Atacar el sistema, cambiar el paradigma
Los pequeños ecosistemas en los que vivimos tejen una maraña capaz de modificar las reglas. Las acciones cotidianas son decisivas para construir un nuevo mundo
Gabriela Vázquez 19/06/2019
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Lo hemos oído mil veces, “¿pero yo sola qué voy a hacer?”, “es que la gente…”, todo eso. Sabemos que nuestros retos más importantes no dependen de procesos lineales, mecánicos – pulsas el interruptor y se enciende la bombilla – sino que están inmersos en una maraña de hilos interconectados a los que da vértigo mirar. La economía, los ecosistemas, las relaciones de un barrio son sistemas complejos en los que tirar de un hilo hace que se muevan todos los demás. Así que nos movemos a ciegas por la maraña, haciendo en cada momento lo que la intuición nos dice, y rezando porque el resultado de todas estas intuiciones nos lleve a buen puerto. Y, la verdad, en la mayoría de los casos esto es seguramente lo máximo a lo que podemos aspirar.
Hay una mujer, Donella (Dana) Meadows, que dedicó su vida a estudiar estas marañas. Donella ha sido una de las pensadoras ecologistas más importantes del siglo XX, experta en dinámica de sistemas y una de las autoras de Los límites del crecimiento. Se conservan algunos vídeos de sus charlas, además, donde se ve a una persona enamorada de su trabajo, cercana, imaginativa y con un fuerte deseo de cambiar las cosas. Ella misma decía que veía todo en el mundo a través de la lógica de la dinámica de sistemas, e iba por la vida identificando bucles positivos, bucles negativos, flujos de información, bloqueos. Donella tenía una visión privilegiada del interior de la maraña.
Intentando transmitir esto escribió una lista con los doce puntos de influencia de los sistemas, doce elementos en los que enfocarse cuando queremos que un sistema complejo cambie, ordenados según el potencial que tienen para modificar todo el conjunto. La lista está explicada –en inglés– aquí: lo menos efectivo para modificar un sistema complejo sería intervenir sobre sus parámetros, cifras, etc., después sobre sus “stocks”, sus bucles de retroalimentación… y así hasta sus reglas, su objetivo y su paradigma.
Dicho esto, ¿qué lecciones podríamos sacar de esta lista si lo que queremos es tirar de los hilos de la maraña social, ambiental y económica que nos atraviesa?
Para mí, la primera clave ha estado en ver qué es lo que Donella ha colocado en la última posición de la lista: los parámetros, las cifras, los inputs individuales. Nuestras acciones como individuos, incluso cierto tipo de acciones gubernamentales, aunque pueden tener otro tipo de influencias transformadoras – a eso volveremos más adelante – tienen muy poca capacidad de influir en el sistema en su conjunto.
¿Qué sentido tiene que otras quince amigas y yo vayamos cada día en bicicleta al trabajo si con estas reglas del juego eso solo baja el precio de la gasolina para el que lleva un todoterreno? ¿En qué influye que no comamos pescado cuando después se tiran toneladas de descartes en el puerto? La vía de cambiar los hábitos propios con la esperanza de que cada cual haga lo mismo y eso lleve a un cambio acumulativo global puede conducir a la impotencia, a la frustración, al abandono.
Cuando como sociedad queremos que todo el mundo haga algo no lo dejamos a la moral y libre elección de cada persona, sino que redactamos leyes: no intentamos “que cada cual mate lo menos que pueda”. Sin embargo, en las cuestiones ambientales, incluso en la situación de máxima alerta en la que nos encontramos, seguimos funcionando en un entorno de leyes laxas, guías voluntarias, buenas intenciones y ética individual. Incumplir las obligaciones de la deuda es un pecado internacional mortal, mientras que incumplir flagrante y recurrentemente los objetivos de emisiones –mucho más importantes para nuestra supervivencia que la deuda– es una travesura esperable, un “qué le vamos a hacer”.
Los incentivos, castigos y límites –las reglas del juego– son para Donella el cuarto punto de influencia más importante de un sistema (me he saltado siete, insisto en que están aquí). En un sistema sano estas reglas se elegirían democráticamente, en base a una distribución de poder equitativa y con una disponibilidad de información total, claro. En nuestro sistema las reglas no son solo las leyes con las que más familiarizadas estamos y sobre las que solemos tratar de influir en nuestras labores de incidencia política –“se permite la pesca de arrastre”, “el precio de la vivienda está determinado únicamente por el mercado”– sino también leyes en las que ni siquiera nuestros representantes “electos” tienen mucho que decir: “la banca comercial puede crear dinero de la nada y cobrar interés por ello”, por ejemplo, es quizá una de las reglas del juego con más implicaciones medioambientales que hay.
En tercer lugar, y por encima de las reglas, Donella sitúa el objetivo del sistema como punto clave de influencia. En nuestro caso, el objetivo en este momento sería maximizar el retorno económico del capital invertido. Para eso nos levantamos los lunes por la mañana. En base a este objetivo se diseñan las reglas, los bucles, los parámetros, todo lo que está por debajo en la lista de Donella. La banca puede crear dinero de la nada y prometer recursos que pertenecen a la población del futuro porque eso facilita que sigamos creciendo. Si atacas al objetivo del juego se mueven muchos hilos a la vez.
Cuando hablamos de atacar/cambiar/destruir el sistema, generalmente estamos hablando de atacar este objetivo. Cuando la propuesta ecofeminista habla de “poner la vida en el centro”, está hablando –entre otras cosas– de esto: cambiar el objetivo del sistema para que este pase a ser algo como “satisfacer las necesidades de todas las personas mientras respetamos los límites del planeta que tenemos y a las especies con las que lo compartimos”. Si se tratase de perseguir este objetivo, la mayoría de las reglas, los bucles o los flujos de información y materiales de nuestros sistemas socioeconómicos serían radicalmente distintos. Entre otras cosas, la producción sería un medio y no un fin, y solo eso ya lo cambia todo.
Sin embargo, podemos seguir subiendo por la lista de Donella, porque el primer y el segundo puesto tienen que ver con el paradigma (con qué mentalidad opera el sistema y qué capacidad tiene para evolucionar): al igual que antes, atacar el paradigma tiene un efecto de cascada que afecta al objetivo, a las reglas y a todo lo demás. Nuestro paradigma actual está en línea con nuestro objetivo (y no tendría sentido con un objetivo ecofeminista): “el progreso es siempre hacia adelante y hacia arriba”, “si paras te caes”, “si cada quién opera según su interés individual eso redundará en un bien común”, “tierra y trabajo siempre son sustituibles por capital”, “más pertenencias implica necesariamente mejor calidad de vida”.
Es en esta narrativa donde está el centro de la maraña. No es algo que se decida o mantenga en la Casa Blanca o en una camarilla del Club Bilderberg, sino que es una cultura que habita en una parte de cada una de nosotras, que llevamos dentro. Para una persona el paradigma puede cambiar en un segundo, puede ser un clic en la cabeza. Para una sociedad, no tanto. La masa inclina la balanza en un sentido u otro, claro, pero es una de esas situaciones en las que el total es más que la suma de las partes –una característica habitual de los sistemas complejos.
Un paradigma se puede cambiar –y se hace– a golpe de talonario. La contrarreforma neoliberal se ha valido de la gota malaya constante de la publicidad, de las series y películas, de los departamentos universitarios, pero este es un atajo de otra forma de construcción de un paradigma, el tiempo de exposición, y aquí volvemos a los hábitos que habíamos dejado en el fondo de la lista: intentar vivir en un mundo que aún no existe es difícil y a veces frustrante, pero es lo que hace que se vaya afianzando ese nuevo paradigma en nuestras cabezas. Y cuando lo vamos construyendo en el mundo físico y dejamos que otras personas vivan en él, a la maraña de hilos le cae una gota de tinta que de repente se va extendiendo, y una huerta no es una huerta y una bici no es una bici.
Es decir, que mediante esas acciones cotidianas, diarias, que en principio no tenían una gran influencia sobre el sistema, en realidad podríamos estar afianzando el nuevo paradigma en nuestras propias mentes, haciendo que permee a las mentes que nos rodean. Teniendo esto en cuenta se puede actuar en los últimos escalones de la lista, con la vista puesta en los puestos de arriba del todo. Al final, como siempre en la maraña, todo está conectado.
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Gabriela Vázquez es biotecnóloga y miembro de Ecologistas en Acción.
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