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Palabras mayores

La mujer de la leyenda de la curva de Angrois

Aníbal Malvar 28/07/2019

<p>Teresa Gómez-Limón.</p>

Teresa Gómez-Limón.

pabloabollado.com

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Cuarenta y cinco años ejerciendo como psicóloga le permiten saber que los antidepresivos a veces funcionan mejor que los ansiolíticos para paliar las angustias. En su caso, los pánicos. Doctora con tres máster, también licenciada en Ciencias de la Información, expresidenta del Centro Democrático y Social y exdiputada del PP en la Asamblea de Madrid, autora de varios libros sobre política y feminismo, Teresa Gómez-Limón se presta a una entrevista en el sexto aniversario del accidente ferroviario de Angrois, en el que murieron 79 personas. Ella se partió el esternón y dos vértebras del cuello. 

Ya me han dicho que últimamente no le gusta salir en los medios, pero le quería hacer una propuesta algo extravagante. Yo también estaba en el accidente del tren. Me gustaría entrevistarla para hablar de aquello. A lo mejor sale algo interesante.

Vale. Sí, puede ser interesante –acepta con jovialidad científica–. Trátame de tú. No me hagas vieja.

Gómez-Limón es profesora de máster en la Universidad Autónoma y perito forense en los juzgados de violencia de género de Madrid: “Me encanta mi trabajo. Podría llevar ya unos cuantos años jubilada, con todos los trienios y esas cosas. Pero no me pongas la edad. Como me vayas a poner la edad, no te concedo la entrevista”.

Su carrera en el PP fue fulgurante. La dimisión de Esperanza Aguirre, en septiembre de 2012, dejó un escaño vacío en la Asamblea de Madrid que ocupó ella. En enero de 2013, envió un burofax a Mariano Rajoy solicitándole un listado de los cargos populares que habían cobrado sobresueldos de Luis Bárcenas. Fue acusada de desleal. El 24 de julio de 2014 se manifestaba ante el presidente gallego, Alberto Núñez Feijóo, para exigir, junto a otras víctimas del Alvia, una comisión de investigación sobre el accidente: “Nos trataron como a terroristas. Nos mandaron a los antidisturbios”. Pocos días después, se dio de baja del partido.  

Voy a hacer yo de psicólogo. En estas fechas, ¿sueles tener episodios de ansiedad o cosas raras? Te lo digo porque a mí me pasan cosas raras. 

Ya un poco menos, porque este año no he ido a la manifestación de Santiago por motivos de trabajo. Este es el primer año que no voy. Pero lo recuerdo en muchas otras ocasiones. Me cuesta subirme a un tren. Y, en el de Galicia, ni de broma. 

Yo no lo tengo en la cabeza. Pero cuando se acercan estas fechas las pesadillas recurrentes sobre muertes, accidentes y fantasías sangrientas son un verdadero coñazo. Ayer, por ejemplo, soñé que conducía e iba sorteando accidentes, había cuerpos descuartizados en la carretera, cristales rotos, mucha sangre. Los otros conductores me pitaban para que no interrumpiera el tráfico, como si ellos no lo estuvieran viendo o no les importara.

Sí, a veces me pasan cosas parecidas. Alguna vez en sueños. Pero, sobre todo, me pasa en la realidad, despierta. No veo más que peligros y accidentes.

Yo intento evitar enterarme de nada sobre la investigación, el proceso judicial… Me escapo de las noticias. ¿Cómo va el asunto?

Estoy muy harta de este tema. Llevamos seis años y esto no avanza. Me refiero a la instrucción. Tengo unas ganas de pasar página… La administración nos ignora completamente. Es un desastre.

¿Crees que una sentencia judicial será un alivio para las víctimas o para los familiares? Te lo pregunto como psicóloga.

Si se hiciera justicia, sería un alivio. Sobre todo si me pongo en otros casos. Yo entiendo que soy una afortunada, porque tuve lesiones graves, estuve a punto de quedarme tetrapléjica, tengo secuelas, pero estoy viva. ¿Y los que han perdido a un hijo, a un padre, a una novia, a un hermano…? Eso no tiene solución. Eso estará ahí toda la vida. Ahora bien, si se hace justicia y pagan los que tienen que pagar, sí que habrá un alivio, porque se verá que la sociedad responde. Que las instituciones responden. Y cuando hablo de los que tienen que pagar no me estoy refiriendo al maquinista. Hablo de los de Adif y los de Renfe, que han incurrido en negligencias, desde mi punto de vista, dolosas. Sabían que eso podía ocurrir y les ha importado un bledo. Si no se hace justicia, esa herida se va a cerrar muy mal.

Si no se hace justicia, esa herida se va a cerrar muy mal

¿En qué consistiría para ti hacer justicia?

Desde el punto de vista político, justicia ya sería que nos hicieran un poco de caso. Se creó una comisión de investigación, pero tuvimos la mala suerte de que, cuando ya había declarado todo el mundo en el Congreso, resulta que se convocan elecciones. La comisión decae y, para que volviera a reactivarse, habría que empezar de cero. No veas. Otros seis meses de declaración. Pero también se pide una comisión técnica supervisada por Europa que investigue las negligencias. Desde el punto de vista judicial, han sido imputados el maquinista y Andrés Cortabitarte, que era el director general de seguridad de Adif. Mi abogado ha pedido para este señor la pena máxima, que son cuatro años. Para el conductor, la mínima, que son dos años. El conductor, evidentemente, comete un error. Pero él también se pudo haber matado. Él no es responsable de que el tren no fuera bien, de que los sistemas de seguridad no estuvieran bien. Pero tendrían que estar imputados también el director general de seguridad de Renfe, otros técnicos y directivos de Adif y Renfe, y no lo hemos conseguido. Por eso no tengo yo demasiadas esperanzas en que se haga justicia.

¿Crees que hay una especie de acuerdo entre los dos grandes partidos implicados, PP y PSOE, para encubrir mutuamente sus responsabilidades?

Son empresas públicas. Claro que hubo acuerdos entre el PP y el PSOE. Solo hace falta ver la comisión de investigación, donde era evidente que actuaban coordinados. Ha habido personas valientes que han dicho lo que tenían que decir. Pero no todos. Los cargos son los cargos. Y todos se deben favores. Es lo que hay. Aquí, quien está implicada es la Administración. El Estado. Es complicado luchar judicialmente contra el Estado. Nosotros somos una hormiguita. Una mosca un poquito cojonera, pero mosca en definitiva.

¿El accidente te cambió en algo la visión que tienes de tu profesión?

Uno sabe lo que es el duelo, claro. Pero cuando lo ves en gente tan próxima, sí te cambia algo la visión de ciertas cosas. A mí me hubiera sido imposible ser terapeuta de un compañero [de la asociación de afectados]. Yo lo sufro, y para ser terapeuta tienes que distanciarte. Esas cosas que sabías en teoría las confirmas en ti mismo y en tu entorno, y son dolorosas. Yo trabajo también la psicología clínica, y tengo pacientes. Y he tratado temas psicológicos graves, incluso psicopatías. Soy optimista. Pienso siempre que la gente puede mejorar siguiendo una pauta. Pero, ante la muerte, ante la pérdida de un hijo, me siento muy vulnerable. No lo puedo ver ya con objetividad.

Yo, los primeros días, tenía un resiliencia fortísima, casi patológica. Me daba igual todo. No sentía prácticamente nada con lo que había pasado. Ni siquiera tristeza por las muertes. Estaba convencido de que me había convertido en un psicópata, en un insensible. Y, me lo habían advertido, después también sentí un fuerte complejo de culpa. Sueño muy a menudo con un hombre mayor, que su mujer se había quedado atrapada en el asiento. Intentamos sacarla pero le dije que no, mejor no moverla. No sangraba, pero podía tener alguna lesión interna, así que mejor esperar ayuda sanitaria. Se lo intenté explicar. El hombre se puso como loco y empezó a gritarme: “Hijo de puta, ayudas a los demás y a mi mujer la dejas aquí”. No me lo quito de la cabeza. No sé qué sería de aquella señora.

La gente que está a tu alrededor comprende menos las secuelas psicológicas que las físicas, y eso también las hace más dolorosas

Yo no sentí culpabilidad, porque salí muy dañada. No pude ayudar. Lo que tú has tenido es un trastorno de estrés postraumático demorado. Al principio no lo notas. Parece que estás fuerte. Esa especie de culpa, después, es normal. Es una culpa completamente irracional: ¿por qué yo vivo y los demás no? Yo lo que tuve fueron ataques de pánico desde el minuto uno. Cuando el accidente, estuve consciente todo el rato. Me di cuenta de todo: nos vamos a estrellar, nos vamos a matar. Lo vi. Lo fotografié. Después me quedé encerrada en un agujero. Intenté salir. Aquello era el silencio de la muerte. Solo había como una especie de humillo y un silencio total. Yo no oía ni gritos ni llantos ni socorros ni nada. Creí que todo el mundo estaba muerto. Es más, pensé que yo estaba muerta. No estaba muy segura. Intenté salir, y eso que tenía dos vértebras rotas y el esternón partido. A mí se me había caído de todo encima. Intenté salir, y vi un agujero entre el humo por donde se veía el cielo. Saqué la cabeza por el agujero pero no me cabía el cuerpo. Entonces vi el fuego y me dio el primer ataque de pánico. Pensé que todo iba a explotar. Al final vino un hombre de Angrois y me sacó de allí. Yo no podía respirar. Me tumbaron en una puerta, porque llevaron los vecinos puertas, y me tumbaron con un dolor espantoso y casi sin poder respirar hasta que vino la ambulancia. En el hospital no tenía ataques de pánico, porque me pusieron morfina hasta aburrir. Pero cuando bajaron las dosis empezaron los ataques. Cuando volví a casa, en Madrid, no me podían dejar sola. Tenía miedo. Me agarraba a un familiar y solo repetía: tengo miedo. El estrés postraumático vino más tarde.

¿Cómo se te manifestó?

Revivía constantemente el acontecimiento. En sueños, de día, a todas horas. No podía ir a una estación, no podía ver ningún documental ni película ni noticia relacionada con accidentes. Y estaba siempre hiperactiva. Oía cualquier ruido y me ponía en alerta. Y he tenido y tengo otro problema. Cuando algún hijo mío, que ya son gente adulta, claro, se va de viaje, estoy angustiada. Lo paso fatal. Uno de ellos viaja de vez en cuando por trabajo. Pues yo tengo en el ordenador un programa que me va diciendo exactamente por dónde va avanzando el avión.

¿Y te pasas todo el viaje delante del ordenador siguiendo la ruta?

Hombre, si es un viaje a Estados Unidos, no. Pero a cada momento estoy mirando la pantalla. Me levanto para hacer cualquier cosa, y miro. Voy a la cocina, vuelvo, y otra vez a mirar. Es una ansiedad, tela. Todo esto me han dicho que ya lo tendré crónico. Como lo tenemos todos. Tomo un antidepresivo, pero sobre todo porque tiene efectos ansiolíticos. Los antidepresivos tienen mucha eficacia en la ansiedad. Actúan sobre la base del cerebro... Los tomo a diario. Las secuelas psicológicas son peores que las físicas. Incluso aunque te pase como a mí, y sientas dolor. Porque ese dolor se entiende. La gente que está a tu alrededor comprende menos las secuelas psicológicas que las físicas, y eso también las hace más dolorosas.

Han pasado seis años. ¿Tiene cura, psicóloga?

La herida se termina cerrando. El duelo se termina superando. A muchos, por ejemplo, gente que ha perdido a seres queridos, la asociación les ha venido muy bien. La lucha. Se han sentido útiles. Han sentido que estaban luchando por sus hijos. Pero es muy difícil superar la rabia cuando sucede algo así. Si hay un terremoto, no puedes culpar a nadie. Pero cuando te enteras de que la gente ha muerto y hemos pasado por esto por culpa de una chapuza, sientes… La Agencia Europea Ferroviaria hizo un informe demoledor, y por eso reabrieron el caso, que estaba ya cerrado.

En 2014 abandonas el PP bruscamente. ¿Lo que pasó después del accidente te cambió tu percepción de la política?

Lo mío tenía morbo porque yo era diputada del PP, y hablé de las culpabilidades, de las negligencias. A partir de ese momento, cuando iba a la Asamblea, la gente del PP no me saludaba. Me dejaron de saludar todos los del PP, incluido el presidente, que era Ignacio González. La única que se preocupó fue Esperanza Aguirre, que llamó a mi marido para interesarse. No me dirigían la palabra. Ni me preguntaron cómo estaba.

En 2015 publicaste un libro sobre tu experiencia como diputada autonómica titulado ¿Existe una democracia real en España? ¿Cuestionas que haya una democracia real en España?

Claro que lo cuestiono. Yo de derechas no soy. Soy más bien de centro izquierda. Cada vez la cuestiono más. Aquí la Constitución se hizo como se hizo y por quien la hizo. Es una constitución abierta. La Constitución dice que el poder judicial ha de ser independiente. Pero no dice cómo. ¿Y quién nombra al poder judicial? Los partidos. El régimen del 78… Como esto no se cambie, aquí va a haber un conflicto perenne. Es vergonzoso que los documentos de nuestra transición aun no estén desclasificados después de 40 años. En España no hay una democracia real. Porque aquí no hubo un proceso constituyente. Aquí los constituyentes fueron los franquistas. Y luego traidores de todo tipo, como Santiago Carrillo. La transición la hicieron los franquistas y los traidores. 

Alberto Núñez-Feijóo, presidente gallego, cambió el día de Galicia en honor a las víctimas de Angrois, lo adelantó al 24, pero ayer ni una palabra de recuerdo. Ya en el primer aniversario, cuando nos quiso dar unas medallas como si fuéramos héroes de algo, Feijóo mandó a los antidisturbios contra un manifestación en la que estabas tú, en la Cidade da Cultura.

Aquello fue tremendo. Y eso que, dentro del PP, Feijóo es de los más moderados. Por lo menos es más listo. Mantiene una actitud y una imagen más civilizada. Pero yo no lo quiero ni de lejos. Después de lo que nos hizo, no lo puedo ni ver. Me pareció indigno.

Has publicado libros sobre feminismo.

Ahora voy a empezar otro sobre feminismo en la España del siglo XX.

Empecé a militar en el feminismo en los años setenta. Era una asidua de La Librería de Mujeres, en el centro de Madrid, donde se hacían exposiciones, se presentaban libros, se celebraban reuniones... Unas cuantas avanzadas nos reuníamos allí y hablábamos del derecho al divorcio y de esos temas.

La transición la hicieron los franquistas y los traidores

En aquella época se ridiculizaba y se estigmatizaba el feminismo. Parece que vuelve eso, con lo de las feminazis y tal. Hemos involucionado.

En aquella época, cuando yo decía que era feminista, había gente que me comentaba: uy, al fin veo una feminista guapa. Porque yo no estaba mal. Nos consideraban marimachos, lesbianas, no sé qué. Y ahora, bueno, lo de feminazis… En los juzgados de violencia de género donde yo trabajo somos todas mujeres que hacemos informes para los jueces. Nos acusan de que estos informes están mediatizados. De que van en contra de los hombres, cosa que no es verdad. Nos tienen supermarcadas. Nos ponen carteles en los árboles: feminazis. Nos han dicho de todo. Pero es cierto. Parece que es volver a una época pasada que ya se había superado. 

Hace poco un concejal del PP, Jesús López, tuiteó un comentario sobre los pelos en las axilas de Irene Montero.

Sí, sí. Soy muy tuitera. Es repugnante. Me dieron ganas de escribir una grosería. Porque esta gente solo se merece la grosería. Lo que pasa es que yo no soy así.

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1 comentario(s)

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  1. Santi

    Gracias por vuestro testimonio, nuestra fragilidad puede ser el asidero que nos una.

    Hace 4 años 7 meses

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