura mística sobre Simeone y Aragonés. Mientras una máquina hace fútbol, crea refracciones rojiblancas y piensa en regresar a casa en primavera.