Pan y rosas
Arqueología bodeguera
El café que se transforma en vermut dominical es una institución barcelonesa, tan barcelonesa como es el arroz en China o las armas en Texas
Mar Calpena 13/02/2019
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Al salir del metro de Arco de Triunfo, el ambiente es festivo. Cruzo entre grupos de corredores que se abrazan debajo del monumento erigido para chulear durante la Exposición Universal de 1888, ataviados con ropa deportiva sudada, ponchos de plástico y una sonrisa de oreja a oreja. Me parece un buen augurio, pues la última vez que vi a Enric March, historiador de la geografía oculta y emocional de la ciudad, fue también al acabar una carrera similar unos cuantos años atrás, durante un aperitivo con pescadito frito y cervezas. Ahora ninguno de los dos participa en ellas; March –historiador y profesor de instituto con pinta de ser el típico que mete caña a los alumnos y al que recuerdan luego con cariño– decidió centrar su tiempo libre y sus esfuerzos en investigar sobre la historia de la ciudad y publicarla en un blog y varios libros. A cuenta del lanzamiento del último, Barcelona. Anatomía histórica de una ciudad, le he propuesto un duelo de titanes –a tres bandas, como en El bueno, el feo y el malo– con mis amigos Josep Lluís Cots y Shawn Stocker, fundadores del MeDeDeBeBé (Movimiento de defensa de las bodegas de barrio), página web que cartografía las bodegas barcelonesas y posiblemente el único partido político al que sería capaz de afiliarme.
Cots, escultor jubilado con obra expuesta en varios museos, es de una generación cercana a la de March, así que en cuanto nos encontramos en la Placeta de Sant Pere conectan de inmediato, y más porque ambos hicieron la mili en la antigua caja de reclutamiento del Convent de Sant Agustí. Stocker, el verso suelto, es un californiano que vino a la ciudad en viaje de estudios, aprendió catalán, se hizo fan del Fary y conoce bodegas “que son como tribus perdidas del Amazonas, con las que no había contactado aún nadie”. March, que vive en el barrio de la Ribera desde hace varias décadas, ha visto sus múltiples evoluciones, así como las de sus bares. En la Plaça de Sant Pere –en realidad, apenas la confluencia de varias calles dedicadas al mismo santo frente a la iglesia medieval de Sant Pere de les Puelles– está el bar Andorra, abierto desde 1930. Cerrado a esta hora de la mañana, el cartel de alegre tipografía no se sabe muy bien si ochentera o decó parece no haberse movido de allí desde entonces, pero lo cierto es que, como ocurre con muchos otros bares históricos, hubo una temporada en que lo sustituyó el de un restaurante italiano de efímero recuerdo. Comenzamos aquí un periplo en el que visitaremos pocos bares, pero se mencionarán muchos más. Como arqueólogos de la memoria, los estratos se superponen, y los ciclos entre gentrificación y marginalización, también. “En el Pasaje de las Manufacturas –un curioso paso escalonado que salva el desnivel de un acantilado desaparecido–, donde estaba el bar más pequeño de Barcelona, había pequeños quioscos, como el de una costurera, y ahora es el paso privado de un hotel, aunque este barrio también estuvo muy degradado en los ochenta”. “Aquí había un bar en el que nos cambiábamos durante la mili”, comenta Cots. Les pregunto a los tres por el paisaje cambiante. ¿A dónde han ido las bodegas de este barrio? ¿Pueden volver? ¿Qué les ocurrió? Lanzo las preguntas cerca ya del Paseo del Born. Los corredores han desaparecido y comienzan a llegar los turistas que llenan las terrazas. El café que se transforma en vermut dominical es una institución barcelonesa, tan barcelonesa como es el arroz en China o las armas en Texas. Ni la Sagrada Familia ni el Camp Nou pueden competir con este ritual que, aunque pareció estar a punto de desaparecer, siempre contó con fieles que practicaban la fe en cierta clandestinidad. Habla Cots, plantado en medio de la calle, para responder a mis preguntas: “Yo antes vivía en Gracia, y me gustaba ir a tomar el café a Ca La Bruta, que regentaba la señora Nuri. Tenía un gato sobre el mostrador que apartaba para servirte, y guardaba los paquetes de Winston andorrano en una bola de ésas que dispensan caramelos. También vendía caliqueños. Pensé que todo ese universo iba a desaparecer, y por eso empezó la página, a la que enseguida se me unió Shawn, que era un americano loco. De esto hace una década y –dice con orgullo– los primeros artículos que nos dedicaron estaban titulados ‘El ocaso de las bodegas’, mientras que los últimos se han llamado ‘El renacer de las bodegas’”.
March comenta que la supervivencia de estos establecimientos, dedicados al principio al despacho de vinos, fue perdiendo su viabilidad por el cambio de hábitos. “Aquí hay dos problemas. Por un lado, al encarecerse los alquileres en los barrios, se han ido perdiendo los clientes. Por otro, el cambio de hábitos tampoco ayudó. Las bodegas se percibían como algo sucio y la gente compraba menos vino o lo hacía en el súper. Igual los negocios como tales no pueden mantenerse, pero luego está el tema del patrimonio que tienen dentro. Se han hecho verdaderos destrozos” March señala a un bar cercano, ahora un restaurante mexicano. “De un día para otro ahí deshicieron todo el local. Desaparecieron los espejos y el mosaico hidráulico de golpe”. Irónicamente, son esos mismos elementos decorativos los que muchas neobodegas han incorporado a su decoración actualmente, simulacras de Baudrillard totales, que ofrecen sus mercancías a un público que ha encontrado en ellas una alternativa económica y adulta a salir de noche. Stocker, que es inversor inmobiliario, comenta que el fin de los contratos indefinidos supuso también el de muchos negocios históricos. “Se notó muchísimo”, cuenta, “porque además afectó a gente que llevaba toda la vida allí y que habían firmado el contrato creyendo que no tendrían que irse nunca. Que puedo entender que se les quisiera actualizar un poco el alquiler, pero de ahí a echarlos… pasamos por una época muy negra”. Tampoco ayudó que el ayuntamiento regulara los horarios. “Solían ser el último refugio en el que acabar la noche. Ahora ya no puedes comer en ningún sitio pasadas las doce”. Pero ninguno de mis tres acompañantes vive de la nostalgia. “Hay gente joven, sobre todo en los barrios, que lo está haciendo muy bien”.
Paramos en la bodega Flassaders, una de las últimas del barrio, donde March y Stocker toman su primer vermut del día (Cots y yo, abstemios obligados por razones de salud diversas, rabiamos desde nuestro bitter Kas). La Flassaders, abierta en 1956, es una de las pocas del barrio que conserva una botellería de marcas de súper y reliquias de otros modos de beber, como el Calisay y la Kina. Más tarde, continuamos hasta el Bar Brusi, ya en el barrio Gótico, para seguir (no) bebiendo allí y comiendo algo más. Hemos alargado más de lo que esperábamos, pero es que en eso mismo consiste el vermut dominical: salir por la mañana, y, con mala suerte, tener que volver a casa a comer. El Brusi es otro dinosaurio barcelonés, una ballena varada entre tiendas de zumos healthy, tiendas de suvenires y carcasas de móviles. Una barra centra el amplio local, que da a una calle Llibreteria por la que pasan en dirección a Sant Jaume hombres vestidos con la camisa de un grupo de geganters. En el local las mesas están llenas, y no se cabe casi en las mesas de fórmica junto a los ventanales, pero el ritmo es lento. Cuesta pedir su famoso cap i pota, o su tortilla de calabacín. Montse, la fundadora -habla un catalán popular ya extinto- corta muy lentamente las butifarras que sirve con setas. “Va a su ritmo”, dice Stocker. “Pero probablemente si se jubilara se moriría”. Como las bodegas.
¡Hola! El proceso al Procès arranca en el Supremo y CTXT tira la casa through the window. El relator Guillem Martínez se desplaza tres meses a vivir a Madrid. ¿Nos ayudas a sufragar sus largas y merecidas noches de...
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Mar Calpena
Mar Calpena (Barcelona, 1973) es periodista, pero ha sido también traductora, escritora fantasma, editora de tebeos, quiromasajista y profesora de coctelería, lo cual se explica por la dispersión de sus intereses y por la precariedad del mercado laboral. CTXT.es y CTXT.cat son su campamento base, aunque es posible encontrarla en radios, teles y prensa hablando de gastronomía y/o política, aunque raramente al mismo tiempo.
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