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La contrarrevolución del Pato Donald

'Para leer al Pato Donald', una crítica de los cómics de Disney publicada en el Chile de Allende, se edita por primera vez en Estados Unidos y nos recuerda todo aquello que no ha cambiado desde entonces

Yohann Koshy (The Baffler) 30/01/2019

<p>Portada de un cómic del Pato Donald</p>

Portada de un cómic del Pato Donald

Mike Mozart / Flickr

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A principios de la década de 1970, Estados Unidos diseñó una crisis económica en Chile para desestabilizar el gobierno de Unidad Popular de Salvador Allende. Allende había nacionalizado la industria del cobre y estaba colocando al país en la senda del socialismo. El plan de Washington, en palabras del presidente Nixon, era “hacer que la economía grite”. Se paralizaron los créditos del Banco Interamericano de Desarrollo, no llegaban los repuestos de las máquinas industriales de EE.UU., y la CIA financió una enorme huelga de camioneros. Durante ese “bloqueo invisible”, algunas materias primas extranjeras sí que consiguieron entrar en Chile: equipamiento militar para los golpistas del ejército, como es lógico, pero también cultura de masas: programas de televisión, anuncios y revistas, incluido el cómic de aventuras de Mickey Mouse y el Pato Donald.

Para leer al Pato Donald es una obra de crítica ideológica: te dice lo que los cómics no saben que dicen

Supuestamente, los cómics de Disney afirmaban tener un millón de lectores en un país de casi diez millones de personas. Para el intelectual chileno Ariel Dorfman y para el sociólogo belga Armand Mattelart, esa hegemonía cultural debía ser contrarrestada. Y por ese motivo escribieron Para leer al Pato Donald: ideología imperialista en los cómics de Disney. Su argumento, que ofrecen con rigor e irreverencia, es que la inofensiva diversión de Mickey y Donald está cargada de pensamiento contrarrevolucionario. La recientemente creada editora nacional Quimantú (“sol del saber” en la lengua indígena de los mapuches) publicó Para leer al Pato Donald en 1971. Fue un éxito de ventas total y se tradujo a más de una docena de idiomas. John Berger lo calificó como un “manual de descolonización”.

Dorfman y Mattelart no atribuían a Walt Disney motivaciones conspiratorias, Para leer al Pato Donald es una obra de crítica ideológica: te dice lo que los cómics no saben que dicen. La ausencia de padres y madres en el universo de Disney (solo hay tíos, tías, sobrinos y sobrinas) sirve para naturalizar las formas de autoridad, porque el sobrino no puede desafiar a su tío de la misma manera que un hijo puede hacerlo con su padre. La búsqueda de dinero es la responsable de muchas de las desgracias de Donald, pero Dorfman y Mattelart destacan que no se produce ninguna ocupación de la clase obrera en Patolandia, donde vive Donald, y por eso “se incorpora la riqueza a la sociedad mediante el espíritu” en lugar de mediante la explotación del trabajo. Canalizando las ideas de Adorno y Horkheimer sobre la industria cultural, sostienen que el problema con el mundo de fantasía de Disney es que reconcilia de forma errónea los antagonismos entre hijo y padre, capital y trabajo: “Cada uno de estos antagonismos, puntos neurálgicos de la sociedad burguesa, queda absorbido al mundo de la entretención [sic] siempre que pase antes por la purificación de la fantasía”.

Otra de las contradicciones que disimula el Pato Donald es la del colonizador y el colonizado. Un 47% de los cómics que estudiaron los autores presentan enfrentamientos con “buenos salvajes” en países como Inestablestán y Aztecland. Lo más siniestro es lo que sucede cuando llegan al país. Después de ahuyentar a los estafadores disfrazados de conquistadores españoles, Mickey y su banda reciben como ofrenda rangos en el ejército de una tribu indígena; a cambio, Mickey recompensa a la tribu con “el derecho para vender sus bienes en el mercado extranjero”. Es como si recibiera órdenes de la política exterior estadounidense de posguerra, que por aquel entonces estaba interesada en acelerar el declive de las potencias europeas en favor de un sistema de mercados libres dominado por Estados Unidos. Otra de las tiras presenta una banda de revolucionarios parecidos a Fidel Castro que secuestran a nuestros héroes. El Pato Donald anhela que les salve “la buena y vieja armada, símbolo de la ley y el orden”. El marco analítico en este caso es profético: el trato benevolente que da Donald a sus amigos infantilizados del Tercer Mundo es “convencerlos de que no todos los patos (blancos) son malos”, como sostienen los autores, en una frase que podría haberse escrito ayer. Este es un análisis marxista que surge de mayo del 68: se reconoce a las relaciones sociales como algo más que la relación entre salario y trabajo: familia, sexo y raza giran en torno a la superficie de las cosas.

Sin embargo, lo que Para leer al Pato Donald no percibe es que los productos de la cultura capitalista pueden contener en ellos las semillas de la autocrítica. El tío del Pato Donald, Gilito, un capitalista mezquino, es un vehículo para promover los valores emprendedores, pero al mismo tiempo es un personaje solitario y risible. Se describe a sí mismo como “rico en dinero, pero pobre en diversión”, una psicología dividida que hace pensar en la observación de Marx de que el capitalismo también le arrebata al capitalista su humanidad. Y no es difícil ver la sátira cuando el tío Gilito invade un país con un tanque que ondea una bandera con el símbolo del dólar. Mientras tanto, Donald es una víctima de las fuerzas del mercado laboral: siempre le despiden de los trabajos y siempre está pendiente del espectro de una nómina que le permita ponerse al día con los plazos de la televisión. “¡Bah! El talento, la fama y la fortuna no lo son todo en la vida”, les confía con complicidad a sus sobrinos; pero cuando estos le piden ejemplos de lo que dice, el pato Donald se queda cómicamente sin palabras. Dorfman y Mattelart ven en esto una adhesión al orden ideológico y social (un “no hay alternativa” antes de que existiera), pero que también podría interpretarse como una prueba de su pobreza. Donald sabe que deberían existir otras fuentes de valor, pero sencillamente no puede ponerlas en palabras. En definitiva, el libro alaba las virtudes creativas de los niños, pero no les confiere la independencia intelectual para leer a Disney a contracorriente.

lo que Dorfman y Mattelart no perciben es que los productos de la cultura capitalista pueden contener en ellos las semillas de la autocrítica

Pero la crítica es en última instancia una cuestión de generosidad, y no había ninguna razón para ser generoso en esa época. El 11 de septiembre de 1973, Allende murió en el golpe de Estado que dio el ejército, que asaltó el palacio presidencial con el apoyo de la CIA, y tras el cual se instauró un gobierno militar. Pocos días después, Dorfman estaba en la clandestinidad cuando vio en una teletransmisión cómo los soldados quemaban libros degenerados, y entre ellos se encontraba Para leer al Pato Donald. (La marina tiró al océano la tercera edición, utilizando la misma táctica que se empleaba para hacer desaparecer los cuerpos de los disidentes). Los padres de niños ricos tiraron piedras contra la casa de la familia de Dorfman y un motorista intentó atropellarle al grito de: “¡Viva el Pato Donald!”. Un oficial de aduanas de Estados Unidos incautó en 1975 un envío de cuatro mil copias procedentes del Reino Unido, al considerarlo un acto de “copia piratesca”. Dicho de otra forma, su crítica no era “ningún ejercicio académico”, como Dorfman y Mattelart escribieron desde el exilio. El libro se escribió para revelar la verdad sobre un producto cultural concreto, pero también para reforzar la determinación, para proteger a los latinoamericanos de verse a sí mismos como les ven los imperialistas: “autoconociendo, autoconsumiendo, [riéndose] de sí mismo[s]”, y cuando esto se internaliza, contribuye a “la disolución de la solidaridad internacional de los oprimidos”. Es decir, se diseñó para fortalecer el Tercer Mundo, ese proyecto político de autodeterminación nacional que unió a las personas desde Latinoamérica hasta Asia y más tarde se hundiría como consecuencia de las deudas, la discordia y la austeridad recetada por el FMI.

Para leer al Pato Donald acaba de publicarse por primera vez en Estados Unidos. En el prefacio actualizado, Dorfman se regocija porque ha llegado a la metrópoli a tiempo para “otro Donald”, cuya presidencia surge de “esa época de Estados Unidos sin complicaciones que Disney imaginó de forma arquetípica como eterna y prístina”. Dorfman quiere compartir hoy en día con nosotros el “espíritu de resistencia” del libro, pero no está claro el papel que deben desempeñar la cultura, y la crítica, en esta era sin sentido común. Hay quien piensa que el ascenso de Trump, y el brexit en el Reino Unido, provocarán un regreso a las tradiciones contraculturales de la década de 1970, como el punk. Lo que olvidan es que cincuenta años de financiarización y recortes sociales significan que la clase obrera ya no puede permitirse perder tiempo creando arte en los principales centros metropolitanos, y por eso la cultura se ha quedado estancada. Mientras tanto, el presidente se parodia a sí mismo. Walt Disney Company todavía existe, y engulle a sus henchidos competidores mientras se encamina hacia una posición de monopolio. Pero su contenido ya no es tan descaradamente censurable. En ocasiones hasta merece la pena: por ejemplo, la escena inicial de la coproducción entre Disney y Pixar, Wall-E (2008), que recorre un arrasado paisaje poshumano repleto de ecológicas turbinas eólicas, es un poderoso mensaje contra la insuficiencia de los actos contra el cambio climático.

Mucho ha cambiado desde 1973, pero Para leer al Pato Donald nos recuerda lo que sigue siendo igual

La función de la crítica cultural también se pone en duda. Actualmente, existe una gran preocupación, parece ser, por la rectitud moral de la cultura popular a costa de sus cualidades estéticas, como por ejemplo la forma y la destreza. Se dice que la “concienciación” define a la vez un posicionamiento y una política. Sea o no cierto, lo que presenta Para leer al Pato Donald, desde ese futuro perdido de los años de Allende, es la extraña y seductora idea de que la crítica cultural puede estar al servicio de la lucha política, que la propaganda no tiene por qué ser una mala palabra.

Hoy en día, una ola de revanchismo extremista de derechas está sacudiendo otra vez Latinoamérica. El ejército de Venezuela está conspirando con el gobierno de Trump; Wall Street ansía que Jair Bolsonaro lleve a cabo sus planes para “limpiar” Brasil; John Bolton se enfrenta a los molinos de viento de la “troika de tiranía” en el patio de su casa. Mucho ha cambiado desde 1973, pero Para leer al Pato Donald nos recuerda lo que sigue siendo igual.

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Los artículos periodísticos y de crítica de Yohann Koshy han aparecido en Vice, Financial Times, Le Monde Diplomatique y en otras publicaciones. También co-edita la revista New Internationalist.

A principios de la década de 1970, Estados Unidos diseñó una crisis económica en Chile para desestabilizar el gobierno de Unidad Popular de Salvador Allende. Allende había nacionalizado la industria del cobre y estaba colocando al país en la senda del socialismo. El plan de Washington, en palabras del presidente...

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Yohann Koshy (The Baffler)

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