Twitter y la trampa de la libertad de expresión
Los compromisos de Jack Dorsey, fundador de la red, para acabar con el acoso siguen sin cumplirse. La plataforma se acerca a un punto de no retorno para salvar la conversación
Manuel Gare 27/03/2019
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En el juego de egos de Silicon Valley, hay personas que destacan por encima del resto. No se trata de tener mucho más dinero que los demás, sino de hacerse a sí mismo. De romper con lo establecido. De crear algo, a ojos de la sociedad, revolucionario. De ponerse a prueba y salir victorioso. Un juego claustrofóbico, limitado a unos pocos, en el que habitualmente se pierde la perspectiva de lo que afecta realmente a las personas para las que se crean servicios.
De entre esos soñadores de Silicon Valley, Jack Dorsey (San Luis, Estados Unidos, 1976), fundador y CEO de Twitter, es un multimillonario al que merece la pena reconocer. Creó Twitter tras dejar la universidad, junto a un grupo de personas que, allá por 2006, trabajaban con el protocolo SMS —el que todos tenemos en nuestros teléfonos— y a los que Dorsey empujó para crear una herramienta que permitiera a los usuarios lanzar actualizaciones de estado: contar qué haces y saber qué hace el resto de gente.
Lo curioso de Twitter, desde su nacimiento hasta hoy, es que ha ido evolucionando conforme al uso que le han dado sus usuarios. Así sucedió durante las primeras etapas de la red social, en las que sus propios creadores no terminaban de tener claro qué era lo que habían ingeniado –uno de los inversores iniciales, George Zachary, contaba cómo Twitter se presentó inicialmente como un archivo RSS para mensajes SMS–. Así sucedió con las menciones y el uso del @, los retuits o la llegada de los hashtags. Los usuarios fueron, en todo momento, quienes decidieron en qué querían que se convirtiera Twitter.
Frente a las voces que hablaban de la red social como algo inocuo e inútil para la vida pública, Twitter se revolvió. Decenas de famosos crearon perfiles en busca de un punto de unión con sus fans. El periodismo descubrió que las últimas horas cabían en un tuit. La Primavera Árabe de 2011 encontró en la red social un sistema de organización. Poco a poco, Twitter fue adquiriendo una relevancia mundial con la que Dorsey y sus socios jamás habían soñado.
Las palabras y el dinero mueven el mundo
Tras su salida como CEO de Twitter en 2008, Dorsey buscó algo nuevo con lo que reafirmarse en Silicon Valley. De esa necesidad por atrapar una idea con la que volver a revolucionar el mundo nació Square, una empresa de servicios financieros que pretende cambiar el sistema de pagos con tarjeta a través de terminales en todo tipo de negocios: más simple, cómodo y barato. En la actualidad, Dorsey ejerce al mismo tiempo como CEO de Square y de Twitter, tras reincorporarse al puesto en 2015.
Dorsey retomó los mandos de Twitter en un momento crucial para la red social. En 2015, el ritmo de crecimiento en cuanto a usuarios registrados se ralentizó. Entre las medidas de la red social para incentivar su uso estuvieron la compra de Periscope, la llegada de la sección Momentos o la eliminación en 2016 de enlaces e imágenes del contador de caracteres y, un año más tarde, la ampliación de 140 a 280 caracteres en los tuits.
Lo curioso de Twitter, desde su nacimiento hasta hoy, es que ha ido evolucionando conforme al uso que le han dado sus usuarios
Mientras los cambios en usabilidad se sucedían, en una búsqueda por fomentar la conversación, la realidad era que Twitter se desangraba lentamente: la campaña por las elecciones estadounidenses de 2016 ponía de relieve todos los problemas que la red social venía acumulando en los últimos tiempos. Cada vez más acoso y trolls, cada vez más bots utilizados con fines políticos, cada vez más bulos y noticias falsas, cada vez menos entendimiento entre usuarios. La personificación de todo ello puede verse, desde entonces, en @realDonaldTrump.
Aún con todo, Twitter había logrado convertirse en ese lugar en el que tenías que estar si querías enterarte de lo que pasaba en el mundo, y los usuarios seguían explorando nuevas formas de sacarle partido. Para muestra, los hilos: tuits encadenados para contar cosas que no cabían en un solo tuit. La propia red social acabaría adaptando su diseño para facilitar a los usuarios crear hilos.
Twitter y Square se parecen. Ambas empresas utilizan medios tradicionales de comunicación e intercambio para hacer negocio; las palabras y el dinero nos mueven permanentemente. Y, del mismo modo que el dinero puede utilizarse para obrar mal, las palabras pueden ocasionar daño. En la última visita del New York Times a las oficinas de Twitter, la periodista Cecilia Kang narraba cómo les habían pedido que no publicaran nombres del equipo legal y de seguridad de Twitter porque podían ser objeto de amenazas en la red social. “Es sorprendente que la compañía no sea capaz proteger a sus propios empleados, lo que demuestra las dificultades que tienen para moderar su propia plataforma”, escribía Kang.
Adiós a la conversación, hola a los trolls
No es ningún secreto que el mayor problema de Twitter es su incapacidad para hacer frente al acoso, la desinformación y los discursos de odio. No es ningún secreto, entre otras cosas, porque todas las redes sociales se están enfrentando a los mismos problemas. El hándicap de Twitter es que es una plataforma construida en torno a la conversación, en torno a las palabras; si la interacción entre usuarios se ve comprometida, Twitter deja de tener sentido.
Mujeres, personas racializadas, comunidad LGTB... Los colectivos más vulnerables son, como siempre, el objetivo de trolls y acosadores, cuya principal procedencia tampoco puede sorprender a nadie: los seguidores de la extrema derecha, a través de la proliferación del alt-right en redes sociales, han ido perpetuando la ruptura con toda civilidad en internet. En 2014, el #GamerGate encontró en Twitter su mejor vía para consumar una bochornosa campaña de acoso contra mujeres relacionadas con la industria de los videojuegos: desde amenazas de muerte a revelación de datos personales. Twitter fue incapaz de reaccionar a tiempo.
la lucha de Twitter contra los trolls ha sido incesante, aunque claramente insuficiente. Por la red social han pasado desde integrantes de ISIS a grupos xenófobos que apoyaron la candidatura de Trump
Desde entonces, la lucha de Twitter contra los trolls ha sido incesante, aunque claramente insuficiente. Por la red social han pasado desde integrantes de ISIS que utilizaron la plataforma para radicalizar a sus seguidores, a grupos xenófobos que apoyaron y promovieron la candidatura de Donald Trump. Mientras tanto, las cuentas de activistas y personajes públicos continúan siendo bloqueadas por las denuncias que lanzan los usuarios contrarios a sus reivindicaciones, exponiendo, una vez más, las contradicciones del sistema. Se suma a las múltiples celebridades que han ido abandonado Twitter, presas de los trolls.
Ya en febrero de 2015, Dick Costolo –CEO de Twitter entre 2010 y 2015– enviaba un mensaje interno a los trabajadores de la red social en el que se mostraba “avergonzado” ante la inacción de la compañía frente al “acoso y los trolls en la plataforma”. “We suck”, escribía haciendo palpable su inutilidad para solucionar el problema. Costolo dejaría Twitter unos meses más tarde; Dorsey ocuparía su lugar.
“Twitter es sinónimo de libertad de expresión. Estamos a favor de decirle la verdad al poder. Y estamos a favor de reforzar el diálogo”, escribía Dorsey en su primer día de vuelta en Twitter. Un tuit que venía a resumir el gran dilema que la red social arrastra hasta hoy: ¿qué es la libertad de expresión? ¿Es dejar a los trolls actuar impunemente? ¿Permitir expresar antisemitismo –más de 4 millones de tuits en 2017, según la organización anti-odio ADL– abiertamente? ¿Mirar a otro lado mientras mujeres periodistas y políticas sufren acoso cada 30 segundos, según un estudio de Amnistía Internacional?
La libertad de expresión de la que hablaba Dorsey se ha convertido, a todas luces, en un arma de doble filo para Twitter. La falta de iniciativa para frenar la toxicidad de la plataforma ha legitimado el secuestro de la red social por una parte de los usuarios, que encuentran total impunidad ante sus excesos.
Todo lo que no funciona: reconstruyendo Twitter
“Hemos fracasado”, sentenciaba Dorsey, hace solo unas semanas, durante una entrevista en la red social con la periodista Kara Swisher. El CEO de Twitter reconocía en un tuit que los esfuerzos por evitar el acoso a sus usuarios no estaban dando sus frutos. “Tenemos que ser proactivos en la aplicación y promoción de conversaciones saludables”, decía, consciente de que tienen que “cambiar muchos de los fundamentos” en los que se basa Twitter para poder arreglarlo.
Las apariciones de Dorsey en el último año hablando de los problemas de Twitter se han multiplicado. Cada vez que el CEO de la red social aparece, habla de su nuevo hashtag favorito, #health, salud. Hace referencia a la batalla que ha emprendido, junto al equipo de Twitter, para devolver a la plataforma un diálogo saludable. Una batalla que pierden, también juntos, cada día. Los cambios no llegan, y el aumento de la dependencia a los algoritmos de aprendizaje automático no arregla un problema que tiene mucho que ver con las personas y el lenguaje y muy poco con las cuantificaciones numéricas de unas variables.
Los cambios que necesita Twitter como producto son profundos. Ninguna red social ha sido capaz, hasta ahora, de deshacerse de sus problemas con nuevos algoritmos. Para muestra, Facebook
La muestra más reciente y significativa del peligro público en el que se ha convertido Twitter es India, donde la red social está en auge. Allí, el sistema de castas por el que se rige el país ha sumido a las minorías en un constante acoso por parte de grupos de ultraderecha. La activista Thenmozhi Soundararajan urgía recientemente a Dorsey a reunirse con “representantes de minorías de género, religiosas y culturales” para crear un marco donde “las voces marginadas puedan ser visibles y escuchadas sin temor”. “La plataforma tiene la responsabilidad no solo de promover la libertad de expresión, sino también de garantizar la libertad de expresión y seguridad de sus usuarios más vulnerables”, escribía.
Hace unos meses, tal y como cuenta Recode, Twitter financió a dos grupos de investigadores de las universidades de Leiden en Países Bajos y Oxford en Reino Unido para crear nuevas métricas capaces de medir lo “saludable” de las interacciones en Twitter. El grupo de Oxford ya ha abandonado el proyecto por la inviabilidad legal de trabajar con el tipo de datos que necesitan para dar forma a estas variables. El grupo de Leiden, a expensas de poder acceder a los datos, pretende que la red social pueda cuantificar aspectos relacionados con los filtros burbuja, la diversidad de ideas o la incivilidad e intolerancia en una conversación.
La red social también está trabajando en métricas parecidas con las que esperan poder detectar la toxicidad de las conversaciones. El objetivo, en cualquier caso, es recopilar información con la que entrenar a algoritmos que, posteriormente, sean capaces de automatizar el trabajo de detectar cuándo se producen abusos en las interacciones entre usuarios.
Los cambios que necesita Twitter como producto son profundos. Ninguna red social ha sido capaz, hasta ahora, de deshacerse de sus problemas con nuevos algoritmos. Para muestra, Facebook. Los cambios que demandan los usuarios, las personas de carne y hueso que utilizan la plataforma, tienen más que ver con aspectos prácticos que con grandes investigaciones y largos desarrollos.
La supuesta defensa de la libertad de expresión ha llevado a Twitter y a Dorsey a ser partícipes del discurso que la extrema derecha lleva años empleando en internet. Un discurso que justifica el acoso a las mujeres, el racismo o la homofobia en favor de la libertad de expresión. La misma con la que Gab, la alternativa a Twitter creada por el alt-right, se autodenomina “la red social de la libertad de expresión”. La misma con la que grupos de ultraderecha imploran a lo “políticamente incorrecto” mientras hablan “sin complejos”.
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Este artículo se publica gracias al patrocinio del Banco Sabadell, que no interviene en la elección de los contenidos.
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Manuel Gare
Escribano veinteañero.
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