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A veces el verano consiste en esperar. Esperar en atascos kilométricos a que el nudo se deshaga. Ya en el destino, esperar a que nos llegue el turno para que el espeto de sardinas se pose al fin sobre nuestro mantel de papel. En la ciudad vacía, la espera cambia de bando y el verano consiste, como en la imagen, en esperar a que el cliente aparezca por la puerta pidiendo cortarse el pelo. Un cliente que, probablemente, no aparecerá por estar a trescientos kilómetros esperando el dichoso espeto. Esperar es una de las facetas de la vida que peor llevamos desde que abandonamos aquello de ser monos. Tan mal llevamos la espera que la negamos. Directamente la queremos matar. Matamos la espera leyendo el periódico, sacando el móvil o encendiendo un cigarrillo. Lo que sea con tal de negar que ese instante desesperante en el que dependemos de factores externos se esté produciendo. Es aterrador y entendible para una especie que tiene en su mano mandar un satélite a Marte calculando su posición al milímetro, pero que no es dueña de hacer que el metro aparezca cuando más lo necesitamos.
Decía el filósofo rumano Emil Cioran que el ser humano es cobarde porque es incapaz de disfrutar de la espera definitiva: su propia muerte. El hombre enfermo se rodea de seres queridos alrededor de la cama. Qué estupidez, denunciaba el filósofo. Vivida con plenitud, la espera de la muerte consistiría en estar solo, encerrado con llave en una habitación y saboreando ese momento único que es palmarla. En lugar de eso, se desesperaba Cioran, nos ocupamos de entretener la cabeza con compañía y cosas banales. Cioran, del que se supone por sus textos que nunca disfrutó de un buen espeto, no es una lectura recomendable para el verano, como no lo es para un almuerzo refrescante el cocido madrileño. Sin embargo, del filósofo rumano podemos quedarnos con una reflexión más ligera que la indigesta muerte. El león nunca saca el móvil haciendo tiempo hasta que la gacela pasa corriendo, ni se entretiene contando nubes o arbustos. El animal centra toda su capacidad en la espera del momento. El resto de animales viven la espera de forma natural, de forma plena. Eso, el ser humano, lo ha perdido. De quien esperase el metro plenamente concentrado en la entrada del túnel, pensaríamos que tiene pensado lanzarse a las vías. Hemos desnaturalizado la espera.
Tan desnaturalizada la tenemos que a menudo la prostituimos. A veces usamos la espera para enfadarnos y pedir perdón. Te he estado esperando más de veinte minutos. La respuesta siempre es lo siento y nunca “espero que los hayas disfrutado”. A veces usamos la espera para poner excusas, para decirle al mundo que algo que está en nuestra mano, no lo está. Es probable que el peluquero que está matando la espera esté leyendo las noticias del verano. Un presidente que repite que está esperando. Esperando a que se forme su Gobierno. Una vicepresidenta explicando que no se actuó antes con el barco de bandera española porque se estaba esperando una solución. Como si no supiésemos de sobra que, quien de verdad está en espera, siempre intenta negarlo.
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El próximo fotorrelato se publicará el 28 de agosto.
A veces el verano consiste en esperar. Esperar en atascos kilométricos a que el nudo se deshaga. Ya en el destino, esperar a que nos llegue el turno para que el espeto de sardinas se pose al fin sobre nuestro mantel de papel. En la ciudad vacía, la espera cambia de bando y el verano consiste, como en la imagen,...
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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