Pequeña guía de la propaganda digital
Estados Unidos, Brasil, Polonia o Francia son ejemplos de cómo las campañas de desinformación en canales digitales influyen en la opinión pública
Jordi Minguell 20/03/2019
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
¡Hola! El proceso al Procès arranca en el Supremo y CTXT tira la casa through the window. El relator Guillem Martínez se desplaza tres meses a vivir a Madrid. ¿Nos ayudas a sufragar sus largas y merecidas noches de fiesta? Pincha ahí: agora.ctxt.es/donaciones
“… And if you complain once more
You'll meet an army of me…”
Björk
La desinformación en Internet es uno de los principales peligros a los que se enfrentan las sociedades democráticas. Lo afirmaba en 2014 el World Economic Forum antes de que en democracias con sistemas electorales consolidados se empezaran a airear casos de injerencia extranjera, filtraciones digitales, noticias falsas… O antes incluso de meteoritos políticos del calibre del brexit, Bolsonaro o los gillets jaunes.
Ante la inminente doble llamada a las urnas en España, en un clima de creciente polarización y con un mapa de actores políticos y mediáticos único en la historia de la democracia, conviene analizar la experiencia de Estados Unidos, Brasil, Polonia o Francia, entre otros, con la denominada “propaganda computacional”. Es decir, campañas de desinformación realizadas a través de canales digitales gracias a estrategias, tecnologías y actores provenientes del sector privado con la intención de influir en la opinión pública e ir en contra del interés general.
La experiencia en esos países muestra que, por un lado, España no está, ni estará, a salvo de esta forma de manipulación. Si la revolución no será televisada, la guerra será digital. También, que los medios digitales son los canales con mejor retorno de inversión en la captación, fidelización y movilización de votantes tanto para partidos políticos y movimientos sociales como para intereses privados.
La propaganda computacional es un lego de piezas de marketing digital, robots y algoritmos orientados por la acción, tanto operativa como estratégica, de humanos amplificando, distorsionando o anulando narrativas. Estos son sus caballos de Troya:
El microtargetting. Procesar datos personales de tal manera que un publicista pueda influir en el comportamiento de segmentos de la población según el tipo de contenidos al que se le expone. Si eres una perfil de tipo A y quiero que votes X necesito que leas esta secuencia de contenidos en tus redes, medios digitales, teléfono... El escándalo de la agencia Cambridge Analytica y su implicación en los procesos electorales que encumbraron a Donald Trump (Google: Alamo Trump) y al brexit (vean la serie homónima en HBO) es la punta del iceberg de una práctica al alcance de cualquiera que tenga una cuenta Facebook, bastante tiempo y un poco de presupuesto.
La automatización. Común en el sector de atención al cliente en la empresa privada, esta tecnología permite, mediante robots, automatizar la interacción con un humano vía telefonía, redes sociales o email. Desde secuencias de correos electrónicos con contenidos personalizados, hasta robots para conversaciones (chat bots) pasando, como ocurrió en las pasadas elecciones en Brasil, por la diseminación de contenidos y secuencias de interacción automatizadas vía Whatsapp con la intención de desprestigiar a oponentes o divulgar bulos. Barato, efectivo, rápido y, según la regulación vigente en el país, probablemente anónimo.
Los algoritmos. El de Facebook tiene la peor fama cortesía de un currículum de vanguardia en la distorsión y manipulación (USA, Myanmar, Syria, Francia…) Sin embargo, es YouTube (1,9 billones de usuarios al mes) el mejor ejemplo de cómo las recomendaciones automatizadas de contenidos vía algoritmos pueden hacer que una persona pase de liberal a conspiranóica gracias a una dieta de videos no verificados, interesados, patrocinados y convenientemente creados para que al ser servidos automáticamente en su cuenta se amplifique o anule un mensaje determinado. Hagan la prueba. Hagan click en You Tube, por ejemplo en un video negacionista sobre el cambio climático, y sigan el rastro de las recomendaciones. Si no, The Guardian ya lo ha hizo.
Los bots. Más presentes en Twitter que en Facebook debido a la mayor apertura del sistema del primero, estos robots imitan la cuenta de una persona real y están programados para difundir contenidos, realizar cyberbullying, conversar o cualquier otro tipo de comportamiento humano programable. Se compran fácilmente en Internet a módico precio y debido a la densa presencia en Twitter de influencers (periodistas, académicos, celebrities, comentaristas…) el retorno de inversión en cuanto a amplificación de un mensaje suele ser alto (vía ejercito de bots, los botnets). En las facultades de Comunicación se estudia el caso del perfil en Twitter de Carlos (@spainbuca), controlador aéreo español en Ucrania, y cómo hizo creer a medio mundo que el misil que derribó el vuelo MH17 de Malaysian Airlines matando a 298 personas no tenía nada que ver con Rusia. Eso hasta que una web de fact checking demostró que el perfil era falso, automatizado y, muy probablemente, ruso. Más cerca, en las pasadas elecciones alemanas, todos los partidos políticos, excepto la extrema derecha, se comprometieron públicamente a no utilizar este tipo de herramientas en sus campañas.
Los trolls. La versión humana de los bots. Personas (estudiantes) pagadas (mal) por generar contenidos (comentarios, memes, fotos, videos…) en redes sociales o medios online con la intención de modificar la opinión pública (fake news) sobre temas específicos (inmigración, feminismo, derechos civiles…) o candidatos políticos. La versión 2.0. de la máxima divide y vencerás. El ejemplo clásico lo destapó el periodista del New York Times Adrian Chen que se infiltró en 2015 en una granja de trolls pro Kremlin de San Petersburgo cuya misión era la de incluir, entre otros, en la opinión pública de países como Ucrania o Polonia. Más recientemente, la revista Wired se coló en una granja de trolls en Macedonia con resultados igualmente virales.
Medios online. En términos periodísticos, comparar medios digitales serios con Breitbart o Sputnik es como confrontar peras con manzanas. Por un lado, el periodismo. Del otro, todo por el click, contenidos para escalar en los ranking de los buscadores, emoción antes que información, marketing online del que te persigue hasta que instalas un ad blocker… Un modelo desarrollado por la prensa sensacionalista británica (Daily Mail, The Sun…) y llevado sin complejos al terreno político por Steve Bannon que, como asesor de la estrategia de partidos de extrema derecha en Francia, Italia o Bélgica, ha hecho que en la búsqueda por la verdad el píxel sea definitivamente más fuerte que la pluma. O la deontología.
El hacking. Activistas, revolucionarios, asalariados… El mapa de las motivaciones de los hackers es complejo. Pero que en medio de unas elecciones Wikileaks, Anonymous o otros cyber activistas publiquen terabytes de información se ha convertido ya en el plot twist clásico de las elecciones. Como los mails de Hillary Clinton durante la campaña contra Donald Trump o los de Emmanuel Macron dos días antes de las elecciones presidenciales, por ejemplo. Pero el hackeo nunca duerme y se realiza, también, fuera del periodo electoral: la publicación de datos personales de más de 800 políticos alemanes a principios de 2019 o el reciente pirateo de los sistemas informáticos del parlamento australiano meses antes de las elecciones generales.
Narrativas disruptivas a bajo coste, anonimato en las inversiones publicitarias, amplificación de los bulos, cyberbullying automatizado del adversario, injerencia extranjera, campaña política fuera del calendario electoral… Efectos amplificados en países donde los medios de comunicación tradicionales se recuperan todavía de la crisis de ingresos y de los constantes ataques desacreditando su legitimidad y veracidad. Campo abonado para la propaganda computacional.
Mientras esperamos que los partidos políticos se reafirmen públicamente en su voluntad de no caer en sus redes, es necesario que el consumidor digital desarrolle las competencias necesarias para diferenciar entre la difamación y la información. Y, sobre todo, el gobierno entrante se comprometa a regular estas actividades como ya lo están haciendo Alemania o Canadá…
Solo queda parafrasear al periodista Javier Ruiz tras ser despedido de los informativos de Cuatro: “Busquen la información. Vienen tiempos cruciales en este país, todas las elecciones lo son”.
-------------
Jordi Minguell es consultor de marketing digital para organizaciones humanitarias en Ginebra. Ha trabajado para Cruz Roja Internacional, UNICEF e International Rescue Committee entre otras. Anteriormente fue periodista en El País y Esquire.
¡Hola! El proceso al Procès arranca en el Supremo y CTXT tira la casa through the window. El relator Guillem Martínez se desplaza tres meses a vivir a Madrid. ¿Nos ayudas a sufragar sus largas y merecidas noches de...
Autor >
Jordi Minguell
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí