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Siete best-sellers

Resumen de un peculiar viaje a través de la literatura ‘mainstream’

Leonor S. Martin 6/01/2019

<p>Librería Traficantes de Sueños, en Madrid.</p>

Librería Traficantes de Sueños, en Madrid.

Álvaro Macías

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Hace ya demasiado tiempo recibí el encargo de escribir para este Ministerio una suerte de “ruta del best-seller”: diez novelas mainstream de los últimos diez años, cuya lectura pudiera recomendarse a un lector de alta literatura sin prejuicios, que quisiera darle una oportunidad al “género” sin necesidad de abrirse las venas después.  

Se trataba de un encargo en apariencia sencillo para mí, ya que es el terreno en el que me muevo por mi trabajo. Pronto descubrí que no lo era tanto. Hay algo en recomendar libros que me resulta inquietante. En primer lugar, por la conciencia de algunos sesgos evidentes en mis elecciones: el número de novelas que he podido leer es ridículo comparado, por ejemplo, con los noventa mil títulos que se publicaron solo en 2017; y además esas novelas tienden a pertenecer a los sellos que me quedan más “a mano”. Por fuerza me he perdido cosas buenas, seguro. Como ven, no soy pesimista.

Los primeros pasos los dediqué a hacer listas: libros que me gustaron, libros que han triunfado, libros que jamás recomendaría, libros que ni fu ni fa… Una cantidad tal de material que casi perezco en el intento. Por no hablar de la primera lista, la de los libros que me habían gustado tiempo atrás, que quedó reducida casi a cero después de una relectura. Esto último, que me satisfacía por aquello de constatar la evolución y el aprendizaje, me ponía en serios apuros.

Seguro que no soy la única que cuando era joven se leía los libros hasta el final, le gustaran o no, por ese prurito personal de terminar todo lo que se empieza. Pronto descubrí que el tiempo en esta gran biblioteca es tan limitado, que solo merece la pena dedicarlo a lo que merece la pena, y perdonen la redundancia. Esto ha provocado esa deflación de la primera lista antes mencionada.

Por otro lado, parte de la inquietud de la que les hablaba más arriba proviene también de que pienso que cada uno debe de acercarse por sí mismo a los textos y extraer sus propias conclusiones; lo que no quita que haya novelas que, con criterios objetivos, se puedan desmontar y resultar poco aconsejables. Así que he leído y he releído, y he aquí mis “hallazgos”. 

Recomendaciones relativas: pasen y lean

Empezaré in media res, por las recomendaciones relativas, es decir, por aquellos libros que no puedo ni recomendar ni dejar de hacerlo, así que en sus manos lo dejo.

Hay un dato, obtenido de los informes de la Federación de Gremios de Editores, que me ha sorprendido: en los últimos diez años hay un libro que aparece de forma pertinaz entre los tres más vendidos. ¿Adivinan cuál es? En efecto: se trata de Los pilares de la tierra, de Ken Follett. Estarán conmigo en que mantenerse entre los más vendidos año tras año desde 1989 tiene su mérito. Yo leí el libro hace bastante más de veinte años y –sospecho que ya era un poco esnob– no me convenció. No podía comprender que todo el mundo a quien preguntara hablara de la novela poco menos que como si fuera el Quijote. Reconozco que me ha dado cierto morbo releerla de nuevo ahora, con más experiencia y formación; que tenía ganas de reafirmarme en mi opinión de que todo el mundo estaba equivocado. Para mi sorpresa, no puedo hacerlo. Tampoco recomendarla, pues la novela me parece muy incorrecta en ciertos aspectos, efectista; pero ya sea por la épica que hay detrás de las grandes catedrales, o por un buen elenco de personajes que, a pesar de la acción, resultan humanos en sus reacciones, o vaya usted a saber por qué, la novela tiene “algo”, ese “algo” que quizá fue la verdad personal de Ken Follett en el momento de escribirla, su autenticidad. Por eso considero que es una novela a la que se puede dedicar algo de tiempo, con el propósito de decidir por uno mismo. Aunque solo sea por conocer de primera mano lo que le gusta a la humanidad.

En la misma línea, por la verdad y genuino impulso narrativo que se percibe detrás, me viene a la cabeza otro título que ha sido también muy vendido (tanto como para granjearle a su autora el ser finalista del premio Planeta en 2017): La casa de los amores imposibles, de Cristina López Barrio. Y ya que lo menciono, añado que mi periplo por la galería de los premios Planeta, las novelas comerciales patrias por antonomasia, ha supuesto una estación de esas con parada y fonda para las que, lamentablemente, no me habría hecho falta alforja alguna.

Otra de esas galerías que he transitado en este viaje ha sido la de las grandes damas del mainstream español. Me animo a incluir un título de Julia Navarro: Dispara, yo ya estoy muerto. Lo hago porque me parece un loable intento de explicar para todos los públicos, a través de la ficción, el conflicto entre palestinos e israelíes. También porque detrás de una técnica narrativa muy mejorable, y de una longitud que se me antoja excesiva, se percibe una mirada compasiva y madura sobre el ser humano, algo que en los tiempos que corren se agradece. 

Imposible dejar de mencionar a Almudena Grandes y a sus “episodios nacionales”. Tengo algunas dudas sobre si mucha gente, o incluso ella misma, englobaría sus novelas en esta categoría de mainstream, pues mantienen cierta aura de literatura “literaria”. Sea como fuere, después de leer algunas de las novelas de su serie, encuentro que, pese al sentimentalismo y a una parcialidad llamativa para alguien que pretende ilustrar “lo que pasó”, son novelas dignas para un gran público que busque una literatura entretenida y no del todo banal, pese a los tópicos, de una autora comprometida con su proyecto. 

También he transitado durante este viaje por una peculiar galería de la literatura comercial: la de las presentadoras de televisión. Comprendo que para una editorial fichar a una cara famosa supone, además, ahorrar en publicidad. No creo que lo de escribir novelas sea un mal endémico de los platós televisivos: me resulta más fácil pensar que la manía de escribir se les contagió en la facultad de Periodismo. Más allá del mérito que por sí mismo tiene escribir una novela, en esta galería hay de todo: por lo que he catado, más ganas de epatar que exigencia técnica o artística. Entre todas ellas, quizá un paladar más exquisito pudiera sacar algo de la rareza de La vigilante del Louvre, de Lara Siscar.

Hace unos años, en el 2014, un periódico nacional se refirió al nuevo libro de Donna Tartt, El jilguero, como “un vuelo entre la alta y la baja literatura”. Afirmaban que borraba la distancia entre ambas, que su obra era ese unicornio: el best-seller de calidad. No me negarán que es una buena estrategia de ventas. En España fue editado por Lumen, un sello cuyo catálogo suele conjugar con éxito calidad y ventas. Podría ser un thriller literario, o algo así, pues supone una curiosa mezcla de temas y ritmos narrativos de mainstream, con una construcción de personajes puntillosa y la sugerencia de algunos conflictos no demasiado mainstream. El jilguero es un artefacto de excesivo metraje, en mi opinión, pero de lectura interesante. Así como los anteriores textos de la autora: Juego de niños y El secreto

Para terminar con esta etapa del viaje, me parece de ley mencionar las que han sido escogidas por los medios como novelas del año en 2017 y 2018. Me refiero, claro, a Patria, de Fernando Aramburu, y a Ordesa, de Manuel Vilas. 

Confieso que siento pudor al incluir estas dos novelas dentro de este apartado de recomendaciones relativas, y al atreverme a hablar de ellas. Todos ustedes ya saben que han vendido mucho, y han sido muy leídas y aclamadas por crítica y público. En el caso de Patria, parece bastante evidente que su éxito obedece a que necesitamos hablar del terrorismo de ETA, por las hondas cicatrices que nos ha dejado, en especial a quienes lo sufrieron más de cerca. Imagino que hacía falta que esta narración viniera de la mano de un escritor “serio”, como Aramburu, con una trayectoria detrás, a pesar de que el artefacto me invita a repetir en buena medida lo dicho sobre Almudena Grandes (no en vano comparten estos dos autores sello editorial, Tusquets): es, en mi opinión, una novela mainstream con el marchamo de novela literaria. Pero ese éxito de ventas y de crítica demuestran que era necesaria, no solo para su autor. Su eficacia para enganchar a los lectores, y el que haya funcionado con ella el boca-oreja, se podría explicar por el uso de tópicos accesibles para la sensibilidad de la mayoría, por un ritmo narrativo de thriller, que logra una gran tensión que atrapa al lector, también por una retórica un tanto impostada a veces, que puede haber creado en muchos la sensación de estar leyendo algo “muy literario”; y, por supuesto, por un testimonio de veras valioso, bajo mi punto de vista,  de una época que ojalá haya quedado atrás para siempre.

Ordesa tiene poco o nada que ver con Patria, ventas aparte, o ni siquiera. Para empezar, cuesta pensar en el libro como una novela. No me gustaría pecar de ingenua con esto de la autoficción, pero en el libro de Vilas parece haber poco de ficción y bastante de confesión, o de desahogo. No voy a entrar a juzgar la calidad de la escritura, que me parece fuera de cuestión; pero sí sospecho que, si preguntáramos a quienes lo han comprado si han logrado leer entero el libro, nos llevaríamos alguna sorpresa. La lectura provoca pudor e incomodidad, emociones no demasiado mainstream; por eso resulta muy interesante en este caso la eficacia del ya mencionado boca-oreja, pues no es precisamente un libro que entretenga y haga pasar un buen rato. Por suerte, existe la empatía, y como todos hemos sufrido pérdidas, obsesiones y adicciones, Ordesa ha funcionado entre el gran público. Son buenas noticias, para el autor y para la editorial. Para todos, en realidad. Por su éxito extraño, por su humanidad, por ser una poco mainstream confluencia astral, empujada por esta moda de "lo real”, sí… por todas estas razones creo que Ordesa merece algo de tiempo y que cada uno saque sus conclusiones personales.  

Y antes de saltar a la siguiente etapa, no me resisto a comentarles, así, de pasada, que me he reído con Maldito karma, de David Safier. Aunque, en materia de risa, puede que sea útil buscar en los baúles públicos de Eduardo Mendoza, premio Planeta aparte.

Recomendaciones francas, sí

Y por fin llegamos a la parte más agradable de mi ruta del best-seller: los libros con los que he disfrutado, y con los que me gusta pensar que casi cualquiera podría pasar un buen rato, pensar un poco y quizá algo más.

El primero tiene trampa, pues no es una novela, sino cinco. Y muchos esperamos que pronto sean seis. Me refiero a Canción de hielo y fuego, de George R.R. Martin, la famosa saga de Juego de tronos, que ya era famosa entre el público lector antes de que la serie de televisión la convirtiera en un fenómeno. La sorpresa es que las novelas se leen solas: su calidad podría hacer dudar al censor más esnob. Calidad en el uso de los elementos de su género (fantasía épica), esa mezcla de lo realista y lo fantástico, que recuerda a Tolkien por su naturalidad. Y calidad narrativa: en realidad, es una novela de personajes; personajes que, a la natural complejidad de la trama, con sus idas y venidas, unen una complejidad psicológica inaudita en otros best-sellers. Su caracterización es cuidadosa, siempre a partir de sus conductas. Todos ellos tienen conflictos internos que resolver y van evolucionando conforme la trama general (¿quién se sentará en el trono de hierro?) avanza. Destaca la coherencia, tanto en las voces de los narradores múltiples como en el complicado entramado argumental. También la ausencia de tópicos y de sentimentalismo, y, aunque suene masoca, la escasa complacencia hacia el lector. Quizá parte del enganche se deba a esto, a la incomodidad constante en la que nos mantiene durante la lectura: sabemos que no dudará en contrariar nuestros deseos, e incluso esto se convierte en un elemento para el suspense. Es una gran obra de género, incluso a pesar de haber triunfado. Y disculpen la ironía. 

La siguiente novela es cosecha nacional: Monteperdido, de Agustín Martínez. Se trata de una novela de intriga, un thriller ambientado en un pueblo del pirineo oscense que fue publicado en el año 2015. Es uno de esos libros cuyo recorrido ha ido de menos a más: poco a poco se ha consolidado, hasta que ha llegado a lo que, hoy por hoy, parece el culmen de toda obra literaria: convertirse en serie de televisión. Pronto podremos ver Monteperdido en su versión televisiva, pero les consejo que antes le den una oportunidad a una novela que maneja los recursos de la intriga a la perfección. La situación es algo –por desgracia– de actualidad: los siniestros secuestros de jóvenes para uso y disfrute del psicópata de turno. El texto –con algunos lógicos defectos de manejo de la técnica novelística, pues el autor viene del mundo del guión– destaca por el excelente ritmo narrativo y, sobre todo, por la construcción de una atmósfera magnífica, tanto física como, sobre todo, humana. Las buenas obras literarias ayudan a conocer un poco más el mundo, así como a los seres humanos. Monteperdido ofrece un estudio de personajes que merece la pena conocer. Amén de que el libro es de esos que atrapan el pensamiento y no nos deja parar hasta que llegamos al final. Supongo que por empatía, pero también por morbo.

Por cierto que el dominio de las teclas de la intriga o del suspense, entendidos estos en un sentido amplio –como todos los recursos nobles que logran que el lector se interese por el destino y vivencias de los personajes–, no debería de ser territorio solo de los autores más comerciales, en mi opinión. No creo que haya una sola gran novela que no una el manejo de estos recursos al resto de sus bondades. 

No me parece demasiado aventurado suponer que cualquier amante de la literatura gozará con la lectura de El gran imaginador, de Juan Jacinto Muñoz Rengel. Una novela que es un gran homenaje a Cervantes, escrito desde la imaginación, por y para la imaginación. El periplo del Gran Imaginador nos lleva por lugares de la historia de la literatura que da gusto visitar, y en los que se percibe la sonrisa de fondo del autor, que es el primero que ha disfrutado del viaje. Es una aventura llena de acción, con algunos puntos gamberros, sí, pero también una lectura llena de referencias literarias y de ironía, y también de algo de surrealismo. Enreda las tramas y enreda también la ficción y la realidad con un desparpajo asombroso, en un discurso sólido, guiado con mano firme, que filtra a través de un narrador omnisciente, propio del best-seller. Es imaginativa no solo en las situaciones que plantea, sino también en la forma de hilar el discurso, ocurrente y original. Y utiliza ese humor sutil, una ironía de fondo muy cervantina. 

Elizabeth Strout se descolgó en el año 2008 con una novela, Olive Kitteridge, que le valió un premio Pulitzer. No es una novela mainstream, sino una dura ilustración de la vida en la América profunda. Una obra de arte incontestable, aunque también tenga serie de televisión. En 2016 publicó el texto que incluyo en mi lista personal: Me llamo Lucy Barton, que, quizá por la fama que precedía a esta autora, se convirtió en un best-seller, que aquí publicó un sello más bien comercial, Duomo. Este es un hecho que resultará peculiar al que se acerque a la novela y espere encontrar los lugares comunes que suele haber en los libros con esa etiqueta. Sin renunciar al telón de fondo de esa América profunda (que podría ser el territorio, creo, de casi cualquier país de cultura occidental), el libro explora las relación madre-hija con una sensibilidad y una brutalidad asombrosas. Habla de las heridas de la infancia, del amor imperfecto de los padres, de la incomunicación. Strout nos cuenta una historia breve y profunda, lejos de la pretenciosidad. Se trata de una novela imperfecta, con algunos problemas técnicos al final que Strout resuelve “de aquella manera”. Defectos que ponen a prueba a nuestro esnobismo: ¿podría la técnica perder importancia frente a la sinceridad y al poder de emoción de la historia? ¿Qué importa un narrador algo errático al final frente a la posibilidad de revisitar nuestra infancia y hacer las paces con ciertos amores imperfectos?

Mi siguiente recomendación es un cuento gótico: La leyenda de la isla sin voz, de Vanessa Monfort. Dudo que este libro, pese a la vocación de su editorial (Plaza y Janés), se haya convertido en un best-seller, si bien sería una buena noticia. Su autora sí que ha triunfado en ventas con su siguiente novela, Mujeres que compran flores. Les invito a que disfruten de la mano del protagonista –ni más ni menos que Charles Dickens– de una historia escrita con el tono envolvente de los cuentos maravillosos, llena de coherencia y de amor por la literatura, con un estilo impecable. Una novela entretenida, escrita con calidad, que derrocha Dickens por los cuatro costados.

Y de un cuento gótico salto a un cuento de terror, de un indiscutible autor de best-sellers: Stephen King. Justo he escogido un texto, de los chorrocientos de este autor, que se salta todas las premisas autoimpuestas para esta lista: es un relato, no una novela. En rigor no es un best-seller, pues el autor lo colgó en su web para la libre descarga, y fue publicado en el 2000. Me refiero a Montado en la bala, un relato que es una demostración del valor expresivo de la literatura, en cualquiera de los géneros y voces que la forman. El lenguaje de King se mueve en un registro popular, utiliza motivos adaptados al género fantástico y de terror, y sin traicionar nada de esto logra un relato entretenido, sensible y profundo, sobre un tema que atañe a todo bicho viviente. 

Para cerrar la lista, una nueva trampa: otra saga, una novela que son cuatro en realidad: la historia de las dos amigas abierta por La amiga estupenda, de Elena Ferrante. Esta historia en cuatro tiempos no está escrita desde las premisas genéricas del best-seller; ni, como ya hemos comentado, Lumen es un sello especializado en aquéllos, pero espero que me permitan la licencia de recomendarles esta historia al alcance de cualquier público, tanto por estilo como por la temática, llena de intensidad, de verdad y de veneno. Se trata de otro ciclo novelístico que ha sido bendecido por la televisión. Porque la historia interesa, es asequible, tiene su dosis de suspense, sin necesidad de que medien cadáveres ni investigadores –que nada tienen de malo, por otro lado–, ni efectos especiales. Pura literatura, a mi modo de ver, sin sentimentalismo, que también podrían haber tratado de vender como best-seller de calidad.

Seguro que se han dado cuenta de que la que les propongo es una lista corta. Con ella llegamos al final de este periplo. Imagino que habrán echado de menos numerosos títulos: a pesar de la relevancia pública de sus autores y/o de las ventas, he preferido abstenerme de mencionar siquiera a muchos, lo cual no implica desprecio, ni juicio de valor alguno, sino que es la consecuencia de mis preferencias personales, en unos casos; en otros, lo ha causado la limitación tanto de mis lecturas, como ya reconocí, como del espacio de este texto. Algunos comentarios sobre la colección de Harry Potter o alguno de los títulos para adolescentes de John Green; La sombra del viento, de Ruiz Zafón; la trilogía de la ciudad blanca de Eva García Sáenz de Urturi, etc., podrían haber formado parte de ese nutrido pelotón. 

Otras ausencias sí que son deliberadas: ni por su calidad, ni por su contenido –esa perpetuación de los sueños sentimentales femeninos basados en roles machistas–, podría recomendar la lectura de novelas como la serie Cincuenta sombras de Grey o Crepúsculo. Intuyo que mi opinión, de llegar al conocimiento de dichas autoras, no amenazaría en absoluto su autoestima ni sus ventas, y por eso me permito mencionarlas. Tampoco creo que Dan Brown se duela porque no lo escoja para este baile. También es de ley mencionar que me he topado con mucha crueldad malsana, mucha cursilería y mucho baile de pollos sin cabeza. 

Les invito a que lean y opinen. El éxito traducido en ventas es algo misterioso. Ojalá la calidad, lo valioso, recibiera ese premio. Ojalá lo popular, lo que queda al alcance de todos, fuera tratado con otros baremos, sin menospreciar la capacidad, ni el gusto del gran público. Ya habíamos reflexionado sobre ello en este espacio. Permítanme unas líneas más para subrayar mi optimismo y expresar un deseo, espero, no demasiado ingenuo: creo que es posible hacer literatura popular con calidad literaria suficiente como para que el criterio de rechazo de los paladares más exquisitos sean el gusto personal, y no la dejadez –o la desfachatez– de la escritura, en todos sus aspectos. Para ello haría falta un compromiso serio. Entre los escritores y los editores, por supuesto; pero también hacen falta lectores comprometidos: para pagar por los libros, para leerlos, para regalarlos; para probar sabores nuevos que refinen su paladar y fortalezcan su criterio, más allá de las modas; para rechazar lo banal, la crueldad gratuita, las mamarrachadas, y así obligar al resto de la cadena a no que no nos menosprecien y a que produzcan artefactos que merezcan la pena, independientemente de quien los firme.

Dicho queda. Como ven, este viaje termina casi con formato de carta a los Magos de Oriente. Solo me queda desearles, mainstream o no, que sus lecturas les hagan muy felices en este año que comienza.

Libros mencionados: 

Fernando Aramburu, Patria. Tusquets, 2016.

Elena Ferrante, La amiga estupenda. Lumen, 2011.

Ken Follett, Los pilares de la tierra. Plaza y Janés, 1989.

Stephen King, Montado en la bala, 2000

Cristina López Barrio, La casa de los amores imposibles. Plaza y Janés, 2010.

George RR Martin, Canción de hielo y fuego, 5 tomos. Ediciones Gigamesh, 2002-2003-2005-2007-2012.

Agustín Martínez, Monteperdido. Plaza y Janés, 2015

Vanesa Montfort, La leyenda de la isla sin voz. Plaza y Janés, 2014

Juan Jacinto Muñoz Rengel, El gran imaginador. Plaza y Janés, 2016

Julia Navarro, Dispara, yo ya estoy muerto. Plaza y Janés, 2013

Donna Tartt, El jilguero. Lumen, 2013.

David Safier, Maldito karma. Seix Barral, 2007.

Elizabeth Strout, Me llamo Lucy Barton. Editorial Duomo, 2016.

Manuel Vilas, Ordesa. Alfaguara, 2018.

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Leonor Sánchez Martín es máster en estudios literarios (UCM). Trabaja como profesora de escritura creativa en los talleres Fuentetaja (Madrid). Es colaboradora externa del grupo PRH. También habla sobre escritura, vida y milagros en todoesnovela.com.

Twitter: @todoesnovela

 

Hace ya demasiado tiempo recibí el encargo de escribir para este Ministerio una suerte de “ruta del best-seller”: diez novelas mainstream de los últimos diez años, cuya lectura pudiera recomendarse a un lector de alta literatura sin prejuicios, que quisiera darle una oportunidad al “género” sin necesidad...

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Leonor S. Martin

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4 comentario(s)

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  1. Muriel

    Leonor Sánchez Martín: Ha leído los libros traducidos que cita en su artículo gracias al trabajo de unos profesionales que no menciona en su lista y que no debería escatimar a los lectores. No cuesta nada. Sus lectores se lo agradecerán. Elena Ferrante, La amiga estupenda. Lumen, 2011. Trad. Celia Filipetto Ken Follett, Los pilares de la tierra. Plaza y Janés, 1989. Trad. Rosalía Vázquez Tomás / Anuvela Stephen King, Montado en la bala, 2000. Trad. Jofre Homedes George RR Martin, Canción de hielo y fuego, 5 tomos. Ediciones Gigamesh, 2002-2003-2005-2007-2012. Trad. Cristina Macía Donna Tartt, El jilguero. Lumen, 2013. Trad. Aurora Echevarría David Safier, Maldito karma. Seix Barral, 2007. Trad. Lidia Álvarez Grifoll Elizabeth Strout, Me llamo Lucy Barton. Editorial Duomo, 2016. Trad. Flora Casas

    Hace 5 años 3 meses

  2. Gabinoz

    Lo correcto es 'in medias res'. http://lema.rae.es/dpd/srv/search?key=res

    Hace 5 años 3 meses

  3. Godfor Saken

    Lees un montón de libros y luego escribes un artículo para la revista de filosofía. Pero los tipos que escribieron los libros que tú has leído debieron de leer otros libros antes de escribir los suyos. Y ésos que escribieron todos esos otros libros debieron de leer otros libros más antiguos, y así seguimos hasta llegar a un tipo muy antiguo que no tenía nada que leer antes de escribir su libro, quiero decir que no tenía nada salvo el Libro de la Naturaleza. Me confunde... ¿por qué no puedes acudir directamente al Libro de la Naturaleza, por qué debes leer todos esos libros intermedios? Stephan Themerson, “El misterio de la sardina”.

    Hace 5 años 3 meses

  4. Godfor Saken

    De la novela "Necrosfera", de César Martín Ortiz (editorial Baile del Sol, Tenerife, 2017): Los sapiens tienden a repetir lo que ya han hecho antes, tanto si es bueno como si es malo. Los sapiens carecen de criterio moral; están fatalmente ligados a la costumbre, a la de su grupo y a la de cada uno en particular, de ahí que sea imposible rehabilitar a un criminal o a un simple canalla sin una severa reprogramación. El único modo de que un sapiens no sea dañino es acostumbrarlo a que no lo sea, condicionarlo para que no pueda elegir hacer el mal; pues si se le deja libertad de elección, tarde o temprano terminará por convertirse en un virus mortífero. La situación ideal sería aquella en la que fuese el propio grupo humano el encargado de desalentar la maldad como pauta de conducta aceptable, pero en toda la historia del sapiens nunca han existido comunidades de ese tipo, un hecho que han reconocido algunos de los sapiens más honrados y perspicaces y que se debe, probablemente, a que solo los peores sapiens sienten inclinación hacia el gobierno de sus iguales para así abandonarse a la fantasía de que no son sus iguales. No obstante, la transmisión escrita de la cultura hizo posible durante algún tiempo la existencia de comunidades humanas virtuales, formadas por personas que nunca se conocieron directamente y que estaban, en su mayor parte, muertas. El sapiens que poseía libros y los frecuentaba desde su juventud pertenecía con mayor arraigo y lealtad al grupo formado por los escritores de libros que a la comunidad física en la que había nacido y con la que usualmente mantenía relaciones débiles cuando no hostiles. El trato con el grupo de los mejores sapiens muertos constituía un ejemplo y una educación para los vivos, un impulso de mejora, y este es el motivo de que rechazaran cada vez con mayor repugnancia la sociedad de sus conciudadanos próximos. Desgraciadamente, esta posibilidad y esta esperanza fueron efímeras. A los que se consideraban a sí mismos propietarios de todo lo existente les convino que los otros sapiens aprendiesen a leer para de este modo servirse no solo de sus cuerpos sino también de sus intelectos. Llegó un momento en el que cada vez más gente leía libros. Millones de sapiens descubrieron, a través de la lectura, una manera de eludir el destino de bestialidad y servidumbre que los propietarios les presentaban como el único a su alcance. Y como la lectura estimula el pensamiento y el pensamiento anhela la expresión, muchos de estos lectores se convirtieron en escritores que, de generación en generación, apoyándose en los hombros de los que los habían precedido, aprendieron a mirar más lejos y fueron volviéndose cada vez más sutiles y audaces a la hora de examinar, interpretar y condenar la realidad prefabricada por los propietarios. Gracias a los libros, mucha gente empezó a soñar con la rebelión y a acariciar con dedos de esperanza un argumento no escrito con tinta sobre papel sino con gestos sobre el tiempo. Los poderosos prohibieron libros, los censuraron, los quemaron, cerraron editoriales. Encarcelaron y a veces corrompieron a los escritores y eliminaron a los que no pudieron comprar, pero con esto solo consiguieron que la comunidad virtual del libro se volviera más apasionada y secreta, más consciente y segura de su verdad. La furiosa reacción de la clase dominante había sido la propia de una bestia herida. Solo el presagio de muerte que trae consigo un intenso dolor podría explicarla. La cultura los desgarraba como una lanza a un cerdo salvaje y la comunidad virtual del libro afilaba en secreto la hoja. Los propietarios no tuvieron más remedio que cambiar de táctica: empezaron ellos mismos a escribir libros. No personalmente, claro está: después de siglos de endogamia y degeneración vital, los propietarios estaban incapacitados para cualquier clase de trabajo, incluso el que desempeñaría con desenvoltura un disminuido psíquico, y escribir un libro es un trabajo duro. Lo que hicieron fue pagar con esplendidez a algunas personas para que escribieran libros estúpidos e inundar el mercado de modo continuo con toneladas de aquellos libros, de modo que los verdaderos libros se tornasen imperceptibles. La posibilidad de encontrar un libro auténtico entre aquella catarata de estupidez se fue haciendo cada vez más pequeña, hasta la irrelevancia estadística. Los nuevos lectores jóvenes, sin ayuda de un maestro, ya no tenían la menor oportunidad de encontrar un libro que los hiciera mejores, más libres y esperanzados. No puede haber buenos lectores sin buenos libros, y a la inversa. La comunidad espiritual de los buenos lectores desapareció ahogada en numerosa imbecilidad, y con ella la última perspectiva de autorregeneración que le quedaba al sapiens.

    Hace 5 años 3 meses

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