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¿De qué me suena esa mirada? Llevo meses haciéndome la misma pregunta cada vez que veo aparecer en televisión al nuevo líder del PP. Me ha llegado a pasar que sus ojos me impedían escuchar lo que decían sus dientes. ¿Has oído lo que este hombre acaba de soltar por la boquita sobre abortar menos para pagar las pensiones? No, perdona, estaba distraído con otra cosa. Si uno presta suficiente atención a los ojos de Pablo Casado, se dará cuenta de que lo que dice su boca es, normalmente, lo menos importante del mensaje. Su mirada explica el grueso del asunto, mientras al resto del cuerpo le deja la tarea rutinaria de representar el argumento del día. Hoy toca criminalizar a los inmigrantes, mañana exigirle a una ministra que dimita porque su máster tuvo irregularidades –¿Cómo puede tener tanta cara?, preguntaron algunos en ese momento sin saber que no hay que centrarse en la cara, sino en la mirada– y pasado mañana puede llamar golpista o traidor a todo el que se le ponga por delante en sede parlamentaria. El mensaje puede cambiar, pero la mirada, en todos los casos, es la misma. Es difícil encontrar por la calle un fenómeno parecido. Cuando uno pasea, suele cruzarse con ojos sincronizados con la realidad, cambiantes según el entorno o la conversación. Es el funcionamiento normal, te explicaría un oftalmólogo. Estos no. A los ojos de Pablo Casado les da igual que ahí afuera haga bueno, llueva o truene. ¿De qué me suena esa mirada?
La pasada semana, la hermana de un concejal del PP vasco asesinado por ETA a mediados de los noventa, acusaba a Casado de usar el terrorismo de forma rastrera, mezclándolo con el asunto de Cataluña por rentabilidad política. “Es intolerable”, decía. En ese momento, como estudioso del fenómeno, inmediatamente me entusiasmé pensando en que un revolcón moral así, más viniendo de la hermana de un concejal del PP, podría tener efectos sobre los ojos del sujeto analizado. Tras un reproche de este tamaño, la mirada de cualquiera se resentiría, lógicamente. Los ojos de cualquiera se inclinarían hacia el suelo, temblarían levemente o mostrarían trazas de arrepentimiento o al menos de estar pasando un mal trago. El entusiasmo científico me duró poco. El tiempo que Casado volvió a poner a sus ojos a comparecer ante los medios. Un rato después del reproche de la familia del concejal asesinado, su mirada seguía exactamente en el mismo lugar de siempre mientras la boca hacía su trabajo. Imperturbable, incluso ante algo así. Y me volví a preguntar, otra vez y ya desesperado ante el fracaso de este estímulo definitivo: ¿De qué me suena esa mirada?
Como suele pasar en la investigación científica, hay veces que la respuesta aparece de forma accidental y en un lugar distinto al laboratorio. Que se lo digan a Newton con la manzana o a Arquímedes en la bañera. En el autobús me crucé con un hombre al que hacía un par de años que ya no veía por mi barrio. Me había hecho a la idea de lo peor, pero allí estaba, vivo y coleando. En un primer momento no lo reconocí. Me tuvo que saludar él. Cuando lo veía a diario estaba enganchado a las drogas. Hoy, la cara, con unos kilos de más, era la misma, pero lo que le hacía una persona irreconocible eran sus ojos. Había dejado de ser un yonki que vivía en la calle, me contaba con una mirada que ahora vivía entre el resto de humanos. Era nueva. Como si se hubiera hecho un trasplante. Nunca se la había visto. Nada que ver con aquella que no variaba si le dabas o no los 50 céntimos, a la que no le importaba nada más en el mundo que conseguir completar el crowdfunding para su dosis, ya podía hacer bueno o llover.
Eso era. La mirada de Pablo Casado es la de un yonki. En su definición literal: la de un adicto. Al bajar del autobús todo me cuadró. Recordé aquella anécdota que cuentan sobre él. Al llegar a Madrid, su obsesión por conocer de cerca el poder era tal, que no le avergonzaba pedirles a sus compañeros de ICADE que lo invitaran a sus casas a la hora a la que estuvieran sus padres, cargos del PP madrileño. Mientras otros jóvenes soñaban con fotos junto a futbolistas, Casado soñaba con un apretón de manos de Francisco Granados, Alfredo Prada o Esperanza Aguirre. Desde el principio ya se veía claro que estaba determinado a dedicarse a la política, contaba de él un compañero de Nuevas Generaciones, tras ser elegido presidente nacional del PP. Pablo Casado es un yonki. Del poder. Un yonki de la droga se destroza a sí mismo, a su familia como mucho. Uno del poder provoca una onda expansiva mayor. La mirada de Casado no se da por aludida porque la hermana de un asesinado le afee su comportamiento, ni se siente responsable porque mientras ella mira a cámara, su boca se dedique a crispar a un país hasta el extremo de lo peligroso para la convivencia. La mirada de un yonki no mira a otro lado ni entiende de nada que no sea su objetivo.
Cueste lo que cueste. Avergüence lo que avergüence. A veces, un viaje en autobús puede darte más certezas que cien mítines políticos.
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Autor >
Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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