RETRATOS SONOROS / LAS SIN SOMBRERO (II)
Me llamo Ángeles Santos Torroella y soy artista
Susana Hernández 18/08/2019
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
CTXT se financia en un 40% con aportaciones de sus suscriptoras y suscriptores. Esas contribuciones nos permiten no depender de la publicidad, y blindar nuestra independencia. Y así, la gente que no puede pagar puede leer la revista en abierto. Si puedes permitirte aportar 50 euros anuales, pincha en agora.ctxt.es. Gracias.
Ángeles Santos Torroella (Portbou, 1911 - Madrid, 2013)
Pinté mi autorretrato en 1928 y, si se fijan, no las tenía todas conmigo. Me llamo Ángeles Santos Torroella, soy artista, nací en Portbou, empecé con el dibujo y la pintura en el internado de las Concepcionistas en Sevilla cuando tenía catorce años, luego me instalé en Valladolid con mi familia y fue ahí donde me embarqué en un óleo inmenso que titulé ‘El mundo’. Partí de unos versos de Juan Ramón Jiménez que decían “[...] vagos ángeles malvas / apagan las verdes estrellas / Una cinta tranquila / de suaves violetas / abrazaba amorosa / a la pálida Tierra”, y dejé volar la imaginación. Y me salió un cuadro surrealista, a mí que vivía en provincias y que no sabía gran cosa de las vanguardias: esas escaleras por donde bajan corriendo mujeres con migajas de luz arrancadas al sol para convertirlas en estrellas cuando se lanzan al abismo, y aquellas otras con sus niños, como si fueran parte de un sueño, y la ciudad, sí, la ciudad abrazada por una cinta tranquila de suaves violetas. Si les digo que se fijen en el autorretrato es porque fue esa muchacha, esa joven, ¿esa niña?, la que pintó aquello. Mi rostro tiene la fijeza de alguien a la que han pillado asombrada. Estaba como muy verde, como sin saber hacia dónde, pero también conforme conmigo misma. Debía haber pintado a una chica extravagante por imaginar ese mundo mágico, pero me pinté tan sencilla y corriente como he sido siempre. Y eso que mis padres terminaron ingresándome en un psiquiátrico por habitar tan dentro de la pintura. El cuadro tuvo más suerte. Lo vieron en Madrid en el Salón de Otoño de 1929 gentes como Gómez de la Serna, Lorca, Jorge Guillén o el propio Juan Ramón, que me escribieron y fueron a conocerme a Valladolid. Y esa criatura perdida estalló: hice una exposición individual en París, participé en otras colectivas en San Sebastián, en Copenhague, en Pittsburgh, y en el 36 estuve en el pabellón español de la Bienal de Venecia. No quiero presumir, y debo decirlo con ese mismo asombro y sencillez de aquella muchacha: yo formo parte de la generación del 27, pero son muy pocos los que me conocen. Las mujeres estábamos como apartadas hacia un mundo cerrado, como pinté en ‘La tertulia’. En 1933 me instalé en Barcelona, me casé con otro artista, Eugenio Grau, tuve un hijo. La guerra nos separó, él se fue exiliado a París, yo me instalé en Huesca. Tuvieron que pasar muchos años hasta que nos reconciliáramos, pero esa ya es otra historia.
---------------------------------------------------
La siguiente entrega, Maruja Mallo, se publicará el 18 de agosto.
CTXT se financia en un 40% con aportaciones de sus suscriptoras y suscriptores. Esas contribuciones nos permiten no depender de la publicidad, y blindar nuestra independencia. Y así, la gente que no puede pagar...
Autora >
Susana Hernández
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí