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Kusturica y los gitanos: entre la libertad artística y el estereotipo

Volver a ‘El tiempo de los gitanos’ con la perspectiva que dan tres décadas permite comprobar que, pese a las críticas que suscitó, la película se esfuerza por mostrar las tribulaciones de la comunidad a la que retrata

Marc Casals 15/05/2019

<p>Fotograma de <em>El tiempo de los gitanos</em> (1988), rodada frente a la Catedral de Milán. /<strong> Emir Kusturica</strong></p>

Fotograma de El tiempo de los gitanos (1988), rodada frente a la Catedral de Milán. / Emir Kusturica

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Este mes se cumplen 30 años desde que el jurado del Festival de Cannes otorgó al cineasta Emir Kusturica el premio al Mejor Director por El tiempo de los gitanos (1988). Aunque la película estaba basada en una noticia sobre la explotación de los niños rom yugoslavos por parte de mafias que se los llevaban a Italia, Kusturica aprovechó la historia como punto de partida para desplegar su arrolladora exuberancia estética. El tiempo de los gitanos, con banda sonora compuesta por Goran Bregovic, no solo supuso un punto de inflexión en la trayectoria de Kusturica, sino que además definió la imagen del gitano balcánico en el resto de Europa. Como tantas otras veces en la carrera de este director, la película vino acompañada por la controversia, con acusaciones de que el realizador había estereotipado a los zíngaros de los Balcanes. El motivo es que, por su condición de fábula poética basada en una noticia real, El tiempo de los gitanos transita por la delgada línea entre la libertad creativa y la representación tópica.

El vínculo de Kusturica con los gitanos se remonta a su infancia en Sarajevo. El barrio de Gorica, donde creció, se encuentra arracimado en una colina donde las diferencias socioeconómicas entre los habitantes se hacían patentes al subir la cuesta: en las faldas de la ladera se alzaban mansiones de la época austrohúngara, más arriba bloques socialistas construidos para la clase media y en la cumbre –llamada “Pico Negro”– las chabolas de los gitanos. Pese a su diversa extracción social, la proximidad física hacía que los payos interactuasen con sus vecinos romaníes: Kusturica, amante del fútbol, disputaba contra ellos reñidas pachangas callejeras y flirteaba con las gitanillas en pleno alboroto de la pubertad. En los hogares balcánicos era habitual que, para meter en cintura a los niños, sus padres les amenazasen con que si se portaban mal los raptarían los gitanos. Sin embargo, Kusturica  siempre les tuvo en gran estima por considerarlos individuos libres, hedonistas y batalladores ante la adversidad.

Después de adjudicarse la Palma de Oro en Cannes por Papá está en viaje de negocios (1985), Kusturica quería dar un nuevo rumbo a su cine, hasta entonces centrado en forjar una mitología de su Sarajevo natal. Tras evocar sus recuerdos de infancia en Gorica, decidió trasladar el foco al mundo de los gitanos, que ya había inspirado diversas obras de la filmografía yugoslava. El prestigioso realizador Aleksandar Petrovic obtuvo un gran éxito con Encontré zíngaros felices (1967), la narración de las peripecias de un comerciante de plumas de oca galardonada con el Gran Premio Especial del Jurado en Cannes. Además, Goran Paskaljevic se disponía a estrenar Ángel de la guarda (1987), dedicada al mismo tema que abordaría Kusturica: las redes que compraban o secuestraban a niños gitanos para llevárselos a Italia, donde les obligaban a pedir limosna, hurtar carteras y, en el caso de ellas, a prostituirse. Según el mensaje sobreimpresionado al final de la película, en aquel momento las mafias gitanas de Yugoslavia explotaban a más de 20.000 chiquillos.

Para elaborar el guion de una manera orgánica, Kusturica pasó varios meses en Suto Orizari, el barrio gitano más grande de Europa, situado en las afueras de Skopje (Macedonia)

Para elaborar el guion de una manera orgánica, Kusturica pasó varios meses en Suto Orizari, el barrio gitano más grande de Europa, situado en las afueras de Skopje (Macedonia). Junto al guionista Gordan Mihic, escuchaba de los vecinos tanto sus historias personales como las leyendas de la mitología gitana, con cuyos hilos urdieron el cañamazo de la película. Asimismo, si bien los protagonistas están interpretados por actores profesionales, para el resto de papeles Kusturica eligió a habitantes de Suto Orizari, a quienes animó a improvisar con resultados fructíferos: terminado el rodaje, había filmado 74 horas de película. Por tratarse de una cinta dedicada al mundo de los gitanos, en los diálogos predomina la lengua romaní, de forma que se tuvieron que subtitular en serbocroata. Al cabo del tiempo, Kusturica comentaría con orgullo que eso hacía de El tiempo de los gitanos “una película extranjera en todo el mundo, incluida Yugoslavia”.

La película narra la historia del joven Perhan, huérfano porque su madre falleció en el parto de su hermana Danira, quien había quedado coja por una osteomielitis desde que era un bebé. Para colmo de males, por ser hijo bastardo y carecer de posibles los padres de su novia Azra se niegan a concederle la mano de su hija. Cuando, a través del cabecilla de la mafia del barrio, surge la posibilidad de operar a Danira en Eslovenia, Perhan se marcha con ella y continúa hasta Italia, donde se integra en las redes criminales para buscar fortuna. Aunque sueña con volver a Yugoslavia convertido en un triunfador, el entorno deshumanizado y sórdido en el que se desenvuelve le irá arrastrando hacia la tragedia. Como contrapunto a los sinsabores que afrontan los protagonistas, Kusturica introduce elementos de realismo mágico –telequinesis con cucharas, velos de novia que revolotean en la oscuridad y parturientas que dan a luz levitando–, además de transiciones entre la vigilia y el sueño que impregnan la narración de poesía onírica.

Escena de El tiempo de los gitanos en la que Kusturica reimagina con su particular estilo las tradiciones con que los gitanos celebran San Jorge. De fondo suena la canción Ederlezi de Goran Bregovic.

Para la banda sonora de El tiempo de los gitanos, Kusturica recurrió al músico y compositor Goran Bregovic, por aquel entonces la mayor estrella del rock yugoslavo. Como acompañamiento de los pasajes más líricos, Bregovic compuso un valsete interpretado por Perhan al acordeón, si bien el tema más celebrado fue el que lleva por título Ederlezi: para la escena que recrea la festividad de San Jorge, en cuya alborada los gitanos balcánicos se lavan el rostro con agua del río, Bregovic arregló una melodía tradicional romaní que le llevó al Olimpo de la world music. El resto de la banda sonora se compone de piezas de baile interpretadas por una fanfarria, conjunto que desde entonces se convirtió en la enseña tanto de la música de Bregovic como del cine de Kusturica. Sin embargo, desde Ederlezi a Bregovic le acompaña el sambenito de plagiario por registrar como propias canciones de las que solo ha escrito los arreglos, por lo cual los gitanos de los Balcanes consideran que se ha hecho rico apropiándose de su música.

Volver a El tiempo de los gitanos con la perspectiva que dan dos décadas permite comprobar que la película se esfuerza por mostrar las tribulaciones de la comunidad a la que retrata

El propio Kusturica fue acusado no solo de utilizar a los gitanos para salir de un atolladero creativo, sino también de regodearse en los estereotipos que pesan sobre ellos. Durante el casting, el cineasta rechazó al actor rom Nedjo Osman porque, aunque le consideraba un profesional competente, era “demasiado guapo para ser gitano”, mientras optaba por intérpretes de dentadura picada y escaso aliño. Dado que, además, la película retrataba el mundo de la delincuencia, para sus críticos afianzaba la percepción de los gitanos como pícaros desgalichados que van de aquí para allá sobreviviendo a base de chanchullos. Según Rajko Djuric, renombrado poeta e intelectual gitano que asesoró a Kusturica de cara al rodaje, las acusaciones se debían a una interpretación literal de la trama. A su modo de ver, la cinta aludía a la inminente disolución de Yugoslavia, empezando por el título en su versión original: Casa para ahorcarse.

Volver a El tiempo de los gitanos con la perspectiva que dan tres décadas permite comprobar que, pese a las críticas que suscitó, la película se esfuerza por mostrar las tribulaciones de la comunidad a la que retrata: la vulnerabilidad a las redes de explotación infantil, la desestructuración de numerosas familias y las magras opciones vitales alternativas a la delincuencia. El frágil equilibrio entre la representación del universo gitano y la creatividad cinematográfica se rompió por completo en la obra posterior de Kusturica. En Gato negro, gato blanco (1998), su siguiente película de tema romaní, los protagonistas eran caricaturas de trazo grueso que corrían por la pantalla sin ton ni son, bailoteaban a ritmo de fanfarria y se metían en enredos de todo tipo entre bandadas de ocas graznando. Lejos quedaba ya la sensibilidad respecto al colectivo cuya imagen fijó para la historia del cine: se abría una nueva etapa más tópica y vulgarota, marcada por el reciclaje de trucos ya usados y el exotismo a granel. El tiempo de los gitanos había acabado para Kusturica.

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