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El jugador Antoine Griezmann durante el encuentro Atlético de Madrid-Levante.
Ángel Gutiérrez / Club Atlético de MadridEn CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
En esta vida puedes llamarte Cerci, Maniche o Yanick Carrasco y pasarte la existencia protestando porque te crees Maradona o simplemente ser Antoine Griezmann y tener paciencia para explotar en la Navidad de 2014 y hacer un hat trick en San Mamés, como si el talento fuera algo bastante corriente y los valores escasos fueran la constancia y la serenidad. Indudablemente la perseverancia, el estoicismo, la presión por el precio del jugador, incluso la presión por cambio de la posición del jugador en la Real Sociedad (menos adhesión a la banda y más libertad de movimientos, jugar entre líneas y por el centro, intensificar la velocidad, el desborde y el gol) llevaba la mano de Simeone: sin transiciones dramáticas, sin saltos bruscos de elevación de nivel, sin pausas excesivas y sin retrasos innecesarios. Cuando los equipos son proyectos largos y organigramas severos de trabajo, nacen los talentos: los Sául, los Koke, los Thomas, los Lucas, los Rodrigo (22 años, mucha destreza en el pase y excelente nivel en la recuperación, presagio, profetizo en esta crónica un crack mundial en dos temporadas). Cuando no es así igual es 1993 y cierran el año Cacho Heredia, Pastoriza y Ovejero. Pero en 1993 ni existía Griezmann como profesional, ni hubiera tenido continuidad y recorrido de crack en el Atlético de Madrid. A sus 27 años en 2019 lo tiene todo para que su conclusión sea hasta donde permita el cielo de Madrid, la FIFA y lo que diga Maradona (risas).
La victoria y el éxito conllevan primero reivindicaciones continuas, y en segundo lugar, exigencia. Jugar con el éxito y la posibilidad de luchar campeonatos supone el funambulismo del alambre y una tensa situación, con cierto olor a tierra mojada de tormenta y a rocío de la mañana. Todo empieza a dilucidarse y decidirse mínimamente en enero. No en sentido categórico, no con las evidencias y la tiranía de mayo, pero sí con la trascendencia de que cada vez caben menos fallos. Si un error puede solventarse en otoño, entrado el invierno los descuidos empiezan a herir de gravedad. Los más eufóricos entenderán que el Atlético tiene entidad de sobra para ganar a cualquiera, y los más cenizos interpretarán que el tren del éxito se perdió con los puntos que se extraviaron en Vigo, Leganés, Girona, Sevilla. Los más cenizos, curiosamente siempre han tenido un optimismo brutal: ganar a domicilio en Primera no es que sea fácil, también es preceptivo e imperativo. Consideremos que necesario sí que es, pero el que todo lo juzga fácil encontrará la vida difícil, seguro diría Lao-Tsé o cualquier chino de esos de hace 3500 años que inventaron la literatura motivacional, la autoayuda y el Dream it, do it. Solo la ficción lo permite todo y hace realidad los sueños, por tanto podríamos darnos una vuelta por la quimera y hacer campeón de Europa al Atlético, y ese es en realidad el efecto que producen los espejismos y la literatura pero luego llega un golpe de realidad y el Levante te está esperando con un abrupto 3-5-2 de contención defensiva en el centro del campo para sorprender a la contra y Savic caer lesionado, aparentemente por nada, es decir la enigmática rotura de fibras, en el minuto 6. Y aún así el Atlético empezó mandando volcándose por la banda de Arias (pura diligencia y dinamismo), y en el diez marcaba Koke el primero tras asistencia de Vitolo (última demanda de la afición), pero una supuesta falta de Rodri y una irrebatible decisión del VAR invalidaba el gol. Lo justo para que el Levante despertara y hostigara con una dudosa amenaza las inmediaciones de Oblak, como si fuera un partido de torneo de verano y el peligro no fuera el remedio del aburrimiento. Entretanto Vitolo adquiría el papel de estrella que necesita este equipo, como si esta película dijera la verdad de su protagonista. Recuperaba, distribuía, requería un papel principal, jugaba sin miedo. No iba en patinete por la Gran Vía como Lemar, validaba su presencia inicial. Y asediaba el Atlético, Simeone levantaba las masas y Correa lo intentaba una y otra vez con su asiduidad de barrio y niño con pelota nueva. Provocaba una falta, incitaba otra, insinuaba una tarjeta amarilla, se revolvía como un muelle, caía como un resorte. Mientras Rodri y Thomas robaban para que tuviera lugar el desdoble por las bandas, todos hacía lo suyo, y los granotas y el VAR, un auténtico peñasco de la Liga, provocando la absoluta esterilidad. Esa aridez de la roca, y la razón de que esta competición a veces sea férrea y a veces soporífera. El Atlético lo intentaba todo, el Levante de pareja con carabina. Providencial Rober Pier en el cruce para evitar el tiro de Vitolo. Y así todo el rato. Faltaba lo único, lo más importante: el gol.
Cumplía Juanfran en el lateral izquierdo, centraba y Thomas remataba de cabeza fuera. Seguía acorralando el Atleti y al Levante solo le quedaban los dos grande verbos de las revelaciones modestas de la Liga: robar y salir. Y tuvo que llegar de penalti, Vukcevic tocó el balón con el brazo y Griezmann (aquel eterno perseverante) lo tocó rompiéndolo. Minutos después la tenía Vitolo (muy aplaudido, incluso por Simeone, en su salida por Kalinic, imaginemos que la belleza de los vítores son un estado de ánimo) culminado una contra que rozaba la escuadra izquierda de Oier. A continuación el Comandante Morales (declarado admirador de la afición del Atlético de Madrid) metió la quinta, amagó a Giménez (con Godín no había podido en todo el partido) y solo el pecho del prodigioso Oblak salvó el gol. La posteridad es una recuperación de Rodri y un pase a magistral a Lemar que se hace un lío con la magia de sus setenta kilos y demasiado escorado no logra rematar, la euforia del público del Metropolitano, un caño de Griezmann, un tiro laxo e indolente y Simeone abrazando a todos los muchachos, animando lo que no alcanza la perfección y sabiendo que los abrazos de la historia nunca han sido pasajeros. Una vez más, Griezmann, el funambulista. La resistencia.
En esta vida puedes llamarte Cerci, Maniche o Yanick Carrasco y pasarte la existencia protestando porque te crees Maradona o simplemente ser Antoine Griezmann y tener paciencia para explotar en la Navidad de 2014 y hacer un hat trick en San Mamés, como si el talento fuera algo bastante corriente y los valores...
Autor >
Javier Divisa
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