Tribuna
El disputado voto del señor Relato
Los votantes del PSOE y de UP no perdonarán/perdonaremos esta partida de Cluedo. Nos da igual quién puso más y quién menos, nos da igual quién va a retrotraernos al vértigo de abril, cuando Colón parecía el ensayo de un espeluznante consejo de ministros
Xandru Fernández 25/07/2019
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El 25 de julio de 2019, a las 13:24, mientras Santiago Abascal recibía por WhatsApp las últimas felicitaciones por su santo y las primeras por tener tan a huevo lo de ser, por fin, ministro del Santo Oficio en una España renacida, la diputada de Unidas Podemos Irene Montero votaba “no” a la investidura del candidato Pedro Sánchez. Montero había solicitado el voto telemático y la presidenta del Congreso le había autorizado posponerlo hasta una hora antes de la votación oficial, por si las filtraciones. Evidentemente, filtraciones las hay, pero ya es tarde para que condicionen algo: a las 14:25, todo el mundo sabe cuál ha sido el voto de Montero y nadie espera que los 41 diputados restantes de Unidas Podemos voten otra cosa, aunque tampoco se descarta que se abstengan en el último minuto, como ya ocurrió dos días antes, toda vez que el resultado final vendría a ser el mismo.
En toda esta presunta negociación ha habido, desde el principio, una impostura de fondo, como un bajo continuo barroco: la presunción de que dos partidos políticos pueden intentar gobernar juntos sin programa de gobierno, como si se repartieran las literas de un albergue
Llega el momento de votar. Con estupor, periodistas, diputados y candidatos a la presidencia del gobierno de España escuchan el primer “sí” de boca de Enrique Santiago, primer diputado de Unidas Podemos en emitir su voto. En la Zarzuela se hace un silencio sepulcral, roto tan solo por el rugido de una cisterna unos minutos más tarde. Los diputados del PSOE se tambalean un poco antes de votar, dudan, y con razón: ¿deberían votar “no” a su propio candidato? A Gabriel Rufián se le escapa un poco la risa al votar “sí”, es una risa Maginot, por unos momentos recuerda al Gabriel Rufián de la legislatura anterior. Finalmente se hace el recuento. Pedro Sánchez cruza los dedos: haz que pase. Haz que pase... pronto. Y pasa. Pedro Sánchez es investido presidente de un gobierno monista, monocolor y monomando... ¡con el voto favorable de Unidas Podemos –salvo por el voto/jugada de despiste de Montero–, PRC, PNV, Compromís, Bildu y Esquerra Republicana de Catalunya!
A las 16:00 hora zulú, Iván Redondo es despedido.
Pedro Sánchez ha ganado la presidencia del Gobierno pero ha perdido, como se viene diciendo en los últimos días, el relato. Si todos los huevos de la negociación estaban puestos en la cesta “machacar a Podemos para que no puedan votar a favor y así llegar a unas nuevas elecciones acusándolos de ser los responsables de que la derecha pueda ganar”, Pablo Iglesias y los suyos acaban de sentarse encima de ella. El PSOE se queda sin tortilla. No es imposible, pero tampoco les resultará fácil armar un “relato” consistente cuando, dentro de unos meses, se enfrenten al bloqueo parlamentario de los que podrían ser sus compañeros de gobierno. Cierto, han ofrecido cosas, han dejado claro que tener a Iglesias en el gobierno es tan peligroso como que gobierne Casado directamente, han supuesto que un adelanto electoral con Podemos de culpable es preferible a un adelanto electoral con el PSOE de culpable de haber metido a Podemos en el gobierno... El PSOE sabe quién paga. Lo que no está claro es que lo sepa Iglesias. El PSOE ha jugado la carta de que Iglesias no sabe quién paga ni lo que se juega, y ha perdido.
Unidas Podemos se metió en una negociación que no podía ganar. No había ninguna posibilidad de romper el gobierno de un Estado tan voluminoso y complejo como el español en dos compartimentos estancos y asumir la gestión de uno de ellos dejando la del otro en manos de quien consideras tu adversario y, por momentos, tu enemigo. No había tampoco posibilidad de que el PSOE enterrara su agenda para comprar la de Unidas Podemos, ni la había de que Unidas Podemos pudiera renunciar a todo a cambio de unos sillones, aunque esta última pareciera más verosímil (de hecho, a Iglesias solo le quedó cortarse la coleta en sentido literal). Si algo tienen claro en el PSOE es que pueden expulsarles del gobierno, pero nunca les expulsarán embistiendo desde la izquierda: el PSOE ha impuesto históricamente su condición de muralla izquierda del régimen constitucional español y ahí piensa quedarse, caiga quien caiga: ni el PCE ni Izquierda Unida ni Podemos ni nadie les desalojará de ese no-lugar tan estratégico como inaprehensible y, por lo mismo, tan goloso políticamente. El juego estaba tan claro desde el principio que Unidas Podemos solo podía hacer lo que ha hecho: aprovechar para sacar a la luz un poco del verdadero aspecto de Pedro Sánchez, ese que no se ve cuando se pone los galones de “paremos a la ultraderecha”, y sentarse a esperar el momento de la votación.
El PSOE tampoco gana nada. Salvo que de aquí a septiembre consigan apañar un acuerdo de gobierno con Ciudadanos, cosa que ahora mismo no suena muy verosímil, rentabilizarán en unas nuevas elecciones toda la responsabilidad que han sabido atribuir a Unidas Podemos, pero no será suficiente
Como todo el mundo sabe, nada de lo anterior ha ocurrido finalmente. Iremos a septiembre, lo que quiere decir, más que probablemente, que volveremos a las urnas en noviembre. El PSOE ha ganado el relato y se lo puede quedar enterito para él. Unidas Podemos irá a unas nuevas elecciones que tiene perdidas con relato o sin él, tanto le da que le da lo mismo: la única posibilidad de recomponer su maltrecha estructura orgánica y su credibilidad de fuerza plebeya con opciones de gobierno pasaba por alargar lo más posible la legislatura recién empezada y cimentar un proyecto de Estado en un trabajo parlamentario sólido. Todo lo que sea enfrentarse a pecho descubierto con el PSOE en unas nuevas elecciones será perder el tiempo, la marca, el partido y el dichoso relato.
El PSOE tampoco gana nada. Salvo que de aquí a septiembre consigan apañar un acuerdo de gobierno con Ciudadanos, cosa que ahora mismo no suena muy verosímil, rentabilizarán en unas nuevas elecciones toda la responsabilidad que han sabido atribuir a Unidas Podemos, pero no será suficiente: seguirán necesitando a lo que quede de Unidas Podemos para formar gobierno, y no está claro que pulsar la alerta antifascista dos veces en un año vaya a funcionar. Lo mismo funciona al revés y entre PP y Ciudadanos te montan un España Suma y adiós muy buenas.
Me temo que los votantes del PSOE y de Unidas Podemos no perdonarán/perdonaremos esta partida de Cluedo veraniego. Nos da igual quién puso más y quién menos, nos da igual quién va a retrotraernos al vértigo del mes de abril, cuando la foto de Colón parecía el ensayo de un espeluznante consejo de ministros. En toda esta presunta negociación ha habido, desde el principio, una impostura de fondo, como un bajo continuo barroco: la presunción de que dos partidos políticos pueden intentar gobernar juntos sin programa de gobierno, como si se repartieran las plantas de un edificio o las literas de un albergue, instalados en ficciones e hipótesis fabulosas. Unos, con su soberbia de partido granítico, forjado en mil batallas, derramando displicencia por todos los poros del traje chaqueta, los otros enquistados en esa soberbia de últimos mohicanos con Telegram que todavía creen que es cuestión de aguantar el chaparrón, que da igual el volumen y el apoyo logístico con que cuente el adversario, que sin duda se vendrá abajo si uno muestra firmeza y determinación, política de coachings consumados. Quedará para la posteridad ese momento bochornoso en que, después de haber filtrado el PSOE una propuesta que sonaba a invento y a intoxicación informativa (que a lo mejor no lo era, pero olía como si lo fuera), Podemos “contraofertó” pidiendo (¿cómo se “oferta” una petición?) el Ministerio de Trabajo que ya había dicho el PSOE que jamás soltaría. A los más viejos del lugar les recordó a un gag presuntamente humorístico de Andrés Pajares en que la clienta de una cafetería, cada vez que el camarero le explicaba que no había magdalenas, modificaba su petición agregando, inasequible al desaliento, “y una magdalena”.
La magdalena, ese postre insustituible del humor televisivo y de la postpolítica española.
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Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
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