La Ciudad de los Muchachos, la muerte de una utopía
El sueño de un joven sacerdote que buscaba salvar a los niños necesitados del mundo para convertirlos en adultos libres. Llegó a acoger 50.000 huérfanos
Cristián López (LUZES) 20/02/2019
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Jesús César Silva Méndez, el Padre Silva al que todos conocían como el Cura, fundó en 1957, en pleno franquismo, a las afueras de Ourense, una ciudad revolucionaria para niños y jóvenes. Benposta, la Ciudad de los Muchachos, llegó a acoger 50.000. Huérfanos, refugiados, llegados de todo el mundo. Dentro de ella, las decisiones se tomaban en un parlamento, se pregonaba el pacifismo y había un circo que viajaba por el mundo entero y que servía como método de promoción y de formación para la vida. Había también enseñanza académica, una de las primeras escuelas audiovisuales y llegó a tener un canal de TV. Todo aquello naufragó los últimos años entre enfrentamientos, deudas y pleitos, y no sobrevivió a la muerte de su fundador. Nada de su obra, que en definitiva había sido su vida, quedaría libre de sospecha para la historia.
Aquella mañana tenía que visitar el abogado. Se irguió temprano y encendió la radio, como solía hacer. Estaba cansado después de trasnochar entre vídeos y recuerdos de la guerra que había dividido para siempre jamás Benposta. Habían pasado seis años, pero aquella herida no curaba. Nunca superaría ver a sus «hijos adoptivos», los primeros chavales que había arrancado de la miseria para educar en el pacifismo y en la solidaridad, enfrentados por su legado. Se volvió en ese tiempo malhumorado y desconfiado, irreconocible incluso para sus allegados. Dormía poco y comía menos. La ruptura había desencadenado una espiral de deudas y juicios que ocupaban su tiempo y sus preocupaciones. Esos días de ahogo, ignorado por antiguos bienhechores, señalado por la prensa y amenazado por el Vaticano con la excomunión, solo encontraba sosiego en la pintura, su ambición juvenil frustrada.
Pero esa mañana de 2010, un día de frío invierno orensano, se paró el reloj de Benposta. Un golpe seco rompió la normalidad del día. Sohaib preparaba el coche para ir al centro cuando escuchó los gritos. Corrió sin pensarlo y encontró a todos con la cara desencajada. Lo siguiente que recuerda es al Padre Silva, inmóvil y desnudo, tirado sobre el suelo de la ducha. Cuando llegó la ambulancia, media hora más tarde, seguía con el cuerpo paralizado y sin poder hablar. Ya en el hospital se confirmaría el peor de los augurios: había sufrido un derrame cerebral que lo dejaría incapacitado para el resto de sus días.
Docenas de personas acudieron visitarlo, conmocionadas por la noticia. Pero pasaron las semanas y fue quedando cada vez más solo. Postrado en una cama, conectado a un respirador por la garganta, apenas capaz de emitir leves estertores, cayó en una honda depresión. Recuperó la sonrisa de forma fugaz cuando los médicos lo dejaron regresar a la casa seis meses después. Fugaz porque su vida se marchitaba lentamente y solo había un lugar donde esperar el irremediable desenlace. Allí donde había comenzado su utopía, el sueño de un joven sacerdote que buscaba salvar los niños necesitados del mundo para convertirlos en adultos libres. Pero la Ciudad de los Muchachos, que había fundado en 1957 junto a 15 chavales y una moto –según reza la leyenda– no sobrevivió a su muerte en 2011.
Benposta parece hoy una ciudad fantasma. El paso del tiempo consumió la aduana, la misma que franqueó la entrada de cientos de personas en las últimas seis décadas, desde fugitivos del régimen franquista hasta hijos de ministros del Japón. En el puesto de guardia, un simple módulo de oficina, de los que utilizan en las obras, pero lleno de graffitis, descubro que vive un hombre. Una cama donde duerme junto a un perro y una silla son las únicas posesiones de Carlos. Hace de guardián por un plato de comida y un sitio donde dormir. Me dice que puedo pasar sin ni siquiera hacer seña de mirar quien le habla. Todo el mundo es bienvenido en Benposta, puesto que no se aguarda por nadie.
El silencio se convierte en el primer guía por las calles de la antigua Ciudad de los Muchachos. Un silencio solo interrumpido por la música heavy y algún rugido de las «burras» de un club de moteros, el Abutres MC, que se instaló en el lugar. Nada recuerda, excepto alguna pintada, que aquí nació una experiencia única, en forma de comuna católica de autogobierno democrático, con sus instituciones, leyes y moneda propias.
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Cristián López (LUZES)
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