De Madrid al infierno (VII)
Patinete solitario
Escenas de un verano de amor y caos
Elena de Sus 26/08/2019
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Pues eso, que estábamos pasando la tarde en el parque y de repente Denise me dijo:
–Tía, ¿sabes qué?
Y le respondí:
–¿Qué?
Y, tan feliz, me soltó:
–Me han cogido de prácticas en el sitio que te dije, en Copenhague. Empiezo en octubre.
Permanecí callada dos segundos, o quizás dos horas. Me rasqué el cogote. Me fijé en una cotorra verde que caminaba por la hierba. Luego miré de nuevo a Denise y le pregunté:
–¿Hemos hablado de eso alguna vez?
Ella se incorporó y me miró, algo desconcertada. Me puso la mano cerca de la rodilla.
–Sí, tía, varias veces... El día que robamos la moto, ¿no te acuerdas?– sonrió y me acarició la cara – Entonces lo comentamos, cuando hablábamos de irnos de Madrid...
Escupí una carcajada.
–¿En serio? –hablé rápido y fuerte– Pues qué va, tú, se me había olvidado –suspiré. –Si es que estoy vieja ya...
La niña se asomó a mis ojos y se dio cuenta de que algo no iba bien, así que estiré las puntas de mis labios para dibujar una sonrisa cutre.
–Me alegro, tía –le dije, mientras le acariciaba el pelo. –Me alegro mucho –le di un besito en la frente. –Qué guay.
Nos abrazamos. Atardecía. El cielo de Madrid estaba precioso, en mi opinión.
–¿Y cuánto tiempo estarás?
–Pues en principio seis meses, pero a ver...
–Ya. ¿Te querrías quedar allí?
–No lo sé, ya veremos.
Se hizo un silencio.
–Oye pues a ver si me invitas, eh…
–Sí, claro, vente cuando quieras.
Seis meses no era tantísimo y Copenhague no estaba tan lejos, pero me di cuenta de que eso era un final. Nunca llegamos a romper. O sea, habría sido raro. Seguimos viéndonos hasta que se fue y, de hecho, pasamos la última noche juntas. Pero la realidad es que, a partir de entonces, la relación terminó. Bueno, no. No sé. Seguíamos hablando, al principio con relativa frecuencia, luego cada vez menos. Los primeros meses me dijo de ir a verla un par de veces, últimamente, ya no. Aún me sale la primera en las stories de Instagram. Ayer subió cosas de montañas y lagos, creo que está de excursión o algo. Todos los daneses de sus fotos son muy guapos.
Mi vida siguió su deriva con relativa normalidad. Algunas cosas cambiaron de forma irreversible, otras, pues más o menos. Un día, cerrando el bar, cuando el Raúl echó la persiana, le toqué el culo. Hacía como dos meses que no dormíamos juntos. Me miró inquisitivamente.
–¿Ya me echas de menos, o qué?
–No –respondí.
Y le di un beso en los labios, que se alargó.
–¿Quieres venir a casa esta noche? –preguntó.
–No –respondí.
Levantó las cejas.
–¿Vamos a la tuya?
Le cogí la mano y eché la mirada hacia el callejón.
–Mira, por ahí detrás no va a pasar nadie.
Torció la sonrisa.
–Joder, Paula…
Me pegué a él y puse carita de buena.
–¿Quieres o no?
Y sí que quiso.
No duré mucho más tiempo en el bar. Entre unas cosas y otras, como te puedes imaginar, aquello no daba más de sí. Ahora estoy en otro sitio. Gano lo justo, pero tengo más tiempo para ver series, hacer el gilipollas en Tinder, llorar, emborracharme y escribir estas mierdas. Espero, más pronto que tarde, invertir ese tiempo en otras cosas, pero no lo sé. Me las apaño, como siempre he hecho, para fingir que todo va bien.
Pero ayer, por la tarde, estaba tomando algo con un par de amigos, en la terraza del montaditos, llena de gente, y de repente me dio como un ataque de algo, me empecé a encontrar mal, había una cosa que me pellizcaba.
Dije que estaba cansada, pero no estaba cansada. Dije que me iba a mi casa, pero no me fui a mi casa. Tragué saliva. Cogí un patinete eléctrico y aceleré todo lo que pude, que tampoco es mucho, y me colé entre los coches que esperaban en los semáforos por las calles anchas; cogí un par de curvas sin mirar demasiado y así llegué hasta la zona del templo de Debod. Aparqué el patinete y me senté en un banco de cara al mirador.
Aquello estaba lleno de turistas, como siempre, pero se fueron marchando a medida que caía la noche. Yo permanecí ahí, fumando, mirando al infinito, como un zombi. Dispersas por la explanada, quedaron un par de parejitas adolescentes y tres señoras que hablaban de apuntarse al gimnasio. Estaba prácticamente sola. Respiré hondo. Me lié un porro mientras observaba las luces de la ciudad, atontada como una polilla.
Y me quedé pensando en ella y sentí algo raro, nostalgia supongo, y fue triste y agradable al mismo tiempo. Me pregunté qué estaría haciendo ella en ese momento. Si echaba de menos Madrid, si pasaba frío por ahí, si volvería, y si al volver seguiría igual o no. Si pensaba en mí en ocasiones inoportunas, como a mí me pasaba. Me empecé a reír. Me quedé atascada en un bucle de risa.
Abrí el insta y miré su perfil. Abrí chat. Mi último mensaje era de hacía un mes. Escribí “hola”. Lo borré. Luego lo volví a escribir. Luego lo borré. Me hice un selfi. Qué horror, estaba feísima. “Hola”. Enviar. Cerrar Instagram.
En fin, voy a descansar un poco, que ya se me caen los párpados. Llevo demasiado tiempo escribiendo. Son las cinco y media. Joder, qué tarde. Creo que debería irme a dor5fgsbvy66urzw
FIN
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Autora >
Elena de Sus
Es periodista, de Huesca, y forma parte de la redacción de CTXT.
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