Las ligas del arte
La estructura piramidal del sector y las relaciones entre los distintos grupos
Juan José Santos Mateo 22/06/2019
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Cometió el error de ir solo a la inauguración de aquella expo. “Es en esos eventos cuando los artistas consiguen galería, y pueden hacer carrera”, le dijo otra compañera de la facultad de Arte. No sabía muy bien cómo introducirse en las conversaciones. Finalmente optó por inmiscuirse en un grupo no muy numeroso y de apariencia amigable. Estaban hablando acerca de lo excelente que era la cerveza que se ofrecía al público. Buena suerte. Él se sabía un chiste que venía al hilo. A pesar del tartamudeo inicial consiguió hacerse oír:
–Eso me recuerda a un chiste. Este es uno que grita: “¡Viva el vino y las mujeres!”. Y el otro le dice: “Es que soy gay”. Y el que grita le contesta: “¡Pues viva la Shandy y las mujeres!”.
Al silencio posterior sólo se le podía adjetivar de una manera. Sepulcral.
Lograr ganarse la vida con el arte depende en gran medida de tomar buenas decisiones con respecto a cómo proyectas tu carrera. En las redes sociales todos los activos del mundo arte son casos de éxito, con imágenes de viajes, premios y exposiciones de nivel. Si fuera todo cierto, ¿por qué las conversaciones entre pares se presentan como eternos tiroteos de cantina, con el curriculum ceñido a la cintura como un revólver del 38? El espejismo del éxito convierte al gremio en marabunta que se desplaza por un túnel demasiado estrecho y que se estrecha, meneados por una inercia extraña hacia una salida improbable. Porque, como en breve comprenderá el protagonista de la anécdota inicial, sólo una camada de elegidos logra ganar un salario apetitoso en un cosmos agasajado por estrellas adineradas y famosas. El rechinar de dientes es el hilo musical de fondo.
A este estudiante de arte le han enseñado dibujo técnico, teoría de la imagen, teoría y práctica del color e introducción a la semiología, pero nada acerca de las relaciones interpersonales en el arte. Y, sin el conocimiento de las mismas, muy lejos no va a llegar. Podrá igualmente empollarse la teoría de campo de Bourdieu, reírse con el Manual de Estilo de Arte Contemporáneo de Pablo Helguera, o leerse un par de artículos sobre las clases sociales del arte, o las relaciones del arte con el afuera. Pero únicamente a través de la observación escrupulosa de cómo se mueven los distintos protagonistas en el sistema arte será capaz de manejarse en este sistema de castas, y decidir si se quiere convertir en un artista de estrategia, o en intentarlo desde fuera del sistema. Dominar esta información no significa compartirla, sino ser consciente de las reglas no escritas que rigen el mundillo cultural. Se podrá ahorrar muchos disgustos innecesarios y, si su intención es llegar alto y lejos, transformarse en un experto del protocolo del arte.
Este gremio es salvajemente individualista, competitivo, inestable y desregularizado. Por ello, cualquier traspié te puede llevar a Siberia. Es muy difícil ascender, y muy fácil descender. Labrarse fama de arisco, de impuntual o de irrespetuoso se consigue con un único tropiezo entre dos personas, y puede ser definitivo. Por el contrario, una publicación en Instagram puede sentar las bases de un pelotazo. Cómo vistes, cómo hablas, de qué hablas, dónde expones, y, sobre todo, con quién hablas es tan importante, para muchos de los actores involucrados, como la solidez de la propia obra. Una burbuja en la que se aparenta libertad, pero que se asienta sobre unas normas tan estrictas como las de la época victoriana. La forma más lógica de explicar las diferencias entre ellos sería la estructura piramidal, pero he optado por una alegoría a través de las ligas deportivas. En cada división esbozaré un análisis económico, de comportamiento (comunicación online y offline), por estudios y por intereses. Comenzamos por arriba.
Liguilla de clubes
Lo suyo sería empezar con la primera división, pero la exclusividad y hermetismo del funcionamiento del Ibex 35 del arte, de la esencia de los 100 Art Power, la cúpula del rascacielos, me hace pensar en que el pico de la pirámide está habitado por unas pocas vacas sagradas que juegan una liga aparte. La de los intocables.
Este 1% del arte está compuesto por teóricos, coleccionistas y artistas con una media de edad de sesenta años, casi todos ellos hombres blancos, y en las muy pocas fotografías –y muy desactualizadas- que existen aparecen con cara de vinagre frente a su biblioteca, como admitiendo que ahí arriba se está sólo y que cada día hay que quitarle el polvo a los libros.
Tienen varios superpoderes: excepto los coleccionistas, no se relacionan con el arte comercial (aunque los empresarios les invitan a cenar), no cometen errores, son capaces de decir no a cualquier cosa (pero nadie les puede decir que no a nada), pueden dejar de trabajar durante años, jamás van a ningún evento de arte (ni siquiera a los suyos), y aunque presuntamente tienen un hogar, las revistas de arte no conocen su dirección postal. Si les llega algún libro de arte, lo tiran a la basura. Alguno da una clase magistral en algún máster de renombre. Raramente escriben, raramente leen, aunque cada año salgan varios volúmenes sobre ellos. Les agobia ir a la Bienal de Venecia (aunque revelarán cuál es su restaurante favorito), y no han ido nunca a la Feria Art Basel, aunque tienen un chalecito al lado. Todos han tenido una infancia tumultuosa (provienen de familias que han sufrido la guerra, el hambre o una combinación de ambas), y no tienen estudios superiores, aunque les hayan nombrado Doctor Honoris Causa en las mejores universidades de Estados Unidos. Pasan de los movimientos como Me Too, solidaridad con los manteros, o no hay pan para tanto chorizo. Están casados con modelos o actrices. Visten de negro, con ropa gastada y sin marca.
Sus comunicaciones son gestionadas por una empresa, ya que ellos no tienen ni teléfono fijo. Algunos escriben cartas a mano, y guardan una copia escaneada para el archivo personal. Si esta empresa de comunicación es capaz de lograr que entiendan la importancia de las redes sociales, las cuentas se gestionarán así: en Facebook no tendrá un perfil sino un grupo, y la de Instagram siempre tendrá más de cinco dígitos en seguidores, y dos en seguidos. No tienen sitio web, ni portafolio, ni curriculum.
En conversaciones privadas hacen comentarios políticos siempre antagónicos a la corriente principal, y no se molestarán ni en fingir si conocen o no a ese artista. Simplemente, no lo conocen.
Primera división
Aproximadamente el 9% del rebaño juega en Primera División, la liga del éxito en la que, lógicamente, no es lo mismo luchar por entrar en Champions, que jugarse la vida en cada jornada para evitar el descenso. Aun así, hay patrones comunes.
En esta liga juegan artistas y comisarios consagrados, artistas y comisarios de moda (tienen que hacer al menos una exposición en un lugar de importancia al año), directores de museos y centros de arte con presupuesto, funcionarios con puestos de relevancia, dos o tres críticos de arte de plantilla, y algún columnista con vida social. La mayoría son hombres blancos con una media de edad de cuarenta y cincuenta años. Muy cercanos a los poderes políticos (los del PP vivieron tiempos mejores a finales de los 90 y principios del 2000, la edad de oro de la subvención en el arte), y amigos de coleccionistas, aunque eviten fotografiarse públicamente con ellos. Muchos de los integrantes de esta división son familia, o amigos muy íntimos, lo que denota el nepotismo del grupo.
No entienden la tirria que tienen algunos con el arte kistch. Aunque se equivocan, nunca se equivocan. Tienen ingresos regulares (la zona tranquila de la liga puede ganar entre dos mil y tres mil euros al mes, la baja, dos mil, y la alta, desde dos mil hasta diez mil de media). Muchos de ellos provienen de la clase alta. Les dan becas, residencias, galardones, son jurados de concursos de arte, hacen curadurías en ferias. Van a visionados de portafolios si les invita una institución. Casi todos tienen doctorados en universidades de Londres, y en España dan clases universitarias. Les envían revistas y libros gratis (pero, ojo, solo leen publicaciones de los de Primera División o de la Liguilla de Clubes). Tienen tarjetas –en inglés– con su nombre que van renovando su cambian de cargo. Sólo acuden a sus eventos. Son VIP en las ferias de arte –acuden a una media de cinco al año– y van a ellas o con su chófer o en Uber. En las mismas, apenas saludan a nadie. Van a la Bienal de Venecia y se alojan en hoteles de, mínimo, cuatro estrellas. Escriben más que leen. Están solteros, y con una nutrida representación de la comunidad gay. Visten de Lurdes Bergada & Syngman Cucala.
Algunos no tienen ni sitio web ni redes sociales. Los que tienen, en sus comentarios en Facebook comienzan con un “Querides amigues”. Reciben likes y comentarios entre ellos, jamás comentan ni dan like a nadie de otras ligas. No responden mails a gente de otras ligas. Pueden no tener móvil. No se hacen fotos de Instagram con nadie de segunda división. Si alguien consigue sacársela, no sonríen. En cambio, si ven a alguien de la Liguilla, su brazo muta en una selfie stick. En las fotos de perfil salen en claroscuro e imitando la cara de vinagre de los de la Liguilla, pero no son capaces de ocultar un mohín de satisfacción. Defienden públicamente los movimientos álgidos de cada momento, llegando incluso a proponer peticiones en Change.org.
En entrevistas en medios internacionales hacen comentarios políticos acordes con la corriente mayoritaria, y si les preguntan por ese artista, fingirán no conocerlo. Pero le conocen.
Segunda División
El grueso de la pirámide, el 80% de la comunidad artística, donde se codean artistas y comisarios, directores de museos y centros sin presupuesto ni importancia, gestores culturales, críticos de arte independientes.
Es una liga con un número similar entre hombres y mujeres, y la edad es de treinta años. Se equivocan una media de 5-6 veces al año, meteduras de pata que les impiden aspirar a subir a Primera. Provienen de la clase media. Tienen unos ingresos irregulares, suelen ser autónomos. No se han podido pagar un doctorado, y si tienen un máster, es a distancia. Postulan a concursos, becas y residencias, pero pocos consiguen algo. Algunos dan talleres para público general.
Van a todos los eventos que pueden (ocasiones en las que cometen esos errores), y a todas las ferias (en las que se dedican a pasillear) a las que llegan en metro. Algunos logran que un amigo les consiga un pase gratis para la Bienal de Venecia, y buscarán vuelos baratos dos meses antes, y alojamiento en Mestre. Los que pueden compran revistas, que subrayan y guardan. Tienen varios libros firmados por los autores que son de Primera División. Casi ninguno tiene tarjetas. No sabrían qué poner. Leen más que escriben, aunque a veces no entienden lo que leen. Solteros. Visten de H&M.
Pasan las lunas en vela atrapados en las redes sociales bailando al son del algorritmo de la noche. Dedican más tiempo a las redes sociales que a su trabajo artístico, y cada diez minutos revisan su mail para ver si tienen algún mensaje desde Primera División (cosa que no ocurre). Todos tienen sitio web –algunos son blogs con aspecto de web. Comentan y lanzan sus like a individuos de Primera División, sin obtener ni corazones ni sonrisas. Se enzarzan en peleas con sus pares de Segunda. Responden mails a todos menos a los de fuera de competición. En las fotos de perfil salen sonrientes y frente a carteles de una exposición que hicieron hace cuatro años en las que aparece su nombre. Se unen a cualquier movimiento de protesta, aunque algunos sean contradictorios entre sí.
Tratan de ser polémicos cuando les entrevista algún amigo que tiene un blog. Fingen que conocen al artista.
Fuera de competición
El 10% restante. Artistas que o desconocen el sistema de castas, o, sencillamente, optan por no prestarse a la estrategia. No les interesa hacer carrera profesional, o no son capaces de desarrollarla. En este grupo se puede incluir al personal de seguridad y de vigilancia, de montaje, iluminación y administración de los museos, que, aunque no estén considerados dentro del sistema arte, son piezas fundamentales del mismo. A pesar de su exclusión social, ellos tienen, a diferencia de la Segunda División, un estatus económico asegurado.
Por lo tanto, o sólo saben equivocarse, o se equivocan constantemente sin saberlo. De una u otra manera, les da igual. La media de edad es de cincuenta o sesenta años, con igualdad entre hombres y mujeres. Provienen de clase media o trabajadora. Algunos sin estudios universitarios, la mayoría licenciados. Jamás van a ningún tipo de evento, y no saben lo que es la Bienal de Venecia. Solo leen, no escriben. Muchos de ellos no hacen (o detestan) el arte contemporáneo. Están casados.
Son gente a la que no le interesa competir, no tienen sitio web, aunque sí tienen redes sociales en las que comparten fotografías borrosas tomadas con su móvil de sus obras de arte. Su imagen de perfil es una selfie frente a uno de sus cuadros. Comparten frases inspiradoras de grandes pensadores (que nunca dijeron esas frases), y no comentan ni dan like a los de Primera División. Responden mails a quien quieren y cuando quieren.
No sabemos que pasan de movimientos de protesta porque nadie les entrevista, y comparten algo con los privilegiados de la Liguilla de Clubes: no se molestarán ni en fingir si conocen o no a ese artista. Simplemente, no lo conocen.
El VAR
El VAR pide revisión: parece que algún momento de este partido un jugador reclama que no se hable de arte en un artículo sobre las relaciones en el mundo del arte. Tras revisar los videos, hay unanimidad: Al árbitro no le extraña que no hayamos hablado de arte. ¿Quién habla de eso?
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Juan José Santos Mateo
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