SEÑALES DE HUMO
La obsesión de Dalí por la obra de Néstor
Ana Sharife 5/06/2019
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En la primera treintena del siglo XX, mientras laten con fuerza las corrientes vanguardistas en el corazón de una Europa de entreguerras, Salvador Dalí y Federico García Lorca se sienten atraídos por el mundo de la magia y el esoterismo. Sin embargo, no es hasta que conocen a Néstor Martín-Fernández de la Torre (Las Palmas, 1887- 1938), cuando vivían en la Residencia de Estudiantes de Madrid, que dan un paso más allá guiados por el pintor simbolista y modernista. Los artistas se quedan hipnotizados con su obra y personalidad, al quien llaman “nestoriano” y con quien además “comparten una sensibilidad extrema e imaginación desbordante”. Dalí y Lorca tratan de entender el mundo “adentrándose en enseñanzas filosóficas que Néstor domina”. Dalí llega a anunciar la muerte de Lorca a través de la pintura. Y Lorca la suya propia.
Ediciones Obelisco publica Revelaciones Ocultas, del doctor en Filología Inglesa, Fabio García Saleh. Un ensayo que proyecta una luz inesperada sobre la influencia de la obra de Néstor en el padre del surrealismo, “por cuya obra el pintor ampurdanés siente verdadera obsesión”.
Néstor conquista a Dalí, quien se perturba con su obra. El genio catalán “se convierte en un visitante diario de su exposición en Madrid, se recrea en sus acuarelas, habla constantemente de él con su familia”, y junto a Lorca comienza a acudir al taller del pintor grancanario, donde pasan mucho tiempo y donde estrechan su relación. “Los elementos arcanos mantienen profundamente unidos a los tres artistas”.
A lo largo de sus páginas el escritor defiende que cuatro de los cuadros de Dalí están inspirados en los de su homólogo grancanario: Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes de despertar, Retrato de Pablo Picasso en el siglo XXI, El descubrimiento de América por Cristóbal Colón (su cuadro de mayores dimensiones) y La pesca del atún (su obra más ambiciosa, su testamento pictórico). Dalí, “aplicado alquimista, recoge el testigo de Néstor e intenta llevar a cabo la revolución cultural que aquel no logró”.
El artista catalán “no fue masón, pero al contrastar su obra con la de Néstor descubrimos que, aunque el genio catalán no perteneció a esta fraternidad, tuvo la misma preocupación que el pintor canario por introducir el esoterismo en su pintura”, consciente de que “sólo sería comprensible por una minoría”.
La simbología masónica del Teatro Pérez Galdós
Néstor tenía una personalidad tan seductora que “llega a convencer a su hermano Miguel” Martín-Fernández de la Torre de convertir el Teatro Pérez Galdós (Gran Canaria) “en un templo de Apolo colmado de símbolos masónicos”, señala el escritor. La capital de la isla se coronaba como una de las primeras ciudades españolas que reflejaba en sus edificaciones el modernismo arquitectónico, cuyo máximo exponente era el racionalismo en la figura del hermano menor de Néstor. Esta corriente revolucionaria, basada en la pureza de líneas y en el dominio de una perspectiva funcionalista, irrumpió en la ciudad de la mano del arquitecto, quien se inspiró en las pinturas de Néstor para esbozar los proyectos que realizó para la capital.
Néstor convirtió el coliseo “en un templo repleto de simbología y numerología iniciática, especialmente del grado noveno de la masonería”, señala el escritor. “El número de figuras de los conjuntos murales del frontispicio de la boca del escenario y el salón Saint-Saëns oculta un mensaje esotérico”, señala. “En el primero hay cinco cupidillos y en el paño central aparecen Apolo, Talía y Melpómene formando trío, con tres cupidillos a cada lado, creando una escena con nueve personajes”, describe. “El tres, el cinco y el nueve representan los grados simbólicos de la masonería, porque la edad del aprendiz es de tres años, la del compañero cinco y nueve son el número de toques del maestro”.
Además, “el grado noveno de la masonería”, prosigue, “que se llama el Maestro Elegido de los Nueve, tiene como emblema un brazo desnudo armado con un puñal y si te fijas en el mural del teatro Melpómene realiza el signo de este grado, que es sujetar el puñal y al unísono pasar el dorso de la mano por la frente”.
Por otra parte, “la edad del grado noveno es de veintiún años y en el frontispicio de la boca del escenario hay ese número figuras”, prosigue, “cifra que se repite en los cupidillos de los frisos del salón Saint-Saëns, que aparecen junto a un símbolo masónico, la cornucopia o cuerno de la abundancia”. Respecto a los loros que los acompañan, advierte que son veintidós “como las letras del alfabeto hebreo” porque representan “el lenguaje de los pájaros, el idioma en clave que sólo conocen los iniciados”.
Lo cierto es que Néstor también “convenció” a su hermano Miguel “de añadir motivos palladianos al interior, porque ese estilo arquitectónico contiene claves numéricas con las que se consigue un equilibrio armónico, por lo que era objeto de culto entre los masones que lo aplicaron en sus obras”.
Entre los objetos personales que pudieran relacionarlo con la masonería, Néstor sólo conservó una pequeña caja esférica de madera negra, entre otras cosas, porque su minúsculo tamaño la hacía fácilmente ocultable. Lo conserva su sobrina nieta que desconocía su significado.
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Ana Sharife
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