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Tribuna

República de iguales

Contra el paternalismo político

José Antonio Pérez Tapias 15/11/2018

<p>La República. </p>

La República. 

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En nuestra sociedad se habla mucho de igualdad, pero en realidad no se plantea ni adecuada ni consecuentemente la eliminación de las desigualdades. Constatamos cómo la desigualdad social se ha instalado –y crece– en la realidad de las sociedades contemporáneas, con dinámicas del capitalismo global que empujan en esa dirección. De una efectiva igualdad entre hombres y mujeres estamos lejos, por más que el feminismo sea hoy movimiento social en alza. La conciencia colectiva respecto a las situaciones de desigualdad, a pesar de conocer los factores que la incrementan o que impiden su erradicación, no acaba de activarse con la suficiente fuerza. Son diversos los factores que inciden en que sea así, pero cabe destacar uno: el modo de vida en el que estamos inmersos hace difícil abandonar posiciones conformistas. La ausencia de un inconformismo activo que vaya más allá de los sentimientos de indignación no sólo tiene que ver con condiciones materiales de vida, sino también con un imaginario colectivo del que ha desaparecido la idea de emancipación, con lo que implica de empeño personal y social por una vida digna desplegada solidariamente desde la libertad ganada y la responsabilidad asumida. Toda emancipación requiere –dicho kantianamente– afrontar lo que implica la mayoría de edad, salir de dependencias y servidumbres, erradicar formas de explotación y activar modos de relación en los que opere el reconocimiento recíproco que nos debemos como sujetos de derechos. 

Una sociedad en la que la igualdad sea valor efectivo será una sociedad de mujeres y hombres emancipados que, por tanto, han superado cualesquiera variantes del infantilismo político, así como los patrones paternalistas de comportamiento tan caros a una cultura patriarcal. Hay que reparar en cómo se reproducen tales patrones incluso por parte de individuos y fuerzas políticas que declaran su compromiso con la igualdad. Contradice las pretensiones de ese compromiso una práctica política asentada en criterios jerárquicos, acompañada de pretensiones de tutorizar a la ciudadanía, que explicita su relación con esta como acción “pedagógica” para que ciudadanas y ciudadanos entiendan lo que se piensa que no saben, es decir, para que hagan lo que, sin dar razones suficientes, deciden por su cuenta direcciones políticas supuestamente democráticas apelando a un “pueblo” adulado, pero en verdad no considerado “demos”. En este juego de engañifa demagógica bajo apariencia de política “progresista” bienintencionada quedan atrapados los más nobles objetivos políticos por el cómo se plantea su consecución. La problemática que ello conlleva –el filósofo Jacques Ranciére la formula como la propia de una “sociedad pedagogizada”– afecta fundamentalmente a la izquierda, sobre todo en lo que a objetivos de igualdad se refiere, pues la derecha ni persigue la igualdad ni se plantea una relación con la ciudadanía que tenga que recurrir a expedientes “pedagógicos”.  

Pero vayamos al núcleo de la cuestión: no es posible conquistar metas de igualdad sin afirmar la igualdad de raíz entre todos los seres humanos. ¿Por qué los logros igualitarios se dilatan en el tiempo? Porque no se acometen con la suficiente convicción. Es decir, las que cabe considerar metas utópicas en torno a la igualdad social, como también respecto a la igualdad de género, quedan aplazadas una y otra vez si al postularlas no se parte de que esas metas corresponden a la igual condición antropológica de todos los humanos. Si la igualdad no se sostiene sobre una base ontológica firme no es creíble pretender una sociedad igualitaria, por lo que en tal caso las utopías al respecto se ven diluidas en ilusiones inocuas, a la vez que el imperativo moral por alcanzarlas resulta devaluado en pretensión moralista para encubrir ideológicamente la impotencia. La derecha política sabe de esa trampa que la aspiración a la igualdad se tiende a sí misma, por lo que se instala con cinismo más o menos descarado en la afirmación de hecho y de derecho de la desigualdad. La izquierda, por su parte, no acaba de ser suficientemente consecuente con las reivindicaciones de igualdad que sostiene, ni en lo que se refiere a sus exigencias socioeconómicas y políticas, ni en lo que toca a los fundamentos antropológicos sobre los que apoyarlas. De esa forma acaba cediendo ante el apalancamiento de la derecha en la desigualdad, aunque a veces ese ceder quede camuflado bajo un discurso “progresista” que habla de eliminar desigualdades, pero sin hincar el diente a las causas de la perpetuación de las mismas, incluida como causa la misma manera de plantear ideológicamente un enfoque de la igualdad que le hace el juego a la desigualdad por no ir al fondo de ésta ni a las bases de aquélla. 

Si llevamos a la dinámica política la reflexión crítica que plantea el ya citado Rancière, en su obra El maestro ignorante, respecto al reconocimiento de la igualdad básica de los humanos como punto de arranque para procesos de aprendizaje encaminados a la autoafirmación de “inteligencias emancipadas” –siguiendo las prácticas en su momento puestas en marcha por Joseph Jacotot–, habrá que tener en cuenta cómo la desigualdad se reproduce si la igualdad no se asume de partida. Cualesquiera formas de vanguardismo político, de hiperliderazgo, de dominio partidario oligárquico, de injustificables pretensiones hegemónicas…, o simplemente de reactualizado despotismo ilustrado en contexto democrático, conducen a actuaciones de tutelaje político que reproducen la distancia entre los que saben y quienes se estima que no saben, entre los que mandan y aquéllos a quienes no se considera preparados para ello, entre la élite –que incluso puede permitirse hablar de “casta” respecto a otros- y quienes integran la base –ésa que se llamaba “masa”–, entre quienes tienen razón y todos los demás que no pasan de compartir opiniones… Todas esas distinciones con las que sutilmente se opera –contrarias, por lo demás, al reconocimiento de legítimas diferencias– deben desaparecer si se quiere avanzar en igualdad, lo cual es lo que nos hace pensar en una democracia efectiva donde la participación, urgida por una voluntad que pone a su servicio la igual inteligencia de todos, sea una realidad a la que accedemos mujeres y hombres en una real república de iguales.

Es momento, además, en el que se hace no sólo imperativo, sino más que oportuno, desgranar en el espacio público los buenos argumentos para una república de iguales sin tutelajes inadmisibles. Cuando los partidos políticos vienen de verse en entredicho, cuando los líderes no andan sobrados de buena imagen, cuando las instituciones del Estado muestran sus insuficiencias y bloqueos, y cuando hasta quienes están al frente del sistema judicial lo han precipitado en su desprestigio, nadie puede esgrimir esas falsas credenciales que le permitirían decir que a la ciudadanía hay que aplicarle las necesarias dosis de “pedagogía” para que entienda de qué va. La ciudadanía sabe que, en el fondo, una “sociedad pedagogizada” es una “sociedad del menosprecio” –Rancière nos presta la fórmula– y ha de resistir a verse así maltratada y actuar en consecuencia en aras de esa igualdad sin la cual toda libertad es falsa –no hay libertad que pueda honestamente defenderse como privilegio–. 

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Autor >

José Antonio Pérez Tapias

Es catedrático en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Granada. Es autor de 'Invitación al federalismo. España y las razones para un Estado plurinacional'(Madrid, Trotta, 2013).

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  1. cayetano

    La norma escrita sea moral, jurídica..., expresa carencias, insatisfacciones, deseos simbólicos o reales conflictivos o contradictorios. Lo inexistente no se nombra, ni se abstrae conceptualmente. Luego la moral expresa insatisfacción, un modelo de comportamiento, de relación conflictivo que requiere normativa. La igualdad es santísima trinidad con libertad y fraternidad, no entendemos su realización segmentada, sólo su indisoluble triada acerca la idea de su realización material, efectiva. Efectivamente tutela, paternalismo, vanguardismo son concepciones que generan distancias entre pueblo y tribunos. Pero cuando las distancias llegan a los deseos de las pretendidas (por deseadas) bases sociales, asistimos al divorcio. Conectar con el contenido e intensidad del deseo social es determinante para evitar dicho divorcio, con independencia del tipo de organización. Digo hasta ahora, porqué con el Big Data, los algoritmos y redes sociales, es posible no sólo el Gran Hermano que lo ve todo, sino también avanzar más, mucho más, en la manipulación de las mentalidades colectivas. No de otra cosa hemos hablado al comentar la manipulación en varias elecciones. Por ello, debemos contextualizar nuestros debates al respecto de qué organizaciones y relación requerimos con los pretendidos sujetos sociales, para posibilitar alternativas de vida. Debemos plantearnos si es posible encarnar en nuestras organizaciones y relaciones, a las relaciones sociales que propugnamos socialmente a futuro, qué desventajas y debilidades suponen. Pero sin eximirnos de la pluralidad, el consenso como vía de acuerdo, a coexistir en desigualdad diversa y respetuosa con las minorías. Y sobre todo, debemos valorar si por encima de las mismas, existe o no conexión efectiva entre las izquierdas y sus pretendid@s sociales. Ranciere nos enseña el método de aprendizaje del maestro ignorante, que conociera por la experiencia de Jacotot en la enseñanza de idioma a los soldados antes de entrar en combate. Pero dicho método tiene significancia social no sólo cuando cuenta con apoyo institucional formal o informal, sino en momentos de efervescencia y movilización, cuando la empleada del malogrado Botín se preocupaba por conocer sobre la prima de riesgo. La trinidad igualdad, libertad, fraternidad, no requiere reconocernos iguales ontológicamente, somos una única raza, es científicamente pacífica dicha posición. Pero esa igualdad no lo es social, ni cultural, ni…, existe el concepto igualdad como deseo ante la realidad desigual. Igualdad que al estar acompañada de libertad no es uniformidad. Igualdad que al ser fraternidad es solidaria, Ubuntu. Es trinidad de valores que responden a un deseo inalcanzado pero pretendido. Pero hemos de reconocer que esa igualdad a la que aspiramos y compartimos con Ranciere sin distinciones asimétricas, requiere de sustento material en las infraestructuras del relieve humano. Dicho de otro modo, cuando el socialismo de la URSS y sus aliados implosionaba a capitalismo sin grandes conflictos violentos. Lo hacía porque sus infraestructuras, modo de producción e intercambio portaban inmanencias de otras formas de propiedad (capacidad de decisión o domine excluyente). Es decir, las propias infraestructuras o medios de producción, construyen un modo de producción e intercambio, que de no reapropiar al productor directo sobre el producto completo, no lo exime de la exclusión o delegación de la decisión, por representación en el mejor de los casos. Una cultura hegemónica del maestro ignorante requiere de una reapropiación del rol social, ahora enajenado y alienado provocando extrañamiento de sí mismo; reapropiación que lo es de la propia responsabilidad, que indiscutiblemente pasa por reapropiarse como productor del producto completo y su intercambio. Una cultura que rompa la lógica del crecimiento por la de satisfacción, dejando de producir en abstracto para los mercados y haciéndolo el productor-a concreto para su amig@ concret@. Hoy curiosamente, al igual que el avance en TICs y otras nuevas tecnologías sobre materiales, energías…, nos hacen temer un futuro distópico del Mundo Feliz de Huxley o el fin. Al mismo tiempo, estas nuevas tecnologías permiten pensar en reapropiar la producción y el intercambio por los productores-as, sea de la manufactura, de la energía, del software libre… y que la producción sea concreta, no abstracta. En éste último aspecto incluso multinacionales como IKEA dedican unidades a desarrollar la producción concreta con impresoras digitales para clientes concretos, no mercados abstractos. En definitiva, una cultura hegemónica del aprendizaje Ranciere, sólo será viable cuando modelo y medio de producción e intercambio responsabilicen socialmente a sus integrantes, como responsables de su producción e intercambio concreto, sin delegar o enajenar su rol social, sin extrañarse de sí mismos por enajenación y alienación. Una sociedad de ese tipo abre la vía a ser responsables direct@s l@s un@s de l@s otr@s, a convivir más cerca de la efectiva igualdad en libertad y fraternidad. Si hoy pensamos en estas claves, no es sino por estar más cerca de su consecución o acercarnos a ella. Otrora no hubiéramos planteado, ni imaginado tales abstracciones de la realidad material y social que nos rodea, en la que estamos sumergidos. Y ello, reconociendo lo contradictoria de esta realidad que más bien nos acerca a la distopía del fin, por ser incapaces de resolver los conflictos de esta radical transición, rodeados por los límites ecosistémicos rebasados. Un cordial saludo.

    Hace 5 años 4 meses

  2. Jau

    [...]Todas esas distinciones con las que sutuilmente se opera - contrarias por lo demas al reconocimiento de legitimas diferencias - deben desaparecer si se quiere avanzar en igualdad [...] Es representativo (como en un bucle interminable) de la sociedad el hecho de que este texto sea una critica a la misma al mismo tiempo que cae en aquello que se critica... Igualdad DE QUÉ? Reconocimiento legitimo de las diferencias? DE CUALES? La superficialidad y banalidad con la que se abordan las cuestiones no son sino signo de esa misma sociedad que se critica. La diferencia per se, no es ni buena ni mala, la igualdad tanto de lo mismo. Hasta que no se entre a debatir en profundidad qué sistemas morales y/o de valor son los que vertebran legítimamente unas sociedad justa de nada se estará hablando con suficiente concreción. ¿debemos ser iguales a los valores del nazismo? ¿Debemos coincidir todos en los mismos para igualarnos en ellos? ¿Debemos admitir las diferencias aunque estás supongan la aceptación de crímenes o injusticias? No es la igualdad o la diferencia PER SE lo que establece un modelo aceptable de sociedad, sino aquellas relaciones humanas que vayan a operar en la misma FUNDAMENTADAS en un sistema de valores que se ejercite por el humano, siendo este sistema de valores algo que no requiera de forzar la espontaneidad de sentimientos y percepciones afines al mismo. Eso, el capitalista, no lo consigue. Parece que lo hace. Y lo parece gracias a que impone su sistema de valores porque este integra en todas sus formas a la violencia y la imposición como herramienta propia/misma de la educación. Eso, si se quiere una civilización, no puede ser así. Ha de haber un sistema de valores en el cual basarse para que este genere una sociedad (relaciones humanas) justa y libre sin necesidad de parecerlo o usando herramientas contrarias a la Justicia o la Libertad, como lo es la imposición subrepticia, inconsciente, no mencionada, el engaño o en su defecto, la imposición ilegitima. Tan habituales en capitalismo.

    Hace 5 años 4 meses

  3. fer

    Estos puritanos tienen una obsesión con el sexo que no es normal. Ser de izquierdas y feminista no parece curarlos de ese complejo. Se ve que tendremos que seguir conviviendo con la asquerosa prostitución de siempre.

    Hace 5 años 4 meses

  4. jose

    La ministra de trabajo dice que no hay prostitución vocacional. Nadie lo ha dicho, como no hay mineros ni jornaleros ni desahuciados vocacionales. Lo que hay son prostitutas/os que dicen, textualmente, que prefieren ganar 50€ en media hora en ese trabajo que fregar para una señorona abolicionista por 800€ al mes durante 10 horas diarias, A ver si los moralistas/estigmatizadores hablan de esto también. En Holanda es un asunto contemplado socialmente, pensando tanto en el la trabajador/a sexual como en el cliente discapacitado. Sería muy oportuno darles la palabra con la misma frecuencia con que se le da a las personas ajenas a la profesión. Hay una asociación incluso premiada por Europa que jamás ha sido invitado a estos foros.

    Hace 5 años 4 meses

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