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Por fin la derecha bombea con holgura. Qué gusto dejar de meter barriga. Al fin, el cordón sanitario: ahí es adonde empujaba el yate, adonde querían ir. La derecha tiende, de manera irrefrenable, a mudarse a un castillo para empezar a casarse entre primos. Así han funcionado siempre las monarquías, que son, por definición, cordones sanitarios trenzados con venas azules.
El problema de levantar un muro inmunológico para cobijar una ideología es la desaparición de la variedad, cosa esencial para la evolución. Se puede sobrevivir, pero te nacen discursos cada vez más cabezones, hechizados como el rey aquel, o con los huesos arqueados o sin terminar. A Casado le salen los mensajes sin piernas y con los órganos por fuera: son todo vísceras. Da pena verlos, solo pueden avanzar a base de espasmos. A Abascal le ocurre parecido. Y a Rivera, en verdad, no sabemos: sus argumentos maquillan siempre algún tipo de subcontratación (votar a Ciudadanos es como comprar un tricornio por Amazon).
La izquierda también amenaza a veces con cordones sanitarios, pero como es una jaula de grillos (muchos tipos grillos pensando en cómo deben ser los demás grillos para llegar al cielo de los grillos); pues eso, que la consanguinidad no afecta tanto. Su problema es otro: las palabras le salen tan anatómicas y atractivas que acaban huyendo, buscándose la vida por su cuenta.
La derecha, y más ahora, funciona por urticarias. Construye todo su proyecto de país a partir de distintos tipos de reacciones alérgicas. Ciudadanos también, aunque se vista de modernidad y aseo. Para el partido butano, debió de resultar muy duro entrar al Congreso y fingirse propositivos, centristas, etc., y más con una izquierda alternativa crecida por entonces. Pero ahora ya pueden rascarse lo que más les pica: los derechos laborales, la sanidad, la educación, la inmigración. Fue gracias al independentismo, que ofreció a las derechas la bandera rojigualda como si les dieran una bolsa de papel, para que pudieran respirar dentro y calmar la ansiedad.
El cordón sanitario, ahí era. Un cordón al por mayor, desterrando incluso al PSOE, que tan moldeable es por los Abrazos y los barones cuando llega el momento de las decisiones reales.
La partición de los votos en las tres marcas, pese a posibles perjuicios que puedan sufrir por la ley electoral, ofrece una ventaja: la derecha puede permitirse el lujo de aparentar diálogo, consenso y capacidad de llegar a acuerdos sin, por ello, dejar de casarse una y otra vez con sus propios primos. Seguirán pariendo discursos con las vísceras por fuera: Vox santificará la casquería, el PP la multiplicará y Ciudadanos pegará sobre ellas una pegatina con alguna frase de Steve Jobs. Qué gusto dejar de meter barriga.
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Autor >
Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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