ANÁLISIS
‘Geringonça’ contra la austeridad
El Gobierno socialista de Portugal, surgido del acuerdo de todas las izquierdas, encara las elecciones de octubre con sondeos favorables. El notable aumento del gasto en educación pública es su gran apuesta
Daniel Toledo 24/07/2019
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Portugal tiene desde hace casi cuatro años un Gobierno del Partido Socialista que se fraguó gracias a un pacto de todas las izquierdas. Tras las elecciones de octubre de 2015, los socialistas de António Costa necesitaron el apoyo del Bloco de Esquerda (BE), el Partido Comunista Portugués (PCP) y el Partido Ecologista “Os Verdes” (PEV) para liderar un gobierno en solitario. La oposición bautizó al nuevo Ejecutivo como geringonça (en portugués una “lengua que no se comprende”, o una “cosa o construcción improvisada o con poca solidez”).
A diferencia de una coalición de Gobierno, lo que Costa consiguió de los tres partidos de izquierda fue el respaldo para la investidura, como primer paso, y un compromiso para apoyar en un futuro las propuestas que los socialistas plantearan a la Assembleia da República (Parlamento). Fue poco más que un acuerdo de palabra, con pocas concreciones y aún menos propuestas regulatorias.
Resulta curioso que en aquellas elecciones generales de 2015 fuese la derecha la que concurrió en coalición. Montados en un ariete llamado Portugal à Frente (Portugal hacia Adelante), los conservadores del CDS-PP (Centro Democrático e Social-Partido Popular) y del PPD-PSD (Partido Popular Democrático-Partido Social Demócrata) del primer ministro saliente, Pedro Passos Coelho, ganaron las elecciones con el 38,5% de los votos. Los socialistas de António Costa, que concurrieron en solitario, se quedaron en el 32,3%.
lo que Costa consiguió de los tres partidos de izquierda fue el respaldo para la investidura y un compromiso para apoyar en un futuro las propuestas que los socialistas plantearan a la Assembleia da República
Pero nadie contaba con la capacidad de negociación de António Costa. El diálogo que el socialista inició con el resto de los partidos de izquierda parecía un intento desesperado por agarrarse a un clavo ardiente. A pesar de estar todos en el mismo espectro ideológico, este se presentaba demasiado vasto como para ser coordinado desde un solo partido. Para muestra, el botón del Partido Comunista, que para la campaña electoral había empapelado el país con carteles de “Liberar o país da submissão ao euro” (Liberar al país de la sumisión al euro), en un claro reclamo por la vuelta a la antigua moneda portuguesa, el escudo.
Pocos daban, de hecho, ni un escudo por ese gobierno de geringonça que Costa comenzaba a fraguar en reuniones a puerta cerrada con el resto de los partidos. Las dudas no solo venían de la fragilidad interna de una coalición tan heterogénea, sino también del fantasma de la Troika –el grupo formado por la Comisión Europea, Banco Central Europeo y FMI que vigilaba la implantación de las políticas de austeridad– que los conservadores esgrimían para aguarle la fiesta a la izquierda.
¿ha sido tan idílico el Gobierno formado por toda la izquierda portuguesa como para repetir otros cuatro años, a riesgo de una caída estrepitosa a mitad de legislatura?
Casi cuatro años después, ha quedado claro que fue precisamente el enfrentamiento a las políticas de austeridad de la Troika lo que fraguó el consenso de los cuatro partidos. Una especie de sentido de Estado, nunca visto en la historia democrática de Portugal, y una economía que se ha contagiado por el contexto internacional de recuperación –el boom del turismo y el restablecimiento de la confianza de los mercados en Portugal– han permitido a la geringonça sobrevivir con bastante dignidad a cuatro años de Gobierno.
La pregunta ahora es evidente: ¿ha sido tan idílico el Gobierno formado por toda la izquierda portuguesa como para repetir otros cuatro años, a riesgo de una caída estrepitosa a mitad de legislatura? ¿Tendremos geringonça después de las próximas elecciones generales de octubre de 2019?
Más allá de los resultados que puedan arrojar las urnas –los sondeos pintan bastante bien para los socialistas–, esta última legislatura no ha sido siempre un paseo por las nubes. En Portugal ha ocurrido como en muchos otros países europeos, donde la ‘S’ de los partidos socialistas no es más que una sigla continuista carente de parte de su significado. Sin embargo, tanto el BE como el PCP tienen un electorado que muchos catalogan como de extrema izquierda.
Por un lado, el BE cuenta con un apoyo mayoritariamente joven, salido hace pocos años de las universidades y que alcanzó el interés por la política en las protestas contra la crisis de 2008, contra el poder de los bancos y contra la Troika. Es un electorado que constantemente va a pedir cambios y renovación, que necesita diferenciarse del establishment político que ha gobernado al país durante las últimas décadas. El PCP, por su parte, cuenta con electorado obrero, fuertemente sindicado y en constante lucha con cualquier gobierno, sea éste del color que sea.
Estas diferencias han llegado a hacer tambalear el Gobierno en alguna que otra ocasión. Un ejemplo de las situaciones que más han comprometido la gobernabilidad del país es el pulso que el sindicato más poderoso de la enseñanza, y el más fuerte del país, el Fenprof (Federación Nacional de Profesores), ha mantenido con el Gobierno para que les devuelvan las cotizaciones paralizadas por la crisis. El problema es que muchos dirigentes del Fenprof son a su vez altos dirigentes del sindicato CGTP (Confederación General de los Trabajadores Portugueses), con fuertes vínculos con el PCP. Esto es, tener un problema con el Fenprof es tenerlo con el PCP, lo que en la práctica es casi tener a un sindicato como socio de gobierno.
El sueño de cualquier sindicato sectorial es la pesadilla para un ejecutivo dirigido por el Partido Socialista. Las negociaciones entre Gobierno y Fenprof llegaron a paralizar la actividad de la Assembleia en abril de 2019, con el BE y el PCP apoyando las aspiraciones del sindicato y los socialistas intentando pasar página de un libro que no sostenían ellos, sino sus socios en el Parlamento. Una vez más, los juegos de cintura de António Costa desbloquearon la situación y el Fenprof perdió sus aspiraciones al grito de “traidores” contra comunistas y bloquistas. La razón de Estado, aunque quizá no tanto la razón, había prevalecido.
A pesar de estas diferencias, lo cierto es que el Gobierno de las izquierdas rompió todos los pronósticos y hasta en los momentos más difíciles, como cada año en las negociaciones para aprobar el Orçamento de Estado (Presupuestos Generales), los cuatro partidos han votado juntos en la Assembleia. Las fuerzas de derecha, PSD y CDS, han ido perdiendo espacio político a medida que pasaba la legislatura, enfrascados en luchas internas y sacudidos por los buenos datos económicos: un índice de desempleo que pasó del 17,03% en 2013 al 6,6% de junio de 2019; la deuda pública, que bajó del 130% del PIB en 2014 al 121,5% en 2018; y un incremento del crecimiento desde un negativo 4,03 en 2012 al 2,16 en 2018.
según datos de 2017, un 82,6% de los niños portugueses acuden a colegios públicos; en España, la pública se queda en un 68% del alumnado
Portugal además invierte más de un 5% de su PIB en Educación, un dato superior a la media europea. También a la española (4,22%). Y, en un contexto en el que, según datos de 2017, un 82,6% de los niños acuden a colegios públicos, tan solo un 4% a concertados y el 13% restante a escuelas privadas; en España, la pública se queda en un 68% del alumnado, el porcentaje en concertada y privada sube hasta el 28 y el 4%.
Otra medida contraria a la austeridad del Ejecutivo luso ha sido la rebaja del IVA del término fijo del recibo de la luz y el gas, del 23% al 6%. Una modificación que ha contado con la autorización de la UE. En 2012 el anterior gobierno de derechas subió ese impuesto al 23%. Esta iniciativa favorece a la mitad de los consumidores portugueses, que verán reducida su factura en un 6% de media, según los primeros cálculos realizados cuando se anunció la medida en mayo.
Las únicas líneas rojas que marcaron los cuatro partidos de izquierda antes de comenzar la legislatura, acabar con las políticas de austeridad, se han respetado. Lo que ha hecho que, a poco más de tres meses para las próximas elecciones legislativas, Portugal se pregunte, de una parte con pánico, de la otra con optimismo, si habrá geringonça que aguante otros cuatro años.
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