De Madrid al infierno (III)
Como Mario Casas
Escenas de un verano de amor y caos
Elena de Sus 18/08/2019
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No quería ir a la fiesta en casa de Denise. O sea, sí que quería. Me daba muchísima curiosidad y me hacía ilu. Pero, al mismo tiempo, estaba nerviosa. Dos fuerzas tiraban de mí en direcciones opuestas. No habían pasado ni tres días desde la última vez que nos habíamos visto, cuando vino al bar, y ahora iba a conocer a su familia. Increíble. El hecho de que también estuviese invitada Adela me tranquilizaba un poco.
Pasé un rato pensando qué ponerme, qué decir, cómo actuar. No quería hacer el ridículo. Hay muchas y variadas formas de hacer el ridículo. Por ejemplo, sé de una chica que se presentó en una barbacoa con una botella de Moet Chandon. Un colega mío llegó de traje a una entrevista de trabajo y le recibieron en chanclas. La vida es incierta en algunos aspectos.
La ventaja de los ambientes artísticos es que todo es más o menos defendible si le echas suficiente cara (no veas los triples que me tiraba yo en la carrera a la hora de explicar mis trabajos). Otra ventaja que tenía es que a mí en el fondo me la sudaba toda esa gente, no iba con la presión de “hacer contactos” pero bueno, no quería dejar mal a la Adela. Le pregunté cómo iba a ir ella y me respondió: “Ay no sé, tía, ¿cómo vas a ir tú?” Suspiré. Podríamos haberle preguntado a Denise pero no me apetecía. Estuve a punto de ponerme tacones altos. Menos mal que al final no lo hice. El despropósito habría sido aún mayor. Fui arreglada pero informal.
Quedamos Adela y yo para ir juntas, que era más práctico y daba menos corte. Me preguntó qué tal iba mi relación con la niña y yo le dije que bien, sin entrar en detalles. Le pregunté qué tal iban sus prácticas y respondió algo parecido. Decidimos llegar un poco tarde, no mucho, lo bastante para no ser las primeras.
Nos recibió una señora rubia que claramente era la madre de la niña. A Adela ya la conocía y yo, pues “una amiga de la carrera”. Me incomodaba un poco decir que soy de Bellas Artes en medio de ese ambiente, sobre todo porque, como ya he dicho, vivía más tranquila tras renunciar a ello. Pero supongo que era mejor eso que decir “hola, conocí a tu hija hace nada y hemos chingado varias veces, borrachas, y no sé muy bien qué hago aquí”. La madre fue encantadora, era también guapa y luminosa, tenía un poco de acento francés y quedaba cuqui.
Avisó de nuestra presencia a la niña, que nos saludó efusivamente y nos preguntó si queríamos vino. Adela dijo que ella un refresco, si tenían. Claro que tenían. Yo que vale, que un poco de vino.
Había jamón y queso y canapés y bastante gente. Todo el mundo era pintor, o músico, o profesor o cosas de esas. La gente fue muy amable con nosotras, éramos la novedad, aunque no éramos las únicas que andábamos un poco despistadas por ahí.
Una señora alabó la decoración del piso:
– Me gusta la combinación del mobiliario clásico con elementos más contemporáneos, como este. Es muy original.
Me acerqué a Denise y le susurré al oído:
– Eso es la aspiradora, ¿verdad?
Me echó el brazo por la espalda y respondió, divertida:
– Sí, tía.
Ambas nos reímos discretamente.
La presentación era de una performance que estuvo bastante bien. Luego lo estuvimos comentando y todo de buen rollo. El padre se acercó a nosotras a ver qué nos había parecido. Era muy serio, pero majo. La familia, hasta entonces, bien, pero en un momento dado, Denise hizo una advertencia:
– Mi hermano se pone un poco tonto cuando bebe, no le hagáis mucho caso.
Su hermano era un hombre alto, pálido, vestido de negro con un pendiente en la oreja y un bigotillo fino. Observamos que, efectivamente, se encontraba en estado de embriaguez, pero lo vi sentado, tranquilo, sin liarla ni nada.
Salí un momento a la terraza a fumar un piti. El hermano, que se llamaba Ulises o algo así, también estaba ahí, mirando al cielo rosa de la tarde. Me preguntó:
– ¿Tú eres amiga de mi hermana?
– Sí.
– Estáis follando, ¿no?
Levanté las cejas.
– ¿Eso a ti qué te importa?
– Nah, no te preocupes. A mi hermana siempre le ha encantado eso.
– ¿El qué?
– El fornicio. Y el helado de dulce de leche, eso también. Yo me río mucho con ella. Mi hermanita, jaja… con esa cara de buena que tiene... pues engaña, ya sabes, porque en realidad es una viciosa. A un amigo mío lo tiene acojonado. Y con los años se va volviendo más original… De hecho, si juntásemos en una misma sala a todas las personas que...
Le interrumpí.
– ¿Te parece normal hablar así de tu hermana?
Sonrió despacio.
– No la estoy insultando, mujer. Es una descripción. Igual si estuviera diciendo esto de un hombre no te parecería insultante.
– Es una falta de respeto, sobre todo si lo haces delante de…
– ¿De quién?
– Da igual.
– La verdad es que me lo he imaginado porque últimamente le gustan así, como tú. Es la moda, supongo. Seguro que ligas más ahora, ¿no? Tienes el rollito…
Le miré con un profundo desprecio, pero siguió a lo suyo.
– ¿Has conocido a Jerzyk?
– ¿Quién es ese?
– El chico rubio. El novio de José Ángel. Es polaco. Se llevan treinta años. Estas fiestas de mis padres son así. Todo plástico. Si bebes, es un poco más llevadero.
Se quedó en silencio y luego se empezó a reír solo. Entonces me miró a los ojos y me dijo:
– Yo creo que la próxima será una negra. Una negra brasileña o algo así. Eso es más cool todavía, ¿eh?
Tenía tantas ganas de partirle la cara a ese chaval que estaba a punto de reventar. No lo hice por respeto a su hermana, irónicamente. Le dije:
– Mira, niño, eres un puto gilipollas de mierda. Y no te ofendas, esto también es una descripción.
Dicho esto, salí de la terraza. Entonces me di cuenta de que me encontraba un poco mal, me mareaba, estaba muy tensa. Hacía mucho tiempo que no me sentía así, y me avergoncé de que me estuviera sucediendo por este motivo. De todos modos, tenía que irme de ahí. Intenté hacer una bomba de humo, pero la niña debió de verme, o alguien se lo dijo, porque vino detrás y en cuanto salí a la calle escuché su voz a mis espaldas.
– Paula, ¿estás bien?
– Sí –respondí– De puta madre.
Pero era obvio que no estaba bien.
– Tía, ¿qué ha pasado? Puedes contármelo, de verdad, no pasa nada.
– Déjame respirar un poco, por favor.
Por suerte, una voz en mi interior susurró: “Levanta la cabeza, princesa, que se te cae la corona”. Al rato, me empecé a encontrar mejor. La cosa no llegó a mayores. Me di cuenta de que ahí delante había aparcada una moto bastante guapa y, por algún motivo, me retrotraje a los momentos más oscuros de mi pasado. Tuve una intuición y una idea, si es que se le puede llamar así.
– Oye, Denise, ¿de quién es esa moto?
– De mi hermano, ¿por?
Sonreí.
– ¿Paula? ¿Qué estás pensando?
No respondí. Estaba pensando: “¿Querías caldo? Pues toma tres tazas”.
Lo que pasó a continuación no lo voy a poner porque esto lo puede acabar leyendo cualquiera y no quiero dar ideas a la gente mala. Que igual tú, en particular, eres muy buena persona, no lo dudo, pero seamos sinceros, esta es la típica historia que les gusta leer a los gilipollas para después comentarla con el resto de gilipollas, así que el riesgo es alto. Dicho esto, pasemos a la siguiente escena.
Estoy subida en la moto, he conseguido arrancarla. La niña está flipando. La miro de medio lado y le digo:
– ¿Te vienes?
– ¿A dónde?
– A un sitio muy bonito, te va a encantar.
No me escucha, no me mira a la cara, comenta:
– ¡Eres demasiado pequeña para llevar esa moto!
– ¡No te preocupes! –le respondo– Eso me lleva pasando toda la vida. Tú sube, ya verás que bien.
– ¡Tía, pero qué dices! ¡Te vas a matar!
Me parto de risa.
– ¡No te creas, no es tan fácil!
La niña iba subiendo el volumen de sus comentarios mientras yo aparentaba una calma absurda, como si me hubiera metido algo. No voy a mentir, lo estaba disfrutando. Se puso seria.
– Paula, joder, esto no me hace ni puta gracia.
– Mira, –le dije– voy a contar hasta diez. Cuando llegue a diez arranco. No vengas si no quieres. Puedes volver y contarle a tu hermano lo que ha pasado. Lo que veas.
Empecé a contar en voz alta. Uno, dos, tres… La niña se acercó despacio, intentando ocultar una sonrisa, mientras decía:
– Paula, de verdad, me cago en tus putos muertos.
Hay gente que anda loca buscando la felicidad, un estado de felicidad más o menos constante, que se alcanzaría a través de cosas como el yoga, la meditación, la fe en uno mismo, vivir sin asumir responsabilidades, dejar de hablar a las “personas tóxicas”. Creo que esa felicidad no existe, o al menos, yo no me la imagino.
La felicidad que yo he conocido es fugaz. No sé. Un gol importante de tu equipo. Un 5,0 en un examen que dabas por perdido. El sabor de tu pizza favorita. Una declaración de amor. Tú y tus amigos borrachos, saltando y berreando cuando suena la Fiesta pagana. Un abrazo de tu madre. Cosas así. Segundos, minutos, a veces horas. Pequeñas treguas, victorias aún más pequeñas.
Mientras la moto cogía velocidad entre las luces del atardecer, con el aire azotándome la cara y la niña más guapa de Madrid aferrada a mí con todas sus fuerzas, pues mira, fui feliz.
Sin casco, sin cerebro, a tres metros sobre el cielo.
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El siguiente capítulo de esta novela aparecerá el 14 de agosto.
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Autora >
Elena de Sus
Es periodista, de Huesca, y forma parte de la redacción de CTXT.
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