Creo sólidamente que, salvando tres o cuatro privilegiados que viven del cuento en Europa y que solamente no ganan cuando lo hacen rematadamente mal, los demás, Roma, Liverpool, Sevilla, Atleti, vivimos de las ilusiones. Si soñar es gratis para todos, con Marlon Brando resucitado, o Monica Bellucci vivísima, en el fútbol el poder de la ilusión no es que sea un valor importante, sino que es lo único que hay. Un sentimiento primario, único. Y en el Atlético sabido es que no hay otra cosa que no sea ilusión o sentimiento, y desertamos de todo tipo de apatías y desidias emocionales, incluso del sentido crítico con el futbolista (Ay Gelson). Puede ser el mayor paquete del universo, un desastre sideral, si hay lucha, hay aclamación, revelación de que nada se le ha perdido al hincha indio entre la visionaria audiencia del Bernabeú y el Nou Camp. Alucinad, existen planetas en los que no solo les gusta ganar sino que les gusta jugar bien al fútbol. Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. También creíamos que el Espanyol haría una gran campaña tomando la iniciativa, el advenimiento del buen fútbol, y no ha levantado cabeza en las últimas cinco jornadas con quince goles en contra, porque las ilusiones también son entelequias y espejos trucados. La pregunta sería para Rubi, aunque parece para José Luis Perales, ¿quién te ha robado la ilusión? Por lo pronto Sevilla, Girona, Getafe, Barça y Betis. Atlético no debería ser menos. La ilusión, en fútbol, se gana robándosela a otro, y solo es válida cuando se hace real; en el Espanyol las alegrías duran menos que un balón en las botas del Pato Sosa. En cualquier caso más le vale al Atleti tener razón como ladrón de ilusiones. La ilusión despierta el empeño y el Atleti en línea ascendente, asentado en su juego escarpado, saliendo de todas por pura corazonada y naturaleza de superviviente.

En los preliminares del partido corría el runrún del flirteo financiero de Rummenigge con Lucas Hernández, que empieza a ser una causa de desmentidos del Atlético y aseveraciones no del todo severas por parte del Bayern de Múnich, que vienen a decir: yo qué sé ya veremos, tú déjame a mí que no sabes, pero tampoco te flipes. Así todo el rato, pero en alemán. Nada. Para fliparse el Atleti ya tiene a Gabi con un más que meritorio y digno homenaje, dueño de nuestro destino, capitán del alma del Atleti, hasta que llegaron los cataríes, dinero delante, camino se abre. Capitán y referencia.

Y el que se abrió primero en el Metropolitano fue el Atleti saliendo con todo en el arranque, muy atento al comienzo dubitativo del Espanyol, ocupando espacio defensivo pero marcando sin intensidad. Velocidad y toque, lo perfecto para comerte un flan y malversar las esperanzas ajenas, aunque fue el Pirata Granero el primero que pudo truncar las propias con un tiro en parábola en el borde del área que pasó cerca de la cruceta derecha. A los dos minutos Borja Iglesias vio adelantado a Oblak, el héroe silencioso, probando una vaselina desde 30 metros que sacó Jan con la yema de los dedos dando lugar a una metamorfosis de la crema pastelera que estaban siendo el Espanyol en su primera proyección de partido, justo cuando eran ellos los que querían ser el Atleti, evadiendo la presión y saliendo por las banda derecha de Baptistao y Rosales, como si la mejor manera de vencer a tu adversario fuera convertirte en él y las carencias defensivas ahora estuvieran en el anfitrión (Lucas quédate, Lucas quédate). Y volvía de nuevo Baptistao con un trallazo de vendetta (con recado e intención) del pasado que despejaba Oblak: categóricamente desviar un misil brasileño. 

Cambiando de nuevo la dinámica resolutiva le tocaba atacar al Atleti, precisamente al más emprendedor y móvil de los colchoneros, Griezmann, siempre en todas partes. También Diego López, destacable, despejaba a córner con los puños. 

El inicio de la segunda parte volvió a comenzar con el Espanyol dormido como si necesitara quince minutos de café y ducha antes de ponerse las pilas, y en el 54, Correa, hábil en el área pequeña batía a López, pero el árbitro determinó que eso no era gol ni era nada por un penalti previo de Granero a Koke. Empaló Griezmann con fuerza ciclópea, como si ajustara cuentas con el trallazo previo de Baptistao. Latigazo iba, latigazo venía. Hasta que llegó el repliegue después del gol y expiró la presión ofensiva y se volvieron a crecer los periquitos. Salieron Gelson (especialmente lento y titubeante en la resolución, como si llegara muerto al momento crucial) Vitolo (trabajando de peón) y Montero (cumpliendo), y la vida seguía igual, con el Espanyol dispuesto a morir atacando, y la ilusión persistente era un balón en las manos de Oblak que fusionaba toda la temporalidad y el espacio de pasado, presente y futuro, porque luchan como hermanos, y fin. Gracias por todo, Gabi. Pura añoranza.