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Tribuna

El irracionalismo como vía de escape

Resulta escandaloso oír decir desde posiciones supuestamente de izquierda que no está el horno para razones y que lo que ahora procede es activar emociones

José Antonio Pérez Tapias 1/10/2018

<p>Martin Heidegger, filósofo alemán del s.XX.</p>

Martin Heidegger, filósofo alemán del s.XX.

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Es una constante tentación simplificar los trazos con los que construimos nuestra imagen de la realidad para que ésta nos sea más manejable. La complejidad del mundo en el que estamos supone, al abordarla en el mismo análisis, una carga pesada que tratamos de aliviar como sea y así diseñar mapas teóricos que, aunque sean falsos, nos ayuden a pensar que nos orientamos en la realidad y, con ello, nos clarificamos en cuanto a qué hacer. Sin embargo, es difícil que esos atajos sean en efecto caminos transitables para acertar con el pensamiento y encauzar fructíferamente la acción. De esa manera, en política, fallan las estrategias construidas con esa ley del menor esfuerzo que no da de sí más que tacticismos alicortos. 

La demagogia cuenta entre sus características precisamente con la elusión de la complejidad. La verborrea demagógica no se complica la vida con matices y echa mano de la brocha gorda para trazar el marco de un discurso –si cabe llamarlo así- encaminado a halagar al auditorio, a la vez que se busca activar sus emociones para encaminar esas pasiones que, con tal acompañamiento, no pueden ser sino bajas. Es muy antigua la utilización de tales recursos, los cuales alejaron a Platón de la democracia –aunque no fuera conservador sólo por eso– y llevaron también a Aristóteles a buscar contrapesos a lo que entendía por democracia para dar con un sistema político sin el riesgo de los desvaríos demagógicos. Cuando la democracia moderna se puso en marcha volvió a toparse con la demagogia como práctica que la distorsiona, con la ayuda de elaboraciones ideológicas más sofisticadas. Los mecanismos ideológicos se instalan en la sociedad, condicionando la vida política con sutiles formas de encubrimiento de la realidad que, en esas variantes más extremas de las mismas, dan lugar a nuevas mitificaciones que se vuelven artefactos potentes para construir discursos simplistas con fuerte carga emocional. Es constatable cómo en los momentos de crisis sociales muy acentuadas, cuando el sistema político se ve cuestionado y el orden simbólico se resquebraja, entonces la demagogia se refuerza echando mano de mitificaciones construidas como reverso, además, de los propios prejuicios, que igualmente tienen anclaje en el imaginario colectivo. 

Volvamos una vez más la vista hacia aquella gran crisis tan recordada cuando estamos en medio de la que actualmente padecemos: la crisis social y política que siguió al crack económico de 1929, que a los problemas crisis financiara y desempleo en muchas sociedades añadió el desmoronamiento de un orden internacional, especialmente en el seno de la misma Europa, que condujo a la I Guerra Mundial. Finalizada esta, las consecuencias de la crisis perduraron en Alemania como potencia perdedora, impidiendo que cuajara la República de Weimar. La crisis social provocada por una economía que no remontaba y el sentimiento colectivo de humillación nacional por el Tratado de Versalles fueron generando el caldo de cultivo en el que el nazismo acabaría germinando hasta hacerse con toda la sociedad alemana como sistema totalitario. Conocemos las consecuencias, como sabemos de las del fascismo en Italia –podemos sumar a ello el anticipo que supuso, en cuanto a la II Guerra, el acoso y derribo al que se sometió la II República española–. 

Mucho se ha dicho y escrito acerca de cómo todo ello fue posible. Si ahora no es el momento de detenernos en recoger apreciaciones más detalladas, aunque fuera en balance apresurado, sí es pertinente recordar cómo en el periodo de entreguerras se echó mano, por parte de los movimientos totalitarios en ciernes, de las mitificaciones nacionales e incluso raciales –acentuando el reverso del prejuicio respecto al excluido como extraño, el otro diferente, el judío como chivo expiatorio–. Sobre tales mitos se construyó ese discurso movilizador que puso el objetivo de su desbocada demagogia en generar en las masas emociones conducentes a una ciega adhesión al líder mesiánico, por ejemplo. A la vez, para dejar atrás las reservas racionales que supusieran objeciones a tan funestos desvaríos se nutría la exaltación de un irracionalismo que se esgrimía como soporte de los valores fundamentales de “la tierra y la sangre”. Valga como referencia emblemática al respecto la obra de Oswald Spengler con título que facilitó que alcanzara la condición de best seller de la época: La decadencia de Occidente. Su influjo fue fortísimo y a ese clímax cultural no se sustrajeron pensadores de primer nivel, como fue el caso de Martin Heidegger. No vamos a entrar en las entretelas de su filosofía, pero es bien sabido que el autor de un libro que sería decisivo en el pensamiento del siglo XX, Ser y tiempo, fue el que años después de su publicación, siendo miembro del partido nazi, asumió el rectorado de la Universidad de Friburgo dejando a la posteridad un discurso que sería para el conjunto de su producción filosófica un baldón que la ensombrecería para siempre. 

Lo que se ha llamado el caso Heidegger es paradigmático acerca de cómo mentes de una potencia intelectual descollante pueden sucumbir ante los cantos de sirena de la llamada de “la tierra y la sangre”, o del pueblo y la patria, o de la raza y el nuevo Reich. Otros no sólo resistieron, sino que, también en el campo del pensamiento, se opusieron frontalmente, como fueron Horkheimer, Adorno o Benjamin, por citar algunos de la órbita de la Escuela de Frankfurt, o Karl Jaspers, que no dejó de interpelar a Heidegger respecto a lo que fue más que una connivencia epidérmica y efímera con el nazismo. La razón filosófica de Heidegger cedió ante el empuje del irracionalismo; reconocerlo no implica una descalificación global de su obra, pues hasta una lectura matizada de la misma como la que en su día hizo entre nosotros Manuel Sacristán cuando, apresurándose sobre otras interpretaciones, puso de relieve tal irracionalismo.

Si pasamos ahora de los años veinte y treinta del siglo pasado a esta segunda década del XXI observamos que la tentación irracionalista de nuevo se hace presente. Eso ocurre, ciertamente, en un contexto distinto, por lo que toca a Europa en el contexto de sociedades con democracias más institucionalizadas –aunque no por ello aseguradas ante el empuje de lo que cabe denominar las diversas formas de neofascismo-, en marcos culturales en los que ya no entra una estetización de la política como la que acompañó a los fascismos de otrora, pero en los que sí se abre paso, dado el cinismo imperante, la perversa dinámica de lo que se ha llamado posverdad: mentira socialmente organizada, políticamente inducida, mediática y digitalmente producida, de manera que sabiendo que la verdad  no interesa, todo recae sobre la construcción de relatos, incorporando cuantas falsas noticias hagan falta, para que las multitudes individualistas castigadas por la crisis se aglutinen en virtud de la demagogia de los populismos del momento. 

No cabe claudicar para consentir utilizar las mismas armas que el enemigo, pues llevar tal opción al campo del enemigo mismo no traerá más que derrota

Especialmente preocupante, visto cómo en otros momentos históricos incluso preclaras cabezas dejaron de tener la necesaria clarividencia para plantar cara al irracionalismo que se expandía, es la actitud condescendiente con la que se miran los devaneos emotivistas para ganar esas mentes de individuos dispersos convocados a constituirse como pueblo frente a la oligarquía, como plebeyos frente a la casta –como nosotros frente a los otros cuando la demagogia en su máxima expresión cae en manos de nacionalismos excluyentes o populismos xenófobos, ante los cuales no cabe caer en la trampa de algún seductor Decreto Dignidad, como el del neofascista gobierno italiano actual, tragándose el anzuelo de su oposición a la tiranía de los mercados para hacer la digestión del brutal rechazo a la inmigración con el que va aparejado–.

No cabe claudicar para consentir utilizar las mismas armas que el enemigo, pues llevar tal opción al campo del enemigo mismo no traerá más que derrota. Es decir, no cabe desistir del análisis crítico, de las propuestas argumentadas y de la deliberación democrática, todo lo cual ha de ser reforzado en nuestras zarandeadas democracias como herencia de la mejor tradición republicana. Resulta escandaloso oír decir desde posiciones supuestamente de izquierda que no está el horno para razones y que lo que ahora procede es activar emociones. Por ese camino no hay discurso emancipador y solidario que se pueda sostener y compartir tras objetivos de justicia. La razón democrática de una conciencia republicana que, en aras de la libertad y por mor de la igualdad, busque salidas por la izquierda, ha de ser razón espoleada por esa pasión política que cuenta con la inteligencia suficiente para saber que ciertas propuestas, emocionalmente muy cargadas, no conducen sino a falsas vías de escape. 

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José Antonio Pérez Tapias

Es catedrático en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Granada. Es autor de 'Invitación al federalismo. España y las razones para un Estado plurinacional'(Madrid, Trotta, 2013).

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7 comentario(s)

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  1. viaje_itaca

    Personalmente, estoy preocupado porque en mi opinión la izquierda, como modo de lucha contra la manipulación de la derecha, se está rigidificando en la defensa de una racionalidad que en realidad no es patrimonio del pomposamente autodenominado Homo sapiens sapiens. Como mucho, tiene la facultad de ser racional durante un período limitado de tiempo para algunos campos. Estoy harto de debatir con gente, y la conclusión fundamental es que si quiero convencer a alguien (para lo cual empezamos porque esté dispuesto a asumir tal riesgo si no le queda más remedio, cosa no tan fácil), lo que tengo no es que soltar grandes argumentos lógicos, pues no funcionan, sino bombardear las motivaciones subconscientes que sostienen su posición, y diluir las razones agonísticas, por las supuestas repercusiones jerárquicas que tendría la victoria en el debate. Asimismo, me parece que están proliferando actitudes cientifistas en búsqueda de una certeza que la ciencia no puede garantizar más allá de algunas cosas, mayores cuanto más prescinda de aspectos de realidad, para fijarse en parámetros desnudos, básicamente en la física matemática y los modelos que pretenden imitarla, y las ciencias humanas, en otro orden, del tipo de la historia, con cosas que se dejan constatar bastante bien. Cualquier intento de ganar la guerra ideológica tiene que pasar por unas fuentes de verdad realmente válidas, empezando por clarificar que significan las palabras "verdad" y "fiables". Una chapuza solo puede llevar a otro fracaso.

    Hace 5 años 8 meses

  2. cayetano

    A Mig, gracias por citarme. Cuando tengas algo propositivo que decir, charlamos. Un cordial saludo.

    Hace 5 años 8 meses

  3. Mig

    Para remarcar las referencias y citas monguer, comillas «: Mao, Elon Musk y Spock de Star Trek. Compartir proposiciones como en 82. Hablemos de los contenidos discursivos no nominales, patria o comunidad que distancia tienen sin las proposiciones concretas, tengamos al niño y después veremos cómo llamarlo» Tanta pirotecnia y displicencia para soltar basura parda… y faltas de ortografía nivel primaria :D

    Hace 5 años 8 meses

  4. Mig

    Cayetano: Mao, Elon Musk y Spock de Star Trek. Compartir proposiciones como en 82. Hablemos de los contenidos discursivos no nominales, patria o comunidad que distancia tienen sin las proposiciones concretas, tengamos al niño y después veremos cómo llamarlo. Discurso rojipardo gaga en versión pedante, no hay nada más abyecto. Quizás un coro con Llamazares, Paco Frutos y Armesilla en falsete. Y hayamos es con y. Del verbo haber. Decir que las apelaciones de Pérez Tapias a la libertad republicana son hueras y en negativo. Claro , para los zoquetes. http://www.sinpermiso.info/textos/historia-y-filosofia-contra-los-topicos-y-lugares-comunes-domenech-y-el-socialismo-con-gorro-frigio

    Hace 5 años 8 meses

  5. Jesús Díaz Formoso

    Muchísimas gracias, profesor. Una leve sugerencia: dada la categoría del trabajo, podría resultar oportuno revisar las alusiones al Tratado de Versalles y a la Crisis del 29'. Muchísimas gracias de nuevo.

    Hace 5 años 8 meses

  6. jose

    Al capitalismo le interesa la irracionalidad. La racionalidad desenmascararía que el 1% lo posee todo sin merecerlo. Si sostenemos que 2 + 2 = 3 viviremos en una irrealidad en la que se podrá robar (con la particularidad de que esa unidad que falta siempre se la quedan los mismos). Hasta en el arte lo han conseguido. Su MOMA, su Pollock, su expresionismo abstracto (por favor, no se busque en Wikipedia) . Más claro fue Allen Dulles en el Arte de la inteligencia, donde sostiene que hay que destruir todos los valores para que ellos sigan siendo el poder hegemónico. ¿La izquierda? ¿cuál? ¿Esa que se alimenta intelectualmente con los datos de sus contrincantes, en realidad ficticios? ¿Esa que forma parte de los partidos del sistema, y no de un sistema de partidos? ¿Esa que actúa en un guiñol en el que protagonista y antagonista son movidos por la misma e invariable mano? PS.; Y es tan grande la trampa que no es fácil elegir entre la autoexclusión o apoyar a aquel que sabemos interpreta un papel ficticio pero que al menos es mejor papel que el del protagonista.

    Hace 5 años 8 meses

  7. cayetano

    Una figura como Tapias no debe limitarse a criticar sin proposición. Aunque toda crítica reflexiva incorpora alternativa y la de Tapias lo es, la mera negación –algo caricaturesca- no nos sirve al caso, nos deja donde estábamos, el imparable avance de la ultraderecha en Europa. Con independencia de compartir o no reflexiones y argumentos, con tod@s, algo destaca en los compañeros que como Julio Anguita, han visibilizado que las respuestas o relatos de las izquierdas europeas no sirven para frenar el avance de la ultraderecha. Avance que como provocativamente formulaba Julio, a no pocos compañeros les ha obligado ya, ha elegir entre dictadura de los mercados o fascismos-apuntaría con o sin fascismo-, como en varias presidenciales francesas o las últimas austriacas. Por eso, partir del reconocimiento de la incapacidad de las izquierdas, es empezar a reconocer la realidad. Caer en la cuenta de que no han dado respuesta a un vacío de contradicciones reales y sus representaciones en el imaginario popular, que las ultraderechas han sabido identificar con su cuerpo discursivo, es la segunda reflexión que ayuda a orientar respuestas. Quiere decir ello, que necesariamente hallamos de adoptar discursivamente las formas, modelos o estructuras mentales que usan las ultraderechas. No, ni en principio parezca que nadie lo propone, por muy provadores que hayan sido sus intervenciones, hasta el punto de haber servido para abrir el debate en el conjunto de la izquierda. Pero si nos impele a innovar el discurso ya fracasado, antes de que sea demasiado tarde, y lo que es ultraderecha en ascenso llegue a ser hegemónica en el imaginario, ocupando las instituciones en una evolución prefascista. Tapias hace bien en recordarnos experiencias pasadas, y cuáles eran los elementos simbólicos-emocionales contra el diferente (desconocido) y … Creo que Julio Anguita y los compañeros pueden equivocarse, aunque conozcan dichas cuestiones, pero hasta ahora los contenidos racionales de las emociones que convocan son diametralmente opuestos a los fascistas. No sé por qué la emoción ha de ser abyecta, acaso la empatía no es una emoción que funda la solidaridad y comunidad. Acaso la emoción no es el motor de la razón. Acaso emoción y razón no son rasgos del sapiens-demens, o de qué se habla al decir inteligencia emocional. Somos emociones y razones maridadas, es así, y debemos desde la emoción racional que atienda a las contradicciones de la realidad (que es la que es) dar un discurso alternativo y contradictorio al de la ultraderecha, que nació de las mismas contradicciones. No sé cómo lo vivió el compañero Tapias (puedo imaginar con “sentido común”), pero aquel año del 82 había mucha emoción en la Campaña Electoral. Una derecha acojonando al personal y emoción por el Cambio, que Juntos o no, debía poder ser. Y aquella noche de Octubre, la emoción desbordó al pueblo y las izquierdas, con independencia de resultados particulares. Emoción que era explosión en las fiestas del PSOE, incluso compartida por comunistas y otros que se habían dado el batacazo histórico. ¿Cómo era aquella emoción? Lo que distingue a izquierdas o derechas no es la emoción o razón, que es parte del ser humano, sino la eticidad y/o moralidad que anida en ambas. Es difícil políticamente el discurso Spock de Star Trek, dejemos de hablar sobre contraposiciones que no existen. Hablemos de los contenidos discursivos no nominales, patria o comunidad que distancia tienen sin las proposiciones concretas, tengamos al niño y después veremos cómo llamarlo. Mezclar los debates sobre la niña y su nombre, si bien ha servido para provocar el debate, quizás ahora debiera servirnos para aparcarlo y enriquecernos sobre la corporeidad de los gemel@s niñ@s a tener. Hablemos de proposiciones que como en el 82 identifiquen y articulen para racional y emocionalmente ganar hegemonía, articular una mayoría social en España. Comencemos a debatir alternativas y no a eludir el debate desde la crítica sin proposición. Comencemos a discutir sobre un discurso concreto en contenido y forma, y olvidemos debates hueros, empecemos a proponer. Propuestas y enfoques que quienes son referente como tú, para much@s y variopint@s, como el que escribe desde el respeto y admiración. Un cordial saludo.

    Hace 5 años 8 meses

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