Atreverse a imaginar la revolución
Miles de jóvenes han comenzado a manifestarse periódicamente en decenas de ciudades de Europa, EEUU y Japón por la lucha contra el cambio climático
Samuel Martín-Sosa 13/02/2019
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“No hemos venido aquí para rogar. Hemos venido aquí para hacerles saber que el cambio está llegando, les guste o no. El verdadero poder pertenece a la gente”. Así de desafiante se expresaba la sueca Greta Thunberg en su discurso ante 200 países en la cumbre del clima en Katowice el pasado diciembre. La foto de esta chica de 15 años, posando al lado de un cartón sobre el que había escrito a mano “huelga escolar por el clima”, había recorrido las redes durante las semanas previas. La contundencia de sus palabras hacía intuir que su participación ante Naciones Unidas no se correspondía con la típica cuota infantil de turno para rogarle a los papás y las mamás del mundo que cuidaran el planeta. Greta estaba allí para anunciar que la paciencia de los jóvenes se había terminado, al igual que el crédito de los políticos. “Ustedes no son lo suficientemente maduros para contar las cosas como son”, espetaba.
La chispa que encendió esta chica con su llamamiento a una huelga escolar todos los viernes ha prendido con fuerza en distintas partes de Europa. Con la llegada de 2019 los estudiantes de secundaria de varias ciudades de Bélgica comenzaron a convocar huelgas escolares y manifestaciones los viernes. A la primera convocatoria en Bruselas asistieron 3.000 jóvenes. La semana siguiente ya fueron 12.500. En la tercera convocatoria lograron sacar a 32.000 personas a la calle en la capital belga con lemas que recordaban que “no tenemos un planeta B”, que “se ha agotado el tiempo” o que “estamos ya más calientes que el clima”, en referencia al hartazgo acumulado. En Lieja 15.000 se manifestaron con cantos de “a las armas”. Gante, Lovaina o Amberes también se sumaron a la protesta.
al igual que el veganismo es un fenómeno más femenino que masculino, también las huelgas climáticas han tenido rostros principalmente de mujeres
Una coalición de 3.500 científicos belgas firmó una carta en apoyo a las manifestantes, acción que replicaron sus colegas científicos holandeses cuando las protestas se extendieron a aquel país y más de 10.000 estudiantes marcharon por las calles de La Haya días después. La llamada recorrió decenas de ciudades en Alemania (Berlín, Dortmund, Frankfurt, Koblenz, Leipzig o Munich) y al menos 15 ciudades de Suiza, donde los estudiantes clamaban “Make love, not CO2”. Belfast, Brighton, Cambridge, Glasgow, Manchester, Oxford, Southampton y así hasta 25 ciudades del Reino Unido se unieron este mes a las protestas, junto con otras ciudades en Japón, Australia y EE.UU. En el Estado español existe una llamamiento en Barcelona para los próximos días y a nivel mundial se ha convocado un paro estudiantil internacional el próximo 15 de marzo.
Juventud concienciada y empoderada
Tiene sentido que estas movilizaciones sean promovidas por gente joven; son los que más tienen que perder ante la crisis climática. El reciente informe que aboga por la limitación del aumento de la temperatura a 1,5ºC nos habla de un tiempo de reacción no superior a 12 años, lo cual adelanta esa visión que llevamos décadas manejando del “futurible impacto a las generaciones venideras” y lo transforma en algo tangible en el “ahora”: ellos son “ya” el futuro ese del que veníamos hablando. Para esas fechas apocalípticas estos jóvenes no habrán alcanzado aún la treintena. Las encuestas de opinión muestran hace tiempo que la juventud está mucho más concienciada con el planeta que las generaciones de sus padres o abuelos. Según una encuesta de Global Shapers, difundida por el Foro de Davos, al 48.8 % de los millennials del mundo –los que tienen ahora entre 18 y 35 años– lo que más les preocupa es el cambio climático. En este estudio, llevado a cabo en 180 países en 2017 y en el que participaron 31.000 jóvenes, el 78.1 % declaró estar dispuesto a cambiar su estilo de vida para proteger la naturaleza y el medioambiente. Los más comprometidos son los jóvenes latinoamericanos y los del sur de Asia, con un 82,5 % y 86.7 % de los votos, respectivamente.
Cuando se les preguntó quién tiene la mayor responsabilidad para hacer del mundo un lugar mejor, los encuestados no eludieron su cuota de responsabilidad, optando en primer lugar por las propias personas (34,2%), aunque también señalaron de forma clara al gobierno (29 %) y a las organizaciones internacionales (9%).
Algunas de las movilizaciones sociales que están encontrando en la gente joven a uno de sus principales protagonistas entroncan con valores que no se corresponden con cambios incrementales dentro del sistema, sino que plantean un cuestionamiento del sistema mismo. El movimiento vegano, por ejemplo, que entre otras cosas nos interpela sobre nuestra forma de alimentarnos en un planeta en crisis, es un movimiento en auge (se podría decir que mucho más que el ecologismo) que está impulsado principalmente por gente joven. Las movilizaciones masivas del 8 de marzo por su parte, solo se pueden explicar por la fresca irrupción de las nuevas generaciones que se empoderan y reactualizan el discurso feminista. Por cierto, al igual que el veganismo es un fenómeno más femenino que masculino, también las huelgas climáticas han tenido rostros principalmente de mujeres.
En la última década, ha bajado en más de un 40% la cantidad de chicos y chicas entre 18 y 25 años que se han sacado el permiso de conducir
La fuerza de la juventud está provocando cambios en posiciones que hasta ahora parecían monolíticas. En Estados Unidos, si eres republicano, tienes una alta probabilidad de ser también un negacionista climático (en torno al 76% de los que se declaran republicanos lo son). El sesgo ideológico en aquel país ha sido tradicionalmente muy fuerte. Pero eso está empezando a cambiar con las nuevas generaciones. Una encuesta reciente muestra cómo el 36% de republicanos millennials ya creen en el cambio climático, frente a tan solo un 18% en las generaciones del baby-boom y anteriores. Aún más, el 60% de los republicanos millennials creen que el gobierno de su país, actualmente en manos del partido al que votaron, no está haciendo suficiente en materia ambiental, y solo el 44% se muestra favorable a continuar la explotación de los combustibles fósiles, frente al 76% de apoyos que se recaban en la generación de sus mayores.
Potencial de transformación
Un problema para la transición ecosocial es la ausencia de conciencia del verdadero diagnóstico planetario y sus implicaciones, como demuestra el hecho de que el imaginario social futuro respecto a las expectativas de vida apenas haya sufrido mutaciones en las últimas décadas. Si salimos a la calle a preguntar por cómo se ve la gente a sí misma en el futuro, probablemente la mayoría nos hable de la intención de viajar tras la jubilación, comprar una casita en la playa o el campo, o comprarse finalmente ese coche deportivo con el que siempre estuvieron encaprichados. Y por supuesto disfrutando de todas las ventajas del Estado del bienestar. Es decir, escenarios que no se han visto influidos por la realidad de un mundo cambiante a velocidad de vértigo, constreñido por una realidad de disponibilidad energética y material decreciente, y con los sumideros de residuos a rebosar.
Por ejemplo, podemos pensar que a priori el mito del coche como icono de la libertad e individualidad difícilmente pueda derribarse algún día. Hasta ahora para las personas jóvenes que accedían por primera vez al mercado laboral (las que podían) su primer espacio de privacidad adquirido era un coche propio, mucho antes incluso que una vivienda, que en muchos casos no llegaban a conseguir o tardaban en hacerlo. El coche se proyecta así como un espacio donde amar, soñar y probablemente hasta percibir cierta libertad. De hecho un estudio sobre la relación de los conductores con sus coches muestra aún hoy cómo el 54% de los españoles considera que el coche es hoy más importante que hace veinte años; el 84% de los encuestados declaró “adorar” conducir y solo el 24% consideraba el automóvil como un bien obsoleto para los nuevos tiempos. En dicho estudio el coche seguía siendo en nuestro país el objeto personal mejor valorado por delante del teléfono móvil y la televisión. Pero quizá, esto esté empezando a cambiar en las capas más jóvenes de la población. En la última década, ha bajado en más de un 40% la cantidad de chicos y chicas entre 18 y 25 años que se han sacado el permiso de conducir, y más allá de los coletazos de la crisis las razones parecen apuntar a un cambio de paradigma, según el cual los jóvenes ya no lo ven tan útil, particularmente en ciudades donde pueden desplazarse en transporte público u optar por coches compartidos.
La ilusión de lo impredecible
Dice Edgar Morin que “hay que creer en lo improbable; es decir, en la humanidad”. “Lo improbable, aunque posible, es la metamorfosis”, señala también. Las imágenes de chicas sonrientes y combativas tomando las calles con determinación para decir que hasta aquí hemos llegado no puede ser un revulsivo más ilusionante. Pero también nos enseña a confiar en lo impredecible, y en buena medida, también en lo improbable. Nadie había sido capaz de pronosticar que miles de jóvenes iban a echarse a la calle por una causa tan global, etérea e incorpórea como el cambio climático. Nadie. Y si somos honestos, si nos lo hubieran planteado con anterioridad, también lo hubiéramos considerado si no imposible, sí harto improbable. Entonces hay que preguntarse: ¿por qué ponemos límites a nuestros sueños? ¿Por qué no nos atrevemos a imaginar que pueda darse una revuelta de estas características, o incluso más allá y usando el concepto de Morin, una metamorfosis?
Cuando examinamos el diagnóstico planetario nos entra una depresión terrible, y no es para menos. En un escenario de escasez creciente, la competencia por los recursos nos hace augurar guerras, violencia, individualismo, acaparamiento, y en general un embrutecimiento de las sociedades que justifica el cierre de fronteras y el alzamiento de muros para proteger lo nuestro frente al de fuera. Y mirando no solo la historia, sino también el presente, hay razones sobradas para estos augurios. Pero a menudo se nos olvida introducir en la ecuación el factor sorpresa, la posibilidad de que ocurran cosas que no sigan el patrón probable. No consideramos, por ejemplo, que pueda haber movilizaciones masivas y espontáneas en la sociedad a favor de la vida y la justicia que puedan llegar a hacer tambalearse a las instituciones, al igual que tampoco se fue capaz de aventurar el 15M o las primaveras árabes; a la mayoría de la gente estas revueltas le pillaron por sorpresa.
Nadie había sido capaz de pronosticar que miles de jóvenes iban a echarse a la calle por una causa tan global, etérea e incorpórea como el cambio climático
Ciertamente está por ver la capacidad de influencia de estas huelgas climáticas, así como los mecanismos que va a desplegar el sistema para absorberlas y anularlas. De momento, han demostrado que vienen pisando fuerte –ya se han cobrado la dimisión de una ministra por ningunearlas–, y su discurso es inspiradoramente sistémico, encuadrado bajo el paraguas de la justicia climática.
Como conclusión, quizás debamos revisarnos esa autolimitación cercenadora que nos imponemos cuando imaginamos el futuro, que nos termina por convencer de que no hay nada ya que podamos hacer para cambiar la muy inercial y esquizofrénica deriva del mundo y que mejor sentarnos a esperar el acto final. Nos sentimos pequeñitos ya no solo como individuos; también como sociedad. Nos hemos autoconvencido de que no vale la pena intentar cambiar las cosas porque no seremos capaces de conseguirlo. Las huelgas de estudiantes llaman a la puerta de nuestras conciencias para decirnos que efectivamente, el entorno es tremendamente negativo, pero eso no debe conducirnos a autoimponernos barreras de lo posible. Como dice un personaje de la novela El Pentateuco de Isaac, de Angel Wagenstein: “Nuestra fuerza radica en los caprichos del caos, en la arbitrariedad de las partículas que se mueven en desorden, en el juego sin reglas. En otras palabras: en la sorpresa que muchas veces nos sorprende a nosotros mismos por el alcance de sus resultados”. Este mensaje puede traducirse en lo siguiente: la sociedad tiene una fuerza increíble para cambiar las cosas. Lo que no sabemos es si lo hará, ni cuándo. Pero puede pasar. Solo hay que actuar.
La sueca Thunberg en su discurso ante la cumbre de cambio climático también dijo: “Hasta que no comiencen a centrarse en lo que debe hacerse en lugar de lo que es políticamente posible, no habrá esperanza”. Pero quizás, en cierto modo, la esperanza sea también nuestro freno. Como defiende el Comité Invisible en su manifiesto “Ahora”, nadie jamás ha actuado por esperanza, y esta está, de algún modo, confabulada con la espera. Y no podemos esperar. Es lo que deben haber pensado miles de chicas y chicos que salen estos días a las calles para darnos una lección revolucionaria.
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Samuel Martín-Sosa Rodríguez es responsable de Internacional de Ecologistas en Acción.
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