ANÁLISIS
Europa rompe con el bipartidismo… ¿Para continuar con el bipartidismo?
Populares y socialistas no suman mayoría absoluta, mientras el crecimiento de verdes y liberales estabiliza el futuro de la UE. La extrema derecha y otros movimientos euroescépticos se estancan en el 25%
José Luis Marín 28/05/2019
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Europa ha roto, tal y como ocurrió en España hace tres años y medio, con el bipartidismo. O lo ha hecho, al menos, con su dominio parlamentario. Populares (PPE) y socialdemócratas (S&D) no sumarán, por primera vez en la historia, mayoría absoluta en la Europa de la inestabilidad política. Una inestabilidad, eso sí, contenida, como viene siendo habitual en las instituciones comunitarias durante los últimos años: en última instancia, la UE mantiene la gobernabilidad, con una clara mayoría de representantes europeístas en el Parlamento y sin visos de que este escenario pueda abrir las puertas a cambios de calado. Esto es, la tecnocracia y los estamentos burocráticos –el mainstream comunitario– seguirán controlando, al menos de momento, el Parlamento, la Comisión, el Banco Central Europeo y el resto de organismos de poder. El desencanto y la sensación de agotamiento del proyecto –al menos del actual– son, sin embargo, evidentes.
Principalmente porque el Partido Popular Europeo y La Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas han perdido la mayoría parlamentaria en las elecciones Europeas con más participación de los últimos 20 años: según datos provisionales, cerca del 50% de los 427 millones de electores han participado en unos comicios donde verdes y liberales han sido los relativos triunfadores. Dos grupos que parecen haber encarnado, además, el principal motivo del frenazo –que no retroceso– de los partidos de extrema derecha y el resto de movimientos euroescépticos.
De esta forma, el PPE vuelve a ganar las elecciones comunitarias con cerca de 180 escaños, pero se deja por el camino 41 parlamentarios y un 5% del voto respecto de las elecciones de 2014. S&D, de nuevo el segundo grupo más votado, logra alrededor de 145 eurodiputados, 45 menos que hace 5 años –un 6% del voto–. El tercer y cuarto puesto se lo reparten liberales y verdes, los dos grupos parlamentarios con más crecimiento en estos comicios. ALDE&R, encabezado por la modernidad estudiada de Emmanuel Macron, dobla su porcentaje de voto y pasa de 67 representantes a 109. Los ecologistas, por su parte, aumentan un 30% su apoyo y logran 69 europarlamentarios, 19 más que en 2014.
El tablero principal lo completan los movimientos de extrema derecha y el resto de sucedáneos euroescépticos: su respaldo es casi idéntico al de hace cinco años –aproximadamente un 25%–, un porcentaje insuficiente para tener peso en las decisiones de poder de la UE. Pese a esto, su enquistamiento y el simbolismo de sus resultados genera bastante más inquietud que hace un lustro. No por casualidad la actual Comisión lleva meses insistiendo, muchas veces de forma desvirtuada, en la lucha contra la desinformación –que asocian inevitablemente a Rusia y a estas formaciones– o contra los discursos xenófobos y antieuropeos.
Si bien se ha logrado un respiro con el insuficiente apoyo general a estos grupos, mucho más preocupante ha sido el cómo y el dónde. Los partidos ultras y populistas han sido los más votados en tres de los cuatro países más fuertes de la Unión: Francia, Italia y Reino Unido, que seguirá representado en el Parlamento hasta que se resuelva el brexit. Al mismo tiempo, los resultados de la extrema derecha a nivel nacional son cada vez más contundentes, con figuras reconocibles mediáticamente, al tiempo que populares entre las bases. En las instituciones de la UE esta realidad todavía no ha implosionado, pero el riesgo de que lo haga tarde o temprano sobrevuela Bruselas.
Así, formaciones como el Frente Nacional de Marine Le Pen ya llevan tiempo dominando la arena política europea. En Francia, donde han logrado 22 escaños, por los 21 del frente macronista. Es reseñable que, pese al empuje de una figura como Matteo Salvini y quizá por la disputa más ajustada con los liberales franceses, Steve Bannon –uno de los grandes ideólogos del ‘Trumpismo’– eligiese París como sede donde pasar los últimos días de la campaña electoral europea.
En Italia, el éxito europeo de la xenófoba Lega ha sido abrumador: logran 28 eurodiputados, diez más que los socialdemócratas (PD), segunda fuerza del país. El resto de los movimientos euroescépticos y populistas aguantan el tirón o crecen en la zona del Visegrado: Ley y Justicia (PiS) sube 7 escaños y aglutina el 45,3% del voto en Polonia, mientas que el Fidesz de Viktor Orbán en Hungría gana un asiento y sigue congregando más del 50% del apoyo, triplicando al segundo perseguidor. En Gran Bretaña, por su parte, el nuevo partido eurófobo de Nigel Farage (Brexit Party) gana casi el 32% de los apoyos y sube 5 escaños respecto de lo que consiguió el UKIP en 2014.
Entre todos ellos, eso sí, no consiguen sumar un tercio de la Cámara, mínimo necesario para tener una influencia real en las decisiones europeas y pese a tener representación en los gobiernos de algunos Estados miembro. Los propios resultados de Vox en España son un reflejo de estas pulsiones populistas y sus ritmos. El partido ultra, en auge nacional durante el último año, ha logrado colocar tres representantes en el Parlamento Europeo, pero su influencia a nivel local parece que será mucho más inmediata: la formación de extrema derecha ya ha comenzado a ser bisagra indispensable –algo inconcebible en gran parte del continente– para que la derecha conservadora y (neo)liberal de PP y Ciudadanos forme gobierno en algunas administraciones del país.
Otro de los episodios regionales más exitosos para la extrema derecha ha ocurrido en las elecciones regionales de Bélgica, que se han celebrado de forma paralela a las europeas. El país, con su capital como núcleo central de la institucionalización europea, ha volcado su confianza hacia los ultraderechistas flamencos del Vlaams Belang, que ha triplicado votos y se sitúa como segundo fuerza.
Al sur, Grecia –arrasada por la Troika hace apenas cuatro años– sigue demostrando cómo de cerca sigue ligado su futuro a los que suceda en la Unión. Allí, la derecha ha crecido diez puntos y supera en los comicios europeos –también en los locales– a Syriza, el partido encabezado por Alexis Tsipras. Inmediatamente, el primer ministro heleno ha anunciado un adelanto de las elecciones legislativas.
Este golpe se extiende al grupo de las izquierdas, las más dinámicas hace cinco años, en el conjunto del continente: el Grupo Confederal de la Izquierda Unitaria Europea/Izquierda Verde Nórdica –conformado por partidos como Unidas Podemos o el propio Syriza– ha descendido considerablemente, pasando de 52 a 39 parlamentarios. No parece una sorpresa, visto cómo los nuevos movimientos paneuropeos izquierdistas, surgidos al calor de la Troika, llevan tiempo diluyéndose y terminando en fracaso. Diem25, plataforma encabezada por Yannis Varoufakis –y que contó con el apoyo inicial de Bernie Sanders–, se ha quedado fuera del Parlamento Europeo con el 0,3% de los votos y la décima posición en Alemania, país donde se presentaba el exministro griego. En Grecia, el experimento apenas ha logrado una representante.
Crecen con fuerza, eso sí, los partidos verdes y ecologistas, aupados por el reciente movimiento ciudadano y estudiantil europeo. El grupo verde parlamentario pasa de 50 a cerca de 70 escaños, sumando mucho en importantes plazas continentales: en Alemania, con el 20,5% de los apoyos, han sido la segunda fuerza más votada por delante de los socialdemócratas. En Francia se aúpan al tercer puesto con 12 eurodiputados, siete más que hace cinco años. En Bélgica logran 3 representantes y el 15% de los votos.
También crecen en la zona de influencia inmediata del brexit. En Reino Unido, el grupo de los verdes ha sido la tercera fuerza más votada y llega al 16%, mientras que en Irlanda suman un porcentaje similar y reaparecen con bastante peso, en esa sinergia local-continental, en las elecciones municipales del país.
El despegue de los ecologistas también ha marcado con muchas nitidez otra de las grandes brechas continentales: en varios países, los más jóvenes han apoyado masivamente esta opción mientas se alejaban del comportamiento electoral del resto de sus conciudadanos. En Austria, donde los últimos escándalos han fulminado la coalición de gobierno entre conservadores y extrema derecha, un 28% de los menores de 30 años ha votado verde, mucho más que cualquier otro partido. En Alemania, un tercio de los votantes de entre 18 y 24 años también ha elegido esta opción.
Además de en Francia, los liberales se han hecho fuertes en Reino Unido –segunda fuerza–; en Países Bajos, empatados con los socialdemócratas a 6 escaños; o en Dinamarca, donde son el primer partido.
En términos generales, la victoria del bloque europeísta supone una tregua para la Unión, pero el enraizamiento de la extrema derecha y la fragmentación con nuevas mayorías en el Parlamento son los enésimos toques de atención serios para unas instituciones que aún se muestran tremendamente distantes de la realidad cotidiana continental. En la Unión Europea todavía hay 100 millones de personas en riesgo de pobreza y los derechos sociales (y Humanos; basta con mirar al Mediterráneo) siguen resquebrajados.
La galopante falta de autocrítica de los equipos salientes, obsesionados con el mantra de la gestión de crisis –‘multicrisis’ ha sido una de los palabros fetiche de la Comisión Juncker para definir su mandato–, se unen a un escenario en el que todavía se dará la salida de los 73 parlamentarios británicos recién llegados y en la que la falta de acuerdo puede dejar a la Comisión actual en funciones hasta bien entrado el año.
A día de hoy, Manfred Weber (PPE) y Frans Timmermans (S&D) se presentan como los principales favoritos para ocupar la próxima presidencia de la Comisión, en el momento en el que el antiguo pacto entre las dos grandes formaciones se derrumba: el candidato socialdemócrata llamó a una alianza progresista para frenar a los populares al tiempo que Pedro Sánchez y Emmanuel Macron se reunían en París. El presidente francés, eso sí, venderá caro el pacto socioliberal, con Margrethe Vestager como principal baza de su grupo para encabezar la futura Comisión.
De ellos dependerá que el descenso de socialdemócratas y democristianos se convierta en una ruptura definitiva del tablero bipartidista europeo o, como ocurrió en España, en un simple estrechamiento.
Europa ha roto, tal y como ocurrió en España hace tres años y medio, con el bipartidismo. O lo ha hecho, al menos, con su dominio parlamentario. Populares (PPE) y socialdemócratas (S&D) no sumarán, por primera vez en la historia, mayoría absoluta en la Europa de la inestabilidad política. Una inestabilidad,...
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José Luis Marín
Es periodista especializado en datos
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