El artista que cerró el museo del Louvre
De cómo Chile robó la idea de arte moderno
Juan José Santos Mateo 18/05/2019
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“Te escribo porque he estado haciendo una investigación profunda de los mejores críticos y curadores de arte del país. Para serte honesto, necesito al mejor.”
Desde luego este tipo sabe captar mi atención, pensé al abrir un mail que me envió el artista chileno Alex Ceball. En dicho correo electrónico me proponía escribir sobre una acción artística que él había realizado en París cuatro años antes, pero que, por su naturaleza, debía abordar de una “forma segura, porque lo que hice fue un verdadero crimen que me podría haber significado la cárcel. Hasta me provocó problemas graves de salud”. El mail continúa especificando el hecho de que muy pocas personas conocen su acción (“Rafael Doctor Roncero, Agustín Pérez Rubio y un par más”), y se despide con “un espero no te espantes con lo que vas a leer. Fue algo más bien rocanbolesco”. Sin tiempo para dilucidar cómo se publica un artículo de forma segura, accedí al blog enlazado en el correo que informaba de Le Cas du Louvre.
La performance consistió en organizar un robo colectivo a espectadores del museo del Louvre en el 2013. El relato de la acción artística se confunde con una ficción detectivesca: desde la labor previa de estudio de “sistemas de vigilancia, vías de acceso, cámaras de seguridad, número de vigilantes, salas de mayor y menor tránsito, aseos, escaleras y ascensores”, hasta la consecución de la obra, el robo multitudinario dentro del museo más conocido del mundo, cometido por 148 personas “disfrazadas de turistas” que acudieron al llamado del artista y desvalijaron a los espectadores de forma sincronizada. La obra de arte no es únicamente el robo, o la posterior clausura del museo. Es, tal y como se describe en el blog, la destrucción de la autoría: “el artista realiza una de sus mayores obras hasta la fecha destruyendo intencionadamente todo tipo de pruebas. Salta a la repercusión global total en la propia manipulación de los medios de comunicación más importantes del mundo para fabricar una noticia que sabe de antemano, publicarán por su carácter sensacionalista, y luego salta fuera, volviendo a la oscuridad del anonimato para desaparecer en la especulación de los medios […] Le Cas du Louvre, de manera cinematográfica, vuelve a poner de relieve la inteligencia de la obra del autor, caracterizada por ser un retrato de la cultura más próxima y palpitante, cambiante, adecuándose al momento y diversificándose en forma y contenido, que para el artista sugiere el adecuamiento a su propio desplazamiento como sujeto y creador, en un cambio constante como hilo conductor de la totalidad de una obra que sirve para reflejar y entender nuestra sociedad y sus cambios, una vez más, de la forma más pedestre.” A pesar de los avisos del artista, no lo pude evitar: me espantó lo que leí. Por lo escrito y por cómo estaba escrito.
Al final de la información aparecen varios links conectando con la noticia de una huelga de vigilantes del museo francés que alegaban su incapacidad para hacer frente al ingente número de carteristas que operaban en el edificio. Esa huelga provocó el cierre de las instalaciones el día 10 de abril del 2013. El relato del plan artístico de Ceball era cautivador. Y como toda gran obra de arte, un surtidero de preguntas de difícil respuesta: ¿Realmente esa acción tuvo lugar, y esa acción provocó el cierre del Louvre? ¿Es arte o es un delito? ¿Si es arte no es delito? ¿El supuesto artista se contactaba conmigo porque yo era el mejor crítico y curador del país, o porque publico en medios internacionales? ¿Me convertiría yo en otro eslabón más de su acción de arte, en otro medio de comunicación manipulado? ¿Rocanbolesco no era con “eme”? De la forma más pedestre respondí el mail, citándome con el artista al día siguiente en una cafetería en Santiago de Chile. Necesitaba respuestas.
Las aventuras de Rocambole
Acudí a la reunión como un Vila-Matas de tercera conspirando con una Sophie Calle con problemas de escritura. Alex Ceball era, tal y como esperaba, un personaje fascinante, pero una vez más, no por lo que decía, sino por cómo lo decía. Era alguien dominado por la ansiedad de ser artista. Padecía tal horror vacui verbal que hasta el café acabó durmiéndose en su bañera de porcelana. Yo no podía dejar de mirar la baba blanca que se iba acumulando en la esquina de su boca mientras hablaba y hablaba. O la secreción estaba vinculada a los problemas de salud posteriores al caso del Louvre, o venía a la reunión, a las doce de la mañana, a tope de farla. La baba aumentaba a la misma velocidad que mi interés disminuía, a pesar de su evidente empeño en levantar mis cejas con cada revelación artística. Por ejemplo, cuando me habló de otra performance que casi le manda al otro barrio, ésta definitivamente fuera de todo inventario, en la que decidió convertir grasa extraída de su propio cuerpo en una pastilla de jabón. Yo intentaba convertir mis bostezos en gestos de asombro, sin éxito.
Alex Ceball era sospechoso, sí. Pero no de haber hecho una de las grandes performancesdel siglo, sino de querer entrar en la historia del arte por la puerta de atrás. En este caso, por la de seguridad del museo del Louvre. Volví a casa con las mismas dudas que tenía, sin saber si él efectivamente hizo lo que dice que hizo. Aunque la actitud acuciosa del artista me indicaba que estaba perdiendo el tiempo. Mi interés saltó de la obra de arte al artista. Inicié una investigación dominguera acerca del supuesto creador de la supuesta performance, tarea que interrumpí agobiado por la hiperactividad alegada por Ceball en sus diversos blogs: diseñador industrial, periodista, ilustrador, editor, profesor y docente “para la Comunidad Económica Europea”, nacido en 1980, nacido en 1982, “el primer fashion blogger de España”, ganador de diversas becas y residencias “por parte de los gobiernos de España, Israel, Egipto, Bolivia, Inglaterra y Estados Unidos”, de premios internacionales, protagonista de más de quince exhibiciones “en una década de carrera artística”, autor de libros sobre arte, moda y diseño, ganador de doce premios y menciones en concursos tanto nacionales como internacionales, director creativo en Carteras Alex Ceball, chief executive officer en Alex Ceball Luxury Group SpA, director in chief en The alex ceball studio_worldwide, coolhunter de últimas tendencias en arte, moda y diseño de productos, investigador en cultura urbana, y artista visual de entretiempo. Caí presa del desaliento: seguro que nuestro café aparecería en su currículum. “Editor-at-large de casual meeting con el mejor crítico de arte del país.” Fue después de unos días cuando espabilé. La verdad vino a mí como un rayo atravesando la ventana. El artista, su apellido cercenado, su mail. Sólo tenía que saber interpretar las pistas que me dejaba. Cómo no me había dado cuenta de algo tan obvio. Un periodista tan reconocido como él no podía haber escrito rocambolesco mal. Un humanista tan celoso de los detalles no podía haber modificado su apellido real (Ceballos) por capricho burocrático. Desvelé el misterio: Alex Ceball era la reencarnación de Rocambole, el pícaro ladrón francés de guante blanco estrella de mil aventuras fantásticas. ¿Entonces todo desemboca en una fantasía sin moraleja?
No iba a obtener recompensa regodeándome en las flaquezas del artista, cuya forma de hacer y forma de pensar es ampliamente compartida por tantos otros. Tenía que buscar la esencia de la cuestión. Y en su momento me había pasado desapercibida, a pesar de que había estado frente a frente a ella. La esencia estaba en la baba. Aquel fluido era una señal, un indicio. Su saliva era la influencia gala, abocada a esputo, a la espuma de los días vianianos. Era la cultura francesa la que se estaba regurgitando en aquella boca mestiza materializando con una resbalosa metáfora el resarcimiento de los creadores chilenos domesticados en un ámbito cultural a la europea. Estamos ante un caso de justicia poética: un chileno cierra el principal museo de Europa por un día. Es la venganza de un niño chileno gamberro frente al arrogante padre francés.
El París de Sudamérica
Fue el intendente Benjamín Vicuña Mackenna quien con mayor ahínco quiso transformar a Santiago de Chile en el “París de Sudamérica”. Parques, avenidas y palacios duplicaban ejemplos franceses con poco rubor y sustituyendo la piedra por el yeso. El Chile del siglo XIX que adoptó los ideales republicanos, impulsado por la industria salitrera, dejaba una huella y un olor imborrable en los visitantes, como el periodista James S. Whitman, quien tras su paso por el país en 1889 afirmó: “A los santiaguinos les gusta imitar en todo a los franceses y particularmente en su forma de vivir. Pasan la mañana con una taza de café y bollos hasta el déjeuner, en que se disponen a comer una cantidad de alimentos muy condimentados... Todo lo que proviene de Francia es particularmente bien recibido en Santiago”. Y la cultura fue el cognac tras la comilona. La Academia de Bellas Artes fue fundada por un francés, Raymond Monvoisin, y la escuela de arquitectura, por otro, François Brunet. El edificio del museo de Bellas Artes sigue los croquis de Emile Jecquier, quien, a su vez, se guiaba por los planos del Petit-Palais de París. Los estudiantes de arte aprendían la técnica con mallas que repetían la tradición de las facultades francesas. Chile y su aristocracia lo estaba consiguiendo: ser una subsede de Francia. Sólo les faltaba algo. Mostrar arte auténtico francés. Tuvieron que esperar hasta el 2005 hasta traer las esculturas de Auguste Rodin para una gran exposición.
Cas Fermé
Al día siguiente de la inauguración en el museo de Bellas Artes de Chile un guardia da la voz de alarma. Alguien ha robado El Torso de Adele, una escultura de Rodin. ¿Sería un ataque feminista contra la figura de Rodin, el machista, el erotómano, el acosador de modelos? ¿O contra el canon de belleza impuesto desde Europa a Chile? La policía estaba en jaque: la cámara de seguridad de la sala estaba apagada por “motivos de economía”, no podían rastrear al ladrón. Veinticuatro horas después del suceso un estudiante de arte entusiasta de la cerveza, Emilio Onfray Fabres, devuelve la pieza argumentando que la había robado como parte de un proyecto artístico. Ante los rumores de que intentó vender la obra para comprar alcohol se impone su narración: mediante su hurto quería expresar la “dualidad entre lo ausente y lo presente”, como le dijo a la jueza. El estudiante de arte que durmió con un Rodin, y que eliminó de su firma el apellido Onfray como despecho por un padre ausente, enfrentando una justicia que ya no era poética, sino tan real como el hierro del que están hechos las rejas. El aprendiz de arte chileno adiestrado en la cultura afrancesada que se rebela, borra su apellido, se emborracha, comete delitos. Y con un discurso tan vacío como el pedestal de un Rodin robado.
El caso Onfray me devuelve al caso Ceball, y me aboca a enfrentarme al interrogante inicial. ¿La acción del robo coordinado y al unísono tuvo lugar, y provocó la clausura del Louvre? Me puse en contacto con el museo a fin de obtener una reacción oficial que descartara o no la conexión entre el cierre del 10 de abril del 2013 y la performance (lo hice presentando esta noticia publicada en El País). Y la tuve:
Dear Juan Jose Santos
El Pais article tells the truth. It was not a performance.
All my best,
Sophie Grange
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Chef du service de presse
Musée du Louvre
El arte en la era del Fake y de la posverdad, el arte por encima del bien y del mal. Quién y cómo es el artista del siglo XXI, cómo es el arte del siglo XXI, producto de qué clase de accidentes y/o atentados culturales. Si un artista chileno logra cerrar el museo del Louvre, ¿Está ajustando cuentas con un “museo ladrón”, según reclaman diversos países? ¿Un llamado de atención por el alto precio de las entradas, que en el 2013 alcanzaban los 15 euros? Más y más vacilaciones. Al final, solo una cosa es cierta entre tanto barullo: los espectadores salieron del museo más vacíos de cómo entraron.
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Autor >
Juan José Santos Mateo
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