De Madrid al infierno (IV)
El país de las maravillas
Escenas de un verano de amor y caos
Elena de Sus 14/08/2019
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Hemos fundado la Asociación Cultural Amigas de Contexto para publicar Ctxt en todas las lenguas del Estado. La Asociación es una entidad sin ánimo de lucro que también tiene la meta de trabajar por el feminismo y la libertad de prensa. Haz una donación libre para apoyar el proyecto aquí. Si prefieres suscribirte y disfrutar de todas las ventajas de ser suscriptor, pincha aquí. ¡Gracias por defender el periodismo libre!
“Me hiciste pasar miedo”, me diría Denise más adelante. “Parecía que podía pasar cualquier cosa. Llegué a dudar de si sabías conducir. Pero bueno, al final estuvo bien”.
Nada más aparcar la moto, antes incluso de bajarnos, nos echamos a reír. Como si nos hubiéramos metido algo. No dijimos nada, solo nos partimos de risa y luego la niña me agarró por debajo de la camiseta y me dio besitos en el cuello y por detrás de la oreja y después se bajó y me miró con cierta admiración, o eso me pareció, antes de acariciarme el rostro y darnos un beso en los labios, estando yo aún sobre mi noble montura. Tras descabalgar, seguimos liándonos un rato, sin hablar, y me pegué a ella y le mordí suavemente el cuello y cuando mi mano se deslizaba hacia su entrepierna, se apartó con delicadeza y miró alrededor. Luego, entre risas, dijo:
– Paula, estás puto loca. ¿Qué hacemos en un descampado?
Me encogí de hombros.
– Ya sabes, aquí no hay playa.
Caía la noche, una noche cálida de verano. Estábamos solas, en medio de nada, pero al amparo de la ciudad, vigiladas por las cuatro torres de Sauron. Incluso se veían algunas estrellas.
Denise sacó el móvil.
– ¿Qué haces? –pregunté.
– Tía, voy a llamar a Hermes.
Levanté las cejas.
– ¿Para decirle que le hemos robado la moto?
– Claro, jo, para que no se preocupe.
Me imaginé esa conversación: “No te preocupes, Hermes, la moto te la ha robado mi amiga la choni y nos la hemos llevado a un descampado jaja”. “Ah, vale, jaja, perfecto, gracias”.
– Bah, ni te rayes. Ese tío no estará para conducir hasta mañana por lo menos –hice una pausa dramática y añadí–: Para entonces ya nos habremos deshecho de ella.
Me miró de forma dubitativa. Sonreí.
– Nah, ya se la devolveremos. Pero ponle un WhatsApp mejor y que lo vaya asimilando.
Eso hizo, no sin antes comentar, de buen rollo, lo absurda que le parecía esta situación. Me preguntó que qué me había pasado con su hermano. Dije que no quería hablar de ello. Me dijo que en el fondo él era muy buena persona, una frase que, desde que soy adulta, me entra por una oreja y me sale por la otra.
Subimos a un alto del terreno, sin perder de vista la moto, por si acaso, y nos sentamos ahí. No teníamos maría. Una pena, la verdad. Saqué un par de pitis.
– Paula, ¿te puedo decir una cosa? –preguntó la niña, con un brillo en los ojos, tras dar la primera calada al suyo.
– Venga, dime.
– Tiene razón Adela, aunque tú digas que no. Las ilustraciones que tienes en Instagram son brutales. Y no sólo eso, eres una tía especial. No sé, tienes algo.
– Sí. Ansiedad o algo similar, creo yo –respondí.
– Jajaja, joder, no me refiero a eso.
Se volvió hacia mí, me clavó la mirada y continuó:
– Es que me flipas, tía. Me gustas mucho.
Esas palabras, en ese momento, me impresionaron, claro que sí, pero intenté que no se notase. Sonreí y dije:
– Joder, niña, qué cosas me dices.
Y después le di un beso.
Me dijo que le gustaba cómo hacía las manos en mis dibujitos. Es uno de los mayores halagos que puede recibir un dibujante, y ella lo sabía.
Mientras me comentaba esto, me quité la camiseta.
– Es que hace calor, ¿no?
Hacía calor. Me preguntó si nunca había pensado tomarme esas cosas más en serio y yo le dije que sí, que me gustaría encontrar trabajo de ilustración, o diseño, o algo, pero que andaba siempre cansada.
Me preguntó si pensaba seguir en el bar mucho tiempo. Se echó sobre mi regazo.
Le conté que empecé para pagar el alquiler y eso. Que al principio iba los findes solo, porque estaba estudiando. Que busqué alguna otra cosa, prácticas o algo así, pero casi siempre eran gratis o por poco dinero –y la verdad, no valía la pena. Después terminé la carrera y necesitaba aún más pasta, porque no quería que mis padres me hicieran volver.
La niña escuchaba con mucha atención mi tremenda chapa, mientras yo le revolvía el pelo.
En el bar estaba a gusto, aunque la noche desgasta, y el fascismo también. Veía a mis compañeros de trabajo y pensaba que yo no sería como ellos, pero este pensamiento me resultaba arrogante y estúpido, así que intentaba evitarlo. Me pasaba con el Raúl, por ejemplo. El Raúl me gustaba, pero ni siquiera me caía bien del todo, y a veces lo veía con desprecio y luego me sentía muy mal.
Conforme lo contaba, fui consciente de cómo pasa la vida sin que te des cuenta. Me refiero a que el bar, el Raúl, el piso cochambroso que compartía… En mi mente todo aquello era provisional, una fase, pero en realidad no había ningún motivo para pensar que fuese a acabarse, y yo tampoco hacía nada por acabar con ello. Surgió ese pensamiento que había evitado durante mucho tiempo, pero curiosamente, no me agobió.
Denise me dijo que lo entendía, que ella también se planteaba esas cosas. Dijo que la vida era muy aburrida, muy previsible y yo estaba de acuerdo. Que a veces no imaginaba ningún futuro claro y se agobiaba. Me contó ella también sus movidas, con los colegas, con sus padres y yo la escuché con atención.
Esa noche, a la luz de los móviles, hablamos de muchas cosas. Imaginamos vidas posibles fuera de Madrid, en algún sitio menos duro, en el país de las maravillas. Las últimas defensas que con tanto esfuerzo me había construido cayeron, y la estupidez desfiló triunfante por mi corazón.
– Oye –le dije– la verdad es que tú también me gustas mucho.
– ¿En serio?
– Muchísimo, tú, una putada.
Me dedicó una de sus sonrisas divinas.
– Bueno, eso está bien.
Después me desabrochó el sujetador con una mano y dijo:
– Esto sobra.
Luego se incorporó un poco y empezó a comerme las tetas.
Esa noche se encendió algo en mí, algo que todavía está encendido y, como no sé apagarlo, escribo.
--------------------------------------
El siguiente capítulo de esta novela aparecerá el 18 de agosto.
Hemos fundado la Asociación Cultural Amigas de Contexto para publicar Ctxt en todas las lenguas del Estado. La Asociación es una entidad sin ánimo de lucro que también tiene la meta de trabajar por el feminismo y la...
Autora >
Elena de Sus
Es periodista, de Huesca, y forma parte de la redacción de CTXT.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí